Lo que somos
Carlos X. Blanco
“La realidad histórica que es Europa se ha constituido por la dinámica, dramática y contradictoria integración de unos ingredientes que son Grecia y Roma, el cristianismo y también la germanidad.
Grecia aportó el descubrimiento del pensar vinculado a la naturaleza de las cosas, que hizo que naciera la ciencia europea. El derecho y la concepción del hombre como señor jurídico del universo fueron hallazgo de Roma. Pero el hombre no es solo un animal racional, sino un ser dotado de íntima libertad creadora y que está abierto a la eternidad y el infinito, sentimiento sobrenatural que descansa en el cristianismo. El espíritu voluntarista y dinámico, que da consistencia a la permanente insatisfacción humana y al deseo de permanente renovación, es la aportación de los pueblos del norte y germanos” [José S. Lasso de la Vega: Ideales de la formación griega].
Sería difícil exponer en forma más exacta, sintética y equilibrada la realidad civilizacional de Europa. Patria de la ciencia y de la filosofía, patria del hombre libre portador de derechos y no sólo de deberes. Tierra de hombres libres, amén de racionales, abiertos al mensaje de Cristo y al proyecto del Padre, designio cual es hacernos deiformes. Y, finalmente, la gran patria de las naciones fáusticas, aquellas que fermentaron con la aportación germánica el suelo y la tierra clásicas, vale decir, la cuenca grecolatina del Mediterráneo y del Mar Negro, todo el “área de expansión” helena.
La Hélade, patria de Europa, no se mezcló ni diluyó sino más bien se enriqueció perviviendo, formando una unidad espiritual superior, que Lasso expone como maestro de maestros que fue: junto al helenismo, y sobre él romanidad, cristianismo, germanismo. La propia España, una de las madres de Europa, y no de las menores ni menos decisivas, contiene en sus entrañas todos estos elementos.
No nos pueden robar la identidad de la manera tan miserable como hacen ahora:
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La Unión Europea a punto de prohibir la Navidad y hasta la palabra misma, que expresa la natividad del Señor.
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Esos libros de texto que hablan de la Córdoba andalusí, como “la ciudad más grande y refinada de Europa”, torciendo el significado de la Historia, abusando del crudo dato geográfico (en efecto, aquella Córdoba mora era Europa geográficamente, pero sólo geográficamente). La cuestión es: ¿de veras quieren hacernos creer que hubo alguna vez una Europa mahometana? ¿Quieren hacernos creer en el hierro de madera y en el agua que no es húmeda?
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Esos “hispanistas” de las “tres culturas” y que abominan del legado de Pelayo (H. Kamen, p.e.)
- Esos papas de opereta y sainete que hablan de Lesbos o Lampedusa como de “la tumba de la civilización” (¿de qué “civilización” hablan?), hombrespueden seguir lavando los pies al hereje, animista o mahometano, y lavando la cara al despotismo afroárabe, el de la cimitarra de antes y el cinturón de bombas de ahora.
Recuerdo al Santo Padre auténtico que fue Benedicto XVI: discurso santo y sabio fue el suyo de Ratisbona, tan cercano al párrafo del profesor Lasso que he glosado al principio. Estamos a punto de perder la cordura, y con ella, echar por la borda el instinto de supervivencia. Apeló Benedicto a quien lleva la luz de Cristo en sí, la legalidad de Roma en sí, la racionalidad solar de Grecia en sí, y a quien porta la sangre guerrera del celta, del godo, del suevo, del vándalo o del franco consigo. Esa sangre, que forma parte de España, junto a la celta, asturcántabra, íbera y vascona, debe clamar contra la usurpación de nuestras raíces. Usurparán el estudio del latín, del griego, del derecho romano o hurtarán a los niños la filosofía de Aristóteles o la teología del Angélico… pero la sangre, incluso ciega e idiotizada por las “aulas virtuales” y digitalizadas, un día habrá de rebelarse. Recemos por ello.