El equilibrio del poder geopolítico en diferentes momentos cronológicos. Parte 1.

03.10.2024

Presentamos al lector una nueva serie de ensayos históricos y didácticos sobre la historia del equilibrio del poder geopolítico, comparando varios momentos cronológicos que permiten evaluar los hitos de la formación de la multipolaridad entre las diferentes civilizaciones. La idea de este ciclo es sencilla y al mismo tiempo no tiene nada de trivial: contar desde el año actual 2024 los grandes aniversarios históricos (3000, 2500, 2000, 1500, 1000, 500 y 100 años atrás) con tal de demostrar las regularidades geopolíticas universales mediante el uso de un material variado. Trataremos de encontrar cada vez que nos sea posible las interrelaciones entre conflictos simultáneos en distintas regiones del mundo, siguiendo así los pasos de la revisión de las relaciones internacionales realizadas durante tres décadas por A. J. Toynbee, cuya metodología nos sirve de modelo, aunque no de manera exhaustiva.

Quiénes en los últimos tres mil

años no hayan adquirido una comprensión

del mundo entonces serán ignorantes, tontos, mendigos

en medio de la vida cotidiana.

J.W. Goethe

Ensayo 1. El equilibrio geopolítico hace 3000 años

Hace exactamente 3.000 años, en 977/976 a.C., el Viejo Mundo se encontraba en su mayor parte subsumido baja una Edad Oscura. Las anteriores civilizaciones de la Edad de Bronce se habían derrumbado o se habían debilitado y transformado radicalmente bajo el golpe de los bárbaros cuyas oleadas no habían cesado su embestida por tercer siglo consecutivo. Fue durante este periodo que se produjo una profunda ruptura en el sistema de relaciones internacionales en Oriente Medio. Egipto, Asiria y Babilonia habían quedado extremadamente debilitados bajo la embestida de los nómadas arameos, en lugar del antiguo reino hitita había aparecido una enorme cantidad de pequeños reinos hititas tardíos y sólo en medio de este caos que se extendía desde el Nilo hasta el Éufrates pudo crecer, surgir y fortalecerse el Estado de Israel. Hace exactamente 3.000 años, el anciano rey y poeta David seguía sentado en el trono de Jerusalén, orgulloso de la obra que había realizado. La ciudad santa aún no tenía un Templo, pero sobre ella ya resonaba el Salmo 99 de acción de gracias del rey con su arpa: «Ҳariu l'Adonai kol ҳaaretz. Ivdu et Adonai besimha, bou lefanav birnana. Deu ki Adonai ҳu Eloҳim, ҳu asana, velo anachnu, amo, vezon marjito. Bow shearav betoda, hazerotav biteҳila, ҳodu lo barhu Shmo. Ki tov Adonai, leolam hasdo, vead dor vador emunato» («Salmo. Para dar gracias. | Cantad a Yave en toda la tierra, Servid a Yave con júbilo, | venid gozosos a su presencia. Sabed que Yave es Dios, | que él nos hizo y suyos somos, | su pueblo y la grey de su pastizal. Entrad por sus puertas, dándole gracias, | en sus atrios, alabándole. | Dadle gracias y bendecid su nombre. Porque bueno es Yave, | es eterna su piedad, | y perpetua por todas las generaciones su fidelidad»).

El resplandor del poder de David eclipsaba la miseria de todos sus vecinos: Abibaal en Tiro, Siamón el libio, que acababa de ascender al trono egipcio (que más tarde se convertiría en suegro de Salomón, hijo de David, y anexionaría la franja de Gaza a Egipto), y más aún los de Nabu-Mukin-apli, el babilonio, y el asirio Ashur-rabi II, reyes absolutamente insignificantes, que, aunque gobernaron durante tres o cuatro décadas, fueron incapaces de defender ni siquiera sus capitales de las invasiones de los arameos, cuyas incursiones durante años les impidieron celebrar fiestas religiosas y destruyeron el sistema ritual mesopotámico. El caos que devoraba a todos los vecinos de Israel creó un siglo de prosperidad único para el reino de Jerusalén de David y Salomón, un precedente geopolítico cuya repetición los sionistas contemporáneos desean realizar, siendo tan aficionados a esta clase de método.

Sin embargo, un cambio mucho mayor se produjo ese mismo año en China. En el 977/976 a.C., durante la batalla con las tribus del sur del reino de Chu por el acceso al río Yangtsé, cayó el rey de Chjou, Chzhao-wang. Ascendió al trono su hijo y sucesor Mu-wang, que gobernaría durante más de medio siglo y también continuaría las guerras externas. Sin embargo, la principal hazaña de Mu-wan no fueron las guerras. Era muy consciente de lo anormal de la situación en la que se encontraba: había transcurrido medio siglo desde el derrocamiento de la dinastía Shang y la conquista del estado Shang por los Zhou, pero la antigua aristocracia Shang aún conservaba su influencia y tres generaciones de soberanos Zhou seguían rezando no a los suyos, sino a un antepasado celestial extranjero perteneciente a los Shang-di. La amenaza de una restauración Shang podría darse en cualquier momento. Cualquier inundación o señal celestial podría haber supuesto una amenaza para la pretensión del mandato celestial de los Zhou. En estas circunstancias, Mu-wang decidió dar un paso sin precedentes sobre el cual los confucianos posteriores prefirieron guardar silencio. Ni siquiera los historiadores modernos pudieron comprender durante mucho tiempo lo que ocurrió hace 3000 años en este recodo del Huang He. Los historiadores soviéticos durante el conflicto con la República Popular China imaginaron lo siguiente: los guerreros de Mu-wan metidos hasta la cintura en un campo de mijo gritaron: «¡Debemos continuar la obra de Wen-wan y Wu-wan hasta que nuestro Estado se convierta en un Estado mundial!»

El sentido común sugiere que semejante estribillo mundialista sencillamente no podía haber existido en el año 976 a.C. Y, en efecto, una revisión de las fuentes reveló la verdad. Esta frase es una mala traducción de una línea de una inscripción en una cacerola ritual de metal, «Shi Qiang Pan». Esta línea es muy oscura de entender, contiene dos jeroglíficos en desuso, pero que significan lo siguiente: «Hijo del Cielo heredó y continúa los atributos de Wen y Wu, llevando el orden en el universo (cosmos) hasta los límites más lejanos». Esto se refiere al papel ritual de Mu-wan como rey del mundo y polo, como motor inamovible que da armonía a todo el cosmos. Al mismo tiempo, en este fragmento «Wen y Wu» pueden entenderse tanto como los nombres de los fundadores de la dinastía Zhou, antepasados de Mu-wang, como literalmente, en sentido nominativo, de la siguiente manera: «wen» 文, virtud, y «wu» 武, castigo. En otras palabras, Mu-wan afirmaba ser la emanación de las cualidades divinas de la virtud y el castigo. Apeló al Dios celestial Shang-di con una queja contra los espíritus de los antepasados Shang, tras lo cual, según el rey, el Dios respondió ordenando a los espíritus que renunciaran a los antepasados Shang y obedecieran al antepasado de la dinastía Zhou, Hou-ji (el Tío del Mijo, cuyos monumentos aún se conservan en China).

Tras anunciar tal cambio, Mu-wan lanzó inmediatamente una reforma religiosa, anulando ciertas formas de nombrar a los espíritus de los difuntos, sustituyendo los relieves metálicos hundidos de los antepasados (tao-tae) en vasijas de bronce por ornamentos geométricos planos en forma de cinta. Además, ambió la forma de las vasijas y los cultos astronómicos. Se extendieron rumores de que Mu-wan voló en sueños al paraíso celestial donde estaba la diosa Sivan-mu y comió allí las peras de la inmortalidad. Y alegres campesinos corrían a los campos de mijo en primavera, cantando: «Mgra’s mra’s mra’ gwii tiiv, / Laps gwae’ tret gwang, / Srums gro’ ze’ l'in, / Gwang pheis dian krang» («Ahora Mu-wang aprueba el gobierno de Zhou, / Sabios reyes fueron oídos en generaciones anteriores, / Los tres soberanos de Zhou están ahora en el cielo, / Su sucesor se encuentra en la capital con vastos dominios»). En sentido estricto, la historia religiosa de la China antigua clásica comienza con las reformas de Mu-wang, igual que la historia religiosa del judaísmo clásico del Antiguo Testamento comienza con las reformas de su contemporáneo David. Y todo esto fue posible como resultado de un cambio en el poder geopolítico hace exactamente 3000 años, cuando Israel se convirtió temporal e inestablemente en un poder mundial junto con China.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera