Una lectura de la Carta sobre el humanismo de Heidegger

31.07.2019

Con Silvio Maresca venimos haciendo por televisión un programa llamado Disenso, sobre metapolítica y filosofía, desde el 2012, el que puede consultarse por youtube. Y después de haber entrevistado a casi todos los que intentan hacer filosofía en Argentina (si alguno quedó en el tintero lo invitamos a participar), pasamos a ocuparnos de temas filosóficos y este comentario es uno de ellos.

La Carta, redactada en el 46 y publicada en 1947, es una respuesta a tres preguntas realizadas por el profesor Jean Beaufret cuando terminaba la Segunda guerra mundial. La primera es: ¿cómo dar sentido otra vez a la palabra humanismo? La respuesta a esta pregunta ocupa la mayor parte de la Carta, que llega en mi edición  hasta la página 54. La segunda es: ¿es posible la relación entre la ontología y la ética, que llega a la página 66 y la tercera es: ¿cómo salvar el elemento de “aventura” que supone toda investigación sin hacer de la filosofía un simple “aventureismo”?, que ocupa las dos últimas hojas del opúsculo.

Vemos como las respuestas a las preguntas no están en proporción una con otras y es la dimensión de la primera respuesta la que da título a la Carta. Heidegger comienza la Carta como si fuera Aristóteles: la esencia del obrar es el llevar a cabo. Llevar a cabo quiere decir: desplegar algo en la plenitud de su esencia, conducir ésta hacia su plenitud, producere.” Heidegger comienza como termina, cuando habla del pensar y afirma que su trinidad es: “el rigor de la reflexión, la cuidadosa solicitud del decir y la sobriedad de la palabra”. La claridad con que comienza y termina envuelve un texto libre donde Heidegger “heideggerea” en esa jerigonza que le es tan propia.

El punto central es sobre la esencia de la verdad, tema que había sido una conferencia del mismo nombre en 1930. En momento en que se produce “el giro en Heidegger”, quien venía en Ser y Tiempo (1927) de afirmar que la verdad “es para el Dasein lo que el Dasein es para la verdad. Esto es, la verdad como adecuación. A afirmar que la verdad es aletheia. Esto es, desocultamiento. Así afirma: “el hombre debe, antes de hablar, dejar que el ser le hable de nuevo”.

El humanismo no es otra cosa que pensar y cuidar que el hombre sea humano y no in-humano, esto es, fuera de su esencia. Y da tres versiones de humanismo: a) la del marxismo donde el hombre humano se encuentra en sociedad pues ésta le garantiza alimentación vestido, reproducción, suficiencia económica. El error garrafal del marxismo es que reduce al ente “a material de trabajo”. Y afirma renglón seguido: “La esencia del materialismo se oculta en la esencia de la técnica” 
b) la segunda versión es la del cristianismo que ve al hombre como hijo de Dios para quien el mundo es solo un tránsito al más allá.
c) la tercera es la visión del mundo greco romano para quien el hombre humano se sitúa frente al homo barbarus. La paideia fue traducida por humanitas. “En Roma encontramos nosotros el primer humanismo…y el Renacimiento de los siglos XIV y XV en Italia es un renacimiento de la romanidad”  Y esta es la versión y visión que llega a todo el humanismo moderno a partir del siglo XVIII con Goethe, Schiller y Kant  que se retrotrae a la Antigüedad, para quien “lo in-humano es ahora la pretendida barbarie de la escolástica gótica de la Edad Media”.

Nada más lejos, esto último, de la opinión de Heidegger, que pasa a desarrollar a partir de aquí la tesis de la Carta según la cual la cultura humanista a causa de su racionalidad moderna, la de la razón calculadora, no podía traer menos que la Segunda Guerra Mundial con su civilización de la técnica con la que colaboraron tanto el gigantismo norteamericano como el marxismo soviético.

Ello fue así, porque la figura metafísica que potencia al humanismo es la subjetividad. Esta subjetividad es la figura que da nombre al hombre ilustrado elevado a sujeto histórico por la metafísica moderna. Así la Segunda Guerra no fue como afirman los marxistas de la Escuela de Frankfurt, Adorno y Horkheimer, en Dialéctica de la Ilustración que fue una guerra inter imperialista, sino que la razón de la gran guerra fue el error antropológico a que conduzco la metafísica moderna de la subjetividad.

La salida a esta trampa es volver escuchar al ser. El hombre tiene que estar abierto al ser a través de la ex sistencia, recuperar su carácter de ex-stático. No es dando vuela la vieja frase que esencia precede a la existencia como hace Sartre afirmando que la existencia precede a la esencia que nos vamos liberar de la metafísica de la modernidad sino ex sistiendo en estado de abierto al ser.

Como ninguno de los humanismos experimentados consideró la peculiar dignidad del hombre, nosotros proponemos el estado de “abierto” al ser y la verdad como la posibilidad de un nuevo humanismo.

La apartidad es una de los defectos más notables del humanismo moderno. “Ella es signo del olvido del ser” . El hombre no es el señor del ente, en el sentido que su fin es dominar todas las cosas, sino que él es “el pastor del ser” donde el gana la pobreza esencial del pastor.

Llegados a este punto (pág. 44) Heidegger repite la primera pregunta “Ud. me pregunta comment redonner un sens au mot humanisme? Afirmando que la esencia del hombre descansa en la ex sistencia. Que la esencia del hombre es esencial para la verdad del ser. Que cuando uno habla contra todo el humanismo presente no quiere decir que sea in-humano.”porque se habla contra el humanismo se teme una defensa de la bárbara brutalidad”  De la misma manera que pensar contra la lógica no quiere decir a que defendamos la irracionalidad; que pesar contra los valores sea una defensa del disvalor; que postulemos “un ser en el mundo” nos lleva a la negación de la trascendencia; o que la muerte de Dios nos haga postular el ateísmo o que cuando se habla contra lo políticamente correcto derivemos en un nihilismo.

Y termina esta segunda parte a la primera pregunta con un lapidario juicio sobre la idea del hombre como sujeto: “ El hombre no es nunca en primer término hombre más acá del mundo como un “sujeto”, sea este mentado como “yo” o bien como “nosotros”. Él no es tampoco, primera y solamente, sujeto que se refiere siempre a objetos de modo que su esencia estaría en la referencia sujeto-objeto. El hombre es, más bien, ante todo ex sistente en su esencia, en su apertura del ser”. Viene luego la segunda pregunta: ¿es posible precisar la relación entre la ontología y la ética?

A lo que Heidegger responde brevemente diciendo que la ética predominante de la modernidad ha sido la ética de normas, del deber ser, que tiene como base la ética kantiana y como proyección política práctica la moral burguesa, pero que tanto la ética como la ontología son disciplinas filosóficas establecidas a partir de Platón pero que los pensadores anteriores a él no conocen por tales.

Y pone el caso de Heráclito relatado por Aristóteles, que cuando lo va a visitar unos turistas lo encuentran calentándose a lado de fogón. Estos se desilusionan del filósofo y éste les contesta: también aquí se presentan los dioses. Esta es la traducción libre del fragmento cuya traducción corriente es: el carácter es lo propio del hombre.

De modo tal que tenemos que retrotraernos a los presocráticos para encontrar una respuesta que no es otra que el pensar la verdad del ser, que es, a la vez, el fundamento de la ética y la ontología “y que no hace falta llamarlas así”.

La tercera de las preguntas: ¿cómo salvar el elemento de “aventura” que supone toda investigación sin hacer de la filosofía un simple “aventureismo”?, a la que Heidegger le concede piadosamente las últimas dos páginas de la Carta, por no decirle a Beaufret, soyons serieux. “Necesario es en la actual penuria del mundo menos filosofía, pero más solícita atención al pensar; menos literatura, pero más cuidado de las letras”. A buen entendedor pocas palabras, y termina diciendo: “El pensar recoge en al lenguaje en el decir sencillo. El lenguaje es el lenguaje del ser como las nubes son las nubes del cielo”.

La Carta sobre el Humanismo (1947) no solo es una recapitulación del todo aquello que Heidegger pensó durante los veinte años que median entre Ser y Tiempo (1927) y que produjo “el giro” heideggeriano, sino también  y sobre todo un manifiesto de cómo de tiene que hacer filosofía de aquí en mas.