Los guerreros de la Virgen
El espíritu guerrero es la condición por excelencia de los seres humanos que siguen el monoteísmo. A este espíritu se contraponen los ritos femeninos de los pueblos paganos que encuentran en el matriarcado la expresión por excelencia de su ideal. El Ser, tal y como lo entendió la metafísica pagana, es la manifestación por excelencia de una realidad femenina que se encarna en la tierra y sigue los ciclos de la naturaleza. No por nada el mundo moderno, hechizado por el naturalismo de la ciencia y el darwinismo, ha ido animalizando poco a poco a los hombres, hasta el punto de convertirlos en un simple apéndice de la materia: el hombre se ve reducido al sexo, al sensualismo y a la glotonería. Se trata simplemente de que su esencia está limitada a los sentidos y, por lo tanto, esta misma acaba por fundirse con la naturaleza, la inmensidad de un todo orgiástico donde el ser es reducido a un átomo sin sentido perdido en la masa. Hoy día reviven por doquier los cultos matriarcales a la Pachamama, a Gaia, a Cibeles y se instaura una vez más una teología femenina.
Muy diferente es el espíritu del monoteísmo. Para los seguidores del espíritu monoteísta la lucha, el esfuerzo y el ascetismo son características primordiales. Frente a la feminización que sufren los individuos en las sociedades paganas, el monoteísmo representa la rebelión de los guerreros y los héroes que luchan contra el fatalismo. El monoteísmo es la expresión de la chispa, del pneuma, del espíritu, que ha sido infundido en la arcilla para luchar contra la materia. El pagano se pliega ante la materia, en cambio el monoteísta lucha contra la materia. El espíritu del monoteísmo encarna la esencia de la lucha del Bien contra el Mal, es la lucha de los hijos de la luz contra los hijos de la oscuridad. Aquellos que siguen el monoteísmo asumen en su interior la tarea de preparar el camino para el enviado de Dios: el Sashyant, el Cristo, el Madhi. Son los representantes de Dios en la tierra, son los Apóstoles de los Últimos Tiempos.
No hace mucho tiempo, inspirados por este espíritu guerrero, un puñado de conquistadores, portadores de la gnosis hiperbórea de los godos, impulsados por las canciones de caballería – aquellas que cantaban las glorias de California, la isla de las Amazonas, o las leyendas del país de Jauja – se apresuraron a cruzar los mares para ver con sus propios ojos las maravillas que estaban registradas en las leyendas y los mitos populares. En sus corazones aun latía el deseo de dar a luz, en este mundo, al Reino de Dios. Adveniat Regnum Tuum, es decir, preparar la Segunda Venida de Cristo y cumplir así las palabras del Credo. Los conquistadores españoles fueron la última manifestación real del Logos latino, de la Cruz y de la Espada; los representantes del espíritu puro de la aristocracia caballeresca que luchaba contra las masas de paganos e infieles en nombre de Dios. En este sentido, ellos debelaban en su propia presencia la manifestación más pura del monoteísmo: la religión por excelencia de los guerreros, de aquellos que dan sus vidas para librar al mundo del mal e imponer el bien. Fue bajo este ímpetu guerrero, que un puñado de guerreros logró reunir tras de sí a miles de luchadores y avasallar a los gigantescos imperios paganos que estaban compuestos de millones de hombres. Los hombres de Cortes y Pizarro hicieron trizas a los ejércitos de indios. Basto con que Pizarro atrapara al Sapa Inca Atahualpa para que sus treinta mil soldados, representantes de un espíritu pagano femenino y sin valor, abandonaran sus armas y corrieran despavoridos.
En ese entonces, los pasionarios españoles – aquellos en quienes se sintetizaba el espíritu guerrero – rompieron el hechizo que habían lanzado sobre ellos los poderes lunares y los sacerdotes, dirigidos por el Vaticano, que no deseaba ver la creación de un Imperio Occidental dirigido por los españoles. Pero el poder de su espíritu desbordo por completo las fronteras y se derramo como una mancha de aceite que cubrió continentes enteros. De Europa, pasando por las Indias Occidentales, hasta llegar a Asia y Oceanía, los guerreros españoles se extendieron en todas direcciones. Ellos eran guiados por un espíritu profético, quizás el último que existía en Europa, antes de que este mismo continente se sumergiera en el caos de la Modernidad. Y sin duda este espíritu guerrero paso de Europa a la América indiana: aquí existió una verdadera civilización de cuero, donde el vaquero mexicano, el llanero colombo-venezolano y el gaucho argentino recorrían las praderas de este continente portando en su interior los arquetipos secretos y los misterios de los godos: los continuadores de los caballeros templarios. Y fue nuevamente, bajo las pezuñas de sus caballos, que las naciones de Hispanoamérica temblaron azotadas por los caudillos salvajes de estos pueblos nómadas de las “estepas”: de la pampa, del desierto y del llano salieron los movimientos más aguerridos que vencieron a los mismos españoles e instauraron la “ley boliviana”, el “cesarismo democrático” que tanto impresionó en su momento al historiador venezolano Vallenilla Lanz. Los llaneros colombo-venezolanos lucharon desde el Orinoco hasta el Alto Perú, una verdadera gesta y epopeya que los llevó desde las marismas de Maracaibo hasta las empinadas cumbres de los Andes.
El triunfo de la Modernidad significó, para los pueblos indianos (nacidos de la mezcla entre los españoles, los indígenas y los negros), la destrucción de su espíritu guerrero y la postración ante los invasores extranjeros. El espíritu moderno se encarnó en nuestras naciones en la forma del liberalismo, que tuvo como correlato la creación de una oligarquía apátrida y la formación de Estados nacionales que rompieron nuestra unidad y persiguieron a los guerreros. Después de triunfar sobre los españoles, los fundadores de nuestra actuales “naciones” persiguieron a los “libertadores” considerándolos salvajes, barbaros, bandidos y enemigos del progreso. El gaucho argentino, que se arrodillaba ante su padre para recibir la bendición de Dios y luchar por su tierra, fue caracterizado por el escritor liberal (anglófilo y racista) Domingo Faustino Sarmiento como la quinta esencia de la barbarie nacida de la peligrosa mezcla entre el indio y el español: ambos seres salvajes que necesitaban civilizarse o ser exterminados. La civilización, para Sarmiento, era la nueva sociedad industrial burguesa que estaba apareciendo en Europa y no el espíritu guerrero del monoteísmo. La civilización destruiría a la barbarie y terminaría exhibiendo su cadáver en los museos de historia natural como un momento incómodo de la historia continental.
Sin embargo, durante más de un siglo y medio de lucha, el espíritu guerrero de los pueblos ibero-indianos se ha manifestado incesantemente. Si la civilización mecánica occidental se encarnó en el liberalismo y las oligarquías nacionales, la llamada barbarie americana incesantemente luchó contra esa civilización. Nuestra barbarie no es otra cosa que la cultura católico-barroca despreciada por las élites ilustradas y cosmopolitas. Continuamente esta barbarie ha intentado manifestarse en muchos movimientos políticos, tanto de izquierda como de derecha: primero en los grandes caudillos y dictaduras autoritarios del siglo XIX como el doctor Francia o Gabriel García Moreno; en los positivistas como Porfirio Díaz y Rafael Núñez; en movimientos populistas como los de Jorge Eliecer Gaitán y Perón, hasta llegar finalmente al terrorismo, la guerrilla y la lucha comunista del Che Guevara y el comandante Hugo Chávez. No obstante, esta misma barbarie esta privada de la inteligencia, de su Logos, el cual no obedece para nada a las leyes del Logos occidental ilustrado. Por eso mismo, este Logos ha sido incapaz de expresarse coherentemente y en su lugar esta sumergido en una oscura noche pre-verbal. Desorientados, los guerreros – los portadores del Logos indiano – permanecen hasta hoy sometidos, están postrados una vez más ante el hechizo paralizador y el trance hipnótico que los mantiene prisioneros de la oligarquía y sus oscuros sacerdotes.
Para aquellos que quieren continuar la lucha, la única alternativa que tienen es romper el hechizo que mantiene cautivos a los guerreros, que impide hoy día la Resurrección de los Héroes. Cuando ese hechizo expire, entonces los héroes podrán salir del trance y constituirán una nueva orden de caballería: la Orden de la Espuela de Oro, que castigará a los malvados e implantará la justicia.