Heidegger, Schelling y la realidad del mal. Parte 7
El abismo más profundo y el cielo más alto
Nos encontramos ahora en el umbral de la explicación de Schelling sobre la naturaleza del mal. Sostiene que en Dios las dos voluntades – el fundamento y el entendimiento/existencia – están unidas y que la voluntad oscura está subordinada a la voluntad luminosa. En Dios, además, no pueden separarse. Para repetir una cita de nuestra última entrega, Schelling escribe que «Mostrar cómo cada proceso sucesivo se aproxima más a la esencia de la naturaleza, hasta que el centro más íntimo aparece en la más alta división de fuerzas, es la tarea de una filosofía comprensiva de la naturaleza» [1]. A lo que parece estarse aludiendo en estas crípticas líneas es justamente a esto: en el hombre el «centro más íntimo» o «esencia de la naturaleza» reaparecerá, pero con las dos voluntades divididas. En el hombre, a diferencia de Dios, éstas son separables y Schelling sostendrá que éste es el origen del mal. El desarrollo del todo (Dios, incluyendo el mundo natural) tiene lugar a través de la llamada «división de fuerzas.»
Así, en la más alta división de fuerzas, las dos voluntades, que son el fundamento mismo del ser, reaparecen, pero divididas entre sí. La más alta división de fuerzas es lo mismo que la separación de las dos voluntades. Y esto hace posible la libertad humana, que es lo mismo que la naturaleza humana. La libertad no es simplemente un atributo humano entre otros, es nuestra naturaleza misma. Y Schelling define la libertad como la capacidad del bien y del mal; la capacidad de elegir la luz y la oscuridad. Como en la filosofía anterior de Schelling (y en la filosofía de Hegel) el hombre surge como la expresión más elevada del mundo natural y la realización en el espacio y el tiempo de la esencia divina.
«En el hombre», escribe Schelling, «está todo el poder del principio oscuro y, al mismo tiempo, toda la fuerza de la luz. En Dios, como hemos dicho, los dos principios son inseparables, y la oscuridad está siempre subordinada a la luz. En el hombre, estos principios están separados, y ambos están presentes en todo su poder y atractivo. El hombre debe elegir la luz y subordinar las tinieblas a la luz. El hombre, como hemos visto, es la cúspide de la creación, su fin último. Y, sin embargo, Schelling dice lo siguiente: «La voluntad humana es la semilla – oculta en el anhelo eterno – del Dios que está presente todavía sólo en la tierra; es el panorama divino de la vida, encerrado en las profundidades, que Dios contempló cuando modeló la voluntad en la naturaleza» [3].
Aquí Schelling parece decir que el hombre no es el fin de la naturaleza, sino que está presente en su comienzo, como la «semilla… oculta en el anhelo eterno» (es decir, en el fundamento). La concepción aristotélica del telos puede proporcionarnos una interpretación plausible de este pasaje. El ser de algo se encuentra en su telos, en lo que aspira a ser. El telos, antes de realizarse, está presente como potencia o potencialidad en aquello que se esfuerza por realizarlo. Siempre se anticipa, al menos vagamente, de un modo u otro. Recordemos que en este «sistema» no hay primero y último, y que cada parte presupone a las demás. El primero presupone el último; el principio presupone el fin.
Pero, ¿por qué dice Schelling que la voluntad humana es el «panorama divino de la vida»? Porque la voluntad humana surge en la «cima» de la naturaleza como la cresta de una ola. Sin ola no hay cresta. Todas las demás formas naturales son anticipaciones del hombre. Y el hombre, como florecimiento más elevado de la naturaleza, «contiene» en sí todas las formas «anteriores» (hecho que fue advertido por los antiguos). El hombre, en otras palabras, es el microcosmos. Decir que Dios «contemplaba» el «panorama divino de la vida, encerrado en las profundidades» mientras «modelaba la voluntad de la naturaleza» es una metáfora poética. Lo que Schelling realmente quiere decir aquí es que el ser de la naturaleza plenamente realizada está presente dentro del fundamento como potencia incipiente. Para introducir una de las metáforas de Aristóteles, el roble está presente dentro de la bellota, como potencialidad de ser. El ser de la bellota es el roble y el ser de la «voluntad de naturaleza» es la naturaleza.
Schelling continúa: «Si ahora la identidad de ambos principios en el espíritu del hombre fuera exactamente tan indisoluble como en Dios, entonces no habría distinción, es decir, Dios como espíritu no se revelaría. La misma unidad que es inseparable en Dios debe, por lo tanto, ser separable en el hombre y ésta es la posibilidad del bien y del mal» [4].
Dios se revela a través del hombre: en el espíritu y en la palabra proclamada. Pero para que esto sea posible, el hombre debe ser al mismo tiempo otro de Dios. La esencia de Dios es la unidad inseparable de los dos principios, que actúan de común acuerdo, la oscuridad necesariamente subordinada a la luz. Pero esta unidad todavía no es real, es decir, no se expresa en el mundo. Se actualiza en el hombre, un ser surgido de la división de las fuerzas y que, como toda la naturaleza, es un ser múltiple, un ser dividido y articulado. En el hombre, ambos principios están presentes pero divididos entre sí. Esta es la esencia humana: la dualidad de luz y oscuridad o la posibilidad del bien y del mal.
Heidegger escribe que, en la filosofía de Schelling, «la libertad ya no puede entenderse como independencia de la naturaleza, sino que debe entenderse como independencia en oposición a Dios» [5]. ¿Por qué? Porque, a diferencia de Dios, el hombre debe elegir entre identificarse con el principio oscuro o con la luz y debe elegir subordinar la oscuridad a la luz. El principio oscuro no es malo en sí mismo (salvo en un sentido muy matizado, punto sobre el que volveremos más adelante). Pero cuando el hombre elige identificarse con él y subordinar la luz a la oscuridad, se convierte en el fundamento del mal. ¿Qué significa que el principio de la luz esté subordinado a la oscuridad? Significa que sigue habiendo salida o expansión, pero se pone al servicio de la voluntad propia. La voluntad propia se convierte en el centro por el que se mide todo lo demás y al que todo lo demás sirve.
Pero, ¿cómo es que el hombre es capaz de hacer esta elección, entre la oscuridad y la luz? Schelling nos dice que el principio por el que el hombre está separado de Dios es su «mismidad» (Selbstheit). Sin embargo, cuando la mismidad del hombre está «en unidad con el principio ideal [es decir, la luz]», entonces su mismidad es espíritu. «El ser como tal es espíritu; o el hombre es espíritu como ser particular egoísta [selbstisch] (separado de Dios), precisamente esta conexión constituye la personalidad» [6]. Como hemos dicho antes, la tierra es la fuente de toda particularidad o individualidad. Tal individualidad y «mismidad» no es en sí negativa, cuando permanece en unidad con la luz.
Schelling continúa diciendo que el hombre es «elevado de lo creatural a lo que está por encima de lo creatural», precisamente porque la mismidad es espíritu. Y este espíritu es «voluntad que se contempla a sí misma en completa libertad, no siendo ya un instrumento de la voluntad productiva [schaffenden] universal en la naturaleza, sino más bien por encima y fuera de la naturaleza» [7]. Aquí Schelling articula la familiar concepción idealista alemana de la subjetividad humana como algo que trasciende la naturaleza. Desde Kant hasta el posterior Schelling, y hasta Husserl y Heidegger después de él, se insiste en que la subjetividad humana, como aquello a lo que la naturaleza está presente, no puede hacerse presente como un objeto más dentro de la naturaleza. La subjetividad humana «está aparte» o exhibe lo que la fenomenología llama «trascendencia».
Así, el espíritu es consciente de sí mismo (se «contempla a sí mismo en completa libertad») como algo bastante independiente de la «voluntad universal productiva en la naturaleza.» El espíritu se crea cuando el alma («lo interior»; la «interioridad») se une con el principio ideal, también conocido como el entendimiento o la voluntad universal. El espíritu es la autoconciencia. No es una «criatura», sino aquello que es consciente de lo creatural y se conoce a sí mismo como ese ser que deja que lo creatural se presente a sí mismo. Ya no es «un instrumento de la voluntad universal productiva en la naturaleza» porque es aquello que puede ser consciente de la voluntad universal en la naturaleza y mucho más.
Así, Schelling dice que «el Espíritu está por encima de la luz como en la naturaleza se eleva por encima de la unidad del principio luminoso y del oscuro». Está «por encima» de ambos principios. ¿Por qué? De nuevo, porque es aquello que es consciente de ambos y así, siendo consciente de ellos como objeto, no se identifica con ninguno. Debe tener esta capacidad, además, de separarse de ellos y ser consciente de ellos como otro, para poder elegir entre ellos. «Puesto que es espíritu», escribe Schelling, «la mismidad está, por lo tanto, libre de ambos principios» [8].
Y afirma: «Por esta razón surge así en la voluntad del hombre una separación de la mismidad espiritualizada de la luz (ya que el espíritu está por encima de la luz), es decir, una disolución de los principios que son indisolubles en Dios» [9]. Pero, como hemos señalado, la voluntad propia del hombre puede permanecer en la luz (puede, en otras palabras, elegir la luz), y puede subordinar la voluntad del fundamento a la voluntad del entendimiento.
Schelling dice que el principio oscuro de la mismidad o voluntad propia debe ser «penetrado a fondo por la luz y ser uno con ella» [10]. Si eso sucede, entonces «el espíritu de amor prevalece [en el hombre]» y «entonces la voluntad está en forma [Arte] y orden divino» [11]. Sin embargo, si la voluntad propia se separa de la luz – si, en otras palabras, el hombre elige la voluntad de hundirse en la oscuridad del fundamento en lugar de la luz –, entonces prevalece el «espíritu de la disensión», que quiere «separar lo particular [es decir, la humanidad] del principio general [es decir, de la voluntad del entendimiento]». Schelling observa que «esta elevación de la voluntad propia es mala» [12].
Examinemos ahora muy detenidamente esta afirmación, ya que la explicación de Schelling sobre el mal es fundamental para todo el tratado, y quizá su contribución más importante y profunda. Schelling explica cómo la voluntad propia se convierte en maldad: «La voluntad que sale de su ser más allá de la naturaleza para, como voluntad general, hacerse a la vez particular y creatural, se esfuerza por invertir la relación de los principios, por elevar el fundamento sobre la causa, por usar el espíritu que obtuvo sólo por el bien del centrum [Zentrum; es decir, el fundamento] fuera del centrum y contra las criaturas; de esto resulta el colapso [Zerrüttung] dentro de la voluntad misma y fuera de ella» [13].
Se trata de un pasaje oscuro, pero lo que Schelling quiere decir es discernible (especialmente para cualquiera que esté familiarizado con las ideas de Jacob Boehme, de las que Schelling, una vez más, depende en gran medida). Como ya hemos visto, el espíritu humano está «más allá de la naturaleza» en el sentido de que se sitúa aparte, como testigo de la naturaleza. La naturaleza es dada al espíritu; o, dicho al revés, el espíritu es consciente de la naturaleza. El espíritu, al ser así supranatural, es capaz de resistirse a cosas como los impulsos y pulsiones naturales, el tipo de cosas a las que los animales, al carecer de toda separación de la naturaleza, son esclavos. Esta separación o «trascendencia» (véanse mis observaciones anteriores) es lo que hace posible la libertad y permite a los seres humanos elegir la luz en lugar de las tinieblas.
Elegir la luz (el entendimiento) y subordinar la oscuridad (el fundamento) a la luz significa esencialmente ponerse en armonía con el todo. Significa subordinar la propia voluntad a lo universal; por ejemplo, aceptar la necesidad de actuar de acuerdo con principios morales, en lugar de por capricho egoísta. O aceptar el hecho de que uno existe como parte de la naturaleza, con límites naturales, en interdependencia con otros seres vivos. O reconocer el hecho de que uno vive en interdependencia con otros seres humanos, en una comunidad, y que uno debe subordinar su propia voluntad particular y egoísta a la «voluntad general», viviendo según principios que uno afirma que se aplican a todos, incluido uno mismo.
Elegir las tinieblas
Elegir las tinieblas y subordinar la luz a las tinieblas significa justamente lo contrario. Significa elevar el yo por encima del todo. Significa elevar los propios caprichos egoístas por encima de cualquier sentido de obligación. Significa ver la naturaleza simplemente como un medio para los propios fines personales, sin reconocer ninguna obligación hacia la naturaleza, ni límites a lo que uno puede hacer con ella. Significa elevarse a uno mismo por encima de los demás, considerándolos meramente como medios para la propia satisfacción y sin reconocer ninguna obligación hacia la comunidad.
En efecto, la elección de la oscuridad sobre la luz es la decisión de considerarse a uno mismo como el todo. Y puesto que el todo es Dios, esto equivale a verse a sí mismo como Dios. «La posibilidad general del mal consiste», escribe Schelling, «en que el hombre, en lugar de hacer de su mismidad el fundamento, el instrumento, puede esforzarse por elevarla a voluntad rectora y total y, a la inversa, hacer de lo espiritual dentro de sí mismo un medio». Cuando esto ocurre, «otro espíritu usurpa el lugar donde debería estar Dios, a saber, el dios invertido». Este ser «aunque nunca es, siempre quiere ser» y así «toma prestada la apariencia de ser del verdadero ser» [14].
Heidegger comenta en 1936: «El mal es la revuelta que consiste en invertir el terreno de la voluntad esencial en el reverso de la voluntad de Dios» [15], y en 1941: «El mal es propiamente la oposición extrema y la sublevación del espíritu contra lo absoluto (arrancarse de la voluntad universal, el contra-ello, la voluntad sustituyéndolo en el “contra”)» [16].
¿Por qué dice Schelling que la voluntad propia está «contra las criaturas»? Porque cuando la voluntad propia se eleva por encima del todo se convierte necesariamente en una voluntad negadora, negadora de la alteridad de diversas maneras. El espíritu del todo es universal y unifica todas las cosas en sí mismo. Abarca la «alteridad» en el sentido de que los distintos miembros del mundo natural, aunque son expresiones de lo divino, no son, cada uno de ellos, identificables con el simpliciter de lo divino. Están simultáneamente dentro de Dios y son expresiones de Dios, pero al mismo tiempo son algo por sí mismos.
Pero cuando el individuo autodispuesto se erige como contra-todo o dios invertido, no puede, como Dios, sublimar el mundo de individuos que le rodea. Sólo puede negarlos, de un modo u otro. Frente a la alteridad, sólo puede anularla. Por eso, como he dicho antes, trata de manipular o transformar todas las cosas para sus propios fines egoístas, como si todo lo demás existiera para él (como si, en otras palabras, fuera Dios). Cuando esto es imposible, actúa para negar o destruir. «Este es el principio del pecado», escribe Schelling, «que el hombre transgrede del ser auténtico al no ser, de la verdad a la mentira, de la luz a las tinieblas, para convertirse en un terreno autocreador y, con el poder del centrum que tiene en sí mismo, gobernar sobre todas las cosas» [17].
Schelling dice que «por eso se produce el colapso dentro de la voluntad misma y fuera de ella» [18]. Mientras la voluntad humana exista en unidad con la voluntad universal, dice, «estas mismas fuerzas existen en consonancia con el equilibrio divino» [18]. En otras palabras, la voluntad humana en unidad con la voluntad universal está en armonía con el todo. Reconoce su lugar en el todo, se afirma como parte del todo. Pero cuando la voluntad propia se pervierte y abandona la voluntad universal absolutizando la voluntad oscura de la tierra, existe en relación adversaria con todo lo que existe. Schelling escribe: «se esfuerzan por juntar o formar su propia vida peculiar a partir de las fuerzas que se han separado unas de otras, una hueste indignada de deseos y apetitos (ya que cada fuerza individual es también un anhelo y un apetito), siendo esto posible en la medida en que el primer vínculo de fuerzas, el primer fundamento de la naturaleza misma, persiste incluso en el mal. Pero como, en efecto, no puede haber una vida verdadera como la que sólo podría existir en la relación original, surge una vida que, aunque individual, es, sin embargo, falsa, una vida de mentiras [Lüge], un crecimiento de la inquietud y la corrupción» [19].
Esta voluntad egoísta abandona la luz o voluntad universal, por medio de la cual tanto las cosas como los deseos y los apetitos se ponen en su lugar y se moderan. El individuo que abraza la voluntad oscura se ve consumido por tales deseos. Su vida es fundamentalmente «falsa», en el sentido preciso de que no está alineada con la verdad, con la voluntad universal del entendimiento. Vive una mera apariencia de vida humana, encerrado en sí mismo y abriéndose a la otredad sólo para utilizarla o aniquilarla al servicio de sus apetitos.
Al arremeter contra el mundo, su «crecimiento» (Gewächs) es un descenso hacia una «corrupción» (Verderbnis) cada vez mayor, en la que no encuentra paz, sino agitación e «inquietud» (Unruhe), ya que la insaciable pulsión por satisfacer sus deseos le empuja hacia adelante. Ninguna parte del todo puede intentar usurpar el todo y reinar como un contra-dios sin volverse tóxica para sí misma y para todo lo demás.
Heidegger comenta estas ideas en un pasaje que merece la pena citar detenidamente: «¿En qué consiste la vileza del mal? Según la nueva definición dada de la libertad, ésta es la facultad del bien y del mal. En consecuencia, el mal se proclama a sí mismo como una posición de voluntad propia, más aún, como un modo de ser libre en el sentido de ser uno mismo en términos de su propia ley esencial. Al elevarse por encima de la voluntad universal, la voluntad individual quiere precisamente ser esa voluntad. A través de esta elevación se produce una forma de unificación propia, por lo tanto, una forma propia de ser espíritu. Pero la unificación es una inversión de la voluntad original, y eso significa una inversión de la unidad del mundo divino en la que la voluntad universal está en armonía con la voluntad del fundamento. En esta inversión de las voluntades se produce el devenir de un dios invertido, del contraespíritu, y así la sublevación contra el ser primigenio, la revuelta del elemento adverso contra la esencia del ser, la inversión de la unión del ser en la desunión es producto de la elevación del fundamento de la existencia cuando se coloca en el lugar de la existencia. Pero la inversión y el trastorno no son solo meramente negativos y oscuros, sino que la negación se coloca a sí misma en el dominio. La negación transpone ahora todas las fuerzas de tal modo que se vuelven contra la naturaleza y las criaturas. La consecuencia de ello es la ruina de los seres» [20].
Schelling elabora su teoría con una analogía precisa entre el mal y la enfermedad (que ciertamente se califica como lo que a veces se ha llamado «mal físico»). Se refiere a la enfermedad como «el desorden surgido en la naturaleza por el mal uso de la libertad». ¿Por qué? Porque la enfermedad implica que una parte se separe del todo, es decir, que se «libere».
En un organismo, lo que Schelling llama el «principio irritable» (irritable Prinzip, un tema tratado en su anterior filosofía de la naturaleza) es un reflejo primitivo del oscuro principio del fundamento. Es precisamente esa parte o función del organismo que reacciona contra su entorno o contra la alteridad como amenaza potencial y empuja al organismo a arremeter de un modo u otro o a replegarse.
Schelling nos dice que la enfermedad se produce cuando el principio irritable «se activa» y una parte del organismo se vuelve en contra del todo [21]. Schelling afirma que «la enfermedad particular surge sólo porque aquello que tiene su libertad o su vida sólo para poder permanecer en el todo se esfuerza por ser para sí mismo» [22]. En pocas palabras, la enfermedad se produce cuando una parte del organismo «decide», en efecto, «ser libre».
Un ejemplo obvio sería un tumor canceroso que crece dentro de un órgano. En circunstancias normales, el órgano funciona dentro del todo, desempeñando la función que le corresponde por el bien del todo y sin interferir en las funciones de los demás órganos. Pero cuando un órgano se enferma, actúa contra el todo, dañando a otros órganos o impidiendo sus funciones y, en circunstancias extremas, amenaza incluso con acabar con la vida del todo. Lo que ocurre en el caso de la enfermedad es precisamente análogo al mal, o viceversa: es como si una parte del todo deseara ser el mismo todo; es decir, ser aquello por lo que todo lo demás funciona o trabaja.
El órgano enfermo no puede, por supuesto, lograrlo, pero lo que sí puede hacer es negar las otras partes. El todo – ya sea el organismo o el Dios orgánico que lo contiene todo – es absoluto en la medida en que unifica todo lo que existe en un sistema holístico. Lo que se convierte en mal – ya sea un órgano enfermo o una voluntad humana pervertida – no puede ser absoluto en este sentido, por lo que trata de absolutizarse anulando todo lo que se le opone como otro.
En este sentido, tanto la enfermedad como el mal son literalmente odiosos y maliciosos. La curación, afirma Schelling, consiste en «la reconstrucción de la relación de la periferia con el centrum». De forma algo menos oscura, dice que la curación se produce «mediante la restauración de la vida separada e individual en el vislumbre interior de la luz del ser» [23] En otras palabras, la curación implica restaurar la armonía entre la parte enferma y el todo; volver la voluntad hacia la luz.
Continuaremos explorando la explicación del mal según Schelling en nuestra próxima entrega.
Notas:
[1] F.W.J. Schelling, Philosophical Investigations into the Essence of Human Freedom, trans. Jeff Love and Johannes Schmidt (Albany: State University of New York Press, 2006), 31.
[2] Schelling, 32. Centra es el plural del latín centrum, o «centro». Schelling se refiere a los dos «centros» de la oscuridad y la luz. Cuando utiliza centrum (singular) casi siempre se refiere al fundamento (el principio oscuro).
[3] Schelling, 32.
[4] Schelling, 32-33.
[5] Heidegger, Schelling’s Treatise on the Essence of Human Freedom, trans. Joan Stambaugh (Athens, OH: Ohio State University Press, 1985), 62. En adelante, «ST». Compárense las conferencias de 1941: «Schelling concibe la libertad no sólo como independencia de la naturaleza, sino más esencialmente como independencia de Dios, y sin embargo ante Dios, es decir, en relación con Dios, es decir, ‘en’ Dios. Pues todo «es» -en cuanto «es»- semejante a Dios y, por lo tanto, en cierto modo, Dios. Pan estin theos [todo es Dios]». Martin Heidegger, The Metaphysics of German Idealism, trad. Ian Alexander Moore y Rodrigo Therezo (Cambridge: Polity Press, 2021), 139. En adelante, «MGI».
[6] Schelling, 33.
[7] Schelling, 33.
[8] Schelling, 33.
[9] Schelling, 33. He modificado la traducción para aclarar el significado.
[10] Schelling, 54.
[11] Schelling, 34.
[12] Schelling, 34.
[13] Schelling, 34.
[14] Schelling, 54. Cursiva mía. La cita completa dice así: «La posibilidad general del mal consiste, como se ha demostrado, en que el hombre, en lugar de hacer de su yoidad el fundamento, el instrumento, puede esforzarse por elevarla a la voluntad rectora y total y, a la inversa, hacer de lo espiritual en sí mismo un medio. Si el oscuro principio del yo y de la voluntad propia en el hombre es penetrado completamente por la luz y se une con ella, entonces Dios, como amor eterno o como realmente existente, es el vínculo de fuerzas en él. Pero si los dos principios están en discordia, otro espíritu usurpa el lugar donde debería estar Dios, a saber, el dios invertido, el ser suscitado a la actualidad por la revelación de Dios que nunca puede arrancar la actualidad de la potencia que, aunque nunca es, sin embargo siempre quiere ser y, por lo tanto, como la materia de los antiguos, no puede ser captado realmente (actualizado) por el entendimiento completo, sino sólo a través de la falsa imaginación (logismōi nothōi), que es el pecado mismo; por esta razón, puesto que, no teniendo ser en sí, toma prestada la apariencia de ser del verdadero ser, como la serpiente toma prestados los colores de la luz, se esfuerza por medio de imágenes especulares en llevar al hombre a la insensatez en la que sólo ella puede ser comprendida y aceptada por él» (pp. 54-55). Logismōi nothōi es una alusión al Timeo.
[15] Heidegger, ST, 106. Heidegger pone en cursiva toda la frase para indicar la importancia de esta idea.
[16] Heidegger, MGI, 76. Cursiva en el original.
[17] Schelling, 55. La segunda cursiva es mía. También es útil el siguiente pasaje: «Porque aún permanece en el que se ha extraviado el sentimiento de que era todas las cosas, es decir, en y con Dios; por eso se esfuerza una vez más por volver allí, pero para sí mismo y no donde podría ser todas las cosas, es decir, en Dios. De ahí surge el hambre del egoísmo que, en la medida en que renuncia al todo y a la unidad, se vuelve cada vez más desolado, más pobre, pero precisamente por eso más codicioso, más hambriento y más venenoso. En el mal se da la contradicción autoconsumidora y siempre aniquiladora de que se esfuerza por llegar a ser criatura sólo aniquilando el vínculo de la existencia criatural y, por soberbia desmedida de serlo todo, cae en el no-ser» (p. 55).
[18] Schelling, 34.
[19] Schelling, 34. He modificado la traducción para hacerla más literal.
[20] Heidegger, ST, 143. Compárese con este pasaje de las conferencias de 1941: «El mal es la voluntad del espíritu que, como voluntad universal, se transpone en la voluntad propia como tal, para que esta última sea la voluntad universal… Este desarraigamiento de la voluntad universal no se extravía en lo indeterminado; consiste, más bien, en transponerse en la voluntad propia para hacer de ésta la voluntad universal y así pervertir y reemplazar la voluntad humana. En esto consiste la vileza del mal, una vileza que es espiritualidad en su máxima expresión. En el mal la voluntad quiere ser la voluntad del fundamento y convertir el fundamento en una voluntad universal. En el mal, lo humano es el contra-Dios». Heidegger, MGI, 112.
[21] Schelling, 34. En este mismo pasaje, Schelling también describe la actuación del principio de irritabilidad: «cuando se despierta Archaeus abandona su apacible morada en el centrum y se dirige a su entorno». Archaeus (Archäus) era un término utilizado por Paracelso para referirse a un principio vital que se encontraba en todos los seres vivos.
[22] Schelling, 35. cursiva mía.
[23] Schelling, 34.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera