Capitalismo transformado: de la desregulación económica al control total
Traducción: Carlos X. Blanco
Tal sistema, digno de la peor distopía orwelliana, es acogido con entusiasmo
Es como si, de repente, nos hubiéramos encontrado proyectados en el nuevo papel de sujetos que deben ejecutar todas las reglas restrictivas que el poder, día tras día, impone: reglas que, innegablemente, contradicen los valores sobre los que se construyó nuestra vida y que nunca hubiéramos imaginado que se nos pidiera suspender. El poder capitalista oscila permanentemente entre una tendencia autoritaria y coercitiva, por un lado, y una permisiva, por otro: debe, por un lado, impedir toda práctica de éxodo con respecto del propio capitalismo y, al mismo tiempo, favorecer en todo sentido la libre circulación de mercancías y de consumo.
Por un lado, requiere sujetos obedientes y pasivos, súcubos de poder y sus emanaciones. Y, por otro lado, quiere que prevalezca el perfil del consumidor, al que todo está permitido, siempre que pueda permitírselo económicamente. El capitalismo toma así la forma de una "jaula de acero" (Weber) con barras de acero inoxidable y con un rápido castigo para los que quieran escapar; una jaula de acero, sin embargo, dentro de la cual todo debe ser libremente accesible en forma de bienes. En la historia del capitalismo, según las fases históricas y los contextos geográficos, prevalece el primer momento autoritario (pensemos, por ejemplo, en el Chile de Pinochet), ahora el segundo momento permisivo-consumista (consideremos, en este sentido, la "mutación antropológica" producida por el Sesenta y Ocho como transición hacia un capitalismo antiautoritario y de libre consumo).
Ahora, como ya se ha dicho, parece que vuelve a dominar la fase autoritaria, en la forma específica y sin precedentes de un régimen de salud que nos reduce al rango de sujetos y, al mismo tiempo, de peligrosos asintomáticos. Y lo hace, precisamente, limitando las libertades y los derechos y estableciendo una verdadera excepción de estado de emergencia, en la que la seguridad sólo se garantiza a cambio de la renuncia a importantes cuotas de derechos y libertades. Lo que sorprende, en este escenario excepcional, es, además, la evidente incapacidad de la mayoría de las personas para analizar los dispositivos de emergencia más allá del contexto inmediato en el que operan y para el que, se dice, han sido diseñados.
Quienes se atreven a señalar que estas restricciones de la libertad y los derechos, justificadas en nombre de la emergencia, podrían muy bien ser las señales o, para permanecer en la esfera médica hegemónica, los "síntomas" de un cambio de paradigma y de una reestructuración vertical del poder, son tomados literalmente por víctimas de la locura o -lo que no es tan diferente en la sociedad terapéutica- por caer presas de la mentalidad de la "conspiración". En otras palabras, muy pocos tienen la fuerza, el coraje, la lucidez y tal vez incluso la honestidad para señalar que es probable que nos encontremos en presencia de un gobierno nuevo y diferente, que pone en marcha una nueva fase de turbo-capitalismo.
Y que, utilizando la narrativa de la emergencia como un arte de gobierno, un nuevo paradigma de poder: que, más allá de la emergencia (que, probablemente, no se apagará tan rápidamente, quizás también gracias a la aparición de nuevas pandemias), marca un novum en la historia de Occidente y del propio capitalismo, obteniendo, además, una eficacia aún mayor de control y administración de mentes y cuerpos en comparación con las anteriores fases autoritarias atravesadas por el modo de producción capitalista. Este nuevo método de gobierno in statu nascendi reconfigura el propio capitalismo, de una sociedad de libre disfrute y desregulación económica y antropológica, en una sociedad de control total: es decir, en una especie de inmenso hospital en el que la relación entre los ciudadanos y los gobernantes se redefine en términos de un vínculo sin precedentes entre los enfermos y los médicos.
Tal vínculo, además, podría hacer valer tanto la petición autoritaria de la que hablábamos (el vínculo entre paciente y médico es asimétrico y jerárquico por naturaleza), como un nuevo módulo narrativo, que ya parece ser ampliamente operativo: un módulo narrativo que siempre presenta las estrictas y perjudiciales medidas de libertad como si fueran para siempre, casi como si tales medidas fueran el equivalente de la medicina administrada por el médico al paciente para asegurar su supervivencia. Así es como, entre otras cosas, se explica todo excepto estúpida aceptación por parte de la población italiana del nuevo método de control a través de drones.
Tal sistema, digno de la peor distopía orwelliana, es a veces acogido con entusiasmo por unos hombres reducidos a la condición de terror: "Coronavirus, El Enac da luz verde al uso de drones para vigilar los movimientos" ("La Stampa", 23.3.2020). Como en el panóptico teorizado por Bentham y estudiado por Foucault, con los drones volando sobre nosotros ahora somos permanentemente controlables. Siempre estamos listos para ser monitoreados y castigados por nuestros drones.