Cordon sanitario
La última vez que el mundo estuvo al borde de la guerra nuclear, fue porque una isla frente a la costa estadounidense, con siete millones de habitantes, daba la bienvenida a los misiles soviéticos para evitar la agresión estadounidense. Hoy, hay un acuerdo general - y miedo – acerca de que lo más probable es que la tercera guerra mundial estalle en la zona de los tres estados bálticos, que en conjunto tienen menos habitantes que la ciudad de Nueva York. Con la historia y la geografía estando entre las materias académicas más descuidadas, ha sido fácil para la cultura dominante (los EEUU) convencer al resto del mundo de que "los países balticos" están siendo amenazados por un vecino poderoso. ¿La razón? Fueron durante siglos parte de los predecesores de esas entidades.
La falta de perspectiva histórica deja a los públicos occidentales abiertos a toda clase de ilusiones sobre el pasado. En el caso de los países bálticos, se ha hecho creer que la Unión Soviética ocupaba países democráticos que siempre habían sido libres e independientes, con sólo la disolución del "Imperio Maligno" que les permitía volver a ser "libres".
El hecho es que, aparte de un breve período entre la I y la II guerra mundial, y el actual, tras la disolución de la Unión Soviética, los tres países bálticos que se presentan como víctimas inminentes de una mítica amenaza rusa siempre han sido parte de otros grupos más grandes aparte de Rusia, ¡y ni siquiera siempre juntos! Con sólo seis millones de habitantes, estos tres países ni siquiera comparten un idioma. El letón y el lituano son lenguas indoeuropeas, pero el estonio es parte del grupo lingüístico urálico, que también incluye el finlandés. Estas familias de lenguas son tan distantes entre sí -pensemos en el húngaro y en el francés- que ninguna comunicación directa es posible.
No es sorprendente que, aunque sean vecinos, las historias de los países bálticos también hayan sido muy diferentes: durante los siglos XVI y XVII, Lituania y Polonia se unieron para convertirse en una de las entidades más grandes de Europa. En su apogeo, la Commonwealth polaco-lituana abarcaba cerca de 1.200.000 km2 de extensión, comprendiendo a la actual Polonia, Lituania, Bielorrusia y Ucrania, con una población multiétnica de 11 millones de habitantes. Hoy en día sus descendientes se encuentran en varios países de Europa central y oriental: Polonia, Ucrania, Moldavia (Transnistria), Bielorrusia, Rusia, Lituania, Letonia y Estonia.
Mientras tanto, Letonia y Estonia fueron gobernadas por poblaciones alemanas bálticas más poderosas por más de 700 años, antes de quedar bajo la influencia de la mencionada Commonwealth y también de Suecia.
Contrariamente a la impresión errónea creada por los medios de comunicación occidentales, los Estados bálticos en sus actuales fronteras no se independizaron hasta después de la Primera Guerra Mundial, habiéndo sido gradualmente absorbidos en el Imperio ruso desde el siglo XVIII. A partir de 1919, como estados independientes, formaron parte de lo que Clemenceau consideraba un necesario cordón estratégico sanitario, protegiendo a Europa de la Rusia soviética.
El cordón sanitario comprendía toda la zona desde Finlandia en el norte hasta Rumania en el sur, que se situaba entre Europa y la Rusia soviética.
A finales de los años veinte y principios de los treinta, las tres naciones bálticas cayeron bajo gobernantes autoritarios autóctonos a través de golpes incruentos. Cuando fueron ocupados por la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, como parte del Pacto Molotov-Ribbentrop, sus dictaduras derechistas colaboraron con Hitler con la esperanza de recuperar su independencia, de forma similar al escenario que se desarrolla en Ucrania. Y como Ucrania, fueron ocupados por el Tercer Reich en 1941, como parte de su ataque contra la Unión Soviética. Fueron liberados por el Ejército Rojo en 1944-45 y su reinserción en la URSS fue formalizada por la Conferencia de Yalta y los Acuerdos de Potsdam, que dividieron Europa entre la Unión Soviética y un Occidente liderado por Estados Unidos.
Uno puede pensar en muchas razones por las que los países pequeños que han estado ocupados por grandes países se resienten de su condición y, en consecuencia, están decididos a evitar que la situación se repita. Con respecto a los países bálticos, algunas de las razones están relacionadas con el hecho de que muchos rusos fueron enviados a ayudar a su modernización. Después de la desaparición de la Unión Soviética, Estonia y Letonia exigieron que los rusos aprendieran sus idiomas, absolutamente sin relación, para darles el derecho de ciudadanía, tomando la actualidad internacional.
Aparte de las típicas tendencias nacionalistas, lo que aparentemente se pasa por alto en la tensa situación actual entre Rusia y la OTAN es que los países bálticos, como los países de Europa Oriental propiamente dichos, han constituido históricamente el camino a través del cual Rusia ha sido invadida, empezando por los Caballeros Teutónicos en la Edad Media, siguiendo con Napoleón, y luego con Alemania, dos veces (situada centralmente, Alemania ha sido históricamente la influencia dominante en la región al este de la barrera alpina que, para los rusos, ha sido una puerta trasera abierta). Así como Occidente creyó que era necesario imponer un "cordón sanitario" entre sí y el joven Estado soviético, Rusia está tan determinada como la Unión Soviética para defenderse de futuras invasiones. Esta determinación nunca ha sido aceptada por Occidente, principalmente debido a la historia rusa de dominio autocrático, que se presta a representaciones cinematográficas dramáticas.
Aparentemente, los países bálticos han comprado con entusiasmo la campaña en curso de Occidente de temer a Rusia, con la idea en última instancia de obtener acceso a sus tesoros minerales.
Invariablemente pintado como el Imperio Malvado de regreso y aumentado, cuando un buque naval ruso hace un viaje perfectamente legítimo de Kaliningrado - la salida de Rusia en el Mar Báltico - al Mediterráneo - donde Rusia está comprometida en la defensa del presidente sirio Bashar al-Assad contra una brutal campaña terrorista financiada por los EE.UU., acapara las primeras páginas de los periódicos a lo largo de su recorrido.
Por supuesto, la historia es pertinente a la actual histeria báltica, pero no está cerca de justificar el incesante tambor de guerra encarnado en la presencia de las tropas de la OTAN y el hardware militar avanzado en Polonia y los países bálticos, que sólo puede servir para legitimar el miedo.
Una apreciación desapasionada de la situación exige que reconozcamos que cualquier gobierno con una preocupación normal por las finanzas de su país estaría tanto más dispuesto a dar la bienvenida a las fuerzas de la OTAN (y su propaganda), ya que su presencia es una bendición financiera. La guerra es buena para la economía, y la amenaza de la guerra también.
Por último, existe el mismo anhelo de ser reconocidos como parte de "Occidente" que el que afligió a los países de Europa del Este durante siglos: aunque no fueron ocupados por el Imperio Otomano, como lo estuvo toda Europa Oriental hasta las puertas de Viena en el siglo XVI, los Bálticos están todavía más lejos de Europa Occidental, que durante siglos representó la creme de la creme del mundo. En sus fronteras terrestres, sólo la inmensa extensión cubierta de nieve de la atrasada Rusia zarista o bolchevique, por el otro lado, el frío mar Báltico.
Es irónico que estos países ultranacionalistas de Europa no estén interesados en formar parte de la Unión Euroasiática, cuyo principio fundacional es que cada país debe proteger todo lo que lo hace único. Han elegido albergar las armas más sofisticadas de Occidente, para asegurar su inclusión en un mundo globalizado y homogeneizado.