Filosofía política vs. Ideología

26.11.2020

A comienzos del siglo XX vivió un filósofo de la política, hoy sería denominado politólogo, llamado Leo Strauss (1899-1973) que sostuvo la tesis de que la filosofía política había sido reemplazada en el siglo XX por la ideología. Esta puede ser definida cuando con el uso de la razón se construye un sistema de ideas que esconden la voluntad de poder de un grupo, sector o clase social. La idea de enmascaramiento de la voluntad ideológica fue observada antes que nadie por Federico Nietzsche allá por el 1900.

Claro está, Strauss observó la persecución como consecuencia de la ideología nazi en Alemania en la época de Hitler, aunque él ya se había ido a Inglaterra en 1932 ayudado por Carl Schmitt para salir con una beca. Luego se trasladó a los Estados Unidos, al modo de todos los intelectuales judíos avispados de la época (Marcuse, Arent, Adorno, Horkheimer e tutti li fiocci. Allí comprobó que la imbricación entre libre mercado, ciencia y discurso democrático se había constituido en una ideología irrefutable.

El pensador reaccionó, porque era de un buen natural, y denunció la primacía de la ideología sobre la filosofía política. Los tontos que nunca faltan y además son muchísimos, stulturourm infinitus est numerus,lo acusaron de ser un reaccionario aristotélico cuando él solo se había limitado a constatar hechos fácticos e indubitables. 

Nosotros hoy padecemos la ideología o peor aún el ideologismo, como visión bastarda de la ideología. Así se juntan algunas ideitas correctas, los dinerillos de algunos vivos y el concurso de muchos estultos y ya tenemos el ideologismo de un candidato político para la circunstancia.

Para limitarnos a Argentina, pero muy bien nos podríamos extender a toda Iberoamérica, no existen más "proyectos nacionales" al estilo del de Perón con su "Argentina potencia" o de Getulio Vargas y su "Estado Novo", hoy lo que tenemos es ambiciosos administradores de la cosa pública que buscan perpetuarse en el poder y nada más. Hoy la idea de proyecto nacional se limita a enunciados y propuestas aisladas que no se concatenan unas con otras. Así dentro del mismo proyecto defendemos la jubilación estatal y vetamos la ley de defensa de los bosques y los glaciares. Nacionalizamos algunas empresas y dejamos que la minería del oro haga lo que quiera, destruyendo el medio ambiente y matando a nuestros paisanos de cáncer colectivo. Declamamos la inclusión irrestricta de los jóvenes a la educación y tenemos la mayor deserción escolar de la historia, defendemos la vida y sancionamos el aborto y así al infinito podemos encontrar ejemplos contradictorios que lo muestran como un pseudoproyecto.

Un proyecto nacional no es un cúmulo de enunciados ocurrentes sino la elaboración trabajosa de un proyecto que una nación se quiere dar en la historia del mundo. No es un chiste electoral para lograr más votos, es el riesgo que un pueblo toma como proyecto para existir con rasgos propios en la historia del mundo. Es un todo congruente y consistente en que las partes tienden a un fin que es: la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.

Y ese todo, como proyecto nacional, tiene que estar vinculado con su pasado y con su presente. Con su pasado considerando aquello que realizó con éxito y con su presente como aquello que puede realizar, no otorgándole mayores ni menores capacidades de las que tiene un pueblo para no fracasar en el futuro, que es el éxtasis temporal de la realización de un proyecto nacional. El mismo término proyecto significa “aquello que está yecto, que está tirado adelante”

Como se podrá ver un proyecto nacional es algo serio, pensado, equilibrado no es moco e´pavo que uno puede liquidar con dos frases hechas o con alguna ocurrencia del momento o la circunstancia política. 

La idea de soberanía nacional, razón de ser de todo proyecto nacional, ha sido archivada y dejada de lado en función de la idea de beneficio personal de los dirigentes de turno. Ninguno de nuestros dirigentes tiene la altura de posponer sus ventajas personales en función del bien común general.

Muchos sindicalistas realizan como gran cosa actos oficialistas al calor de las ventajas que obtienen, los obispos declaraciones de circunstancias en función de esas mismas ventajas, los empresarios ni que hablar, los agentes sociales de igual manera.¿Cómo romper ese círculo vicioso?. Es muy difícil, tarea casi imposible. Pero veamos, intentemos.

La respuesta desde la filosofía sería: hay que recuperar y trabajar políticamente desde la filosofía política y no desde la ideología. Claro está, esto suena a neutralidad académica, a falta de compromiso, de engagement, pero a la vista otra posibilidad no existe. Y además es muy difícil porque no es pa´ todos la bota e`potro de la filosofía política.

Esta disciplina filosófica se apoya en una premisa fundamental, la búsqueda del bien común general de toda comunidad política más allá de las circunstancias aleatorias, más allá de la coyuntura diaria, más allá de la contingencia.

Y el bien común general de los pueblos hispanoamericanos es poder decidir por cuenta propia, con cabeza propia y para ello necesitan ejercitar la soberanía política, algo que nos está vedado desde el comienzo mismo de nuestra historia, pues nuestros veinte “Estaditos” al contrario de Europa no se crearon a partir de la unión de naciones (Aragón y Castilla para el caso de España, por ejemplo) sino que, por el contrario, ellos quebraron la gran nación hispanoamericana de San Martín y Bolivar y fueron creados por el nacionalismo parroquial de las oligarquías locales.

En Argentina, el Estado fue creado por la nación mitrista (Mitre) que además nos dejó la Nación diario como tribuna de doctrina. Es decir nacimos como Estado no soberano y solo fuimos en muy pocos períodos de nuestra historia genuinamente soberanos, puede ser bajo los gobiernos de Saenz Peña, Irigoyen o Perón, para poner ejemplos del siglo XX.

Así, más allá de los lobbies, de los grupos de presión, de los grupos políticos de intereses, el asunto, la cuestión consiste en resolver la independencia de las decisiones políticas. Esta es la madre de todas las batallas, el resto es episódico. 

Nosotros hemos padecido un caso emblemático con el canciller Caputo quien sostuvo allá por 1984 que: la idea de soberanía nacional está perimida. Nada más erróneo puede sostener aquel que pretenda dedicarse a la política, y sin embargo esta es una idea vigente en quienes hoy hacen política, porque ésta ha dejado de ser una actividad “agónica” (de lucha) para transformase en una actividad “todo negocio”, lo que implica una buena salida laboral. En la sociedad actual del no trabajo la política es una actividad rentable y lucrativa.

Soberano es aquel que tiene el poder de decisión sin recibirla de otro y, políticamente, es el poder absoluto y perpetuo de un régimen político, sea república, sea monarquía. De modo tal que sin soberanía no puede existir actividad política propiamente dicha, lo que existe, entonces, es solo administración de la cosa pública. Es por ello que hoy los gobiernos de las sociedades dependientes no resuelven los conflictos sino que solo los administran dejando su resolución a una especie de fuerza de las cosas que los desinfle y los morigere. 

El poder de un Estado cualquiera se transforma en poder vicario o delegado de otro que está por encima. Esto sucede hoy a la vista de todo el mundo con el poder de los grupos de presión, los poderes indirectos, los grandes grupos concentrados de capital que tienen y ejercen mayor poder que muchos de los propios Estados nacionales.

Si una democracia no puede asegurar a sus miembros un minimum vital (trabajo, salud, justicia y educación) significa que es una falsa democracia, más proclamada que realizada, más formal que real, más deliberativa que eficaz. Y es que la formalidad democrática con la que cumplen hoy casi todos los gobiernos así proclamados ha reemplazado el carácter de eficaz, de hacedor, de creador, de agonal que debe tener la actividad política para ser tal. La democracia procedimental con los mil subterfugios que tiene la formalidad legal ha terminado ahogando a la actividad política. Hoy la lucha es por integrar listas de electores o candidatos, se discute si pueden o no serlos, por ver quien es más democrático, o mejor aun, por mostrar quien cumple mejor con las formalidades democráticas (en esto los radicales argentinos son maestros), se compite en mostrar quien es más víctima, pero en ningún momento se habla de los dos elementos que constituyen el bien común general de la comunidad política: el logro de la concordia interior a través de un mínimo de prosperidad y la seguridad exterior. Como en la película de Mastroiani De esto no se habla.

Vamos cada vez profundizando la polarización de las opiniones en un juego que, finalmente, termina beneficiando a terceros interesados. Desde el oficialismo se lanza la idea que quien no lo vota está en contra del proyecto nacional y desde la oposición se le achaca al oficialismo que está al servicio de los grupos concentrados del capital y, para colmo de males ambas posiciones lo hacen invocando al peronismo. Y así, la van de peronistas Heller, primer diputado por la Capital Federal, gran gorila y antiguo PC y lo fue de Narváez, primer diputado por la provincia de Buenos Aires, gran liberal y mercachifle millonario. Anotemos como anécdota los dos tienen algo más en común: el yiddish como lengua maternal.

En realidad en ambas listas -oficialismo y oposición- los menos son los candidatos peronistas, los hay del partido comunista, de la democracia cristiana, de la socialdemocracia, de los conservadores, de los liberales, etc., pero los peronistas brillan por su ausencia. Una vez más han quedado como el jamón del sándwich, empanados entre tirios y troyanos, entre gorilas de izquierda y gorilas de derecha. 

El lema tendría que ser, y ya lo hemos dicho en varias ocasiones, el de la espada de César Borgia: Aut Caesar aut nihil= Aut Perón, aut nihil (O Perón, o nada) pero para eso hay que hacer una revolución, cambiar este orden por otro, pero la palabra revolución y sus sostenedores han sido demonizados por el pensamiento políticamente correcto del progresismo democrático. Y además habría que ver si al peronismo auténtico le quedan fuerzas para semejante combate.