Ernst Jünger y el nacional-bolchevismo

23.02.2024
Publicado en la Magazine littéraire n°130, nov. 1977.

En la Alemania de la década de 1920 el nacional-bolchevismo desarrollado por Ernst Niekisch y la revista Vormarsh era considerado un rival del nacionalsocialismo. Jünger desarrolló la tesis de la primacía de la nación y escribió Der Arbeiter antes de que el movimiento desapareciera, aplastado por el nacionalsocialismo, del que Jünger se apartó con horror.

El “nacional-bolchevismo” fue un movimiento político marginal que tiene un interés teórico considerable y que surgió en el seno de la extrema derecha alemana en la primavera de 1919. Su punto de partida era la convicción de que los valores fundamentales de la derecha, como la nación, el Estado y la jerarquía, eran realidades eternas que, si bien las revoluciones podían oscurecer temporalmente, sólo resurgían con más fuerza al ser regenerados por el combate. Ese era el caso de la Rusia bolchevique, la cual no era otra cosa que un avatar de la Rusia eterna; el Estado ruso se había vuelto más fuerte que nunca y no se había desintegrado; la nación rusa, liberada de la influencia occidental, había redescubierto su identidad; el materialismo marxista era una máscara tras la cual existía un fuerte idealismo; Lenin y luego Stalin no eran otra cosa que “zares rojos”, etc.

Esta interpretación, muy extendida en la época (y no sólo dentro de la derecha alemana), no constituye en sí misma una forma de pensamiento “nacional-bolchevique”. Para hablar de “nacional-bolchevismo” los militantes de estas ideas debían sacar sus propias consecuencias prácticas, es decir, decidir aplicar tal receta a su propio país “contaminado” por el liberalismo y la democracia. Es necesario aceptar plenamente la revolución socioeconómica, no solo con tal de complacer a ciertos individuos o grupos, sino para fortalecer la nación y el Estado. Por otra parte, no solo debían aliarse con “Rusia”, sino también con los comunistas alemanes e incluso, lógicamente, aceptar su eventual hegemonía, ya que el movimiento natural de la historia utilizaría el comunismo alemán para hacer nacer una nueva Alemania o, más exactamente, una “nueva Prusia”.

Esta era la solución propuesta en abril de 1919 por el primero de los “nacional-bolcheviques”, el diputado y nacionalista alemán Paul Eltzbacher, que llamó a sus compatriotas a “colocarse con toda honestidad del lado del bolchevismo” con tal de escapar a la “esclavitud” que les esperaba gracias al futuro tratado de paz, pero también con la esperanza de poder lograr “una reconstrucción completa del Estado” según los criterios más puros expresados por la tradición del idealismo alemán…

Ernst Jünger ha sido acusado de ser “nacional-bolchevique” por diversos investigadores, siendo Hermann Rauschning el más importante de todos ellos, autor de un libro titulado la Revolución del nihilismo, considerado en su tiempo como una obra esencial para interpretar el fenómeno del totalitarismo.

No obstante, es tan inexacto considerar a Jünger un “nacional-bolchevique” como llamarlo un nacional-socialista en el sentido “hitleriano” del término… Lo cierto es que Jünger estaba fascinado por la problemática del bolchevismo; como teórico de cierta extrema derecha modernista, se sentía infinitamente más cerca del totalitarismo estalinista que del liberalismo “occidental”. También tenemos que tener en cuenta que, sin comprometerse plenamente, defendió una actitud política “a ultranza” que multiplicó las tendencias “nacional-bolcheviques” entre sus numerosos admiradores. Es significativo que la mayoría de los líderes “nacional-bolcheviques”, empezando por el más famoso de todos ellos, Ernst Niekisch, fueran conocidos, y a veces incluso amigos íntimos, de Jünger.

En 1925, por primera y última vez en su vida, Jünger intentó participar en la política activa. Llamó a las ligas de veteranos a unirse para fundar un Estado “nacional, social, armado y organizado autoritariamente”, una fórmula que delataba una evidente admiración por el modelo fascista. Tal llamamiento fracasó. Convencido del “fiasco de las Ligas”, Jünger decidió dedicarse a la formación de una “élite intelectual”. Se puso a la cabeza de una falange de escritores veteranos y colaboró en un gran número de revistas ultranacionalistas, como Vormarsch, esforzándose especialmente por influir en el núcleo duro de las Juventudes que hacían parte de las Ligas. Su talento pronto le permitió establecerse como el “líder espiritual indiscutible” de lo que llegó a conocerse como los “jóvenes nacionalistas” o “neonacionalismo”, es decir, una variante ideológica especialmente extremista al interior de la extrema derecha alemana. En ese entonces el nacionalsocialismo era solo un pequeño grupo al interior de la extrema derecha junto a muchos otros…

Las principales características de este “neonacionalismo” fueron sus orígenes paramilitares y su fuerte inspiración nietzscheana. Tanto los antinacionalistas militantes, imbuidos por una visión darwiniana y “vitalista” del mundo, como los escritores “neonacionalistas” se regodeaban con las expresiones de brutalidad de la “soldadesca”. Pero al tiempo que exaltaban la sangre, la fuerza y la fatalidad, la barbarie fértil y el primitivismo, se sentían fascinados por el poder de la tecnología que habían experimentado en el campo de batalla. Así pues, estos ultrarreaccionarios eran al mismo tiempo modernistas que analizaban todos los aspectos de la sociedad industrial y que estaban convencidos de que “la ciudad es el frente de la actual batalla” en un momento en que muchos otros ensalzaban aún o seguirían ensalzando las virtudes de un retorno a la tierra… En cuanto a la política práctica, cultivaban un “espíritu de continuidad”, es decir, de radicalismo, que era la palabra alemana para hablar de extremismo. Una de sus consignas era la “decisión”, decisión “sin miramientos” hacia nadie ni hacia uno mismo siempre que la patria estuviera en juego.

En este magma a menudo oscuro, Jünger destacaba por su sutileza y amplitud de miras, además de su talento como escritor. Le gustaba presentar su nacionalismo no como un fin en sí mismo, sino como su medio favorito para llevar a cabo una especie de revolución cultural. “El nacionalismo”, escribía, “es la contra-crítica de la crítica dirigida contra la Vida en el contexto de una fe debilitada. Como tal, es afín a la Contrarreforma… Expresa un decidido apego por el suelo, algo sorprendente tras 150 años de Aufklärung (Ilustración)”.

El hecho es que, según el propio Jünger, el medio esencial para lograr esta contrarrevolución era tomar ideas como la Nación “que escaparan a toda discusión”, presentando la Nación como un “valor central” y utilizar el nacionalismo como una especie de explosivo capaz de derribar los valores actuales. Mejor aún, con tal de ir aún más rápido se debían utilizar todos los medios proporcionados por el nihilismo, exaltando el caos, el “borrón y cuenta nueva” y la “limpieza a través del vacío”, entendiéndose que se trataba de un nihilismo provisional, “responsable” o, por decirlo sin rodeos, “prusiano”, destinado a reconstruir sobre nuevas bases todo lo anterior. Como decía el propio Jünger, sólo tras el despliegue de “lo que queda en nosotros de natural, de elemental, de verdaderamente salvaje, de lenguaje original, de poder, de verdadera concepción tanto de la sangre como de la simiente, será posible dar nacimiento a nuevas formas” …

En 1929 Jünger profundizó en estas reflexiones y llegó a 3 ideas fundamentales que despertaron el entusiasmo entre los más audaces de sus admiradores. En primer lugar, constató la existencia de lo que llamó una “alianza invisible”, es decir, una solidaridad objetiva entre el nacionalismo y el comunismo en la lucha contra el mundo “burgués”. También descubrió, gracias sobre todo al ejemplo ruso, que el hecho nacional es lo suficientemente fuerte como para “triunfar sobre todos los dogmas” y mezclarse sin riesgo con las ideas más diversas, incluida la revolución social. Por último, vio la correlación existente entre nacionalismo y socialismo, por la sencilla razón de que entendía la palabra “socialismo” en un sentido “orgánico” como lo hacía casi toda la nueva derecha alemana.

Estas ideas (o imágenes) chocantes, expresadas en un lenguaje puro e ilustradas con ejemplos muy sutiles, reforzadas por los argumentos de otros hombres como Friedrich-Georg Jünger, exigían el advenimiento de un “Estado de acero” que terminó por conducir a los seguidores más decididos de Jünger hacia el “nacional-bolchevismo” en un proceso que, a fin de cuentas, era muy sencillo. Lejos de ver en el nacionalismo un simple instrumento de una vasta revolución cultural, cierto número de ultras, jóvenes y no tan jóvenes, iban a hacerse pasar por “nacionalistas absolutos” que consideraban la Nación no como “un” valor más sino como “el” valor central.

Al mismo tiempo que la estética del “borrón y cuenta nueva” les convertía en revolucionarios – o rebeldes – “antiburgueses” surgía el deseo de sacar las “últimas consecuencias”, algo que los llevaba a cuestionar radicalmente todo lo que pareciera oponerse al poder de la nación y del Estado. En aquella época, en pleno apogeo de la “prosperidad” así como en el inicio de la Gran Depresión, la extrema derecha alemana se vio arrastrada al campo del anticapitalismo radical. En las revistas de las ligas y en los numerosos debates del Movimiento Juvenil, analistas más o menos hábiles, pero en general muy sinceros, demostraban que la economía había pasado a primar sobre la política (y, por tanto, sobre el Estado).

Criticaban el capitalismo por ser extraño al “espíritu alemán” y lo acusaban de comprometer tanto la independencia como la cohesión nacional… Pero había una división en cuanto a la solución del problema. Mientras que los hitlerianos puros atacaban únicamente al capital “judío”, los “nazis de izquierdas” y los que simpatizaban con ellos proponían un vasto sistema de nacionalizaciones parciales. Los neonacionalistas más “consecuentes” llevaron hasta el final sus análisis y descubrieron el “nacional-bolchevismo”. Durante un tiempo, se inquietaron por el reformismo sincero de los hermanos Strasser, pero pronto se negaron a limitarse a soluciones a medias. Exigieron la erradicación pura y simple del capitalismo mediante el control estatal de todo el sistema de producción. Esta opción les llevó a abogar por una alianza con los comunistas – siempre en nombre “del amor a la nación” – y a defender por todos los medios la experiencia soviética, ilustrada entonces por los “Planes Quinquenales”, interpretados por ellos como un ejemplo extraordinario de afirmación de lo Político y como un instrumento esencial para construir una “Comunidad Nacional” jerarquizada, estructurada y dotada de un ideal.

Sin embargo, Jünger llevó su pensamiento más lejos, orientándolo cada vez más hacia el examen de la dinámica de las sociedades industriales contemporáneas. Observando que el “progresismo” en los países occidentales había alcanzado el valor de una “fe” y la fuerza de un movimiento de masas (algo que lo había convertido en un fenómeno irracional), vio en la manipulación de las técnicas democráticas un medio para lograr la inversión de todos los valores y la movilización total, tema al cual dedicó un pequeño libro en 1931. Emprendió así un camino que le convertirá en uno de los primeros teóricos del totalitarismo, junto con su amigo Carl Schmitt. En 1932 publicó El trabajador (Der Arbeiter), una obra fundamental que plantea la creación de una sociedad fuertemente totalitaria.

Según Jünger, el “obrero” no es solo alguien que trabaja y (sobre todo) no tiene nada que ver con el “burgués”. Es absurdo interpretarlo en términos económicos y (sobre todo) racionales. Representa un “tipo” humano, el tipo del Hombre Nuevo tal como emerge en profunda resonancia con las tendencias de la sociedad técnica de masas, subsumidas bajo el signo del “Trabajo”. Jünger dio a este “Trabajo” un carácter “cósmico”, “total” y, por lo tanto, ineludible. En un universo definido o considerado de tal modo, cada hombre, cada “trabajador” verá su lugar rigurosamente determinado por su grado de adecuación a la tendencia universal. Ocupará su lugar en los escalones de una pirámide sociopolítica ideal. De este modo, se conseguirá la “movilización total”, es decir, el totalitarismo sin lagunas, que permitirá una monstruosa concentración de poder dentro de lo que Jünger llama “espacios planificados” y no nacionales.

En estos espacios, la economía no será necesariamente colectivizada, pero estará totalmente controlada por el Estado, el cual se contentará con controlar todos los nodos estratégicos del poder: por ejemplo, las centrales eléctricas y las emisoras de radio. Este Leviatán moderno florecerá por diversos medios, en particular a través de la guerra, vista como una forma superior de “Trabajo” (es decir, de hecho, actividad o Acción…). El planeta llegará gradualmente a dividirse en un pequeño número de unidades políticas, dentro de las cuales los pueblos más pequeños encontrarán protección hasta que el advenimiento de la dominación planetaria proporcione a todos una forma superior de seguridad, “superando todos los procesos bélicos y pacíficos de trabajo” …

Está claro que las ideas desarrolladas en Der Arbeiter no cumplían con todos los criterios antes dados para definir al “nacional-bolchevismo”. Algunos “nacional-bolcheviques” criticaron a Jünger por adoptar una concepción global (que no era incompatible con un posible imperialismo alemán). Pero lo que realmente distinguía la concepción de Jünger del “nacional-bolchevismo” era ante todo su carácter abstracto. Escritores como Niekisch y Rauschning, que veían en Der Arbeiter el arquetipo del “nacional-bolchevismo”, llegaban a tales conclusiones porque veían en el bolchevismo ruso una forma particular de “antioccidentalismo” de carácter mundial, que también se expresaba en el fascismo italiano. Esa era también la opinión del propio Jünger, que interpretaba el bolchevismo como “la forma bárbara-escita del proceso universal de restauración de todos los valores” …

Si nos limitamos a estas generalidades (o a esta confusión), es cierto que Jünger puede ser visto como una especie de “nacional-bolchevique” abstracto. Pero en la política concreta la simpatía que sentía por la Unión Soviética iba unida a una sólida desconfianza hacia la misma, muy alejada del entusiasmo de los “nacional-bolcheviques” más militantes, mientras que su escepticismo ante los comunistas alemanes era incluso más grande. Por último – y sobre todo – el carácter abstracto o vago de las soluciones propuestas por Der Arbeiter en el terreno económico difería fundamentalmente del radicalismo concreto profesado por los seguidores del “nacional-bolchevismos”, lo que llevó a que surgiera un innegable malestar entre Jünger y algunos de sus admiradores, por muy entusiastas que fueran de su idea de un “Estado total”. Uno de ellos llegó a criticarle por haber abierto el camino a los experimentos “neofascistas” del capitalismo de Estado y es cierto que el vago modelo económico esbozado en Der Arbeiter evoca en parte las prácticas del fascismo italiano… y en parte del futuro nazismo alemán.

Si, por otra parte, Jünger (a quien personalmente consideramos como el más grande escritor alemán contemporáneo) sentía una repulsión sincera y profunda por la vulgaridad y la barbarie de los nazis (una “barbarie” que él mismo había sido ayudado conjurar) podemos decir que se trata de harina de otro costal. Aquí tocamos la responsabilidad del intelectual o del esteta, una responsabilidad que sin duda no habría estado menos comprometida en el caso más que hipotético de una cristalización “nacional-bolchevique” al interior de la extrema derecha alemana… Jünger puso su inmenso talento al servicio de una tendencia global de la que el “nacional-bolchevismo” no representaba, repitámoslo, más que una expresión marginal, pero la más “coherente”, o la más radical, aunque no la más lógica. Jünger no fue ni un verdadero “nacional-bolchevique” ni un “nazi de izquierdas”, ni tampoco, y principalmente, un hitleriano, se situó en medio de la encrucijada de todos los totalitarismos, antes de darse cuenta del horror que transpiraban. No fue un “nacional-bolchevique”, sino un cínico descubridor de las tendencias más nefastas de las sociedades de masas contemporáneas.

Fuente

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera