El momento liberal: del «fin de la historia» a Trump
Charles Krauthammer, un experto estadounidense en relaciones internacionales, escribió un artículo programático titulado «El momento unipolar» en el número de 1990/1991 de la prestigiosa publicación globalista Foreign Affairs, en el que ofrecía una explicación del fin del mundo bipolar. Tras el colapso del bloque del Pacto de Varsovia y la desintegración de la URSS (que aún no se había producido en el momento de la publicación de su artículo) surgiría un orden mundial en el que Estados Unidos y los países del Occidente colectivo (OTAN) serían el único polo que gobernaría el mundo, estableciendo sus reglas, normas, leyes y equiparando sus propios intereses y valores a los del resto del planeta mediante acuerdos vinculantes. Esta hegemonía mundial establecida de facto por Occidente fue denominada por Krauthammer el «momento unipolar».
Poco después, otro experto estadounidense, Francis Fukuyama, publicó un manifiesto similar titulado el «fin de la historia». Pero a diferencia de Fukuyama, que se apresuró a proclamar que la victoria de Occidente sobre el resto de la humanidad ya había tenido lugar y que en adelante todos los países y pueblos aceptarían sin rechistar la ideología liberal y aceptarían el dominio exclusivo de Estados Unidos y Occidente, Krauthammer fue más comedido y cauto y prefirió hablar de «momento», es decir, de una situación de facto con respecto al equilibrio de poder internacional, pero no se precipitó a decir que este orden mundial unipolar sería duradero. Todos los signos de la unipolaridad se encontraban presentes: aceptación incondicional por casi todos los países del capitalismo, la democracia parlamentaria, los valores liberales, la ideología de los derechos humanos, la tecnocracia, la globalización y el liderazgo estadounidense. Pero Krauthammer, observando tal estado de cosas, decidió decir que existía la posibilidad de que no se tratara de una realidad estable, sino sólo de una etapa, una cierta fase, que podría convertirse en un modelo a largo plazo (en cuyo caso Fukuyama tendría razón) o incluso podría llegar a su fin, dando paso a otro orden mundial.
En 2002-2003 Krauthammer retomó su tesis en otra prestigiosa publicación, pero ya no globalista sino realista, National Interest, donde publicó un artículo titulado « Sobre el momento unipolar», argumentando que después de diez años la unipolaridad había sido un momento y no un orden mundial duradero, ya que pronto surgirían modelos alternativos debido a las crecientes tendencias antioccidentales en el mundo que se podían observar en los países islámicos, en China, en una Rusia fortalecida, donde el presidente Putin había llegado al poder. Los acontecimientos posteriores han reforzado aún más la tesis de Krauthammer de que el momento unipolar ha llegado a su fin y que Estados Unidos no ha conseguido que su liderazgo mundial, el cual poseía en la década de 1990, sea duradero y sostenible: el poder de Occidente ha entrado en un periodo de declive y decadencia. Las élites occidentales no supieron aprovechar la oportunidad de dominar el mundo, que estaba prácticamente en sus manos, y ahora es necesario participar en la construcción de un mundo multipolar con estructuras diferentes, sin pretender poseer la hegemonía, en caso de que no se quiera permanecer en absoluto al margen de la historia.
El discurso de Putin en Múnich en 2007, el ascenso al poder en China de un líder fuerte como Xi Jinping y el rápido crecimiento de su economía, los acontecimientos en Georgia en 2008, el Maidan ucraniano, la reunificación de Rusia con Crimea y, finalmente, el inicio del Nuevo Orden Mundial en 2022 y una gran guerra en Oriente Próximo en 2023 no han hecho sino confirmar en la práctica que los prudentes análisis de Krauthammer y Samuel Huntington, siendo este último el que predijo un «choque de civilizaciones», estaban mucho más cerca de la verdad que Fukuyama, que era demasiado optimista (frente al Occidente liberal). Ahora resulta obvio para todos los observadores sensatos que la unipolaridad fue sólo un «momento» y que este momento está siendo sustituido por un nuevo paradigma: la multipolaridad o – más cautelosamente – el «momento multipolar».
El debate sobre si estamos hablando de algo irreversible o, por el contrario, temporal, transitorio e inestable en el caso de tal o cual sistema internacional, político e ideológico tiene una larga historia. A menudo, los defensores de una teoría insisten vehementemente en la irreversibilidad de los regímenes y transformaciones sociales con los que están de acuerdo, mientras que sus oponentes, o simplemente los escépticos y observadores críticos, plantean la idea alternativa de que se trata sólo de una cuestión de momento.
Esto se remonta al marxismo. Mientras que para la teoría liberal el capitalismo y el sistema burgués son el destino de la humanidad que se impondrá y nunca acabará (ya que el mundo sólo puede ser liberal-capitalista y poco a poco todos se convertirán en clase media, es decir, burgueses), los marxistas veían el capitalismo como un momento del desarrollo histórico. Era necesario superar el momento anterior (feudal), pero a su vez el capitalismo debía ser superado por el socialismo y el comunismo y el poder de la burguesía tendría que ser sustituido por el poder de los trabajadores, la destrucción de los capitalistas y de la propiedad privada para que únicamente prevaleciera una humanidad compuesta por proletarios. Para los marxistas, el comunismo no era un momento, sino, de hecho, «el fin de la historia».
Las revoluciones socialistas del siglo XX – en Rusia, China, Vietnam, Corea, Cuba, etc. – contradijeron el marxismo. Pero la revolución mundial no se produjo y empezaron a existir dos sistemas ideológicos en el mundo: el mundo bipolar comenzó a existir desde 1945 (tras la victoria conjunta de comunistas y capitalistas sobre la Alemania nazi) hasta 1991. En esta confrontación ideológica cada bando argumentaba que el bando contrario no era el destino de la humanidad, sino simplemente un momento, no el fin de la historia, sino una fase dialéctica intermedia. Los comunistas insistían en que el capitalismo se derrumbaría y el socialismo reinaría en todas partes y que los propios regímenes comunistas «existirían para siempre». Los ideólogos liberales les respondieron: no, el momento histórico es el comunismo, el comunismo no es más que una desviación frente al camino burgués de desarrollo, un malentendido y el capitalismo existirá para siempre. Esta es, de hecho, la tesis de Fukuyama sobre el «fin de la historia». En 1991 parecía que tenía razón. El sistema socialista se derrumbó y las ruinas de la URSS y China se precipitaron a abrazar el libre mercado, es decir, se pasaron al capitalismo, confirmando las predicciones de los liberales.
Por supuesto, algunos marxistas marginales creen que aún no es de noche, que el sistema capitalista fracasará y entonces llegará la hora de la revolución proletaria. Pero esto no es seguro. Al fin y al cabo, cada vez hay menos proletarios en el mundo y, en general, la humanidad va en una dirección completamente distinta.
Las opiniones de los liberales, que, siguiendo a Fukuyama, consideraban que el comunismo no era más que un momento y que proclamaron que el «capitalismo sería el fin de la historia» al parecer tenían razón. Los parámetros de la nueva sociedad, en la que el capital alcanza la dominación total y real, fueron interpretados de diversas maneras por los posmodernistas, que propusieron métodos extravagantes para luchar contra el capitalismo desde dentro. Entre ellos, el suicidio proletario, la transformación consciente del individuo en un inválido o en un virus informático, la reasignación de género e incluso el especismo. Todo esto se ha convertido en el programa de la izquierda liberal estadounidense y cuenta con el apoyo activo de la cúpula dirigente del partido demócrata: el wokismo, la cultura de la cancelación, la defensa de la ecología, los transgéneros, el transhumanismo, etc. Pero tanto los partidarios como los detractores del capitalismo victorioso están de acuerdo en que no se trata sólo de una fase del desarrollo que será sustituida por otra cosa, sino que es el destino y la etapa final de la formación de la humanidad. Sólo la transición a un estado posthumano – lo que los futurólogos llaman «singularidad» – puede ir más allá. La propia mortalidad del hombre queda aquí superada en favor de la inmortalidad mecánica de la máquina. En otras palabras, bienvenidos a la Matrix.
Sin embargo, la posibilidad misma de aplicar el término «momento» en la época de la «victoria global del capitalismo» abre una perspectiva muy especial, aún poco pensada y desarrollada, pero cada vez más clara. ¿No deberíamos asumir que el colapso franco y evidente del liderazgo occidental y la incapacidad de Occidente para ser una instancia universal de poder legítimo de pleno derecho tienen una dimensión ideológica? ¿No significa el fin de la unipolaridad y de la hegemonía occidental el fin del liberalismo?
Esta consideración se ve confirmada por un acontecimiento político crucial: el primer y segundo mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. La elección de Trump como presidente por parte de la sociedad estadounidense implica una crítica abierta al globalismo y al liberalismo como expresión del Occidente unipolar y revela que ha madurado una masa crítica de insatisfacción tanto ideológica como geopolítica frente al dominio de las élites liberales. Además, el hecho de que Trump eligiera como vicepresidente de EE.UU. a J.D. Vance deja claro que este ha abrazado la «derecha posliberal». El liberalismo fue considerado como un término negativo a lo largo de la campaña electoral de Trump, aunque se utilizó para referirse al «liberalismo de izquierdas» como ideología del Partido Demócrata estadounidense. Sin embargo, en los círculos del «trumpismo de base» el liberalismo se ha ido convirtiendo en un término negativo y ha pasado a verse como algo inseparable de la degeneración, la decadencia y la perversión de las élites gobernantes. En la ciudadela del liberalismo – Estados Unidos – ha triunfado por segunda vez en la historia reciente un político extremadamente crítico con el liberalismo y sus partidarios no tienen reparos en demonizar directamente esta corriente ideológica.
Así, podemos hablar del fin del «momento liberal», del hecho de que el liberalismo, que parecía haber vencido históricamente y derrotado de una vez por todas a la ideología, resultó ser sólo una de las etapas de la historia mundial y no su fin. Y más allá del liberalismo – después del final del liberalismo y al otro lado del liberalismo – surgirá gradualmente una ideología alternativa, un orden mundial diferente, un sistema de valores diferente. El liberalismo resultó no ser un destino, no el fin de la historia, no algo irreversible y universal, sino sólo un episodio, sólo una época histórica con un principio y un fin, con límites geográficos e históricos claros. El liberalismo se inscribe en el contexto de la modernidad occidental. Ganó batallas ideológicas con otras variedades de esta modernidad (el nacionalismo y el comunismo), pero al final se derrumbó, llegó a su fin. Y con él llegó el fin del momento unipolar de Krauthammer y el ciclo aún más extenso del dominio colonial exclusivo de Occidente a escala planetaria que comenzó con la época de los grandes descubrimientos geográficos.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera