Entrevistas inéditas de Julius Evola a Othmar Spann
Publicamos estas dos entrevistas hechas por el tradicionalista italiano Julius Evola al importante filósofo y estadista austriaco Othmar Spann. Spann fue un pensador muy importante tanto para los emigrados rusos, debido a sus vínculos con eurasiáticos como Trubetskoi y Karsavin, como para el conservadurismo europeo de su tiempo. Fue muy apreciado en la Italia de Mussolini, en la cual Julius Evola era tildado por los periódicos oficiales del gobierno, especialmente en sus secciones culturales, de un “hereje” del fascismo. Por otro lado, las ideas de Spann eran conservadoras, católicas y feudales, siendo incompatibles en muchos puntos con el fascismo. Muchas de ellas fueron aplicadas por el Canciller austriaco Dollfuss para la formación de su “estado de clases”, el cual fue destruido en 1938 por los nazis. Spann sufrió la represión alemana y sobrevivió a las torturas que sufrió en el campo de concentración de Dachau.
La publicación de esta entrevista busca informar sobre los antecedentes históricos y la crítica de fuentes, siendo totalmente ajena a la propagación de ideologías prohibidas en Rusia. Tampoco busca reevaluar los crímenes cometidos por el régimen fascista italiano. El libro de la Filosofía de la Historia (2005, Universidad Estatal de San Petersburgo) de Othmar Spann es un clásico para entender la teoría y la metodología de la historia en nuestro país, además de que hay docenas de libros traducidos de Julius Evola al ruso. La conversación entre estos dos destacados pensadores nos permite contextualizar su importancia en la actual cultura intelectual rusa y ampliar los campos de investigación de la historia, la filosofía, la sociología, el Estado y el derecho en nuestro país. Ambos pensadores depositaron muchas de sus esperanzas en los regímenes políticos de la Italia y la Alemania de su época, pero estas ilusiones terminaron por desvanecerse pocos años después de que esta entrevista fue hecha. Por otro lado, es imposible exigirle a Spann el reconocimiento de la multiparidad, algo que sería sumamente ahistórico. En cualquier caso, el diálogo directo y abierto entre el campeón austriaco del catolicismo político y el neoplatónico italiano defensor del Imperio acerca de temas como las clases y las jerarquías, al igual que el Estado corporativo, es particularmente importante para la reflexión del pensamiento jurídico estatal de nuestros días, especialmente en un momento donde la teología política, la concepción hegeliana del Estado y la revisión del derecho internacional están a la orden del día.
Parte 1: El Régimen Fascista, 14 de junio de 1933
El nombre de Spann quizás ya es conocido por muchos de nuestros lectores. Puede decirse que es una figura destacada en la filosofía política, la sociología y la economía de la naciente nueva cultura alemana. Se caracteriza principalmente por el hecho de que su pensamiento no se agota en el plano empírico y particularista, sino que sus concepciones políticas poseen un sólido fundamento filosófico e incluso metafísico.
Si es considerado como un defensor de un Estado orgánico antiliberal y antidemocrático se debe a que tal ideal no es más que la aplicación y la deducción de una visión general del mundo y la vida que es igualmente orgánica, espiritual y anti-mecanicista. Libros como El verdadero Estado, La doctrina de la sociedad o La ciencia viva y la ciencia muerta son muy leídos en Alemania y Austria, hasta el punto de que no pocas veces son citados por importantes políticos nacional-socialistas o germano-nacionalistas. Spann ha escrito otras obras como La doctrina de las categorías o El proceso creador del Espíritu en los cuales aborda los temas más fundamentales de la especulación tradicionalista. Políticamente, busca superar tanto el individualismo (liberalismo, capitalismo) como el marxismo y cualquier forma de estatolatría niveladora mediante un concepto superior del Estado, diferenciado y jerárquico, fuertemente apoyado sobre la dignidad personal.
Podría clasificarse a Spann como una especie de prefascista, si es que este término puede ser aplicado a un extranjero, ya que, inmediatamente después de la guerra, inició una campaña en contra de las decadentes doctrinas liberales y sociales modernas, al igual que aboga por la creación de un supra-fascismo. Hace poco una revista italiana adoptó la misma línea de pensamiento hablando de una “revolución integral” y los squadristi, como Fanelli, que esperaban la revolución fascista – que él declaró como un fenómeno providencial no solo para Italia, sino para toda Europa – esperaban liquidar los residuos que aún persistían en la mentalidad fascista o antifascista de la vieja cultura y enseñanza académica liberal.
Nos reunimos con Spann en el Hotel Bristol y a continuación relatamos algunos puntos de nuestra cordial conversación en ese lugar.
Queriendo hablar de la reciente polémica entre Gentile y Orestano sobre la relación del Estado hegeliano y el Estado fascista, le preguntamos a Spann que pensaba, desde su punto de vista, de este problema:
“La principal objeción que se puede hacer al Estado hegeliano”, responde Spann, “es su excesivo centralismo. No respeta suficientemente lo que yo llamo el momento de la Ausgliederung, es decir, la diferenciación orgánica de los diversos elementos. En este sentido, la doctrina hegeliana, sobre todo si se toma de forma unilateral y superficial, puede dar lugar a un peligroso punto de inflexión. En Rusia existen quienes consideran que el Estado hegeliano no se contrapone en nada al Estado soviético salvo, naturalmente, en sus aspectos espirituales y supra-económicos que son vistos como superestructuras burguesas anticuadas”.
“Desde un punto de vista filosófico más técnico, pero que no debe pasarse por alto a la hora de precisar el verdadero significado de un Estado orgánico o de un Estado fascista, el lugar en el que, en el sistema general de Hegel, aparece el concepto mismo de Estado es importante, ya que este nace después de los ‘escalones’ anteriores como la ‘familia’ y la ‘sociedad’, que son formas que preceden al denominado ‘espíritu absoluto’. Ahora bien, el principio fundamental del Estado orgánico – y creo que esto también se aplica al Estado fascista – es que éste, como realidad espiritual y ética primera, precede y determina cada una de las formas particulares, prácticas, sociales y culturales en que se realiza y, finalmente, se reasume como su culminación orgánica. Así tenemos relaciones jerárquicas significativamente diferentes a la concepción hegeliana de las mismas y, sobre todo, una idea de su formación desde dentro, casi de un alma que organiza un cuerpo político, más que de una transición ‘dialéctica’”.
Le preguntamos a Spann cómo superar tal concepción del estatismo, dada esta prioridad configuradora atribuida al “espíritu” del Estado con respecto a todo individuo y a toda función social.
“La dificultad es fácil de superar”, responde Spann, “si distinguimos lo que usted llama con razón el espíritu del Estado del Estado como institución real. Me ayudaré de una imagen para hacerme entender y diré que la información que pasa por los sentidos es elegida y organizada por el intelecto para expresarse en diversas palabras y oraciones múltiples con las cuales se expresa y cuyo conjunto será reproducido luego de forma objetiva. Así es como debe pensar el Estado. El individualismo pretende que el significado puede surgir de un conjunto de sonidos incoherentes, es decir, de individuos libres, desprovistos de toda conexión íntima e indiferentes a cualquier principio trascendente. La unidad de una idea debe, por el contrario, preceder a cada uno de estos elementos, si es que no se quiere reducir las palabras del Estado a pura palabrería vacua. Pero esto no significa en absoluto despojar a cada uno de estos elementos de su propia personalidad. Al contrario, sólo en este caso cada uno de ellos puede tener su justo lugar, su función adecuada y libre, su sentido. En definitiva, la idea orgánica recoge la máxima clásica del suum cuique, que es la que más se ajusta a una realidad política diferenciada, personalizada y ordenada, ya que en ella ‘cada uno tiene lo suyo’ en el conjunto del sistema”.
“De este modo”, añade Spann, “[si] tuve la oportunidad de defender el principio corporativo incluso antes de que el fascismo lo afirmara en [Italia], también encuentro peligrosas aquellas tendencias ‘de izquierdas’ que quieren hacer de las corporaciones un preludio de la estatización o de una especie de socialismo de Estado. Para mí, la idea de corporación es un bálsamo curativo tanto en contra del [mito] liberal como del marxismo y debe entenderse en un sentido más bien descentralizador que centralizador. A pesar de estar estructurada jerárquicamente, [cada] corporación debe mantener su propia ‘vida’, correlativa a su propio ‘esprit de corps’ y a su propia tradición íntima como fundamento ético de la colaboración de sus distintos elementos, igual a como funcionaban los antiguos Gremios y Gildas”.
Le preguntamos a Spann si su concepción jerárquico-orgánica se podía aplicar igualmente al plano internacional y qué consecuencias se derivarían de ello:
“En el plano internacional, el pluralismo de las diversas naciones, incapaces de ver más allá de su propio interés inmediato y de su egoísmo”, dice, “es el equivalente exacto del individualismo en el derecho natural, que dentro de una misma nación vacía al Estado de toda su realidad propia y lo reduce todo a un acuerdo contingente entre los individuos según sus propios intereses más que el reconocimiento de un principio ético superior”.
“Desde mi punto de vista, las distintas naciones deberían actuar, en su interior, como las distintas corporaciones, manteniendo cada una su propia vida interior, pero incluidas todas ellas dentro de una realidad superior y única. Se trata de un principio internacional basado en un ideal orgánico que propone el doble principio de la autonomía material y la jerarquía espiritual. En definitiva, frente a la Sociedad de Naciones como institución fundada sobre las ideología democrático-liberal es preferible la organización supranacional basada sobre la idea romana y romano germánica del Reich, del Imperium, compuesta por una autoridad superior, supra-política y espiritual que es mucho más real que las unidades políticas individuales que, sin embargo, deben encontrar entre ellas las verdaderas condiciones para el entendimiento y la solidaridad creadora”.
Teniendo intenciones un tanto diabólicas le preguntamos a nuestro interlocutor cómo él resuelve el problema de la posible unidad universal y espiritual del Imperio con respecto a la Iglesia, que podría terminar desencadenando una antítesis parecida a la lucha medieval entre güelfos y gibelinos. Después le preguntamos por que medios y a través de cuales razas piensa que esta nueva idea del imperio universal podría imponerse en toda Europa.
El profesor Spann nos sonríe y responde: “En cuanto al primer punto, confieso que en principio no tendría objeciones de fondo contra la idea pagano-gibelina que usted defiende. Quiero decir que podría reconocer el derecho superior del emperador ante la Iglesia, de una autoridad a la vez imperial y pontificia, regia y sacerdotal, como la que existió en las antiguas civilizaciones precristianas y que trató de reafirmarse a través de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero ¿a qué fe, a qué contenido religioso concreto podría remitirse ahora el hombre occidental, si no es al cristianismo, la única tradición espiritual que le queda?”
“En cuanto al segundo punto, también puedo estar de acuerdo en gran medida con ideas muy queridas por usted como lo el mito de las ‘dos Águilas’. Quiero decir que también pienso que las razas italiana y germánica parecen tener hoy, entre todas las demás, la mayor posibilidad de elevarse al nivel de una idea universal, y de preparar así, en su unión, el preámbulo para una Europa unificada no de forma ‘federalista’ e internacionalista, sino ‘orgánica’ e imperial”.
“Además”, concluye Spann, “la prueba más importante de ello se ha producido en los últimos días. Mussolini, como promotor y ejecutor del Pacto Cuatripartito, demostró que la Italia fascista sabe ver más allá de un horizonte estrecho y tiene un alma dispuesta a acoger esa misión ultra-nacional: el pueblo alemán no dudó en seguirle en su generosa iniciativa ‘europea’”.
Parte 2: El Régimen Fascista, 2 de febrero de 1936
El profesor Othmar Spann, de la Universidad de Viena, de cuyas opiniones sobre la actual situación europea y el problema de la Sociedad de Naciones queremos informar a nuestros seguidores, no necesita de ninguna presentación entre nuestros lectores. Es una de las eminencias intelectuales más importantes en campos como la sociología, la filosofía y la economía política en toda Europa. Su doctrina es un reflejo de su propia visión orgánica de la vida y el Estado que, indudablemente, guarda cierta relación con los valores profesados por el fascismo. Spann tuvo que defender sus ideas en el tormentoso y oscuro período de posguerra en donde nuestros lectores recordaran que defendió sus opiniones antimarxistas, antidemocráticas, orgánico-corporativistas y autoritarias del Estado sin miedo, en un momento donde las revueltas socialistas hacían estragos y los demás corrían perseguidos por una multitud de banderas rojas.
Es por eso que nos pareció interesante plantear al profesor Spann, en el curso de nuestras conversaciones cordiales, algunas preguntas sobre los graves problemas europeos puestos de manifiesto en las guerras italianas:
“Lo que hay que reconocer”, nos dice el profesor Spann, “es la vitalidad, el coraje y la determinación que demuestra la nueva Italia. Mientras que las naciones más ricas y poderosas están impregnadas por la psicosis del pacifismo y oscilan entre ficciones y compromisos de todo tipo, Italia, a pesar de no disponer de las mismas posibilidades, no dudó en salir al campo y demostró ser la primera nación capaz de llevar el problema revisionista del plano teórico al práctico mediante una acción que se propone proseguir hasta el final y de la que asume toda la responsabilidad”.
“Pero aún más importante es el hecho de que la acción italiana puso en cuestión indirectamente el sentido, el alcance y el derecho de existencia de la Sociedad de Naciones. Las dificultades contra las que Ginebra está luchando actualmente, a este respecto, son un signo indudable de un defecto fundamental en la organización corporativa de tal institución que necesita de una reforma profunda”.
¿En qué sentido cree que debe producirse dicha reforma?, le preguntamos. “Para mí no hay duda de que la Sociedad de Naciones tiene una verdadera razón de ser, en la medida en que cumple, en primer lugar, la tarea de ser una organización supraestatal europea”, responde Spann. “Una organización semejante ya existió en la antigüedad bajo los dos grandes símbolos espirituales del Imperio y de la Iglesia. Según la doctrina orgánico-universalista, que yo defiendo, ningún Estado es completamente soberano: sólo puede alcanzar una plenitud de vida si es parte orgánica de una unidad superior mucho más vasta, en la que, naturalmente, su propia naturaleza y su relativa autonomía – como en la imagen que antes describí de las funciones individuales al interior de un organismo superior – no se vean menoscabadas, sino confirmadas. Ahora bien, el intento de unificar Europa a través de la Sociedad de Naciones debe seguir considerándose un fracaso”.
“Existen dos causas muy visibles de ello. En primer lugar, el hecho de que la Sociedad de Naciones no incluya a todos los Estados europeos y sí, en cambio, a otros no europeos, entre los cuales se encuentran algunos de los más exóticos y espurios, resultado de su indiferentismo nivelador”.
“En segundo lugar, los presupuestos democráticos de su estructura. Soy de la opinión”, continúa Spann, “de que la Sociedad de Naciones repite a gran escala el mismo absurdo e inmoralismo que, dentro de un Estado se da con respecto al régimen parlamentario-democrático. Tras la apariencia de igualdad y de ‘mayoría’ democrática quienes realmente mandan son los más ricos y poderosos. Del mismo modo, tras el aparente legalismo igualitario de Ginebra, dominan los intereses de las naciones más ricas y materialmente más fuertes”.
Entonces, ¿en qué dirección debemos actuar?, preguntamos a nuestro interlocutor: “En primer lugar, deberíamos tener el valor de abordar de lleno el problema revisionista, no con vanas discusiones sino con soluciones prácticas, de acuerdo con las necesidades que Italia siempre ha hecho presentes: reconocer que sobre la base de la situación creada por los tratados de paz es imposible organizar Europa a largo plazo. En segundo lugar, el principio de solidaridad europea debe aplicarse esencialmente en la Sociedad de Naciones. Es absurdo hacer valer tanto el voto y el derecho de una gran potencia europea como el de un pueblo exótico o de naciones sin historia ni tradición. Por lo tanto, habría que llegar a una primera diferenciación en virtud de la cual cualquier nación no europea que quisiera permanecer en la Sociedad de Naciones no podría pretender poseer una igualdad incondicional con las primeras. En tercer lugar, es necesario poner fin a la ficción democrática y reconocer que toda verdadera organización necesita de la unidad de gestión, del Führerprinzip. Pero debido al estado actual de las cosas debemos contentarnos con una solución temporal que satisfaga las necesidades fundamentales del equilibrio. Es decir, pienso en un sistema europeo de Estados, que estaría guiado unánimemente por el grupo de las grandes Potencias. Por eso estoy convencido de que la idea del Pacto Cuatripartito de Mussolini constituyó el intento más feliz y constructivo de una reorganización de Europa y de una reforma estructural de la Sociedad de Naciones: por eso hay que lamentar que este intento no haya podido tener, en su tiempo, posibilidad de desarrollo y no haya sido comprendido en todo su significado”.
“Pero es muy posible que, en un futuro muy próximo, debido a la fuerza de los acontecimientos, tal idea sea retomada y colocada en el centro de una nueva fase de actividad de una Sociedad de Naciones que todavía quiere vivir y que está a la altura de las verdaderas tareas que debe resolver.”
Preguntamos al profesor que al principio recordaba con razón el ejemplo de las grandes unidades supranacionales medievales que tales unidades eran posibles sobre la base no tanto de intereses comunes como de un punto de referencia trascendente, de un símbolo absolutamente espiritual. Y también según su doctrina, sólo cuando el espíritu es la fuerza unificadora puede lograrse esa solidaridad orgánica en la que – en antítesis al internacionalismo – se concilian e integran entre sí la multiplicidad y la jerarquía, la autonomía particular y el derecho general. Si, de una forma u otra, este sigue siendo la condición de toda unidad europea, ¿cómo encontrar hoy tal punto de referencia, algo que pueda unificar el sistema europeo de Estados ‘desde arriba’, si no es a través de los intereses temporales más o menos contingentes de un grupo de grandes Potencias?
El profesor Spann sonríe y responde “Quiere usted llevarme a un campo minado. Estoy de acuerdo con las premisas y es inútil ocultar que quien se sitúa en un nivel superior debe ver el futuro de una forma bastante oscura. Pero tal como están hoy las cosas, ya sería un gran paso conseguir establecer, de forma decisiva, una unidad ‘europea’ superior y liquidar definitivamente todo residuo democrático y racionalista. Más allá de esto, pensar en una organización espiritual europea semejante a las antiguas resulta prematuro. Ello únicamente será posible cuando se den otros presupuestos espirituales y, esencialmente, un nuevo clima civilizacional. Todo lo que podemos hacer por ahora es dar a aquellos que viven en cada uno de los diferentes Estados y que luchan por una renovación espiritual de la mente, a pesar de lo difícil de sus circunstancias, logran permanecer unidos por una fuerza invisible que los mantiene firmes en su acción y que, poco a poco, prepararen, quizás en un mañana próximo, a las nuevas generaciones que darán nacimiento a una nueva comunidad cultural y espiritual europea”.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera