Claves de interpretación para la lectura de la realidad internacional (I)

14.07.2016

A modo de introducción

Está claro y, desde siempre, que en el mundo hay quienes por su poder imponen condiciones a otros que son más débiles. Toda vez que estos condicionamientos han resultado de la imposición de reglas y normas de convivencia que todos deben acatar, hemos asistido a lo que se suele llamar un Orden Mundial.

Generalmente ello suele ser el resultado de las guerras en las que se demuestra de manera incontrastable quién es el más fuerte y tiene el poder de decir cómo debe vivir el conjunto.

En los tiempos que corren existe la certidumbre de que ha caído un Orden Mundial que había emergido en la Segunda Guerra Mundial. Con instituciones como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional (FMI), los Acuerdos sobre el Comercio Exterior, el Banco Mundial, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), etc., todas ellas hoy sumidas en una profunda crisis.

Sin embargo, si bien existe una disputa sobre cómo debiera ser un “Nuevo Orden Mundial”, todavía no hay guerra que lo vaya definiendo. En todo caso, como dice el Papa Francisco, ya hay una nueva Guerra Mundial dividida en más de quince conflictos internacionales.

Una nueva guerra provocaría una destrucción sin parangones y un Orden Mundial en el que no habría ganadores.

La globalización es un término de uso habitual, pero su origen anglosajón y económico da cuenta de que suele ser usado indiscriminadamente en variados sentidos.

Lo cierto es que, además de su utilización originariamente económico-financiera, también es aplicable al fenómeno humano de la guerra y –en estos términos- cualquier cataclismo bélico nos involucra a todos por igual.

Cinco años atrás nadie pensaba en una nueva Guerra Mundial por la razón ya apuntada. Había una convicción generalizada de que no era racional ni inteligente pensarla en términos convencionales y, de otra forma, se produciría un Holocausto Nuclear de resultados imprevisibles.

La imprevisibilidad no forma parte de la Estrategia Militar ni política.

Argentina está en el mundo y, por lo tanto, en el medio del conflicto mundial, lo que ella haga contribuirá a la guerra o la paz. Pero sin duda, lo primero es saber de qué se trata, qué papel estamos jugando, qué pasa en el mundo, cuáles son los conflictos y cuál es nuestra contribución.

Esta breve reseña acerca de la lectura de la Realidad Internacional es la traducción literaria de una exposición del compañero Marcelo Gullo, llevada a cabo en el Sindicato Argentino de Docentes Privados (SADOP) y que hemos valorado como imprescindible para empezar a develar los interrogantes que nos permitirán pasar de espectadores a protagonistas y militantes de una causa –la de la paz- desde nuestra importante función de trabajadores de la Educación.

Prof. Mario Morant, Secretario de Asuntos Internacionales e Integración de la Federación Latinoamericana de Trabajadores de la Educación y la Cultura (FLATEC).

 

¿Qué es la política internacional?

Antes de empezar, me gustaría manifestarles que, más que un colaborador del Sindicato Argentino de Docentes Privados (SADOP), soy un intelectual orgánico y más que eso, soy un militante de SADOP. Me siento esencialmente comprometido, sustancialmente parte de SADOP.

Voy a intentar darles algunas claves de interpretación para la lectura de la realidad internacional. Y vamos a partir, como decía Alberto Methol Ferré, de lo elemental absoluto.

Entonces, lo primero que tenemos que hacer es definir el concepto de “Política Internacional”. Quizás precisar la política Internacional por aquello que no es, es decir, por “el contrario”, no se ajuste a los cánones de lógica clásica más rigurosa pero, como aproximación a la idea, nos ayudará a comprender primero aquello que no es y a decantar lentamente la comprensión de aquello que en efecto es.

De este modo, mientras en el Derecho Internacional rige la igualdad jurídica de los Estados, en la Política Internacional esa igualdad es una mera ficción jurídica, porque los Estados no son iguales unos a otros, en tanto que en la realidad algunos tienen más poder que otros. Así, el Derecho Internacional es una sutil tela de araña que atrapa a la mosca más débil y deja pasar a la más fuerte.

Supongamos el caso de un país “A” que tiene problemas con un país “U”. Entonces el presidente de “A”, cansado de los inconvenientes que le genera el país “U”, al contaminarle el río, anuncia que las fuerzas policiales de una de sus provincias (alcanza con ellas, ni siquiera tiene que enviar al ejército) van a invadir el territorio de “U”. En pocas horas, “A” sería condenado por el Consejo de Seguridad de la ONU, además de sancionado económica y militarmente. Digamos, jugando con lo absurdo e imposible, que Néstor Kirchner hubiera hecho algo así, atacando al Uruguay por el tema de las pasteras, y si encima se le hubiera ocurrido juzgar y colgar al presidente de dicho país, a las 48 horas la intervención sobre Argentina hubiese sido terrible; y las sanciones, fenomenales.

Si salimos del marco de las suposiciones y vamos a la historia reciente vemos, por ejemplo, que Estados Unidos (EE.UU.) sostuvo que Irak tenía Armas de Destrucción Masiva (AMD), y lo invadió sin permiso de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ni acuerdo de los aliados. Colgó a su presidente a partir de un tribunal fantoche. Y cuando terminó de destruirlo todo, el gobierno estadounidense exigió que le pagaran por el servicio prestado: haberlos liberado del tirano.

Luego EE.UU. confesó que se había equivocado, que no había encontrado ninguna AMD. Pero ya había, entre otras cosas, destruido hospitales y saqueado uno de los tesoros más valiosos de la humanidad, desde el punto de vista cultural: el museo de Babilonia, donde se conservaba el primer testimonio de la escritura del ser humano: las famosas tablillas.

Y fue peor que lo que hicieron los ingleses con los descubrimientos arqueológicos en Egipto, que al menos se los llevaban a su país, ya que las tablillas desaparecieron. Fueron vendidas a traficantes internacionales.

Después de todo eso, el país anglosajón pidió disculpas. ¿Es que hubo alguna sanción hacia EE.UU.? ¿Es que hubo alguna sanción para el expresidente George Bush o la habrá algún día? Jamás, nunca.

A la Corte Penal Internacional, ¿se le ocurrió acusar a George Bush (h) de violación a los Derechos Humanos porque la aviación norteamericana bombardeó hospitales? No, pero al líder libio Muamar Gadafi sí lo acusaron. Entonces, como dijimos, el Derecho Internacional es una tela de araña que atrapa a la mosca más débil y deja pasar a la más fuerte. Y es que, en la “arena internacional”, en realidad, los Estados no son iguales unos a otros, porque unos tienen más poder que otros.

 

Las distintas formas imperiales de someter a los pueblos

En el escenario internacional los Estados más fuertes siempre intentan imponer su voluntad a los Estados más débiles. Ahora claro, la imposición de la voluntad ha tomado diversas formas en el transcurso de la historia. La más simple es la imposición de la voluntad a través de la violencia. Se invade un país, y punto. La Argentina fue invadida en 1806 y 1807. Miles de pueblos tienen otra idéntica cantidad de experiencias al respecto. Sin embargo, tenemos que decir que esta forma, que nos parece brutal, es la menos preferida por los Estados poderosos, que optan por otros modos menos visibles y, por eso mismo, más eficientes.

Una de las principales y más usuales formas de la imposición de voluntad es la que se da a través de los factores económicos: el caso más clásico – que, nosotros mismos como país sufrimos hasta hoy – en el que aparece un Estado que hace que otro se endeude con él para tenerlo condicionado a través del pago de intereses que, digamos el “tomador” del crédito o país subordinado, no puede abonar.

La Argentina pasó del “collar visible” español, al “collar invisible” inglés. Esto desde el mismo año de 1810. Una de las formas más conocidas, y claras, en que Gran Bretaña consiguió esto fue por el empréstito de la banca Baring Brothers. Este método, el del empréstito “Baring”, no fue sólo aplicado a la Argentina, ya que el mismo contrato fue firmado con la Gran Colombia, Perú, Chile y México. Las cláusulas eran idénticas, sólo cambiaba el monto.

¿Y cómo estaba preparado ese empréstito? Expliquémoslo de un modo simple: Si mi intención es someter a mis designios a una persona “X”, de la que sé que gana una suma “X” de dinero, me bastará con prestarle una suma tal que su sueldo, una vez descontados los gastos mensuales, no le alcance para pagarme los intereses. Caídos, por primera vez los intereses, le diré a “X” que no se preocupe, que mi intención es “refinanciar” su deuda y “ayudarlo” a devolverme los dineros e intereses correspondientes. No es difícil advertir que los intereses caídos, más temprano que tarde, se irán capitalizando y que “X”, en consecuencia, va a terminar pagándome intereses sobre intereses. La persona “X” queda, así, “condicionada”. En el caso de la Baring Brothers, al dolo de poder con intenciones de dominación se le sumó – perversamente – el dolo “económico”, consumándose, así, lo que podríamos denominar, una “estafa perfecta”, en tanto apenas llegaron unas pocas libras del monto contractualmente acordado.

Otro ejemplo, mucho más reciente de la imposición de la voluntad, a través de la subordinación económica, fue el denominado “Mega canje”, durante la presidencia de Fernando De la Rúa.

Sin embargo, esta modalidad de sometimiento tampoco es la preferida por los Estados más poderosos, en tanto que es fácilmente detectable y rápidamente visible. El común de la gente puede percibirla con facilidad y movilizarse en su contra. La imposición preferida por los Estados dominantes resulta ser la “subordinación ideológico/cultural". Este tipo de dominación podría explicarse sencillamente así: si consigo que el otro piense la política económica que a mí me interesa que piense, no habrá necesidad de que yo lo obligue, porque tiene su cabeza formateada de tal forma que va a hacer lo que yo necesite, sin necesidad de que se lo diga.

Gran Bretaña fue el primer poder mundial que utilizó la “subordinación ideológica/cultural”, predicando alrededor del globo el libre comercio. Y convenciendo a las élites políticas de los gobiernos latinoamericanos recién independizados de que la mejor manera de llegar al progreso económico era siendo librecambistas. No había que poner barreras proteccionistas, ni permitir que el Estado interviniese en la economía. Lo presentaban como una cuestión científica.

No se olviden que hasta ese momento, en que Gran Bretaña decide utilizar el libre comercio y la división internacional del trabajo como ideología de dominación, la economía era parte de la filosofía. Adam Smith era un filósofo. Pero Smith va a decir que no, que la economía no es parte de la filosofía, y que en cambio está más cerca de las ciencias físico/naturales, más cerca de las matemáticas. De modo que, si la economía está ligada a principios científicos, entonces es indiscutible. Así, como existe una ley de la gravedad, hay otra ley que dice que los Estados, para progresar, jamás deben intervenir en el mercado, ya que la economía mundial es un gran reloj universal y, si alguien le pone la mano encima colocando por ejemplo barreras proteccionistas, no sólo se afecta negativamente a sí mismo, sino a todos.

Por eso, cuando EE.UU. toma “la posta de la conducción del mundo” y asume esta misma ideología, que antes había rechazado para construirse como nación, va a decir que el proteccionismo engendra las guerras en el mundo. De esta manera, si un Estado es proteccionista e interviene en la economía, ese Estado es peligroso y desestabilizador para la paz mundial, por lo que hay que hostigarlo y sancionarlo.

Cada vez que aparece un personaje que se vuelve “peligroso” para EE.UU., se trata de un gobierno que está haciendo lo que tiene que hacer, es decir, que interviene en la economía. Cuando Hugo Chávez, expresidente de Venezuela, comenzó a preguntarse cómo era posible que Venezuela, uno de los más importantes exportadores de petróleo, tuviera al 80% de su población bajo la línea de pobreza, decidió hacer algo. Había que “re-direccionar” esos recursos. Con ese simple expediente “encendió una luz roja de alerta” en Washington y, si uno ve los periódicos de esos días, comprobará cómo Chávez era día a día cada vez más “demonizado”.

¿Por qué? A diferencia de Inglaterra, que era una monarquía, Estados Unidos posee un sistema democrático, de manera que para justificar hacia afuera cualquier intervención necesita que el pueblo americano esté más o menos de acuerdo. Y para esto, tienen necesidad de desacreditar al adversario. Entonces, mediante un simple trabajo de investigación de los medios “formadores de opinión pública” en los Estados Unidos, a partir de la asunción de Chávez como presidente, se podrá ir verificando semana tras semana que la figura del mencionado presidente va siendo transformada para mal hasta convertirla en una verdadera “bestia negra”. Un caso similar, aunque en otra región y marco, lo constituyó la demonización del líder iraquí Saddam Husein. Esto también puede verificarse con idéntico modo investigativo simple.

A veces, estos “formadores de opinión pública” cuentan con “más elementos” para cumplir con la demonización del personaje elegido y, en consecuencia, pueden hacerlo más fácilmente. En el caso de Chávez no tenían nada, porque no mató ni reprimió nunca a nadie. Les era difícil demonizarlo. Se les ocurrió, pues que podía resultar “verosímil” y “creíble” que fomentaba la guerrilla en Colombia, financiando con el dinero del petróleo a los narcos de ese país. Y si hacemos memoria, por estos dichos estuvo a punto de estallar una guerra entre Venezuela y Colombia. ¿Quién lo planificó? La respuesta es simple, “la potencia dominante” interesada.

Como en Sudamérica atravesamos un proceso de integración mucho más avanzando de lo que estaba antes, hubo una rápida reacción de UNASUR. Esta rápida reacción evitó el conflicto armado. La existencia del proceso integracionista - con todas las deficiencias que podamos “achacarle”-fue, en este caso- de una utilidad extraordinaria. Vemos aquí, en este hecho histórico reciente y concreto, uno de los aspectos más importantes de la integración. Aunque no avanzáramos nada desde el punto de vista económico, los sudamericanos podemos garantizar la paz entre nosotros. Esta capacidad que no es desdeñable ni menor, es un eje central que anula la intervención extranjera.

Sin embargo, debemos volver a la idea de subordinación ideológica, que tomó la forma del liberalismo económico en la época de los ingleses o que en los ‘90 tomó la forma del neoliberalismo, no es el resultado de acciones que EE.UU., Inglaterra, Alemania o mañana, China, preparen de un día para el otro. Son acciones que se preparan con mucha anticipación.

EE.UU. comenzó a preparar el proyecto neoliberal en la década de 1950. En el ´52, un señor de apellido Parker, que era el jefe del área cultural de la embajada del mencionado país en Chile, creó el denominado “Proyecto Chile”. ¿De qué se trataba? Parker buscaba que una universidad del país trasandino se asociara con la Universidad de Chicago, en la que enseñaba el padre de lo que iba a ser el neoliberalismo: Milton Friedman.

Se encontró, entonces, con la Pontificia Universidad Católica de Chile que, si bien tenía una licenciatura en Economía, no ofrecía ni maestrías ni doctorados. Entonces Parker le ofreció a dicha Casa de Altos Estudios otorgarles a sus graduados la posibilidad de cursar esas maestrías y doctorados en Chicago. Las fundaciones Ford y Rockefeller lo financiarían.

Una vez completos sus estudios de posgrado en Chicago, la Pontificia Universidad Católica de Chile debía garantizarles trabajo a los flamantes egresados: pasarían, entonces, a ser profesores a tiempo completo en la institución chilena, enseñando Economía.

Claro, pero a todo eso había que darle una vuelta de tuerca más, ya que en este acuerdo-marco entre la Universidad Católica de Chile y la de Chicago también intervino el diario chileno “El Mercurio”, el cual se comprometió a crear una sección de Economía que estaría a cargo de los recién graduados chilenos de Chicago, además de una revista mensual.

Esto comenzó en 1952. Si uno analiza este tema, descubrirá que en todos los gabinetes desde Pinochet hasta la actualidad, más de setenta estudiantes chilenos atravesaron este proceso. Ellos fueron presidentes del Banco Central de Chile, ministros de Economía u ocuparon cargos de alto nivel decisorio en materia económica, todos formados en la Universidad de Chicago. Asimismo, estos personajes pasaron a gozar de un enorme prestigio en tanto la gente les conocía –y reconocía- gracias a los medios de comunicación, principalmente a través de “El Mercurio”, que no sólo publicaba sus artículos, sino que los ensalzaba.

He aquí donde se ve otro elemento clave del escenario internacional: los medios masivos de comunicación y cómo están instrumentalizados por esta política de subordinación ideológico/cultural.

Este mismo señor Parker que elaboró el “Proyecto Chile” – el cual rige hasta el día de hoy- es destinado, luego, a la Argentina, donde lógicamente va a intentar hacer lo mismo. Sin embargo, no tiene éxito en Buenos Aires, no encuentra ninguna universidad, ni pública ni privada, dispuesta a firmar el convenio. Sin embargo, lo consigue en el interior, más precisamente, en la Universidad de Cuyo. En la década del ‘60, firma el “Proyecto Cuyo”. En Tucumán intenta firmar un proyecto similar, sin embargo la universidad acepta colaborar sólo de manera informal.

Si se pasa revista a los presidentes de nuestro Banco Central, toda la segunda y tercera línea de sus autoridades, desde el ‘76 hasta el 2003, todos esos funcionarios resultan haber pasado por la Universidad de Chicago. La colaboración con los medios de comunicación se consumó también de forma informal. No hubo un convenio expresamente firmado, como en el caso de “El Mercurio” chileno, sino que se realizó a través del diario “La Nación”, al que luego se sumaría “Ámbito Financiero”. Este los va a contratar, los va a potenciar. Y la gente les va a reconocer autoridad. Porque los medios de comunicación hacen que el común de la gente –aunque más patente es en la televisión– otorgue más autoridad a quien más espacio y frecuencia posee en los medios escritos, o a quien más tiempo ocupa y permanece en la pantalla.

Recapitulemos: existen tres formas de subordinación: por la violencia, por elementos económicos, y como dijimos, un tercer método, el preferido por los Estados, que es la subordinación ideológica/cultural. Por ser la más sutil de todas, es la más difícil de implementar, porque se la hace en el largo plazo, pero a su vez, es la más redituable. Fíjense lo que dijimos sobre cuándo comienza EE.UU. su proyecto neoliberal. Nosotros creemos que fue en la década del ‘90, lo que es de una ingenuidad absoluta. Ya lo estaban planificando desde 1950, en pleno apogeo del desarrollismo. Ellos piensan a largo plazo, y nosotros, a veces, pensamos solamente en las próximas elecciones.

Parker fue enviado luego a México, donde hizo el mismo tipo de labor. Por eso, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que había sido el partido de la revolución, se transformó en el partido de la entrega. Todos los grandes dirigentes del PRI, incluido el presidente, pasaron por la Universidad de Chicago o, en su defecto, por la de Harvard. Así, en tanto toda la cúpula de la dirigencia había atravesado ese proceso, no hacía falta “imponerle” nada a México, ni por la fuerza, ni por las presiones económicas. Los propios mexicanos desarmaron el Estado y el proyecto industrializador que tanto trabajo les había costado construir.

Por eso, cuando vemos el escenario internacional advertimos siempre esta maniobra. Por ejemplo, cuando alguien viene a dar una conferencia a la Argentina, no es algo políticamente gratuito. Obvio que el disertante viene para mejorar su currículum y porque le pagan, pero además el 80% viene porque está dentro de un proyecto que desconocemos. No vienen alegremente porque sí. La Universidad de Belgrano no trae a los norteamericanos porque sí.

Tenemos que conocer esta realidad, sólo así podremos hacer lo mismo, pero en sentido contrario.

 

¿Qué es el orden internacional?

Tenemos que decir que hay un orden internacional. ¿Pero qué es un orden? Un orden es siempre igual: para que lo haya, siempre hay reglas de juego y sanciones estipuladas para quienes no las cumplen, y también hay un poder punitivo, capaz de imponer esas sanciones. Ahora claro, por lógica es que el orden lo van a imponer los Estados que más poder tienen. Pero no a partir del Derecho Internacional, ya que los Estados poderosos no responden a este.

Este orden está hecho a beneficio de los que lo han construido. Estos Estados son los Estados subordinantes del sistema. Por eso, una de las grandes falacias, que es parte de la subordinación ideológica/cultural, es esa que dice que tenemos que estar conectados con el mundo. ¿Qué entienden los medios de comunicación cuando dicen esto?, lo que quieren decir es que hay que acatar las reglas de juego que han sido establecidas por los más poderosos. Pero acatar esto es siempre ir en nuestra propia contra. Por eso, cuanto más acatamos esas reglas, peor nos va.

¿Cuáles son los momentos de Argentina de mayor felicidad del pueblo? Cuando, por alguna circunstancia, estamos desconectados del sistema, sea porque nos la hemos buscado o porque se ha producido de forma natural. Es el momento en el que los Estados y los pueblos son felices, es el momento en que llegamos al mayor grado de justicia social.

Veamos unos ejemplos: la Primera Guerra Mundial y el “Yrigoyenismo”, la relación con Gran Bretaña se afloja porque está peleando con la Alemania imperial y, entonces, nosotros iniciamos nuestro primer proceso de sustitución de importaciones. Comenzamos a crear una industria textil y de la alimentación. En ese momento hay trabajo y distribución de la riqueza.

Cabe aquí una atingencia: si leemos y analizamos la realidad internacional, no lo hacemos desde cualquier posición, nuestra lectura está hecha desde el mundo de los trabajadores. Si no leemos la realidad desde el punto de vista de los trabajadores, no leemos nada, o lo hacemos en beneficio de otros.

Volvamos a Yrigoyen, que no logró comprender el tema del proteccionismo y el librecambio. Terminada la Guerra, los productos del exterior volvieron y arruinaron la industria que se había creado. Otra instancia de crecimiento se da a partir de la Segunda Guerra Mundial. De nuevo hay sustitución de importaciones. Y el peronismo va a sintetizarlo y profundizarlo. Porque Perón se da cuenta de que no le puede pasar lo mismo que a Yrigoyen. Los productos norteamericanos, una vez terminado el enfrentamiento bélico, iban a inundar el país, llevando a la ruina a los talleres fabriles y poniendo en la calle a miles y miles de obreros. De modo que era necesario crear una barrera proteccionista y monopolizar las exportaciones (el comercio exterior), porque solamente así tendríamos dinero para comprar nuevas máquinas y reemplazar a las que estaban obsoletas. Entonces estamos hablando de compra de máquinas, de creación de miles de industrias, del aumento del salario y de la formidable distribución de la riqueza que conoció la Argentina.

¿Y qué tal si nos venimos más cerquita en el tiempo? ¿Cuáles fueron los mejores años de los últimos diez? Justamente, cuando estábamos desconectados con el expresidente Néstor Kirchner. Las potencias del sistema nos habían expulsado, nos decían que éramos unos parias, no nos quería nadie, no teníamos que pagar nada. Y a nosotros nos iba fenómeno.

Y esto es siempre así. Porque el orden está hecho en beneficio de los otros. Cuando uno entra, no entra en beneficio de uno.

¿En qué situaciones uno teme que el gobierno retroceda? Justamente cuando dejamos que nos convenzan que tenemos que estar más conectados, lo que implica que firmemos con el Club de París, por ejemplo. Y cada vez que hacemos algo así, nos comienza a ir mal de nuevo porque nunca logramos sacarnos la subordinación ideológica de la cabeza.

Quizás no tengamos que decir públicamente que no queremos estar conectados, pero tenemos, al menos, que pensarlo. Y ver la forma de estar lo menos enganchados posible. Porque si caemos en la trampa de creer que lo que nos falta es conexión, no nos damos cuenta de que “conexión” es pagar la deuda siempre ajustando los salarios. O sea, toda la plata mía va para ellos. Todo lo que exporte es para pagarles a ellos. Y “protección”, cero. ¿Cómo vas a proteger esa “cosa” que hay en Tierra del Fuego? Eso, desde un pensamiento subordinante, o subordinado, hay que eliminarlo.

Entonces, vemos que eso es el orden, y que éste no nos favorece, porque crea Estados subordinantes y Estados subordinados. Pero en algunos casos también crea Estados insubordinados, que son los que tienen mala prensa. Se habla mucho del Eje del Mal, por ejemplo, y cuando América del Sur comenzó a insubordinarse, empezaron a decir que en nuestra región había algo malo: “¿Quién es el negrito ese en Venezuela?, o ¿ el indio que aparece en Bolivia y el tuerto de Argentina?”. Y comenzó a utilizarse de nuevo esa palabra que había desaparecido: “populismo”: “¡Gobiernos populistas!” Es terrible, terrible. ¿Y qué quiere decir ese término? Lo identifican con el autoritarismo, el cual puede conducir, según ellos, incluso al totalitarismo.

Atención. Vean el caso de Venezuela, dicen que está camino al totalitarismo, que su gobierno mata y reprime a la gente. Sostienen esto porque tienen que demonizar a tales Estados. ¿Por qué? Porque comienzan tibiamente a insubordinarse, lo que dispara una respuesta ideológica desde el exterior.

(Continuará)

* Marcelo Gullo: Doctor en Ciencia Política por la Universidad del Salvador, Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario, Graduado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática de Madrid, Magister en Relaciones Internacionales, por el Institut Universitaire de Hautes Etudes Internationales, de la Universidad de Ginebra. Asesor en materia de Relaciones Internacionales de la Federación Latinoamericana de Trabajadores de la Educación y la Cultura (FLATEC). Profesor de la Maestría en Estrategia y Geopolítica de la Escuela Superior de Guerra y de Universidad Nacional de Lanús. Asesor de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de la República Argentina.