Marcelo Gullo: “El virus es el mayor golpe al humanismo, pero hay salida”
—Antes de la Covid-19 ya había síntomas de una creciente crisis económica y política. Con la pandemia y la cuarentena llegó la “tormenta perfecta”. ¿Cuáles considera que son los principales efectos de esa catástrofe en el ajedrez político de planeta?
—Desde que se desató esa tormenta y va amainando, vamos teniendo algunas certezas al respecto. La primera es que el capital financiero internacional empujó a los Gobiernos del mundo hacia la cuarentena total e irreflexiva. Eso porque ahora queda claro que entre la cuarentena total e irreflexiva y la negación absoluta e irracional de la cuarentena estaba el justo medio.
—¿Y qué busca el capital financiero internacional al forzar esa cuarentena total frente al coronavirus?
—Tiene tres grandes objetivos: primero, un objetivo económico, que es aprovechar la crisis para profundizar el proceso de concentración de capital. Es evidente que en la mayoría de los países el pez grande se va a comer al pez chico. Las pequeñas y medianas empresas están siendo devoradas por las grandes multinacionales. Esto ha sucedido en toda crisis provocada por el capitalismo y más en esta ocasión, hacer una gran toma de ganancia.
El otro objetivo es de orden geopolítico. El capital financiero internacional es el gran actor de las relaciones internacionales. Viene de larga data. Tuvo sus etapas fundantes con el imperialismo británico y con el imperialismo norteamericano. Pero, a partir de la caída del muro de Berlín y, sobre todo, a partir de las leyes que desregularon el sistema financiero de EEUU, en el gobierno de Bill Clinton, creció más. Tras la ausencia de las leyes por las que el Estado controlaba el sistema financiero y con el avance tecnológico el capital financiero internacional empieza a tener vida propia. Se vuelve en una especie de Frankenstein.
Tiene condiciones incluso para controlar el complejo mediático-cultural. No olvidemos que, según una investigación de la Universidad de Zúrich, el 60 por ciento de la economía mundial está en manos de 600 empresas. Estas 600 empresas son controladas por 300 bancos y estos 300 bancos controlan a la mayoría de las agencias de información del mundo. Con esa base, en las últimas décadas impuso dos etapas de subordinación cultural sobre los pueblos: neoliberalismo y progresismo.
—¿O sea, ese grupo de poder, para seguir creciendo, impuso dos ideologías opuestas en su favor?
—Eso se lo puede ver claramente al evaluar cómo y dónde sus fundaciones y organizaciones pusieron el dinero. En la primera etapa, entre los gobiernos de Clinton y Obama, hizo hincapié en la difusión, como ideología de subordinación, del neoliberalismo. Como sabemos, está centrada en el libre comercio, la desregulación de las economías estatales y el desarmar las leyes que protegían a los trabajadores.
Luego, a partir del gobierno de Obama, este complejo mediático financiero empieza a poner su acento en otro lugar. Sus fundaciones, extrañamente, empiezan a subvencionar a los sectores llamados “progresistas”, a aquellos que el filósofo español Gustavo Bueno llamaba “izquierda indefinida”. En el centro de ese progresismo se encuentra la ideología de género, el garantismo y, como señalaba Andrés Soliz Rada, el fundamentalismo indigenista. Organizaciones, dirigidas por pseudoizquierdistas, recibieron a manos llenas el dinero de esa oligarquía financiera internacional, para predicar el progresismo.
—¿Por qué ese juego con los dos extremos? ¿Cuál era el objetivo?
—Con el libre comercio se proponía la destrucción material de los pueblos. En la década del 90 se debilitó enormemente a los Estados nacionales y a los sindicatos, y así le quitó a la humanidad la protección natural que tenía. Con el progresismo se busca la destrucción espiritual, cultural, de los pueblos. Esta ideología engendra la posverdad, la idea de que no existe verdad, de que todo es relativo. Hoy se puede ser una cosa, mañana otra.
Es el reino del ser y no ser al mismo tiempo. Entonces, si no hay verdad, no hay valores y el hombre no puede construir poder cuando se le presentan adversidades en la vida. Las nuevas generaciones comenzaron a vivir en el nihilismo. Como “no existe la verdad”, no tienen ninguna motivación para dar su vida por algo en favor del bien común.
Estas ideologías fragmentan de tal manera a los pueblos que no sólo hacen desaparecer el concepto de clase, sino el concepto mismo de pueblo. Entonces, ahora, al hombre, sin la protección de su Estado, sin sindicato, sin pueblo, en el nuevo escenario se le quiere quitar la última protección que le queda: la familia. Ése es el objetico antropológico. Es un ser solo frente al poder mundial, fácilmente dominable.
—¿Es una interpretación, hay algo expresado en ese sentido?
—Podemos afirmar esto con rigurosidad científica. Estas ONG pseudoizquierdistas han tenido la desfachatez de publicarlo. Un ejemplo: el artículo del 24 de marzo, escrito por Sophie Lewis que titula: “La crisis del coronavirus”. Ahí dice textualmente: “En resumen, la pandemia muestra que no es el momento para olvidarse de la abolición de la familia. La familia privada, en cuanto a modo de reproducción social, todavía francamente apesta. Nos merecemos algo mejor que la familia. Y el tiempo del coronavirus es un excelente momento para practicar su abolición”.
Reitero: se busca dejar al hombre solo frente a un enorme poder al quitarle los tres fundamentos de la solidaridad.
—Hay un objetivo económico, concentración de capital, y un objetivo antropológico, dejar solo al individuo. ¿Cuál sería el objetivo geopolítico en esta apropiación de la crisis que hace el capital financiero internacional?
—Geopolíticamente, buscan golpear a las fuerzas patrióticas que en Rusia, China y EEUU se oponen al nuevo orden mundial querido por la oligarquía financiera internacional. En Rusia, por ejemplo, Putin decidió reconstruir el poder nacional ruso y concibió que en el origen del poder de las naciones hay una fe fundante. Entonces decidió hacerlo a partir del cristianismo ortodoxo ruso que es la fe fundante rusa. Así, comenzó a reconstruir el poder ruso desde los cimientos, desde la fe fundante, como siempre ha pasado en todo tiempo. Por eso lo golpean. Y golpean a Trump porque también reaccionó contra esa ideología progresista que está socavando la fe fundante de los EEUU.
—¿Qué pasa en el caso de China? ¿Acaso no estaba avanzando de la mano de ese poder financiero internacional?
—Claro, ha habido una alianza entre el capital financiero internacional y China desde tiempos de Mao Tse Tung, cuando recibió a Kissinger. Luego, Deng Xiao Ping la profundizó. Esta alianza logró poner la globalización en beneficio de China que llegó a industrializarse y a crecer al 9 por ciento anual. Pero nadie puede aliarse con el diablo sin que el diablo al final lo traicione. Y en medio de esa alianza la oligarquía financiera internacional quiere más de China.
—Ese poder transnacional gana muchísimo aliado con China. ¿Qué es lo que quiere adicionalmente?
—Quiere que China le entregue su sector financiero. China es el único país que controla su aparato financiero, el único poder estatal financiero poderoso en el mundo. El capital financiero quiere que se lo entregue. Entonces en China hay sectores patrióticos que se oponen a esta entrega, pero también sectores del Partido Comunista dispuestos a entregarlo y hacerse ricos ellos, sus nietos y sus bisnietos.
—El golpe ha ido también muy duro hacia Europa, sobre todo a España e Italia. ¿Cuál el objetivo allí?
—Allí aprovecharon las circunstancias para desindustrializar completamente a Italia y a España. El capital financiero mundial hace alianzas en cada región con poderes distintos. En Europa la ha hecho con Alemania. En este nuevo orden internacional, el papel industrial, en esta nueva división internacional del trabajo, lo tiene Alemania. Italia y España se convertirán en una especie de gran parque temático para que lo visiten los turistas asiáticos. Asistimos a la desindustrialización de Italia, España y, en menor medida, de Francia.
—¿Qué se prevé para Latinoamérica y en especial para Sudamérica?
—También es un golpe terrible. Asistimos a la desindustrialización completa de Argentina. Temo que cuando pase la crisis, se parezca al Paraguay después de la Guerra de la Triple Alianza. Sin embargo, aunque suene paradójico, esta crisis es una oportunidad porque Sudamérica es una de las pocas regiones en el mundo con tres condiciones clave: es capaz de autoabastecerse de alimentos, de energía y de materia gris. Cuando hay esas condiciones se puede aprovechar las crisis para realizar una insubordinación fundante.
Cuando hay estas crisis, las metrópolis aflojan su dominio sobre las periferias. Entonces es un gran momento para realizar su insubordinación fundante. Para ello hace falta que surja el rechazo a la ideología de la dominación creada por el poder mundial más un adecuado impulso estatal.
—Pero el desafío es muy grande y el golpe muy fuerte, ¿no es cierto?
—Es muy difícil. Fuimos subordinados por dos ideologías, el neoliberalismo y el progresismo. Si somos capaces de rechazar a ambas ideologías al mismo tiempo, será posible. Es el momento en el que los pensadores nacionales deben cumplir el papel que cumplieron, por ejemplo, Alberto Mentol Ferré, Helio Jaguaribe, Abelardo Ramos o Andrés Soliz Rada. A ver si estamos a la altura de las circunstancias frente a esta especie de última oportunidad histórica.
Urge una insubordinación fundante que nos permita desarrollar una nueva industrialización, esta vez tecnologizante y ecológica. Es como un partido de fútbol. Terminó el primero tiempo y la oligarquía financiera internacional gana 7 a 0 a los pueblos del mundo. Asistimos al más grande golpe de la historia al humanismo, pero hay salida. Queda el segundo tiempo.
—¿Qué papel ha jugado la Organización Mundial de la Salud (OMS) en esta crisis?
—La OMS y la Organización Mundial del Comercio (OMC) son los nuevos ministerios de colonias de la estructura hegemónica del poder mundial.
—¿Y el origen de un virus tan útil esa oligarquía?
—Ahora sabemos, como afirma el virólogo francés Luc Montagnier, un Premio Nobel, que el coronavirus “es un virus creado artificialmente en un laboratorio”. No sabemos si su expansión se debió a un error o un acto premeditado. Pero lo que sí sabemos es que estamos asistiendo al experimento de control social más grande de la historia y que la OMS y los medios de comunicación, por afán de rating o complicidad, se prestaron a ese experimento. El miedo del hombre común a la muerte hizo solo después su trabajo y todos terminamos encerrados en nuestras casas como si fuésemos peligrosos delincuentes.
Fuente: https://www.lostiempos.com/