Las metamorfosis de la izquierda en el siglo XXI según Alexander Dugin

19.10.2020

Por Juan Gabriel Caro Rivera

De todas las ideologías que han existido en la Modernidad, ninguna ha llegado a tener una influencia y poder semejante al que tuvo la Segunda Teoría Política para disputar frente al liberalismo el legado de la Ilustración. La izquierda, en todas sus variantes, llegó incluso a convertirse en la “ideología de reserva” del Occidente moderno. Sin embargo, con el colapso del socialismo real, la desintegración de la URSS y la aceptación del socialismo de mercado que introdujo en su interior de los sistemas económicos socialistas prácticas y medidas capitalistas al estilo de China, el mismo comunismo perdió la batalla por la Modernidad, difuminándose en una serie de movimientos contradictorios que hoy componen el muy heteróclito paisaje de las izquierdas modernas. La derrota de la izquierda a finales del siglo XX se convirtió en una prueba de fuego que causó la destrucción de gran parte de su prestigió histórico, sin hablar de la misma revaluación de sus propios fundamentos filosóficos y económicos que, bajo el ataque de las ideas neoliberales desde la derecha y del postmodernismo desde la izquierda, provocó una crisis sistemática de su propio modelo interpretativo de la realidad. El comunismo tampoco fue una ideología uniforme y en su interior existieron corrientes muy contradictorias que muchas veces estuvieron enfrentadas entre sí. Igualmente, muchas de las teorías de la Segunda Teoría Política tampoco lograron explicar de forma fundamental la realidad social o las revoluciones política de los propios países comunistas. Con el “Fin de la Historia”, la lucha de las ideologías políticas ceso y la izquierda misma se retiró a posiciones fundamentalmente relacionadas con la cultura, el conocimiento y la identidad que poco tenían que ver con la lucha política real del mundo moderno.

Ahora bien, cuando Dugin aborda el problema del comunismo y su evolución a partir del siglo XIX y XX, diferencia tres grandes familias de la izquierda que, de una forma o de otra, están relacionadas entre sí, pero difieren fundamentalmente en muchos de sus aspectos y programas ideológicos. En este sentido, la Segunda Teoría Política revela una multiplicidad de concepciones y contenidos muchas veces encubiertos por un uso demasiado generalizado de los mismos conceptos, los cuales tienden a aplanar los diferentes matices que una misma palabra puede tener. No obstante, la invitación a comprender las diferentes familias de la izquierda puede resultar relevante en la medida en que nos permite reevaluar nuestras posiciones críticas y comprender cuál ha sido la evolución de estas mismas familias a lo largo del tiempo. Según Dugin, para comprender mejor este fenómeno, es necesario dividir la izquierda en tres grandes categorías las cuales componen, en definitiva, las múltiples caras del fenómeno del comunismo tal y como se presenta en la realidad política concreta. Estas tres grandes divisiones de la izquierda serían: la Vieja Izquierda, el nacional-comunismo y la Nueva Izquierda. Las dos primeras aparecieron al final del siglo XIX, mientras que la última de estas corrientes nació a mediados del siglo XX debido a los profundos cambios históricos producidos en el mundo de la postguerra europea.

Las divisiones de la Vieja Izquierda

Ahora bien, según estas categorías la Vieja Izquierda sería un conjunto de corrientes que, partiendo de las tesis de Marx, habría desarrollado sus presupuestos críticos permaneciendo en una especie de ortodoxia congelada, según la cual el comunismo es una explicación de la explotación social por medio del capitalismo. Para la Vieja Izquierda, el comunismo sería un estado superior del desarrollo de la sociedad que sería explicable por medio del materialismo dialectico, único método científico para analizar la evolución de la sociedad. De este modo, la teoría marxista sostenida por la Vieja Izquierda se caracteriza por la denuncia de la explotación social llevada a cabo por la burguesía, la realidad social de la lucha de clases, el destino del proletariado como sujeto revolucionario de la sociedad y la búsqueda de auto-organización de los trabajadores para imponer un mundo igualitario por medio de una dictadura. Esta visión ortodoxa de la Segunda Teoría Política sufrió una serie de revisiones y transformaciones distintas en la medida en que los presupuestos teóricos de Marx y Engels resultaron insuficientes para analizar las luchas sociales y la evolución del capitalismo en los tiempos posteriores. Las brillantes intuiciones del joven Marx sobre la aparición de la “dominación real del Capital” que sustituía a la “dominación formal del Capital”, la mecanización de los procesos productivos, la evolución del sistema financiero, así como sus análisis de madurez sobre la transición al socialismo desde estructuras agrarias arcaicas (es decir, de los remanentes del comunismo primitivo como el Mir ruso o los alodios europeos) por medio de los cuales se podría saltar etapas históricas, mientras se tenía en cuenta la estructura social de las sociedades analizadas, fueron ignoradas de forma sistemática por esta corriente de pensamiento. La Vieja Izquierda se caracterizó por convertir el materialismo histórico en un dogma y reducir la totalidad de los análisis de la realidad a sistemas económicos que, durante la segunda revolución industrial, tuvieron una gran capacidad de prognosis y un poder de predecir muchos de los comportamientos del mundo capitalista hasta el punto de descifrar algunos de sus fenómenos más complejos. Sin embargo, en la medida en que el mismo capitalismo y la sociedad han ido cambiando, su capacidad de análisis ha perdido gran parte de su potencial de explicación. En los análisis de la Vieja Izquierda no existe una evaluación crítica de la aparición de la sociedad de la información (sociedad post-industrial), de la disolución del proletariado en la clase media, el ascenso del consumismo o las mutaciones del capitalismo y el liberalismo de postguerra.

La mayor parte de los representantes más ortodoxos de la Vieja Izquierda puede encontrarse en los círculos políticos de los partidos comunistas que aún existen en el Primer Mundo (países donde nunca han sucedido revoluciones comunistas) y se caracterizan por defender una versión suave de las tesis del marxismo. En general han renunciado a la idea de una revolución violenta y se han contentado con el juego democrático, convirtiéndose en aliados de facto de las corrientes políticas de centro-izquierda. También se caracterizan por un rechazo de la experiencia soviética, que ven como una especie de desviación histórica de las ideas de la izquierda y como la instauración de un capitalismo de Estado, según las ideas de la Cuarta Internacional inspirada en Trotsky. Entre los seguidores de esta corriente ha desaparecido también la fe en las profecías de Marx y continúan realizando su defensa de la explotación de los desamparados, los pobres y demás grupos sociales por razones de inercia.

Otra de las corrientes que pertenece a la Vieja Izquierda es la socialdemocracia. Por socialdemocracia debemos entender el conjunto de teorías producidas por pensadores comunistas basados en el revisionismo de Eduard Berstein, quien planteaba que el comunismo debía renunciar a la idea de la lucha de clases y defender un “socialismo espiritual”, es decir, democrático, inspirado en las tesis de Kant, Por un lado, y en el desarrollo de la clase media que, según Berstein, debería convertirse en el principal sujeto de la transición al comunismo. Desde la época de Karl Kautsky, discípulo de Engels, la socialdemocracia se ha caracterizado por devenir en una serie de partidos políticos que participaron en los procesos democráticos modernos, sobre todo insistiendo en la socialización de los medios de producción, pero dejando de lado cualquier intento de revolución violenta. Los socialdemócratas han llegado a convertirse en la principal corriente del marxismo occidental, incluso determinando el rumbo socio-económico de Europa y de América Septentrional (sobre todo durante el New Deal de Roosevelt). Esta corriente se ha caracterizado por la defensa del impuesto progresivo, la nacionalización de los grandes monopolios, la ampliación de la responsabilidad estatal en el sector social (control del crecimiento de la población, subsidios económicos a los desempleados, etc.) y gratuidad de los servicios médicos, de la educación y las pensiones. 

Además de todo lo anterior, los socialdemócratas han terminado por defender toda clase de consignas libertarias. Entre ellas se encuentran: la legalización de las drogas blandas; la defensa de las minorías (sexuales, culturales, raciales y religiosas); la ampliación de los derechos individuales y las libertades civiles; el desarrollo de las instituciones de la sociedad civil; la promoción del ecologismo y el ablandamiento de los códigos penales (abolición de la pena de muerte). En esta corriente podemos encontrar una defensa a ultranza del progreso, la promoción de la ciencia y la cultural al igual que la lucha contra los prejuicios religiosos y sociales. En general, la socialdemocracia se caracteriza por polemizar contra la derecha liberal en cuestiones económicas y contra los conservadores nacionales en las cuestiones de los valores sociales, defendiendo de forma acérrima el internacionalismo, el multiculturalismo y los derechos humanos.

Finalmente, entre la Vieja Izquierda existiría una corriente nueva, nacida del colapso de la URSS, que se llamaría la Tercera Vía o el extremo centro (como ellos mismos se denominan). Esta corriente de la izquierda nació a partir de las ideas del sociólogo inglés Antony Giddens y puede caracterizarse como una variación de la socialdemocracia en la cual se empiezan a aceptar las tesis neoliberales sobre la economía, mientras que el neoliberalismo acepta las ideas de la izquierda en cuanto al desarrollo cultural y científico del mundo moderno. Esta corriente política puede ser calificada de fabianismo, es decir, una forma de socialismo moderado de corte estatal que combina una economía de derecha capitalista con una izquierda social y cultural fuerte. Además de todo lo anterior, se caracterizan por tener una posición muy favorable a la política exterior de Estados Unidos y el abandono de las ideas de la izquierda sobre el imperialismo, lo que diferencia a los seguidores del extremo centro de los marxistas ortodoxos o de los socialdemócratas clásicos. La Tercera Vía se ha vuelto dominante hoy en muchos países del mundo, incluyendo Estados Unidos, Gran Bretaña y España, además de influir en países periféricos como Colombia, Argentina y México. Entre sus principales representantes se encuentran Bill Clinton, Tony Blair y Juan Manuel Santos.

El nacional-comunismo como milenarismo escatológico:

Entre todas las corrientes de la izquierda, el nacional-comunismo es sin duda una de las peor interpretadas y más difíciles de evaluar. Dugin mismo señala que la mayoría de sus representantes se consideran simplemente como marxistas ortodoxos, seguidores de las ideas de Marx las cuales ponen en práctica. Esta aseveración lleva a que los representantes del nacional-comunismo terminen por ignorar o desconocer, de forma velada, gran parte de este fenómeno combinado, donde la parte comunista de sus ideas se mantiene como dominante, mientras que su parte nacionalista permanece oculta. Desde su misma aparición, el nacional-comunismo ha sido una corriente muy paradójica y la mayoría de sus representantes han ignorado o desconocido de forma sistemática las contradicciones teóricas y prácticas de sus propias experiencias revolucionarias. Esto se debe, según Dugin, a la incapacidad misma del comunismo para comprenderse correctamente, ya que las corrientes ortodoxas del marxismo, expuestas anteriormente, han sido la principal fuente que ha impedido una revaluación sistemática de las mismas ideas comunistas. Sin embargo, muchos movimientos nacional-comunistas han resultado ser exitosos en sus intentos de tomar el poder por medio de métodos revolucionarios y han conseguido instaurarse como poderes dominantes en sus respectivos países. La mayor parte de los movimientos nacional-comunistas pertenecen a regiones o países periféricos que nada tienen que ver con la teoría marxista, pues en los países capitalistas – donde podemos encontrar una poderosa industria pesada, una clase obrera urbana mayoritaria y bien organizada, poseedores de amplios medios financieros y sistemas bancarios, etc. –, fuera de la efímera Republica Soviética de Baviera, no se han manifestado nunca revoluciones comunistas a gran escala. Por el contrario, como señala acertadamente el economista húngaro János Kornai, en su libro The Socialist System, las características políticas, económicas y sociales que presentaban una toda esta serie de países antes del advenimiento del socialismo es que estaban caracterizados por:

·      la pobreza y el subdesarrollo; 

·      una economía agrícola con un alto porcentaje de campesinos y personas que carecían de propiedad; 

·      bajo desarrollo industrial;

·       relaciones sociales y formas de propiedad que presentaban rasgos precapitalistas;

·       existencia de una gran desigualdad en la distribución del ingreso; 

·      inexistencia de un sistema político parlamentario y democrático;

·       y, por último, muchos de esos países eran dependientes total o parcialmente de otros países.

Como señala Kornai, los primeros cuatro rasgos entran en conflicto con la interpretación marxista de la historia, especialmente si tenemos en cuenta que países como Rusia, Albania, Yugoslavia, China, Vietnam, Cuba, el Congo, Somalia, Etiopía y Nicaragua se caracterizaron por bajos niveles de desarrollo capitalista. En la mayoría de los casos, las respuestas dadas por los marxistas han sido más bien evasivas, especialmente si tenemos en cuenta que el desarrollo desigual y combinado (explicación clásica del trotskismo) o la teoría del imperialismo (leninismo) han chocado muchas veces con la realidad elemental de las mismas revoluciones comunistas.

No obstante todo lo anterior, como señala Dugin, muchos observadores críticos o simpatizantes de las revoluciones comunistas anteriormente enumeradas han señalado los componentes nacionales y milenaristas ocultos detrás de estas revoluciones. Estos observadores, que la mayoría de las veces se han alejado de las teorías económicas ordinarias, han enfatizado los rasgos religiosos y arcaicos de las revoluciones comunistas. Los filósofos neoliberales demostraron, por medio de su crítica teórica, que muchas de las ideas del marxismo no estaban ancladas en las ideas de la Ilustración y, por el contrario, expresaban más bien una serie de reclamos que podía ser retrotraídos a ideas gnósticas o herejías religiosas que se oponían a la ortodoxia cristiana. Entonces, el comunismo expresaría, de forma velada, un intento de oponerse a la Modernidad occidental desde un punto de vista herético. “En esta perspectiva, el marxismo no es el desarrollo del pensamiento occidental, sino una regresión – con slogans modernistas – a la época feudal de revueltas escatológicas y cultos milenarios. Los neoliberales probaron esto por la crítica sistemática de Hegel, el filósofo conservador alemán, así como por la crítica de la experiencia soviética” (La Cuarta Teoría Política, pág. 180). Entre los principales exponentes críticos de esta tesis podemos encontrar a Karl Popper, Frederick Hayek, Ludwig von Mises, Murray Rothbard, Norman Cohn, Eric Voegelin, Samuel Huntington y Raymond Aron, para quienes el comunismo y el anarquismo fueron en realidad movimientos religiosos heterodoxos que, una vez colapsada la realidad social tradicional (de corte ortodoxo), emergieron con suma violencia e intentaron imponer su interpretación milenarista de la historia como un retorno a las comunidades primitivas que estaban siendo destruidas por los procesos de alienación producidos por el capitalismo.

Para los filósofos neoliberales, al igual que para los simpatizantes del nacional-comunismo, el marxismo no es de ningún modo una teoría científica positiva del mundo, sino una “sociología holística mítica” que explica el mundo por medio de un gran relato religioso. «Como mito, el marxismo nos cuenta la historia de un estado paradisiaco original – el comunismo primitivo – que se perdió gradualmente – la división inicial del trabajo y la estratificación de la sociedad primitiva –. Luego las contradicciones aumentaron, hasta el punto en que, al final del mundo, se reencarnaron en su forma más paradigmáticamente pura en la confrontación entre Trabajo y Capital. El Capital – la burguesía y la democracia liberal – personificaban el mal global, la explotación, la mentira y la violencia. El Trabajo encarnaba un gran sueño y la antigua memoria del “bien común”». Pero en esta confrontación entre estos dos enemigos, el Trabajo finalmente vencería al Capital y restablecería la verdad al transformar el pasado (la comuna original) en el futuro (el comunismo científico): «Sin embargo, este no será el comunismo primitivo de orígenes naturales, sino uno de tipo artificial, científico, en el que el diferencial acumulado durante siglos y milenios servirá a la “comuna”, a la “comunidad”» (Ibíd., pág. 64-65). 

El comunismo, por tanto, expresaría una opción herética, aunque tradicional, de una forma milenaria: sería la restauración de la comunidad sacral que existía antes de la desintegración de la misma en la sociedad al ser atravesada por múltiples divisiones y alienaciones (separación entre lo profano y lo sagrado, la política y la religión, lo privado y lo público, etc.). Desde este punto vista, muchos de los simpatizantes del nacional-comunismo ruso proclamaron que la revolución rusa no era un evento social fortuito, sino un juicio divino que le ponía fin a una realidad alienada dominada por fuerzas oscuras. El bolchevismo fue, pues, una solución totalitaria y agresiva del eslavismo revolucionario, del paneslavismo eterno del alma eslava. Continuación del eterno odio de la Iglesia de Oriente y los cátaros contra Roma, del odio de sus monjes, sus jerarcas, sus políticos y humanistas contra el Occidente que consideraban anticristiano y materialista. La mutación bolchevique retradujo temporalmente este odio atávico, como el nuevo Reino de Satán, manifestado en la explotación capitalista de los trabajadores de las economías de Occidente. El primero en comprender esto fue Georges Sorel y, poco después, Nikolai Ustrialov, Piort Savitsky, Karl Otto Paetel, Heinrich Lauffenburg, Ernst Niekisch y Fritz Wolffheim. Para todos ellos, el nacional-comunismo «consiste en la movilización de los fundamentos arcaicos – por lo general locales – con el fin de que ellos rompan la superficie y se realicen en la creatividad sociopolítica. Aquí la teoría socialista entra en juego sirviendo como “interfaz” … Gracias al marxismo – sin embargo, interpretado y entendido de manera distinta – estas energías nacionales reciben la posibilidad de comunicarse con otras energías, analógicas por naturaleza, pero estructuralmente distintas. Estas energías pueden ahora reclamar universalidad y amplitud planetaria, transformando el nacionalismo, calentado por la racionalidad socialista, en un proyecto mesiánico» (ibíd., pág. 162-163).

Por lo tanto, Dugin señala aquí la importancia de una lectura de Marx desde la derecha, es decir, ver el marxismo como la última corriente moderna que heredó la patogenia invasiva y recurrente de las esencias búdicas y extractos zoroastrianos, que desde el arcaico culto gnóstico de Manes o Mani, rebrotan en la inteligencia occidental bajo la forma de diferentes herejías –bogomilistas, cátaros, albigenses, patarinos, publicanos y otros perfecti-,  difundiendo con mística sublime la agonía inminente del mundo y su inutilidad, su mensaje consolador de negación y renuncia, frente a la cultura de la voluntad y de la creación de humanidad característica del occidente ilustrado. Para Dugin, el nacional-comunismo seguirá siendo una corriente importante “en la medida en que en muchos sectores de la humanidad las energías arcaicas, étnicas y religiosas están lejos de haberse agotado, al contrario de lo que se puede decir de los ciudadanos del Occidente moderno, iluminado y racional” (ibid, pág. 164).

La Nueva Izquierda como el rostro de la postmodernidad

La última corriente de la izquierda que apareció en el transcurso de la historia moderna fue la Nueva Izquierda. Esta corriente de pensamiento nació como una revisión teórica completa, sistemática y total de todos los presupuestos, conceptos e ideas de la Modernidad, intentando fundar un nuevo paradigma de interpretación de la realidad, la sociedad y el mundo. El principal argumento de la postmodernidad es de orden filosófico al intentar responder a la pregunta: ¿existe la verdad? Y si existe, ¿cómo es posible afirmarla? La Nueva Izquierda intento responder a esto desde una interpretación izquierdista no ortodoxa de Marx, quién fue revisado y confrontado con otros autores similares como Freud y Nietzsche, además de las tesis de existencialistas de Heidegger y el estudio de las estructuras lingüísticas y simbólicas realizador por Ferdinand de Saussure y Claude Levi-Strauss. La tesis principal de la Nueva Izquierda es que, detrás de la fachada democrática y liberal de la Modernidad, se esconde un gran entramado de nodos de poder, opresión total, prejuicios y formas de represión que han alienado a los sujetos por completo. La Nueva Izquierda explica este proceso diciendo que existe una super-estructura (representada por la razón, la ideología, los valores, el Estado, etc.) que reprime a la infra-estructura (el inconsciente, las relaciones económicas, la voluntad de poder, etc.) y de este modo se crea una especie de malestar cultural que reemerge constantemente como violencia, represiones masivas contra la población civil, grandes guerras mundiales, genocidios, además de problemas psicológicos serios entre los individuos y las poblaciones, lo que demostraría que en sí la Ilustración, con sus ideas de progreso, habría sido incapaz de cumplir sus promesas. La postmodernidad, por tanto, sería una revisión crítica de los mismos presupuestos de la Modernidad con la intención de clarificar sus propios objetivos y llevarlos más allá.

En sí, la Nueva Izquierda tiene como programa la liberación de las estructuras del inconsciente social de todas las formas de opresión que han sido creadas por la razón, de allí que su programa social y político tenga como fundamento una crítica radical de la cultura, los sistemas de valores y la propia concepción del lugar del individuo en el mundo. Para la postmodernidad, la Modernidad es la culminación de un paradigma racista, patriarcal, capitalista y homogéneo de explotación de la naturaleza y la sociedad. La práctica para superar este paradigma llego a ser conocida como “deconstrucción”, que puede ser definida del siguiente modo: si el poder construye a los individuos, significa que la única forma en que yo soy capaz de deconstruir los “dispositivos de sometimiento” que me imponen, es intentar no hacer lo que estos esperan de mí, rechazar las normas que quieren que acepte, darle la vuelta a la relación dominador-dominado. Por ejemplo, no estoy obligado a que me cure el Estado, a mantenerme con buena salud, puedo hacer con mi cuerpo lo que yo quiera, puedo drogarme, puedo tener relaciones sadomasoquistas, intentar variar las fuentes del placer sexual en vez de someterme al régimen conyugal o a la familia tradicional… Cada uno debe ser único y lo único nunca se puede definir, es una plastilina que podemos modelar a nuestro antojo. Se ha pasado de una crítica de la explotación, de una crítica del poder que se ejerce sobre los explotados, a una crítica de las normas de vida colectiva, lo que lógicamente conduce a una búsqueda frenética de la singularidad, a una especie de éxodo en el que se huye de cualquier obligación. El individuo debe “desterritorializarse” constantemente, convertirse en una multitud, en un rizoma, en una “esquizomasa” en constante delirio colectivo. Así queda resumido el programa político y social de la Nueva Izquierda.

En definitiva, la Nueva izquierda se caracteriza por un rechazo tajante de la razón (Deleuze y Guattari celebran abiertamente la esquizofrenia); la destrucción del hombre como la medida de todas las cosas (la “muerte del autor” de Roland Barthes, la “muerte del hombre” de Foucault); la superación de todos los tabúes sexuales (libertad para elegir libremente la orientación sexual, anulación del tabú del incesto, promoción de las perversiones sexuales, etc.); legalización de todo tipo de drogas (incluidas las duras); el paso a nuevas formas espontaneas y esporádicas del ser (el rizoma, la esquizomasa, etc.); y la destrucción de cualquier forma estructurada de Estado o gobierno y la proclamación de comunas anárquicas libres o TAZ (Temporal Autonomous Zone, o Zonas Autónomas Temporales). Con este programa la Nueva Izquierda propone un retorno a las sociedades tribalistas (interpretadas en clave libertaria y postmoderna), donde los individuos vivirían libres de toda forma de opresión económica o social, al practicar el libre intercambio del don (en el sentido antropológico de Marcel Mauss) y la libertad sexual (psicoanalizada por medio de Freud y Lacan). Las propuestas prácticas de la Nueva Izquierda pueden ser observadas en muchos movimientos sociales y políticos en todas partes del mundo. Por ejemplo, podemos ver esto en el Foro de Sao Paulo o en el movimiento de los Occupy Wall Street, en las marchas del orgullo gay, la legalización de la droga o la defensa de las minorías (los inmigrantes, los homosexuales, etc.) alrededor de todas las capitales del mundo. En general, los movimientos de la Nueva Izquierda impulsan cualquier cosa que pueda parecer un carnaval como un medio para romper con la cotidianidad. El objetivo de la postmodernidad, como dice Dugin comentando las tesis de Michael Hardt y Negri, es hacer consciente a las multitudes que “la globalización crea las condiciones para una revolución mundial y planetaria de las masas, que utilizando la globalización y sus posibilidades para la difusión del conocimiento abierto, crean una red de sabotaje mundial que permite el cambio de lo humano (que actúa como el sujeto y el objeto de la opresión, de las relaciones jerárquicas, de la explotación y de las estrategias disciplinarias) por lo posthumano (mutantes, ciborgs, clones y virtualidad) y la libre elección del género, la apariencia y la racionalidad individual según la voluntad del individuo y por cualquier espacio de tiempo” (Ibíd., pág. 169).

La postmodernidad ha tenido un gran impacto en la estética, la cultura y la tecnología. El dominio del arte ha sido copado por el deconstuccionismo por medio del performance que es prácticamente dominante en todas las esferas de la estética moderna, mientras que las ideas de jugar libremente con la forma (impulsadas por el arte abstracto y el objetivismo) prácticamente han hecho desaparecer la idea misma de la pintura. Ejemplos similares podemos ver en la arquitectura, la escultura, el cine, la literatura y el teatro. En el terreno cultural, la Nueva Izquierda domina de forma definitiva todos los establecimientos académicos y universitarios, pues muchos de sus autores son citados constantemente. En cuanto a la tecnología, la Nueva Izquierda ha inspirado muchos de los desarrollos tecnológicos modernos, especialmente cuando tenemos en cuenta sus reflexiones sobre la virtualidad, el simulacro, la digitalización del mundo, etc. Muchos de los dispositivos electrónicos y redes sociales modernas están inspirados en los laboratorios de ideas de la postmodernidad occidental, penetrando de forma sistemática las sociedades no occidentales, que reciben pasivamente su influencia sin traducir, de forma crítica, estos inventos tecnológicos a las necesidades básicas de sus sociedades. 

Finalmente, Dugin mismo evalúa de forma crítica la postmodernidad y el legado de la Nueva Izquierda. Para Dugin, la postmodernidad puede ser dividida en dos partes: en la medida en que la crítica postmoderna “deconstruye” las bases y los fundamentos de la Modernidad y el liberalismo, denunciando su esencia racista, opresiva y totalitaria, la misma postmodernidad puede convertirse en un instrumento de la Cuarta Teoría Política para luchar contra Occidente. Sin embargo, el mismo Dugin rechaza tajantemente toda su vertiente moral, que es una radicalización de los mismos presupuestos de la Modernidad. Esencialmente, Dugin dice que debemos dirigir el proceso de deconstrucción posmodernista hacia la Modernidad política occidental, sin compartir sus supuestos morales destinados a declamar la magnificencia, en el espíritu de Deleuze y Guattari, de las masas esquizofrénicas y de la sociedad anti-edípica fundada en la abolición de cada forma de prohibición. Esta parte desviada de la posmodernidad debe ser rechazada sin apelación, pero al mismo tiempo debemos aceptar y dominar su parte deconstruccionista. De ese modo, la Cuarta Teoría Política será una síntesis entre todo lo que es premoderno y postmoderno, es decir, todo lo que no es moderno, con el fin de crear una contestación radical frente al mundo actual.