El León de Damasco debe resistir

19.04.2018

Siria vuelve a estar, una vez más, bajo el asedio de los principales medios de comunicación a nivel mundial. Se trata de una historia por fascículos que se remonta a comienzos del año 2011, siendo vendida en pequeñas pero explosivas dosis de forma periódica. El porqué del conflicto y su evolución no es motivo de estudio en el presente artículo, pero resulta evidente que se trata de una guerra entre un Estado soberano y numerosos grupos terroristas armados y financiados por actores externos con intereses creados en la región.

La última noticia que ha conmocionado a la opinión pública, magistralmente teledirigida por la opinión publicada, fue el presunto uso de armas químicas por parte del gobierno sirio en Duma, ciudad controlada por grupos terroristas (rebeldes para los mass media). Tras conocerse la noticia, la alianza tripartita entre Estados Unidos, Reino Unido y Francia -sin esperar a ningún tipo de investigación imparcial por parte de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) y sin recibir luz verde por parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)- realizó como represalia una serie de bombardeos quirúrgicos sobre territorio sirio, erigiéndose una vez más como los Defensores de la Libertad. A día de hoy seguimos sin conocer si dicho ataque químico se produjo y cuando conozcamos los informes definitivos tampoco importará lo más mínimo como ha ocurrido en ocasiones anteriores.

La pregunta que habría que hacerse, por tanto, sería quid prodest? Desde luego no beneficia en  nada al gobierno sirio, que sin necesidad de usar armas químicas estaba recuperando terreno de forma eficaz y su pervivencia empezaba a ser asumida por sus principales enemigos externos. La respuesta es sencilla: a los grupos terroristas, para los que esta operación supone un balón de oxígeno. La victoria del Ejército Árabe Sirio, que parece inevitable, sería una mala noticia para aquellos que pretendían una Siria fragmentada, al igual que ocurrió con Libia o Iraq. Al fin y al cabo no interesa la existencia de países soberanos que se niegan a someterse a los dictados de terceros, y la manipulación mediática es la herramienta habitual para justificar su destrucción.

¿Y qué ocurre con los cristianos sirios? Hasta el comienzo de la guerra en Siria, la minoría cristiana, en torno a un 10% de la población, estaba protegida por la laicidad del Estado, permitiendo la construcción de iglesias (algo impensable en el territorio de nuestros aliados saudíes) y garantizando su libertad de culto. Transcurridos siete años de conflicto su presencia ha sido prácticamente eliminada por los grupos terroristas, sometidos a terribles torturas y ejecuciones públicas. Occidente, nuestro Occidente, miró hacia otro lado mientras alababa a los rebeldes sirios, un grupo heterogéneo y prácticamente marginal que en ningún momento tuvo opciones de victoria, que fueron fagocitados progresivamente por los terroristas del Estado Islámico y asociados. De nada han servido los llamamientos de los religiosos que han sufrido el conflicto en sus carnes, ya que su opinión nunca interesó a los medios de comunicación. Como dato curioso y triste a partes iguales por cómo se encuentran actualmente, recordar que en la antigua provincia romana de Siria los seguidores de Jesús fueron denominados cristianos por primera vez.

Bashar al Assad, conocido como el León de Damasco, es presidente de Siria desde el año 2000, tras el fallecimiento de su padre Hafez al Assad. De nada sirvieron el referéndum constitucional de 2012 que suponía una apertura del régimen al establecer un sistema multipartidista, ni su aplastante victoria en las elecciones presidenciales de 2014: su firmeza a la hora de defender un Estado soberano totalmente independiente de los postulados de Washington y sus aliados (posicionado junto a Rusia y China en la apuesta por un mundo multipolar), y el hecho de presidir un país que hasta el inicio de la guerra no podía definirse como pobre, ni mucho menos, fueron razones suficientes para intentar su derrocamiento. Siete largos años después, y pese a todo pronóstico, sigue resistiendo las embestidas de los grupos terroristas y de sus patrocinadores externos, rechazando el exilio desde el principio. Sí, la Primavera Árabe nunca llegó a Siria.

El experimento de laboratorio conocido como Primavera Árabe no fue más que una punta de lanza para cambiar la situación geopolítca del norte de África, sirviendo a intereses espúreos sin relación alguna con la mejora de la calidad de vida de la sociedad civil o la defensa de los siempre recurrentes Derechos Humanos. De hecho, ¿en qué situación se encuentran actualmente aquellos países que disfrutaron de semejante primavera democrática?

Aprendamos de la experiencia libia. El asesinato de Muammar Gaddafi a manos de la Administración Obama y sus lacayos (sin olvidar la traición de Nicolás Sarkozy, que llegó al Elíseo gracias a la financiación del líder libio) supuso la entrada indiscriminada de terroristas islámicos a nuestro continente. ¿Nadie tuvo la amplitud de miras suficiente para entender que su régimen actuaba de tapón frente a la amenaza yihadista? No cometamos los mismos errores, aunque bien es cierto que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.