El oceáno y la pecera

04.07.2016

En el año 1936 el famoso escritor inglés George Orwell escribió, en su libro “El camino de Wigan Pier”, el siguiente párrafo:

“La única cosa en favor de la cual podemos unirnos es el ideal básico del socialismo: la justicia y la libertad, ideal que está casi completamente olvidado. Ha sido enterrado bajo capas y capas de pedantería doctrinaria, de riñas partidistas y de “progresismo” aficionado, hasta convertirse en algo parecido a un diamante oculto bajo una montaña de estiércol […] Hemos llegado a un punto en que la misma palabra “socialismo” evoca, por una parte, una imagen de aviones, tractores y grandes y brillantes fábricas construidas de vidrio y cemento, y, por otra parte, una imagen de vegetarianos de lacias barbas, de comisarios bolcheviques mitad gángsters y mitad gramófonos, de señoras muy serias con sandalias, de marxistas de cabello revuelto masticando polisílabos, cuáqueros despistados, fanáticos del control de los nacimientos y de escaladores del Partido Laborista. El socialismo, por lo menos en esta isla nuestra, no huele ya a revolución y a derrocamiento de la tiranía; huele a extravagancia, a veneración de la máquina y a estúpido culto a Rusia.”

Actualmente en ciertos sectores políticos, o que intentan ser políticos, se observa esta vieja predisposición. Es la predisposición del confort dentro de un pequeño mundo, dentro de lo que se puede llamar una pecera, en oposición al océano.

El océano y la pecera… Imaginad la inmensidad del océano, su rica diversidad natural, sus grandes olas y sus terribles tempestades, y también todas y cada una de las maravillas que abarca. Bien puede ser un símbolo del mundo político y social en el que debemos movernos necesariamente. Ahora pasemos a la pecera, símbolo inequívoco del mundo en el que viven muchos “rebeldes” y “revolucionarios”: es una parodia del océano. De escasas dimensiones, con flora de plástico las más de las veces, con un pequeño grupo de peces que jamás se mueve del lugar, y totalmente aislado del océano. Y allí podemos ver a los pececillos como se pelean en ocasiones por ser los jefes de ese minúsculo e intrascendente mundo, al cual el océano no presta atención, pues los acontecimientos que allí suceden no le afectan en absoluto. Los pececillos tampoco se preocupan de si están o no en una pecera, encerrados para siempre jamás, viven ahí y piensan que ahí se acaba todo.

Es muy triste ver a personas y grupos que compiten por ser algo más que el resto, pero siempre dentro de los parámetros de ese mundo, de esa pecera. Si el grupo X ha sacado mil votos, entonces el grupo Y vive como una gran victoria obtener mil quinientos; si el grupo Z convoca una manifestación de 100 personas, el grupo W intenta convocar a 200, etc… El objetivo no es otro que ser más que el grupo competidor, en vez de plantear una estrategia a largo plazo para salir de la marginalidad. El objetivo es ver quién es el rey de los marginales, el corto plazo, el golpe de efecto, la foto… Pero nada más. El pez que reina en la pecera nunca saldrá al océano, donde sería devorado en segundos, y realmente no tiene intención alguna de ello: ¡se vive tan bien en el simulacro político!

La pecera tiene sus normas: un cierto lenguaje, un cierto estilo de ropa y de música, una manera concreta de hacer las cosas, una visión autocomplaciente de todo. Todo eso sirve para vivir perfectamente adaptado a la pecera, pero es inútil fuera de ella. Esta es la realidad, la pecera sólo es buena para grupos que apenas se diferencian de asociaciones de fans de películas o grupos musicales, o para personas que tapan su mediocridad personal creyéndose que son algo, o en el peor de los casos, meros estafadores.

¿Cómo podemos identificar que nos hallamos en una pecera? Tal como se ha dicho antes, cuando la prioridad es la competición y comparación con grupos que luchan por dominar el mismo espacio político, siendo éste espacio minúsculo. Otro punto importante es cuando designamos a enemigos equivocados o establecemos objetivos que solo existen en nuestra mente. Veamos algunos de los principales:

El peligro fascista/comunista: El fascismo murió en 1945 y desde entonces ningún país o gran organización lo sostienen de manera efectiva. Como gran perdedor en la lucha por liderar el desarrollo del mundo moderno en el siglo XX, su memoria ha degenerado hasta quedar petrificado en la imagen de la propaganda de los vencedores, y por ello es usado como adjetivo de todas aquellas actitudes y personas nauseabundas y repugnantes a cualquier nivel. Da igual si se trata de terroristas marxistas o feministas, que también serán llamados fascistas si conviene. Y otra cosa muy importante: ser antifascista da una gran ventaja, ya que sitúa a quien así se autodenomina en el bando de los buenos, automáticamente.

Otro tanto vale cuando se nos habla del peligro comunista. El comunismo quedó desmantelado como alternativa al capitalismo desde 1991 con la desaparición de la Unión Soviética. Desde entonces, aunque cuenta con algunos países (marginales) que todavía se reivindican como tales, así como algunas importantes organizaciones, no es ni la sombra de lo que fue. La etiqueta de comunista es colocada preferentemente por quienes desean acallar protestas sociales, los cipayos de poderes económicos y grupos financieros. Incluso llega a ser usada para atacar a Rusia y a otros países, bien como acto reflejo, bien como acto sencillamente estúpido.

Occidente: Cuando se habla de “Occidente”, de “mundo occidental”, muchos confunden eso con “Europa”, pero no es Europa, no representa una geografía, sino un ideal. Primeramente empezó definiendo a la forma religiosa cristiana (católica) que se hallaba instalada en la parte oeste de Europa, luego fue definiendo las formas y maneras de hacer de los territorios colonizados por los países de esas partes de Europa, que difundieron sus instituciones y sus costumbres por todo el mundo que, fieles más tarde a la filosofía de la Ilustración, los intereses de la burguesía y la religión de los Derechos Humanos, pretendían instituir una sola verdad en todo el planeta, considerada como tal por ser racional y efectiva, “científica”. Defender a Occidente es defender valores surgidos contra Europa. Por eso el mayor país que defiende lo occidental son los USA, construidos por personas cultivadas en el rechazo a Europa.

Desde mediados del siglo XX Occidente denomina a la ideología que consiste en la preponderancia estadounidense, siendo los europeos unos meros vasallos. Esa ideología es la cima del pensamiento burgués: el propietario es el dueño que hace y deshace, independientemente de la voluntad de los asalariados, independientemente del entorno ecológico o cultural, independientemente de cualquier vínculo que no sea económico. Derecho de uso y abuso de una minoría, eso es Occidente.

Un derivado de esa defensa de Occidente es el recurso a la raza: los occidentales seríamos de la misma raza, blanca, luego debemos ser solidarios de su pervivencia en un mundo cada vez más hostil. La respuesta es que es una postura falsa, ya que Japón es un país absolutamente occidentalizado, mientras que los árabes son raza blanca. Además, la cuestión clave no se halla en la biología, sino en los Valores. Una raza blanca pura que defienda el capitalismo salvaje es simplemente despreciable. Los defensores que afirman que una raza blanca pura solo podrá defender valores buenos, caen en un calvinismo racial que solo puede dar risa, equiparables a aquellos socialistas que pretenden que los obreros, por su condición, solo pueden hacer y desear cosas buenas y justas.

Inmigración: La inmigración masiva es un problema, pero no por cuestiones raciales, sino culturales y de valores. Una inmigración no masiva no es mala, porque permite la asimilación paulatina de los elementos foráneos, pero la que es masiva, la que consiste en el desplazamiento de miles y miles de seres humanos de una parte a otra del planeta en un tiempo muy corto y de manera continuada es un grave problema. No son personas ni grupos de personas, sino naciones enteras que cambian de territorio, simplemente. El caso es que si se trata de personas que vienen de otros países occidentales, surge exactamente el mismo problema que con personas de otros lugares del mundo: no se adaptan, viven mentalmente en su cultura. Por eso no es un tema de raza, sino de valores. Occidente no es un todo homogéneo, y no se debe luchar por personas y valores que poco ya tienen que ver con nosotros. Y por último, la inmigración masiva es una consecuencia directa de las políticas occidentales…

La tradición o tradicionalismo: no consiste en la adoración y recreación de formas muertas, y bien muertas. La necrofilia no es una forma de política, es una perversión. Hay grupos y personas que disfrutan rememorando una y otra vez a un cadáver político, y es imposible que salgan de ahí: son los putrefactos de la política. Las formas son las formas, pero las expectativas, temores, ansias y esperanzas suelen ser eternas. Esa es la diferencia. Si se quiere defender una tradición o un tradicionalismo, que se defienda entonces la justicia, la libertad, la unidad, la grandeza, la solidaridad, etc. Las evoluciones y revoluciones hacen que las formas cambien constantemente, y suele suceder que quien no se adapta, muere. Eso vale para todos.

El combate político nadie pienso que lo vaya a hacer con una armadura, con un uniforme de los tercios de Flandes, o con una camisa de los años 30 del siglo XX… Todas las tradiciones, incluida la forma religiosa, no son más que vestiduras, formas que emplea la energía de la época. Cuando la gente deja de creer en ciertas formas, éstas se transforman en simples muecas sin sentido. Adiós a la monarquía, adiós al carlismo, adiós a las antiguas colonias de ultramar. Aquello fue, aquello vivió, aquello creó, aquello hizo su época. Simplemente debemos juzgarlos desde un punto de vista histórico y de destino. Averigüemos en qué sentido ayudaron al pueblo a ir hacia delante. Todo lo que ha muerto queda abierto para un juicio histórico. En cambio, no es imposible que ciertas instituciones o construcciones sociales que fueron destruidas, renazcan bajo formas y definiciones totalmente nuevas. Sólo el espíritu puede ser restaurado. Y éste simplemente debe vestir nuevos trajes que se acomoden a los tiempos nuevos. La noción de religión, o la de socialismo, pueden revivir bajo nombres absolutamente imprevisibles. En ningún caso se ha de formar parte de un grupo de nostálgicos, un círculo entregado a recuerdos, que se dedique a denunciar la maldad o la mala fe de los demás, dentro de una dinámica ya conocida. Nos podríamos disfrazar como soldados o militantes de otras épocas y hacer como si… No, las cuestiones de modistas o mercerías no son las nuestras: hemos de ser fieles en lo esencial, y olvidar los detalles sin importancia.

El culto a la fuerza y al activismo puros: es un tremendo error. Es la preferencia que a veces se tiene por un macho estilo Rambo, frente a un intelectual canijo, aunque sea de los nuestros. El gran plan suele ser: golpeemos a todo aquello que se mueva, tomemos el poder con un grupo de hombres valientes, y luego ya veremos… Evidentemente, si esos valientes no conocen a fondo las artimañas del sistema neoliberal, si no saben distinguir entre falsos y verdaderos enemigos, si no son capaces de ver las posibilidades de colaboración con personas venidas de otros campos… serán traicionados y embaucados. Los más cínicos podrán ejercer responsabilidades políticas, pero de todos modos no podrán establecer la justicia social de la que tanto alardean. Les podrá quedar el mantenimiento del discurso, la agitación de las masas, pero las verdaderas decisiones, las que cuentan, serán un resultado del compromiso con el sistema capitalista. Con este razonamiento, llegamos a dos conclusiones: la primera es que el militante debe estudiar todos los aspectos del sistema imperialista y neoliberal (sionismo, estructura económica, inmigración masiva, planeta Disney, cambio climático, sistema bancario, intervencionismo militar y político, etc.) La segunda conclusión es que la fuerza (y esto es válido tanto para quien engancha adhesivos por las paredes como para el comandante de una división blindada) siempre está sometida al objetivo político. El “tortazo” no es algo gratuito. La decisión del uso de la fuerza debe provenir de una autoridad política reconocida, no de la ira momentánea de algún militante demasiado predispuesto a cualquier provocación, real o imaginaria. No se pueden pensar las cosas con la testosterona, sino con las neuronas.

El cesarismo: es algo muy atractivo, porque dispensa de dos cosas: de la responsabilidad y de pensar por uno mismo. Delegar la solución de problemas a la presunta infabilidad o genialidad de una persona, a pesar de que demuestre ser muy competente, es algo verdaderamente peligroso. La lealtad se debe a las ideas, encarnadas en un movimiento, todo lo demás es provisional. Ya sabemos lo que sucede con los movimientos o regímenes encarnados por una persona sola: muerto el perro, se acabó la rabia.

Evitar todos esos errores hará que abandonemos la pecera. Ya lo dijo el poeta: “No hay que tener miedo a hacer algo grande”.