Rusia y Turquía: "humillados" y ofendidos

19.08.2016

El acercamiento entre Rusia y Turquía ha sido uno de los acontecimientos internacionales más destacados y debatidos de las últimas semanas. Considerando la talla estratégica de ambos actores y el contexto en que se produce dicho acercamiento, en modo alguno puede sorprender que ambos actores concentren tal nivel de atención y seguimiento.

Rusia y Turquía son dos países de rango pos-geopolítico, es decir, si algo los caracteriza en el curso de las relaciones internacionales es su doble condición en relación con dos capacidades que trascienden su ubicación geográfica selectiva: los dos desarrollaron capacidad para proyectar poder y ambos concentran capacidad de deferencia entre Estados.

Es cierto que en el caso de Rusia esas condiciones son superiores a las de Turquía; sin embargo, si consideramos la situación actual de Rusia con los tiempos de tumultos que fueron los años noventa para este país, sin duda que el comienzo del retorno de Rusia al orden interestatal se produce con la llegada de Putin al poder hace más de quince años. Antes, el estado de debilidad estructural del país impidió que desplegara una política exterior activa que implicara amparo de sus intereses nacionales y proyección estratégica sobre espacios adyacentes y más allá.

En relación con Turquía, su condición internacional durante los años noventa fue apropiadamente marcada por expertos como Paul Kennedy: un pivote geopolítico, es decir, un actor que por su ubicación selectiva regional podía convertirse en una fuente de desestabilización regional si el país llegaba a marchar hacia una convulsión socio-económica interna. Pero en el siglo XXI, ya con Erdogan en el poder, Turquía se convirtió en un actor geoestratégico, es decir, aumentó su relevancia como jugador regional al tiempo que proyecta influencia y poder incluso más allá de la misma.

El contexto en el que se dan estas transformaciones completa la situación: Rusia afronta una situación de asedio geopolítico por parte de una OTAN que hace tiempo dejó en claro que uno de sus retos mayores es prevenir el inalterable curso de Rusia hacia el revisionismo geopolítico y la reconstrucción imperial. Así, sin ambages, Occidente consideró desde un primer momento, es decir, desde el mismo final de la Guerra Fría, que sobre Rusia había que ejercer una contención y vigilancia, para expresarlo casi en los mismos términos que lo hizo el diplomático George Kennan en 1946 cuando previno a Estados Unidos sobre las particularidades o fuentes de la conducta del adversario al que se enfrentaba.

Por su parte, Turquía considera que su ascenso no ha sido correspondido por Occidente, cuyos líderes, si bien asienten su relevancia, se muestran refractarios a incluirlo en su espacio de afluencia política, económica, institucional, etc., pero sí erigirlo, a cambio de euros, en muro de contención de toda masa humana proveniente de los espacios pobres y convulsos de Medio Oriente y norte de África. Por otra parte, la dirigencia en Ankara considera que no se han amparado sus intereses en relación con la guerra en Siria y, finalmente, quedaron fuertes dudas respecto de las fuentes que inspiraron la asonada militar de julio pasado.

Estos sentimientos de humillación e incluso ofensa explican en buena medida la aproximación entre Rusia y Turquía. Salvando diferencias, claro, dicha aproximación recuerda aquella entre Rusia y Alemania después de la Primera Guerra Mundial, cuando ambos países, derrotados y excluidos del orden de posguerra, alcanzaron en Rapallo un acuerdo de cooperación que se extendió prácticamente hasta el 22 de junio de 1941.

Desde estos términos, dicha aproximación confirma lo que en relaciones internacionales algunos expertos denominan regularidades, esto es, la repetición de pautas entre Estados que comparten o sufren determinadas situaciones de humillación y desdén frente políticas establecidas por otros.

Pero esos sentimientos también fungieron para que los dos países afirmaran o definieran sus orientaciones geopolíticas. En el caso de Rusia, volver a mantener buenas relaciones con Turquía (porque las relaciones entre ambos actores hasta el derribo del avión ruso por parte de Turquía mantenían un ascendente curso en múltiples segmentos, desde el comercial hasta el aeroespacial, pasando por el energético, el laboral, el turístico, el bancario, etc.) favorece sus propósitos de proyectarse al Mediterráneo Oriental. De allí que existe una conexión entre la proyección de poder ruso al Mar Negro y a Medio Oriente.

En el caso de Turquía, definir la pugna de enfoques geopolíticos en la que se encuentra el país desde hace tiempo en dirección de la vertiente nacionalista, es decir, la que prioriza la región, Rusia y parte del Asia Central como espacio de cooperación y de maximización de intereses de Turquía, frente a los enfoques modernizantes que miran el espacio euro-atlántico o aquellos de cuño confesional que se concentran exclusivamente en el espacio de Medio Oriente.

En breve, la aproximación entre Moscú y Ankara no es nueva; lo que sí introduce cierto aspecto novedoso es el proceso de humillación y ofensa que ha llevado a ambos actores a reconsiderar sus relaciones desde un patrón de acercamiento que resulte funcional a su ascenso como poderes preeminentes y al amparo y promoción de sus intereses nacionales.

Asimismo, dicha aproximación debería enfocarse desde la lógica que implica un escenario o espacio internacional y mundial que finalmente se ha completado, y que se encuentra sujeto a cambios de escala que podrían durar décadas hasta que finalmente se alcance una configuración definitiva.

Dr. Alberto Hutschenreuter es Director de Equilibrium Global y analista Internacional. Autor de Política Exterior de Rusia – Humillación & Reparación, o  La Gran Perturbación – Política entre Estados en el Siglo XXI.