Orden mundial y geopolítica
El libro de Henry Kissinger, tal vez uno de los máximos estrategas de la Republica Imperial de la segunda mitad del siglo XX, denominado Orden Mundial (Henry Kissinger, Orden Mundial. Reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la historia. Debate. Traducción de Teresa Arijon. BsAs. 2016) se convierte de lectura estratégica obligatoria para todos aquellos que entendemos que la política internacional es el resultado de las marchas y contramarchas de la historia.
Ya Alberto Methol Ferré siempre nos enseñó que la actualidad por sí misma no existe, y que ella es el triple entrecruzamiento retroalimentativo entre pasado- presente y futuro y futuro-presente y pasado. Las Relaciones Internacionales no existen en el vacío sino en el curso de la historia del sistema mundo, como ya lo dijo Mackinder en su famosa conferencia. Lo que ocurre es que la sociedad de una superposición de informaciones o desinformación ligada a la instantaneidad digital, muchas veces nos inhibe de analizar desde un enfoque histórico. Sin embargo Samuel Huntington, Zigmunt Brzezinski, Paul Kennedy, y en este caso Henry Kissinger, como herederos del viejo realismo, tienen a la historia como su principal enfoque integral.
Kissinger dice que en las décadas que siguieron a la Segunda guerra mundial, parecía que podía nacer una comunidad global. La visión estadounidense de la política mundial tendía, según Kissinger, a la paz, el sentido común y el trato justo, y por ende a la extensión de la democracia en la meta general del orden internacional.
Sin embargo, el mundo abarca mucho más que Occidente, dice Kissinger, y las otras grandes civilizaciones concebían la realidad desde sus propias cosmovisiones: el confucianismo ordenó el mundo como tributario de una jerarquía definida por su cercanía a la cultura China; el islam dividió el orden mundial en un mundo de paz, el del Islam, y un mundo de guerras, habitadas por los infieles; el hinduismo se cerraba a sí mismo desde su cultura e historia milenaria.
Pero Kissinger no cae en la falsa ilusión del fin de la historia de Fukuyama, y observa que debajo y arriba de estas áreas de civilización, existe un punto de inflexión geopolítica. Conceptos como democracia, derechos humanos y derecho internacional reciben interpretaciones divergentes.
El resultado no es simplemente, dice Kissinger, una multipolaridad de poder, sino un mundo de realidades contradictorias. Y afirma que los Estados Unidos es una expresión decisiva de la humana búsqueda de la libertad en el mundo moderno y, en tanto fuerza geopolítica indispensable para la reivindicación de los valores humanos, deben conservar su sentido de orientación.
En el fondo, Kissinger es la máxima expresión estratégica del destino manifiesto, es decir, los EEUU están destinados por la providencia a regir los destinos de la humanidad. Estados Unidos, más que una Nación, es una ideología, y en su núcleo fundador calvinista existe un profundo fundamentalismo religioso.
Sin embargo, la historia no es un tablero de ajedrez que se maneja desde la botonera de un complejo militar industrial.
La geopolítica moviliza a los pueblos y el verdadero motor de la historia son los nacionalismos cuya soberanía es la civilización.
EEUU, al concentrarse en el Asia Pacífico como hipótesis de conflicto ante la emergencia de China, no pudo contener los focos de conflictos geopolíticos históricos como Oriente Medio, y su derrota en Irak y Afganistán, y su fracaso en Siria, y su objetivo final, que era Irán y, más aún, su confuso rol en el apoyo al grupo terrorista Daesh que contó con apoyo de Qatar, Turquía, Israel, Arabia Saudita y la OTAN.
Por otro lado, su derrota en Ucrania, al separar Putin Crimea de Ucrania. Y Putin, demostrando en ambos frentes una visión estratégica audaz. Y hoy esto lleva a la tensión entre la OTAN y Rusia, lo que hace afirmar al Papa que estamos viviendo una guerra mundial de a trozos. América Latina, si la miramos rápidamente, es innegable que vive un momento de relativa debilidad, con un Brasil que sufrió un golpe de Estado, con una gran tensión social en Venezuela y una Argentina sin una nítida política exterior, que incluso dentro de unos días, participará como país observador en la Alianza del Pacifico, una zona de libre comercio compuesta por Chile, Colombia, Perú y Méjico. Interesante, desde las variables comerciales, pero con una clara orientación estratégica hacia los Estados Unidos.
Sin embargo, hay una especie de ley ipso facto en la historia latinoamericana: a mayor presión norteamericana, mayor reacción latinoamericana.
Esto quiere decir que en este tablero geopolítico que describe Kissinger, y que analiza el mundo, pero obvia a América Latina porque es el patio trasero, lo que menos muerto está es el patio trasero, porque la fuerza profunda de los Libertadores sigue cabalgando con nosotros, más allá de toda crisis que parece inmovilizarnos.
Miguel Ángel Barrios -Argentina- es doctor en educación y en ciencia política. Autor de reconocidas obras sobre América Latina.