Occidentología: hacia la ciencia soberana rusa

18.09.2024

Introducción

La occidentalología es un concepto nuevo que debe tomarse en cuenta en la actual situación de escalada del conflicto entre Rusia y los países de la OTAN debido a la Operación Militar Especial en Ucrania, especialmente ahora que el conflicto ha pasado de ser político a convertirse de forma gradual e irreversible en un choque de civilizaciones. Los dirigentes políticos de Rusia han declarado que el país es un “Estado-civilización” independiente [1] o “Mundo Ruso” [2]. Tales declaraciones tienen importantes consecuencias para el conjunto de las ciencias humanas y la educación rusas, ya que establece un nuevo paradigma para la autoconciencia histórica de la sociedad rusa, así como para nuestra comprensión de la civilización occidental y de otros pueblos y culturas no occidentales.

El Decreto Presidencial nº 809 “Sobre la Aprobación de los Fundamentos de la Política Estatal para la Preservación y el Fortalecimiento de los Valores Morales y Espirituales Tradicionales Rusos” establece sin ambigüedades que nuestra orientación debe dirigirse hacia el código de la cosmovisión rusa, que es el fundamento de nuestros “valores tradicionales” [3]. De hecho, constituye el entramado semántico fundamental de la nueva cosmovisión estatal y pública de Rusia, cuya necesidad se deriva directamente de la creciente confrontación con Occidente en el sentido más amplio de un choque entre civilizaciones distintas.

Esta orientación de Rusia hacia la tradición y el fortalecimiento de la identidad se desarrolla y continúa en el Decreto Presidencial de Rusia nº 314 “Sobre la aprobación de los fundamentos de la política estatal de la Federación Rusa en el ámbito de la educación histórica”, en el que se afirma directamente que “Rusia es un gran país con una larga historia, un Estado-civilización que unió a los pueblos rusos y a muchos otros pueblos de Eurasia en una única comunidad cultural e histórica e hizo una enorme contribución al desarrollo del mundo… La autoconciencia de la sociedad rusa se basa en los valores espirituales, morales, culturales e históricos tradicionales que se han formado y desarrollado a lo largo de la historia de Rusia, cuya preservación y protección es un requisito previo para el desarrollo armonioso del país y de su pueblo multinacional, siendo un componente integral de la soberanía de la Federación de Rusia” (Sección II, 5) [4].

En otras palabras, el reconocimiento de que Rusia es un Estado-civilización y el hecho de promover una política estatal afirmando nuestro conocimiento de la historia y la protección de los valores tradicionales como fundamentos del Estado hace necesario reconsiderar la actitud que, en las últimas décadas y quizás siglos, hemos tenido frente a la civilización y la cultura occidentales.

El camino particular de rusa: los pros y los contras

Todo lo anterior nos remite a la discusión que se dio en el siglo XIX entre eslavófilos y occidentalistas y más tarde entre los euroasiáticos rusos que continuaron las críticas de los eslavófilos. Los eslavófilos sostenían que Rusia no era una civilización eslava oriental, sino un tipo histórico y cultural particular de la civilización bizantino-ortodoxa [5]. Los eurasianistas posteriormente complementaron estas ideas haciendo énfasis en las contribuciones positivas que hicieron otros pueblos euroasiáticos a la riqueza e identidad de esta civilización rusa. Conceptos como “Rusia-Eurasia”, “Estado-mundo” o “Estado-continente” son sinónimos de términos como Estado-civilización o Mundo Ruso.

Estas ideas eran rechazadas por los occidentalistas rusos, ya fueran liberales o socialdemócratas, que insistían en que Rusia formaba parte de la civilización europea occidental y que no era una civilización distinta e independiente. Por lo tanto, la tarea de Rusia era copiar todos los avances de Occidente en materias como la política, la cultura, la ciencia, la sociedad, la economía y la tecnología. Los occidentalistas rusos eran partidarios de la Ilustración y la ciencia de los Nuevos Tiempos, aceptaban la teoría del progreso lineal y estaban de acuerdo en que las etapas de desarrollo seguidas por Occidente eran universales, así como el hecho de que los valores occidentales debían ser aprendidos y aceptados por todos los pueblos y sociedades. Tales ideas excluían cualquier pregunta sobre la identidad de Rusia y, por el contrario, la describían como una sociedad atrasada y periférica sujeta a la modernización y la occidentalización.

Al mismo tiempo, los occidentalistas rusos, que ya en el siglo XIX estaban divididos entre socialdemócratas y liberales, tenían diferentes ideas sobre el futuro de Rusia. Los primeros creían que el futuro era la creación de una sociedad socialista, mientras que los segundos defendían el triunfo de una sociedad capitalista. Sin embargo, ambos compartían la creencia inquebrantable en la universalidad del camino seguido por Europa occidental y por eso veían los valores tradicionales y la identidad original de Rusia como un obstáculo para el desarrollo de nuestro país.

Durante la época soviética nuestra sociedad estuvo dominada por la ideología marxista, heredera de la versión socialdemócrata y comunista del occidentalismo. Sin embargo, la feroz confrontación con el mundo capitalista y las condiciones impuestas contra nosotros durante la Guerra Fría, que comenzó en 1947, llevaron a que la ideología soviética aceptara ciertos elementos del enfoque civilizatorio defendido por los eslavófilos y eurasianistas, aunque estas ideas nunca fueron reconocidas oficialmente. Los mismos eurasianistas observaron objetivamente esta transformación del marxismo en la Rusia soviética, donde se produjo un retorno gradual – especialmente durante el gobierno de Stalin – a la geopolítica imperial y, en parte, a los valores tradicionales. Pero la ideología estatal jamás reconoció la importancia de este enfoque civilizatorio y los líderes soviéticos siguieron insistiendo en la naturaleza internacional (y de hecho occidentalista-universalista) del socialismo y el comunismo, negándose a reconocer el aspecto ruso de la “civilización soviética”. Sin embargo, la URSS desarrolló un sistema científico crítico frente a la sociedad burguesa que le permitió establecer cierta distancia con respecto a los códigos ideológicos de la civilización occidental en su versión liberal, la cual dominaba en los Estados Unidos y Europa después de la derrota de la Alemania de Hitler. Pero, al mismo tiempo, la trayectoria histórica de Rusia fue comprendida exclusivamente en términos de clase, lo que distorsionó el estudio de la historia rusa hasta hacerla irreconocible, reduciéndola a un esquema occidental inviable. Aun así, las ciencias sociales soviéticas mantuvieron cierta distancia frente a la ideología del liberalismo que dominaba en Occidente, aunque compartían los postulados del progreso, la Ilustración y simpatizaban con los Nuevos Tiempos, reconociendo la necesidad histórica del capitalismo y del sistema burgués, pero sólo como requisitos previos para las revoluciones proletarias y la construcción del socialismo.

No obstante, este distanciamiento fue abolido totalmente desde el momento en que se produjo el colapso de la URSS y el rechazo de la ideología soviética. Pero esta vez fue el paradigma difundido por el liberalismo occidental el que triunfo en las ciencias sociales y precisamente ha sido esta ideología la que se ha mantenido en este ámbito dentro de la Federación de Rusia hasta el día de hoy. Gran parte de esto se debió al mismo impulso que le dio el Estado durante la década de 1990, cuando la tesis de que Rusia formaba parte de la civilización occidental – pero no en su versión socialista, sino liberal-capitalista – se convirtió en un dogma. Si en la época de la Perestroika se promovía la teoría de la convergencia, con la cual los dirigentes soviéticos esperaban que el acercamiento a Occidente y al mundo burgués podría conducir a la fusión del socialismo con el capitalismo y a la eliminación de zonas de influencia, acabando así con los riesgos de una confrontación directa, entonces, después de 1991, con el rechazo total del socialismo, la Federación de Rusia aceptó los principios de la democracia burguesa y la economía de mercado. Fue entonces cuando comenzó una transición directa hacia el liberalismo en las ciencias sociales y se empezó a copiar las epistemes occidentales en todas las esferas de las humanidades: la filosofía, la historia, la economía, la psicología, etc. Algunas humanidades – como la sociología, las ciencias políticas, los estudios culturales, etc. – fueron introducidos en las décadas de 1980 y 1990 siguiendo estrictamente los cánones occidentales.

Fue así que tanto de forma directa (bajo el occidentalismo liberal) como indirecta (bajo los comunistas) las ciencias sociales en Rusia en los últimos 100 años han estado constantemente dominadas por las ideas que la civilización occidental tiene de la sociedad, el Estado y la cultura rusa. Ambos proyectos consideraban que el objetivo era que Rusia alcanzara (los liberales) o superara (los comunistas) a Occidente, aceptando acríticamente las actitudes, principios, códigos y epistemes occidentales. Por otro lado, mientras que los comunistas eran críticos frente a las “ciencias burguesas”, los liberales las aceptaban por completo.

El problema de la transitología

En la década de 1990 los occidentalistas rusos adoptaron el paradigma de la “transitología”. Según esta perspectiva Rusia tiene un único objetivo: deshacerse de los restos que aún quedan de las épocas pasadas (tanto del mundo soviético como de las estructuras monárquico-ortodoxas) y diluirse en una civilización global cuyo centro sería el Occidente contemporáneo. Los humanistas rusos defensores de la transitología debían ayudar a que esta transición se llevara acabo de todas las formas posibles, criticando todas las tendencias que se desviaran de este objetivo y contribuyendo activamente a la modernización (occidentalización) de las ciencias sociales.

Las teorías, los conceptos, los criterios, los valores, las metodologías y las prácticas occidentales fueron tomadas como nuestro modelo tanto en su contenido como en su forma (de ahí la aceptación del sistema de Bolonia, la imposición del USO en las escuelas, los proyectos y el enfoque basado en competencias en la educación). La métrica de las ciencias fue reorganizada por completo para adaptarse a los cañones occidentales y el grado de “cientificidad” era medido a través del hecho de que los trabajos, investigaciones, textos, programas educativos, artículos científicos y monografías estuvieran de acuerdo con los modernos estándares e índices de citas occidentales. En otras palabras, sólo se consideraba y reconocía como “científico” lo que se correspondía con el paradigma de la transitología, es decir, con la introducción de paradigmas liberales, mientras que se criticaba cualquier forma de consigna antiliberal. Esta sigue siendo la base del sistema de evaluaciones en el ámbito de las humanidades.

La trampa del universalismo occidentalocéntrico

Este enfoque, que ha sido dominante durante los últimos 33 años (aunque podríamos extender esta línea de tiempo a un siglo, teniendo en cuenta el internacionalismo soviético y el occidentalismo encubierte que existía anteriormente), resulta totalmente inaceptable en las actuales condiciones de la Operación Militar Especial y el choque directo entre dos civilizaciones distintas como lo son Rusia y el Occidente ultraliberal y globalista moderno. En el discurso que pronunció el Presidente de la Federación de Rusia Vladimir Putin el 30 de septiembre de 2022, cuando firmó el acuerdo de la incorporación a Rusia de las regiones de RPN, RPL, Zaporozhie y Jerson, calificó de “satánica” [5] a la sociedad occidental: “La dictadura de las élites occidentales se dirige contra todas las sociedades, incluidos los propios pueblos de los países occidentales. Ellos promueven desafiantemente la negación completa del hombre, la subversión de la fe y los valores tradicionales, así como la supresión de la libertad, que han ido adquiriendo características de una religión, de un abierto satanismo <...>. Para ellos nuestro pensamiento y filosofía es una amenaza directa, por eso atacan a nuestros filósofos. Nuestra cultura y arte son un peligro para ellos, por eso intentan prohibirlos. Nuestro desarrollo y prosperidad también son una amenaza para ellos: la competencia es cada vez mayor. Ellos no necesitan de Rusia, pero nosotros sí la necesitamos. Quiero recordarles que las pretensiones de dominación mundial en el pasado han sido aplastadas más de una vez por el coraje y la firmeza de nuestro pueblo. Rusia siempre será Rusia” [6].

Además, en una reunión del Club Valdai de octubre del 2022, el Presidente de la Federación de Rusia dijo: “No es una casualidad que Occidente pretenda que su cultura y su visión del mundo sean universales. Si no lo dicen directamente – aunque a menudo también lo dicen directamente –, entonces lo hacen indirectamente, comportándose de una determinada manera e insistiendo en que por su forma de vida y sistema político debe ser seguido por todos los pueblos que componen la comunidad internacional de forma incondicional” [7].

El giro que ha dado la conciencia rusa al concebirse como un Estado-civilización distintivo y el rechazo que muestra a aceptar la cultura y la cosmovisión occidentales como principios universales nos remite nuevamente al paradigma de los eslavófilos-eurasiáticos, el cual fue rechazado hace un siglo, y a la idea de que la civilización occidental es sólo uno de los posibles caminos para el desarrollo. Rusia debe buscar su propio camino apoyándose en los valores tradicionales, en los significados y fundamentos de su historia, donde el eje de todo esto sea el pueblo ruso junto con los pueblos hermanos de Rusia-Eurasia, los cuales han creado un espíritu único. Es precisamente aquí que podemos hablar de la occidentalología.

Definición de la occidentalología

Es bastante obvio que el giro civilizatorio que ha dado la política rusa no puede llevarse a cabo mientras se siga defendiendo la universalidad de la civilización occidental y tolerando acrítica los fundamentos y principios de esa civilización. En consecuencia, es necesario reconsiderar radicalmente la actitud que tenemos hacia Occidente en general y, sobre todo, frente a sus paradigmáticas en el campo de las ciencias sociales. Ya no podemos aceptarlos como un artículo de fe sin antes hacer un estudio cuidadoso y crítico de los mismos, y menos sin correlacionarlos con nuestros valores tradicionales y los imperativos de nuestra ilustración histórica. La civilización occidental no sólo no es universal, sino que en su estado actual es destructiva y tóxica, hasta el punto de ser considerada como “satánica”. De ahí la necesidad de la occidentalología y el aclaramiento de su significado.

La occidentalología es un paradigma que estudia la cultura y las humanidades occidentales, rechazando las pretensiones de la ciencia y la cultura occidentales de ser universales, la verdad última y además de los criterios normativos desarrollados por este paradigma que Occidente trata activamente de imponer al resto de la humanidad como si se tratara de una elección libre.

En parte, esta actitud se asemeja a la que tenían las ciencias sociales soviéticas ante las disciplinas y teorías burguesas, las cuales solo debían estudiarse y enseñarse después de ser sometidas a una profunda crítica. La base de dicha crítica era el marxismo soviético, que contaba con sus propios criterios, métodos y principios. Pero a diferencia del modelo de crítica soviética, la occidentalología hace afirmaciones mucho más radicales en contra de Occidente, negándose a reconocer no solo la civilización occidental en su versión liberal-capitalista, sino que también rechaza los principios anticristianos sobre los que fueron construidos los Nuevos Tiempos, así como las actitudes y dogmas del cristianismo europeo occidental (catolicismo y protestantismo) en sus primeras etapas de desarrollo. Rusia como civilización tiene una base y un principio de desarrollo completamente diferentes que sólo pueden entenderse y describirse correctamente en el contexto del paradigma del mundo ruso y prestándole atención a nuestros valores tradicionales.

El etnocentrismo como fenómeno

La occidentalología comienza con la observación general de que el etnocentrismo es algo natural que se da en cualquier sociedad [8]. Este es un principio aceptado por la antropología y la sociología y que significa que cualquier grupo y colectivo, de acuerdo con la actitud natural de toda sociedad, siempre se considera el centro del mundo [9]. Por lo tanto, la reivindicación de la “universalidad” del ser y las cualidades de una determinada sociedad, al igual que sus normas y principios (incluida la lengua, la cultura, la religión, la cocina, los atuendos, los rituales, las prácticas domésticas, etc.) es inherente tanto a las pequeñas tribus arcaicas como a los grandes Imperios.

Los griegos consideraban a todas las naciones que los rodeaban como “bárbaros” y a ellos mismos se consideraban “el centro de la creación”. La misma idea se encuentra en los judíos del Antiguo Testamento como base de su religión y, en parte, del cristianismo. Los judíos son el “pueblo elegido” y las demás naciones (“goyim”) apenas si son consideradas como humanas [10]. El Imperio chino se consideraba el centro del mundo, de ahí el nombre de China: Zhōngguó (中国), “Estado del centro” [11]. También las antiguas potencias sumerio-acadias de Mesopotamia tenían ideas similares, al igual que la dominación mundial de los aqueménidas y, más tarde, de los gobernantes del Irán sasánida. La idea de la Roma Eterna, y luego de Moscú como la Tercera Roma, tienen orígenes parecidos. Lo mismo se aplica a naciones pequeñas, cada una de las cuales está convencida de la superioridad de su propia cultura en comparación con cualquier otra tribu vecina.

El etnocentrismo no requiere justificación, ya que refleja un deseo natural de ordenar el mundo circundante, de darle una orientación y una estructura estable, de medirlo estableciendo oposiciones básicas como “nosotros/ellos”; “cultura (entendida como nuestra cultura, la cultura de nuestra sociedad)/naturaleza” (tierra/cielo), etc..

La cultura occidental no es la excepción. Como todas las demás culturas está construida sobre una actitud etnocéntrica. Al mismo tiempo, es una cultura refinada e hipercrítica en muchos de sus aspectos, advirtiendo e identificando el etnocentrismo que existe en el resto de las sociedades y civilizaciones. Sin embargo, la cultura occidental es completamente incapaz de reconocer sobriamente que también tiene pretensiones “universales” que se parecen mucho a este fenómeno. Según la civilización occidental, la ambición de cualquier sociedad de situarse en el centro del universo es una “ilusión ingenua”, mientras que, por el contrario, es una “verdad científica” irrefutable que Occidente sea el centro de todo. Es decir, el etnocentrismo occidental es “científico” y todas las demás manifestaciones del mismo no son más que “mitos”, a menudo peligrosos, que requieren ser “desenmascarados”.

El comienzo del etnocentrismo occidental

El etnocentrismo ha adoptado diferentes formas en las distintas etapas de la historia occidental. En épocas arcaicas era una característica natural de las tribus y pueblos de Europa Occidental que se reflejaba en las creencias y culturas paganas. Dado que en la religión Dios (o los dioses, en el politeísmo) son el centro de todo, resulta natural que los antepasados sagrados de los pueblos europeos también fueran considerados dioses. Esto era característico de los griegos y romanos, así como de los celtas, germanos y otros pueblos como los eslavos, escitas, iranios, etc.

En la Grecia clásica, el etnocentrismo fue elevado a un nivel superior gracias a la filosofía, el arte y la cultura, adquiriendo una justificación “racional”. Desde la época de Alejandro Magno en el periodo helenístico este proceso se complementó con la idea de un reino universal que los griegos tomaron de los aqueménidas. Luego esta síntesis imperial-cultural fue heredada por los romanos, especialmente después de la proclamación de Augusto. El cristianismo situó a la Iglesia en el centro de todo, heredando las ideas del etnocentrismo judío (asumido de ahora en adelante por el Nuevo Israel, los cristianos), y más tarde – después de Constantino el Grande – por las ambiciones universalistas de la cultura helenística que hablaban de la doctrina del Imperio y del Katechon, el Rey sagrado.

Hay que señalar que hasta la división del mundo cristiano en Occidente (catolicismo) y Oriente (ortodoxia), este etnocentrismo estaba unificada y era idéntico para todos los pueblos del Mediterráneo. En realidad, todo ello era conocido como la ecumene-οἰκουμένη, siendo la civilización cristiana el centro del universo. Esto lo podemos observar en la obra geográfica bizantina de Cosmas Indicopleustes escrita en el siglo VI, donde se encuentra la antigua idea de que la gente normal únicamente habita las zonas centrales (mediterráneas) del mundo y en la medida que uno se desplaza hacia los márgenes de la ecúmene la gente adquiere una apariencia cada vez más exótica, perdiendo gradualmente sus rasgos humanos. El etnocentrismo ecuménico es también una forma de etnocentrismo.

El etnocentrismo ruso y el ecumenismo bipolar

Hay que señalar que hasta cierto punto – y concretamente hasta la escisión final de las Iglesias después del Gran Cisma de 1054 – la estructura del etnocentrismo de la civilización mediterránea era común tanto a Occidente como a la civilización eslava oriental que apenas había comenzado a emerger. Pero el factor decisivo de todo esto fue la adhesión de los rusos a la Iglesia de Oriente, la ortodoxia y el bizantinismo. Y cuando este etnocentrismo, que antaño estaba unificado, se dividió en dos polos – el occidental y el oriental – la antigua Rusia se identificó inequívocamente con el Oriente cristiano.

Las raíces del etnocentrismo ruso están en Bizancio y en Constantinopla, mientras que la versión occidental del ecumenismo y, en consecuencia, su etnocentrismo religioso-político-cultural se encuentran en Europa occidental donde, tras la usurpación del Imperio por Carlomagno, los dos poderes que daban forma al mundo cristiano, el espiritual (Roma, el Papado) y el imperial (los sucesivos emperadores germánicos que van desde los Carolingios, pasando por los Otonidas y hohenstaufen, hasta llegar a los Habsburgo), se unificaron. Bizancio y el Oriente ortodoxo fueron considerados por Occidente como su periferia, es decir, una zona habitada por “cismáticos” y “herejes” y, por lo tanto, no plenamente cristianos, y ni siquiera seres humanos (como los maravillosos semihumanos de las periferias del mundo que eran descritos por Heródoto o Plinio el Viejo).

Es precisamente aquí cuando nace la civilización occidental tal y como la conocemos, en el momento en que se produce la escisión del etnocentrismo ecuménico mediterráneo y es a partir de aquí que podemos comenzar a hablar de occidentalología. El anterior ecumenismo cristiano de Oriente y Occidente era un continuo cultural: tanto Constantinopla (la Nueva Roma) como la misma Roma eran el centro del mundo y los Padres orientales no se oponían a los occidentales. También eran comunes a ambos las ideas etnocéntricas anteriores: los reinos universales mesopotámicos, la antropología religiosa del Antiguo Testamento y el universalismo helenístico. Más tarde, sin embargo, podemos hablar de la formación de dos civilizaciones cristianas, cada una de las cuales insiste en adelante en que sólo ella es el centro de todo.

A partir de aquí podemos hablar de una ecúmene bipolar que, pasando por la toma de Constantinopla por parte de los cruzados durante la Cuarta Cruzada en 1202-1204 y el establecimiento del Imperio Latino en el Mediterráneo Oriental, hasta llegar a la caída de Bizancio a manos de los turcos otomanos, llevó a que el primer polo se fortaleciera, mientras que el segundo fue debilitándose más y más con el paso del tiempo.

El punto de inflexión histórico se produjo cuando el Reino de Moscú asumió la misión de convertirse en el centro de la ecúmene cristiana oriental y ser el guardián de la tradición del etnocentrismo bizantino. Sin embargo, no fue sino hasta el momento en que estas dos ecúmenes se enfrentaron en una batalla a escala planetaria – el Gran Juego entre el Imperio Británico y el Imperio Ruso, luego la Guerra Fría y ahora la Operación Militar Especial – que esta confrontación alcanzó su cenit.

Metamorfosis del etnocentrismo de la civilización occidental

Desde la coronación de Iván el Terrible, es decir, desde el momento en que Rusia asumió la versión etnocéntrica del cristianismo bizantino oriental, hasta el enfrentamiento entre Rusia y Occidente a escala planetaria, debemos tener en cuenta que el etnocentrismo occidental pasó por varias transformaciones muy importantes

Mientras que en una primera etapa la ecúmene occidental era representante de una cultura cristiana grecorromana que tenía sus propias características (el catolicismo propiamente dicho), el Renacimiento y la Reforma europeos cambiaron significativamente sus estructuras y paradigmas, influyendo profundamente en la autoconciencia europea. Europa Occidental se consideraba el centro del mundo y de la humanidad incluso en la Edad Media católica, pero nuevas ideas – el humanismo renacentista, el individualismo protestante, la filosofía racionalista y el materialismo científico de los Nuevos Tiempos – transformaron la cultura europea occidental en algo completamente distinto. Occidente seguía considerándose el centro del mundo, pero ahora tal premisa estaba cimentada en otros principios. Los “argumentos” etnocéntricos y sus pretensiones de universalidad eran la ciencia, el secularismo político, las pretensiones de racionalidad y el hecho de poner al hombre, y no a Dios, en el centro de la creación. Naturalmente, por el “hombre” se entendía el hombre europeo occidental de los Nuevos Tiempos. Todos los demás conceptos y teorías del humanismo, el laicismo, la sociedad civil, la democracia, etc., se basaban en él. Los estamentos medievales tradicionales quedaron relegados a la periferia y la burguesía pasó a dominarlo todo.

Paralelamente, la Europa de los Nuevos Tiempos inicia un proceso de colonización afirmando su etnocentrismo a escala planetaria e imponiendo su “superioridad” a todos los demás pueblos de la Tierra. La esclavización de pueblos enteros y la conquista de continentes y civilizaciones completas fue llevada a cabo bajo las banderas del “progreso” y el “desarrollo”. Las sociedades más desarrolladas tenían, en opinión de Occidente, todas las razones para subyugar a las menos desarrolladas. Así surgió el racismo occidental, reflejado de forma perfecta en las obras del imperialista británico R. Kipling, que cínicamente llamó al colonialismo “la carga del hombre blanco”.

El racionalismo, los inventos científicos y los descubrimientos tecnológicos, combinados con los valores de la Ilustración y la doctrina del progreso, se convirtieron en el nuevo contenido del etnocentrismo europeo del periodo colonial. Occidente siguió situándose en el centro del universo, pero ahora bajo una apariencia completamente distinta y justificando su universalismo por medio de conceptos distintos.

Al mismo tiempo, en Rusia seguía prevaleciendo la versión tradicional del ecumenismo bizantino. La ortodoxia se convirtió en el principio que definía nuestra identidad y con ella la herencia de aquella civilización cristiana que era un continuum con la cultura mediterránea, la cual fue en algún momento el paradigma común que nos relacionaba con los países de Europa Occidental. A partir de cierto momento Occidente entró en los Nuevos Tiempos y revistió su etnocentrismo de nuevas formas, mientras que Rusia permaneció, en general, fiel al núcleo civilizacional original de la ecúmene cristiana, el cual Occidente fue abandonando o modificando paulatinamente hasta hacerse irreconocible e incluso contrario al mismo. La Europa de la Modernidad sustituyó a Dios por el hombre; la Fe y la Revelación por la razón y la experimentación; la tradición por la innovación; el espíritu por la materia; la eternidad por el tiempo; la permanencia o la decadencia (plasmada en las escrituras y las tradiciones sagradas) por el progreso y el desarrollo. Así, la cultura occidental se encontró en oposición no sólo a la ortodoxia, desde cierto punto encarnada por Rusia que había heredado de Bizancio la civilización grecorromana, sino también en contra de sus propios fundamentos. De ahí los mitos de la “oscura Edad Media” y la glorificación acrítica de los Nuevos Tiempos o la Modernidad.

Fue debido a esto que el tradicionalismo y el conservadurismo de la sociedad y la política rusa parecía a los ojos de Occidente no sólo un fenómeno atribuible a los “cismáticos”, sino también como la encarnación del atraso, la barbarie y una peligrosa amenaza para el progreso y el desarrollo. Si Rusia no hubiera tenido medios para defenderse de Occidente, habría sido víctima, como otras sociedades tradicionales, de una colonización agresiva. Pero Rusia resistió, no sólo militarmente, sino también culturalmente, manteniéndose fiel a su identidad ortodoxo-bizantina.

De esta manera se añadió otro elemento crucial a la confrontación entre los dos etnocentrismos ecuménicos durante el siglo XVIII. Occidente encarnaba los Nuevos Tiempos y la Modernidad como modelo universal, mientras que Rusia más bien estaba a la defensiva, manteniendo la creencia de que sólo su camino era verdaderamente universal y salvífico, y este camino consistía en la lealtad a la ortodoxia y al modo de vida tradicional, en particular, la monarquía sagrada y la jerarquía de clases, que en general siguieron siendo importantes en Rusia hasta la Revolución de 1917. Occidente encarnaba la Modernidad y Rusia encarnaba la tradición, Occidente representaba el materialismo secular y Rusia representaba la sacralidad y el espíritu.

Primeras versiones de la occidentalología

A partir del momento en que Occidente como civilización asume plenamente el paradigma de la Modernidad, la relación entre Occidente y Rusia como civilizaciones distintas cambió cualitativamente. A partir de entonces, el occidentalismo, sobre todo desde Pedro el Grande, se convierte en un principio de una parte de las élites rusas, las cuales adoptan gradualmente la postura de que el Imperio ruso es también una potencia europea y, por lo tanto, está destinado a seguir el mismo camino que los países de Occidente. La idea de Moscú como la Tercera Roma va siendo borrada poco a poco (sobre todo después de que se produjera el cisma eclesiástico ruso que enfrentó a los defensores de la vieja y antigua piedad, los Viejos Creyentes, contra los reformistas, siendo los primeros empujados hacia la periferia) al mismo tiempo que comienza el proceso de modernización/occidentalización de la sociedad rusa. No obstante, a pesar de que Rusia comenzó a sucumbir ante la episteme occidental durante el siglo XVIII, continuó defendiendo su soberanía política y militar, permitiendo así que el antiguo modo de vida ruso persista por inercia en muchos ámbitos de la vida.

En el siglo XIX los eslavófilos reconocieron claramente esta paradoja y es aquí cuando nace la occidentalología, que aún no había recibido ese nombre. Los eslavófilos formularon claramente los principios de la identidad constante e inmutable de Rusia como heredera de la ecúmene cristiana oriental, incluida su posición etnocéntrica frente al mundo, y expusieron la arbitrariedad de las pretensiones del universalismo de la civilización europea occidental en forma de la Modernidad. Danilevski formuló la doctrina de los tipos histórico-culturales según la cual la civilización europea estaba en declive (en cambio, la civilización ortodoxa seguía siendo fiel a sus raíces cristianas) y los eslavos – sobre todo los rusos –, por el contrario, estaban entrando en una época de prosperidad y renacimiento de su núcleo civilizatorio, preparándose para cumplir su misión. Según esta perspectiva toda la historia de Europa Occidental, o del mundo romano-germánico (Danilevsky), se revela como un fenómeno local que es incapaz de reclamar para sí la totalidad de la historia. Lo que Occidente dice sobre la “verdad”, la “utilidad”, el “desarrollo”, el “progreso”, el “bien”, la “libertad”, la “democracia”, etc., debe situarse en un contexto histórico y geográfico específico, es decir, “étnico”, y de ningún modo tomarse como algo incondicionalmente cierto y axiomático. El etnocentrismo occidental es algo normal, pero el problema subyace en que este ha sobrepasado los límites normales del mismo y por ello ahora es agresivo, engañoso, mezquino y a veces demente, incapaz de una autorreflexión y una actitud crítica frente a sí mismo.

Los eslavófilos y más tarde los euroasiáticos sentaron las bases de la occidentalología, la cual estaba centrada en los valores tradicionales rusos. Occidente puede y debe ser estudiado [13], pero no como la verdad última, sino como una civilización particular junto a otras civilizaciones no occidentales. Y en el caso de la ciencia y la esfera pública rusas es necesario separar estrictamente lo que puede ser fructífero y aceptable para Rusia de lo que resulta tóxico y destructivo. Los eslavófilos estaban muy influenciados por el romanticismo alemán y la filosofía clásica alemana (Fichte, Schelling, Hegel), las cuales inspiraron a toda una pléyade de pensadores conservadores rusos [14].

Otra versión de la occidentalología fue la desarrollada por las corrientes izquierdistas de Rusia, sobre todo, los populistas (narodniks), que rechazaban el capitalismo. Los populistas, al igual que algunos eslavófilos (por ejemplo, I. S. Aksakov), creían que el núcleo de la cultura rusa era la comunidad campesina que vive según sus antiguas leyes y costumbres y representa la cúspide de la existencia armoniosa, espiritual y queda sentido al mundo [15]. Consideraban que la servidumbre no era más que una consecuencia del occidentalismo, pero su abolición no debía conducir al desarrollo de las relaciones capitalistas ni a la proletarización de los campesinos, sino al renacimiento del espíritu popular y de los valores tradicionales: sociales, laborales y eclesiásticos. Según ellos los aspectos negativos del Imperio ruso eran atribuibles precisamente a la occidentalización y a las ideas occidentales – en aquella época predominantemente burguesas y liberales – que debían ser rechazadas. Así que en la izquierda también existía una crítica a la civilización occidental, la cual puede ser recuperada por la occidentalología.

Un caso especial fue el marxismo ruso, que compartía plenamente el etnocentrismo europeo occidental de los Nuevos Tiempos y que aceptaba la inevitabilidad e incluso el carácter progresista del capitalismo y el internacionalismo, pero seguía sometiendo este capitalismo a una crítica radical. En el periodo soviético estas ideas se convirtieron en dogmas, lo que finalmente condujo al colapso de la URSS bajo la influencia de las engañosas promesas de convergencia con Occidente. En periodos más sensatos de la historia soviética, el odio ideológico de clase hacia los capitalistas se vio alimentado en gran medida por el espíritu del populismo y la eslavofilia. Los nacional-bolcheviques rusos intentaron darle importancia al elemento ruso y desambiguar este problema, pero no recibieron suficiente apoyo de las elites soviéticas.

El etnocentrismo occidental en la posmodernidad

Ahora que hemos hecho una genealogía general del etnocentrismo occidental hasta llegar al paradigma de la Modernidad, podemos extender nuestro análisis a la época actual. La posmodernidad es un fenómeno doble. Por un lado, crítica duramente el mismo etnocentrismo de la civilización europea occidental, tanto en la Antigüedad como en la actualidad, insistiendo en rechazarlo y rehabilitar ideas extravagantes y excéntricas, a menudo irracionales. Pero, por otra parte, no cuestiona su propio “pathos liberador” y, recuperando su antiguo espíritu colonialista y racista, no duda en imponer su canon occidental, ahora posmoderno, a todas las sociedades del mundo. A pesar de que crítica a Occidente y a su civilización, la posmodernidad continúa siendo su prolongación natural y su defensa de la globalización no hace sino amplificar el etnocentrismo occidental. La posmodernidad no se limita a tomar prestada de la Modernidad su intolerancia hacia la Tradición, sino que la exacerba aún más, convirtiéndola en una parodia agresiva y en puro satanismo. El criterio de “desarrollo” y “democracia” es ahora abrazar las actitudes y valores del globalismo postmoderno. Sólo se considera “científico” lo que se basa en la ideología de género, el reconocimiento de los derechos de las minorías de todo tipo, el rechazo de cualquier identidad, incluso la individual, y la transitología, que, sin embargo, se entiende como la transición de la Modernidad a la Posmodernidad.

Occidente opuso su versión del universalismo a la civilización rusa ya desde la Edad Media católica. Después, la oposición de estas civilizaciones se transformó en la lucha de la Modernidad contra la Tradición, es decir, contra la Edad Media rusa residual tardía que duró casi hasta principios del siglo XX. En el periodo soviético el conflicto de civilizaciones adquirió un tinte ideológico y de clase: la sociedad socialista proletaria (Rusia y sus aliados) contra el Occidente burgués-capitalista.

En el siglo XX Rusia se enfrentó tanto a la manifestación directa del racismo occidental en su guerra contra la Alemania nazi, ya que los autoproclamados portadores de la “carga del hombre blanco” emprendieron una campaña contra los “untermenschen eslavos”.

Y, por último, en nuestros días el Occidente posmoderno, que reivindica la universalidad de su modelo civilizacional, se enfrenta a la voluntad de Rusia de defender y afirmar su soberanía. Primero Rusia afirmó la soberanía de un Estado-nación en contra de la civilización occidental (período que va desde el 2000-2022) y ahora del Estado-civilización. Todo esto puede dar la impresión engañosa de que estamos hablando de la reacción exacerbada y situacional de Rusia frente al comportamiento de Occidente hacia ella (la expansión de la OTAN hacia el Este, el deseo independizar a los Estados postsoviéticos de Rusia, el incumplimiento de los acuerdos en política exterior, etc.), que se ve multiplicado por el rechazo tajante de la sociedad rusa, mucho más tradicional (salvo entre los liberales occidentalistas), frente a las actitudes posmodernas de la cultura occidental, pero si ponemos todo esto en una perspectiva histórica mucho más larga veremos que no se trata de un accidente, sino de un patrón. La civilización rusa empieza ahora a comprenderse claramente a sí misma e igualmente sus propios fundamentos. Y un choque directo con Occidente, que en cualquier momento puede conducir a un escenario apocalíptico marcado por la guerra nuclear, no hace sino añadir un dramatismo especial a este proceso de despertar de la civilización rusa. Rusia no sólo está rechazando la posmodernidad, abiertamente tóxica y pervertida, sino que está volviendo a sus raíces y reafirmando su identidad y, si se quiere, su etnocentrismo, en el que Rusia es el centro del ecumenismo ortodoxo (y por lo tanto cristiano y universal).

Conclusión

Así pues, teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, podemos hacernos una primera idea de lo que es la occidentalología. Se trata de una disciplina de estudio de Occidente que considera a este una civilización separada e independiente que tiene raíces comunes con la civilización rusa. Luego Occidente se convirtió en su oponente por el dominio de la ecúmene cristiana y más tarde desarrolló un paradigma anticristiano y antitradicional conocido como la Modernidad, con el cual ahora se enfrenta a Rusia, atacándola de forma directa e indirecta (Napoleón, la Guerra de Crimea, la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra Patria, la Guerra Fría), actualmente esta confrontación toma una forma posmoderna y planetaria (globalismo, NWO), ahora que Occidente reivindica obsesivamente el universalismo y el absolutismo de sus actitudes, valores, filosofías y visiones del mundo.

Obviamente, en cada etapa de la historia de Occidente en relación con la historia rusa ha existido una variación en el contenido de la occidentología. Desde que partimos de la unidad inicial en el marco de la Edad Media cristiana (donde Rusia estaba inicialmente presente de forma indirecta, personificada por la civilización bizantina), hasta la oposición total y absoluta en la época de la posmodernidad occidental. Una vez establecidas estas condiciones límite, es fácil construir una estructura de etapas intermedias, a medida que el antagonismo aumenta sin cesar y la influencia de Occidente se hace cada vez más destructiva.

Rusia, oponiéndose a Occidente en todo momento, no ha creado un marco de estudio de los principios de su civilización tan claro y fuerte como Occidente. Más bien este proceso se ha manifestado por oleadas. A los periodos de acercamiento a Occidente, normalmente catastróficos, le han seguido momentos de regreso a nuestras raíces.

De ello se desprende una conclusión importante: ahora que hemos entrado en una fase de confrontación aguda y extremadamente intensa con Occidente (en un estado de guerra caliente y directa debido a la Operación Militar Especial en Ucrania) las ciencias sociales, así como la cultura, la educación, los proyectos y esfuerzos socio-políticos deben abrazar la identidad de Rusia como civilización soberana, lo que significa que cualquier préstamo (filosofía, teoría, escuela, concepto, término) extraído de la filosofía occidental o las ciencias humanas debe hacerse únicamente si se conoce exhaustivamente la exégesis semántica de la cultura y las ciencias de la civilización occidental. Esta es la principal tarea de la occidentalología: despojar a los conceptos, dogmas y reglas de la cultura y la ciencia occidentales (desde la posmodernidad hasta las disputas religiosas de la Edad Media y la Reforma, pasando por los Nuevos Tiempos y los principios de la Ilustración) de su pretensión de universalidad y correlacionar cualquier tesis, cualquier sistema, cualquier metodología con los fundamentos de la civilización rusa y el mundo ruso.

Es difícil comprender la magnitud de las tareas a las que se enfrenta la occidentalología. Estamos hablando de una descolonización epistemológica completa y profunda de la conciencia rusa y de su liberación de la influencia secular de ideas tóxicas que han fascinado al pensamiento ruso y lo han subyugado a sistemas y visiones del mundo alienadas.

Pero la enormidad de esta tarea no debe causarnos desaliento. Contamos con muchas generaciones de grandes antepasados: santos, ascetas, oradores, anacoretas, monjes, zares, líderes militares, héroes, trabajadores, escritores, poetas, compositores, artistas, actores y pensadores que durante siglos fueron portadores del espíritu ruso y guardaron los códigos profundos de nuestra civilización rusa. Sólo nos queda sistematizar su patrimonio, darle nuevas formas y nueva vida.

Fuente: Boletín de la Universidad Estatal de Educación. Serie: Historia y ciencias políticas. 2024. № 3. С. 7-21. DOI: 10.18384/2949-5164-2024-3-7-21

Notas:

[1] Discurso de Vladimir Putin aceptando las credenciales de diecisiete embajadores extranjeros // Presidente de Rusia: [sitio web]. URL: http://www.kremlin. ru/events/president/news/70868 (fecha de la dirección: 20.05.2024).

[2] Sesión plenaria del Consejo Mundial del Pueblo Ruso // Presidente de Rusia: [sitio web]. URL: http://www.kremlin.ru/events/president/news/72863 (fecha del discurso: 20.05.2024).

[3] Decreto presidencial nº 809 de 9 de noviembre de 2022 “Sobre la aprobación del principio de la política estatal para la preservación y fortalecimiento de los valores espirituales y morales tradicionales rusos” // GARANT.RU: [sitio web]. URL: https://www.garant.ru/ products/ipo/prime/doc/405579061/ (fecha de acceso: 20.05.2024).

[4] Decreto presidencial ruso nº 314 de 08 de mayo de 2024 “Sobre la aprobación de los principios de la política estatal de la Federación Rusa en el ámbito de la educación histórica” // GARANT.RU: [sitio web]. URL: https:// www.garant.ru/products/ipo/prime/doc/408897564/ (fecha de difusión: 20.05.2024).

[5] Firma de los acuerdos sobre la admisión de las regiones DNR, LNR, Zaporozhie y Jerson para formar parte de Rusia // Presidente de Rusia: [página web]. URL: http://kremlin. ru/events/president/news/69465 (fecha de la dirección: 20.05.2024).

[6] Ibid.

[7] Reunión del Club Internacional de Debate Valdai // Presidente de Rusia: [página web]. URL: http:// www.kremlin.ru/events/president/news/69695 (fecha del discurso: 20.05.2024).

[8] Benoist A. de. Quelle Europe? // Histoire Ebook: [сайт]. URL:  https://histoireebook.com/index. php?post/De-Benoist-Alain-Quelle-Europe(fecha de acceso: 20.05.2024).

[9] Dugin A. G. Etnosociología. Moscú: Proyecto académico, 2011. 639 c.

[10] Dugin A. G. Noomajía. Semitas. El monoteísmo lunar y la Gestalt Ba'al. Moscú: Proyecto académico, 2017. 614 с.

[11] Dugin A. G. Noomajía. El Dragón Amarillo. Civilizaciones del Lejano Oriente: China, Corea, Japón e Indochina. Moscú: Proyecto académico, 2017. 598 c.

[12] Dugin A. G. Noomajía. Guerras de la mente. Logos ruso II. Historia de Rusia: El pueblo y el Estado en busca del sujeto. Moscú: Proyecto académico, 2019. 959 c.

[13] Dugin A. G. Noomajía. ¿Inglaterra o Gran Bretaña? Misión marítima y sujeto positivo. Moscú: Proyecto académico, 2017. 595 p.; Dugin A. G. Noomajíaa. Guerras de la mente. Civilizaciones de las fronteras. Civilización de la nueva luz. Pragmática de los sueños y descomposición de los horizontes. Moscú: Proyecto académico, 2017. 558 p.; Dugin A. G. Noomajíaa. El Logos germánico. El hombre apofático. Moscú: Proyecto académico, 2015. 639 c.; Dugin A. G. Noomajía. El Logos latino. El Sol y la Cruz. Moscú: Proyecto académico, 2021. 719 c.; Dugin A. G. Noomajía. El Logos francés. Orfeo y Melusina. Moscú: Proyecto Académico, 2015. 439 c.

[14] Dugin A. G. Noomajía. Guerras de la mente. Logos ruso II. Historia de Rusia: El pueblo y el Estado en busca del sujeto. Moscú: Proyecto académico, 2019. 959 c.

[15] Dugin A. G. Noomajía: guerras de la mente. Logos ruso I. El Reino de la Tierra. La estructura de la identidad rusa. Moscú: Proyecto académico, 2019. 461 с.

Bibliografía:

Agursky M. C. Ideología del nacional-bolchevismo. Moscú: Algoritmo, 2003. 316 c.

Aksakov I.S. Nuestra bandera - la nacionalidad rusa. Moscú: Instituto de Civilización Rusa, 2008. 636 c.

Weber M. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. M. I. Levin et al. M.: ROSSPEN, 2006. 648 с.

Galaktionov A. A., Nikandrov P. F. Ideólogos del populismo ruso. L.: Editorial LSU, 1966. 148 c.

Danilevsky N.Ya. Rusia y Europa. Moscú: Bendición: Instituto de la civilización rusa, 2011. 812 с.

Dreuzen I. G. Historia del helenismo: en 3 vols. / per. del alemán. M. Shelgunov, E. Zimmerman. SPb.: Nauka Juventa, 1997-2002. 1359 c.

Dugin A. G. Génesis e Imperio. MOSCÚ: AST, 2023. 784 c.

Dugin A. G. Noomajía. El Logos bizantino. Helenismo e imperio. Moscú: Proyecto académico, 2016. 519 c.

Dugin A. G. Noomajía. Guerras de la mente. El Logos ruso III. Imágenes del pensamiento ruso. El Zar Sol, el resplandor de Sofía y Rusia. Moscú: Proyecto académico, 2019. 980 с.

Dugin A. G. Postfilosofía. Tres paradigmas en la historia del pensamiento. Moscú: Proyecto académico, 2023. 503 c.

Dumézil J. Dioses supremos de los indoeuropeos / traducido del francés por T. V. Tsivyan. Moscú: Nauka, 1986. 234 c.

Sombart V. Bourgeois / ed. por Y. N. Davydov, V. V. Sapov. Moscú: Nauka, 1994. 442 с.

Kara-Murza S. G. La civilización soviética. Moscú: Rodina, 2019. 1280 с.

El libro se titula Kozma Indikoplov / editado por V. V. С. Golyshenko, V. F. Dubrovin. Moscú: Indrik, 1997. 774 с.

Lévi-Strauss K. Antropología estructural / trad. del Fr. V. V. Ivanov. V. Ivanov. Moscú: Nauka, 1985. 535 c.

Malofeev K. V. Imperio. Libro primero. MOSCÚ: AST, 2021. 464 с.

Malofeev K. V. Imperio. Presente y futuro. Libro Tercero. MOSCÚ: AST, 2022. 528 с.

Malofeev K. V. Imperio. La Tercera Roma. Libro Segundo. MOSCÚ: AST, 2022. 528 с.

Fundamentos del eurasianismo / coeditado por N. Agamalyan et al. N. Agamalyan et al. Moscú: Centro Arktogeia, 2002. 796 с.

Savitsky P. N. Continente Eurasia. Moscú: Autograph, 1997. 461 c.

Trubetskoy N. S. Europa y la humanidad. M.: Opustoshitel, 2022. 156 с.

Eliade M. El mito del eterno retorno / traducido del P. E. Morozova, E. Murashkintseva. SPb.: Aleteia, 1998. 249 с.

Hobson J. The Eurocentric Conception of World Politics: Western International Theory, 1760-2010. Cambridge: Cambridge University Press, 2012. 408 p.

Mühlmann W. E. Rassen, Ethnien, Kulturen. Neuwied; Berlín: Luchterhand, 1964. 398 p.

Sumner W. Folkways: A Study of the Sociological Importance of Usages, Manners, Customs, Mores, and Morals. Boston: Ginn, 1906. 710 p.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera