El manifiesto de la Alt-Right

17.01.2017

Un fantasma recorre las cenas de sociedad, los eventos electorales y los laboratorios de pensamiento del establishment: el espectro de la “derecha alternativa” (alt right). Impulsada por jóvenes creativos y deseosos en incurrir en todas las herejías seculares, la “alt right” se ha convertido en el enemigo público número uno de los conservadores maricomplejines – un enemigo al que éstos odian incluso con más fuerza que a los demócratas y a los progres de salón.

La derecha alternativa – más comúnmente conocida como la “alt right” (alternative right) – es un fenómeno amorfo. Algunos –sobre todo los representantes del establishment– insisten en que ésta no es más que un vehículo para los peores desechos de la especie humana: para los antisemitas, para los supremacistas blancos y demás miembros de la escena “Stormfront”. Se equivocan.[1]

Desde sus orígenes como una oscura subcultura en la red, la “alt right” emergió a la arena política nacional en 2015. Aunque inicialmente era un grupo reducido en número, su energía juvenil, su retórica incordiante y su abierto desafío a todos los tabúes establecidos catapultaron a la “alt right” hasta unas dimensiones que es ya imposible ignorar.

Esto ha disparado todas las baterías de miedosos gritos de alerta, así como las llamadas a la caza de brujas tanto por parte de la izquierda como de la derecha. Los izquierdistas estigmatizan a la “alt right” como racista, mientras que la prensa conservadora –  desesperada ante la posibilidad de que la izquierda les acuse de “intolerantes” –  ha contribuído también a arrojar a esos jóvenes lectores y votantes al foso de los leones.

En esta línea, la National Review les atacaba como miembros resentidos de la clase trabajadora blanca y adoradores del Padre-Führer Donald Trump. Otros les motejaban de supremacistas blancos, mientras que algunos otros, si bien reconocían a regañadientes que el movimiento ha entendido perfectamente cómo funciona Internet, les acusaban de tener en su punto de mira a “negros, judíos, mujeres, latinos y musulmanes”.[2]

El inmenso volumen de análisis generados por la “alt right” es ya una prueba de su impacto cultural. Pero, hasta la fecha, nadie ha sido realmente capaz de explicar el poder de seducción y la capacidad de penetración de este movimiento, más allá de las desesperadas llamadas de advertencia y de las soflamas virtuosas dirigidas a educar a los lectores.

Parte del atractivo de la “alt right” reside en que es compulsivamente provocadora; más aún, es adicta a la provocación. La “alt right” es un movimiento nacido en los márgenes más subversivos, más underground y más juveniles de Internet. 4chan y 8chan son hubs de activismo “alt right”. Durante años los miembros de estos foros – tanto los políticos como los no políticos– se habían estado recreando en toda suerte de gamberradas provocadoras. Mucho antes de que la “alt right” naciera, los activistas de 4chan habían convertido el troleo de medios nacionales en la seña de identidad de la casa.[3]

Con este artículo nosotros, como defensores de los “desechos de la sociedad”, nos sentimos obligados a examinar de cerca a esta fuerza nueva que está alarmando a tantos. ¿Se trata realmente de una reedición de los skinheads de los años 1980? ¿O tal vez se trata de algo más sutil?

Con el propósito de esclarecer las cosas, hemos realizado un rastreo sistemático de los elusivos y muy frecuentemente anónimos miembros de la “alt right”, para tratar de ver qué es exactamente lo que quieren.

Los intelectuales

Muchas cosas separan a la “alt right” de los skinheads racistas de la vieja escuela (con quienes, de forma idiota, son frecuentemente comparados). Una cosa sobresale por encima de todas las demás: la inteligencia. Los skinheads son, mayoritariamente, matones con muy bajo nivel de información y muy bajo coeficiente de inteligencia, motivados por el odio tribal y el gusto por la violencia. La derecha alternativa es un grupo de gente bastante más espabilada –quizá por eso la izquierda los odia tanto–. Y no sólo eso, sino que son peligrosamente brillantes.

Los orígenes de la “alt right” pueden encontarse en pensadores tan diversos como Oswald Spengler, H.L. Mencken, Julius Evola, Sam Francis y el movimiento paleoconservador que cristalizó en torno a las campañas presidenciales de Pat Buchanan. La “Nueva derecha” francesa sirve también como fuente de inspiración para muchos líderes de la “alt right”.

El imperio mediático de la derecha alternativa de nuestros días se fraguó en torno a Richard Spencer durante su época como editor del Taki's Magazine. En 2010, Spencer fundó el AlternativeRight.com, que se convertiría en un centro de pensamiento “alt right”.

Junto a otros grupos como el blog de Steve Sailer, VDARE y American Renaissance, AlternativeRight.com se convirtió así en el punto de llegada de toda una ecléctica mezcolanza de renegados que, de un modo u otro, tenían cuentas que ajustar con los consensos políticos establecidos. Todas estas páginas web han sido acusadas de racistas.

La así llamada “manosfera” – la némesis del feminismo de izquierda– se convirtió rápidamente en uno de los mas distinguidos cenáculos de la “alt right”. Jack Donovan, el autor masculinista gay y editor de artículos de género, fue uno de los más tempranos abogados para la incorporación de los principios masculinistas en la “alt right”. Su libro “El camino de los hombres” (The Way of Men) contiene jugosas reflexiones sobre la pérdida de virilidad que acompaña a las sociedades modernas y globalizadas:

“Es trágico pensar que el gran destino del hombre heroico sea convertirse en el homo oeconomicus, y que los hombres se verán reducidos a criaturas reptantes que se arrastran alrededor del globo compitiendo por dinero, malgastando sus noches en soñar con nuevas maneras de timarse los unos a los otros. Ése es el sendero en que ahora nos encontramos”

Mientras tanto, Steve Sailer contribuía a encender la llama del movimiento de la “biodiversidad humana”: un grupo de bloggers y de investigadores que se internaban sin miedo en el campo de minas del estudio científico de las diferencias raciales. Y ello en un tono bastante menos mesurado que el del antiguo editor de temas científicos del New York Times, Nicholas Wade.[4]

Los aislacionistas, los prorusos y los antiguos partidarios de Ron Paul – frustrados por el continuo dominio neocón del Partido Republicano– se vieron también atraídos por la “alt right”, en su postura (coincidente con la de la izquierda antibelicista) de rechazo a los compromisos militares exteriores.

Mientras tanto, en algún otro lugar de Internet otro grupo peligrosamente inteligente preparaba el asalto contra las religiones seculares del establishment: los neoreaccionarios, también conocidos como #NRx.

Los neoreaccionarios aparecieron casi por accidente, surgidos de debates en el seno de LessWrong.com, un blog comunitario creado en Silicon valley por el investigador en inteligencia artificial Eliezer Yudkowsky. El objetivo del blog era explorar las maneras en que las últimas investigaciones en ciencias cognitivas podrían ser aplicadas para superar los prejuicios y apriorismos humanos, incluidos los apriorismos en materia de ciencia política y de filosofía.

LessWrong animaba a sus miembros a pensar como máquinas, más que como seres humanos. Los participantes eran así impelidos a liberarse de las autocensuras, de las preocupaciones derivadas del estatus social, de los sentimientos de otras personas y de otros inhibidores del pensamiento racional. Como era de esperar, de esta atmósfera emergió un grupo de heréticos y despiadados pensadores, con un enfoque racional que se situaba en confrontación abierta con los sentimientos y la mentalidad predominante en el periodismo contemporáneo y en los escritores académicos.

Dirigido por el filósofo Nick land y por el científico informático Curtis Yarvin, este grupo acometió una alegre demolición de los viejos prejuicios del discurso político occidental. El liberalismo, la democracia y el igualitarismo fueron pasados por el microscopio de los neoreaccionarios, que los encontraron bastante insatisfactorios.

La democracia liberal – argumentan– no tiene un balance histórico mucho mejor que la monarquía, mientras que el igualitarismo estalla en pedazos ante cada nuevo fragmento de investigación en materia de inteligencia hereditaria. Exigir a la gente que se vean los unos a los otros, ante todo, como seres humanos individuales – y no como miembros de un subgrupo demográfico – supone ignorar todos los avances en materia de psicología tribal.   

Aunque ciertamente los neoreaccionarios pueden ser acusados de dar un salto demasiado apresurado entre hechos y valores (la realidad de la psicología tribal no significa necesariamente que debamos reivindicarla o estimularla) se estaban produciendo los primeros disparos para una nueva ideología conservadora: la que muchos estaban esperando.

Los “conservadores naturales”

Los “conservadores naturales” pueden ser descritos en líneas generales como ese público para el cuál los intelectuales previamente descritos estaban trabajando. En su mayoría se trata de varones blancos americanos de clase media que, de forma radical y sin ningún tipo de complejos, priorizan los intereses de su propio grupo demográfico.

En sus posiciones políticas, los conservadores naturales se reducen a seguir sus instintos – los mismos instintos que motivan a todos los conservadores del planeta–. Estas motivaciones, concienzudamente investigadas por el aclamado psicólogo social Jonathan Haidt en su libro “The Righteous Mind” (2012), conforman un instinto agudamente sentido por una gran parte de la población: el instinto conservador.  

http://www.breitbart.com/big-government/2016/03/27/an-establishment-conservatives-guide-to-the-alt-right/attachment/220px-jonathan_haidt_2012_03/

El instinto conservador, tal y como lo describe Haidt, incluye una preferencia por la homogeneidad sobre la diversidad, por la estabilidad sobre el cambio, por la jerarquía y por el orden sobre el igualitarismo radical. La prevención instintiva frente a lo que nos es extraño y poco familiar es un instinto que todos compartimos – un mecanismo de salvaguarda que la evolución pone a nuestra disposición, frente a la curiosidad excesiva y potencialmente peligrosa. Lo que ocurre es que los conservadores naturales sienten ese instinto con mayor intensidad. De forma instintiva prefieren sociedades familiares, normas familiares, instituciones familiares.

Un republicano del establishment, desde su fe beata en las glorias del “libre mercado”, no tendría inconvenientes en derribar una catedral para reemplazarla por un centro comercial, si ello tiene sentido desde un punto de vista estrictamente económico. Éste es el tipo de actitudes que horrorizan a un conservador natural. Las políticas inmigratorias siguen un patrón similar: una afluencia de mano de obra barata de origen extranjero tiene todo el sentido del mundo, desde un punto de vista económico. Pero los conservadores naturales tienen otras prioridades: principalmente la conservación de su propia tribu y de su propia cultura.

Para los conservadores naturales, es la cultura –y no la eficiencia económica – el valor superior. Más específicamente, valoran sobre todo las expresiones culturales de su propia tribu. La sociedad pefecta, para ellos, no se indentifica con un PIB en perpetuo crecimiento, sino con la capacidad para producir sinfonías, basílicas y grandes maestros. La tendencia natural conservadora de la “alt right” valora todas esas apoteosis de la cultura occidental, las declara valiosas y merecedoras de ser preservadas y protegidas.

Es innecesario subrayar que esta preocupación de los conservadores naturales por el florecimiento de su propia cultura encuentra a un enemigo implacable en la izquierda regresiva, con sus intentos de destruir las estatuas de Cecil Rhodes y de la Reina Victoria en el Reino Unido, o de borrar el nombre de Woodrow Wilson de los muros de Princeton. Todos estos intentos de privar a la historia occidental de sus grandes figuras son particularmente repugnantes para la “alt right”, que más allá de la preservación de la cultura occidental siente además una profunda atracción por los héroes y por las virtudes heroicas.

Todos estos procesos siguen a una década en la que los izquierdistas de los campus intentaron eliminar a los “varones blancos muertos” de los curricula en historia y literatura occidentales. Ante ello, un conservador del establishment se limita a sentirse ligeramente incomodado– mientras zapea entre el debate del Estado de la Unión y las cadenas de negocios –, pero para un conservador natural este vandalismo constituye su máxima prioridad.

En toda justicia, a muchos conservadores del establishment todas estas actitudes no les gustan nada. Pero a juicio de la “alt right”, esos conservadores están tan preocupados por no ser llamados “racistas” que no se atreven a luchar seriamente contra ello. Y esa es la razón por la que no hacen nada. Ciertamente la irrupción de Donald Trump – la primera candidatura a la Presidencia con dimensiones culturales, desde Pat Buchanan – sugiere que hay un apetito de base popular por una mayor protección de los valores europeos occidentales y por el modo de vida americano. 

Los “alt righters” han acuñado un término para describir a los conservadores del establishment que se preocupan más por el mercado libre que por preservar la cultura occidental, y que a través de la inmigración en masa no tienen inconveniente en poner a esa cultura en peligro (si eso sirve los intereses de los grandes negocios). La palabra es: cuckservatives (cornudoservadores).[5]

Detener o reducir de forma drástica la inmigración es una de las mayores prioridades para la “alt right”. Si bien a un nivel personal evita la intolerancia, el movimiento está muy alarmado ante la perspectiva de un vuelco demográfico causado por la inmigración.

La “alt right” carece de una visión utópica de la condición humana. Así como sus miembros están inclinados a priorizar los intereses de su tribu, reconocen también que otros grupos – los mejicanos, afro-americanos o musulmanes – estan dispuestos a hacer lo mismo. De la misma forma que las comunidades están formadas por pueblos diferentes, la cultura y la política de esas comunidades constituyen una expresión de los pueblos que las componen.

No es infrecuente encontrar cierta retórica apocalíptica en las comunidades on-line de la “alt right”. Eso responde a un sentimiento que muchos de ellos albergan de forma instintiva, y que les dice que, una vez que grandes grupos cultural y étnicamente diversos se asientan sobre un mismo territorio, inevitablemente acabarán a golpes. En resumen: dudan mucho que la “integración plena” sea algún día posible. Y si lo es, no lo será precisamente en el sentido “cumbayá”. Los muros en las fronteras son una opción más segura.[6]

Los intelectuales “alt right” no tienen inconvenientes en defender que la cultura es inseparable de la raza. La “alt right” cree que algún grado de separación entre los pueblos es necesario, si lo que queremos es preservar las culturas. Para los alt righters, una calle con una mezquita rodeada de casas con banderas de San Jorge no es ni una calle inglesa ni una calle musulmana. La separación es necesaria para preservar la distinción.  

Pero algunos “alt righters” proponen un argumento más sutil: cuando varios grupos diferentes se ven reunidos, la cultura común resultante se establece al mínimo denominador común. En vez de mezquitas y de casas inglesas, el resultado es ateísmo y estuco. Irónicamente, ésta es una posición que tiene bastante que ver con lo que los radicales de izquierdas denuncian como “apropiación cultural”; una similaridad abiertamente reconocida por la “alt right”.

Podría decirse que los conservadores naturales llevan décadas sin contar con una auténtica representación política. Desde los 1980s, los republicanos del establishment están obsesionados con la economía y con la política exterior, defendiendo fieramente el consenso reagano-tatcheriano en casa y el intervencionismo neoconservador en el exterior. Pero en los asuntos de cultura y de moralidad – los asuntos que verdaderamente preocupan a los natural-conservadores – han cedido todo el terreno a la izquierda, que ahora controla la academia, la industria del ocio y la prensa.  

Sin embargo, para todos aquellos que coinciden con el difunto Andrew Breitbart en que la política es una derivada de la cultura, es verdaderamente desconsolador el número de escritores, de candidatos políticos y de personalidades de los medios que realmente piensan que la cultura es el más importante campo de batalla (aunque Milo está haciendo lo que puede).[7]

Todos los “liberales naturales” que instintivamente disfrutan con la diversidad y están encantados con los cambios sociales radicales – siempre que lo sean en dirección igualitaria– hoy se encuentran representados a ambos lados del establishment. Los conservadores naturales, sin embargo, se han visto progresivamente abandonados por los republicanos y por los otros partidos conservadores en el país. Habiendo perdido la fe en sus antiguos representantes, ahora vuelven sus cabezas hacia algo nuevo: hacia Donald Trump y la derecha alternativa. 

Sin duda pueden oponerse objeciones de principio a las preocupaciones tribales de la “alt right”, pero los conservadores del establishment han preferido no formularlas. En vez de ello han optado por recurrir al insulto, en una especie de reacción llena de pánico. En la National Review el escritor Kevin Williamson – en un reciente artículo en el que atacaba al tipo de votantes que apoya a Trump– afirmaba que las comunidades blancas de clase trabajadora “merecen morir”.

Aunque la “alt right” está formada en su mayor parte por universitarios, simpatiza con los blancos de clase trabajadora y (según las impresiones extraídas de nuestras entrevistas) alberga hacia ellos un sentido de noblesse oblige. El National Review ha sido tan directamente agresivo con la “alt right” como con todos los americanos blancos en general. 

Como respuesta a las preocupaciones de los votantes blancos ante las perspectivas de su extinción demográfica, la respuesta del establishment – del establishment conservador – ha sido la de dar la bienvenida a dicha extinción. Es muy cierto que Donald Trump nunca habría sido posible sin la izquierda progre y sus políticas de intimidación opresiva, pero son todos los medios, en su conjunto, los auténticos responsables del clima en el que este nuevo movimiento ha visto la luz. 

Durante décadas, las preocupaciones de todos aquellos que se sienten identificados con la cultura occidental han sido despreciadas como racistas. La “alt right” es el resultado inevitable. No importa cuán tontas, cuán irracionales, cuán tribales o incluso cuán odiosas sean para el establishment las preocupaciones formuladas por la “alt right”. Lo cierto es que no pueden ser ignoradas, porque no van a desaparecer. Como nos recordaba Haidt, esas políticas son los resultados de inclinaciones naturales.

En otras palabras: la izquierda puede seguir depurando el lenguaje y puede seguir demonizando a la “alt right” para obligarla a desaparecer. Durante los últimos veinte años esa ha sido la única respuesta progresista ante todos los disidentes. Por su parte la derecha tampoco puede esnobearlos para disociarse de ellos, en la esperanza de que se esfumen.

La derecha alternativa ha llegado para quedarse.

El equipo meme

Más arriba mencionábamos la presión de la auto-censura. Pero por mucho que dicha presión surja en una sociedad, siempre habrá un contingente joven y rebelde que sienta una traviesa picazón por blasfemar, romper las reglas, decir lo indecible. ¿Por qué? ¡Pues porque es divertido!

Como explica Curtis Yarvin en un correo: “si te pasas 75 años construyendo una pseudo-religión alrededor de algo –un grupo étnico, un santo de cartón-piedra, la castidad sexual o el pastafarismo–, no te sorprendas cuando unos chicos listos de 19 años descubren que insultarla es la cosa más jodidamente divertida del mundo. Porque lo es.

Estos jóvenes rebeldes, un subgrupo dentro de la alt-right, no están atraídos por ella en virtud de una iluminación intelectual, o porque sean instintivamente conservadores. Irónicamente, están atraídos por la alt-right por la misma razón que los jóvenes baby boomers fueron atraídos por la Nueva Izquierda en los sesenta: porque era divertido, transgresor y suponía un desafío a unas normas sociales que simplemente no entendían.

De la misma forma que los chicos de los sesenta escandalizaron a sus padres con promiscuidad, pelo largo y rock’n’roll, los jóvenes de las brigadas meme de la alt-right chocan a las generaciones mayores con indignantes caricaturas, desde el judío “Schlomo Shekelburg” al “Remove Kebab”, una broma en internet acerca del genocidio bosnio. Estas caricaturas están a menudo mezcladas con referencias de la cultura pop de los millennials.

¿Son en realidad unos retrógrados? No más de lo que los devotos del death metal en los ochenta eran satanistas. Para ellos simplemente significa cabrear a sus abuelos. Actualmente, el Abuelo en Jefe es el consultor Republicano Rick Wilson, quien atrajo la atención del grupo en Twitter al atacarlos llamándolos “solterones sin hijos que se masturban con dibujos animados”.

Respondiendo como tales, procedieron a desplegar todas las armas de troleo masivo por las que son conocidas las subculturas anónimas –y en las que son brillantes. Desde escarbar en las partes más vergonzantes de su historia familiar en internet, hasta pedir pizzas a su casa y bombardear su feed con dibujos y propaganda nazi, el equipo meme de la alt-right, de una forma típicamente juvenil pero innegablemente histérica, reveló su verdadera motivación: no se trata del racismo, ni de la restauración de monarquía o de los tradicionales roles de género, sino simplemente de echarse unas risas.

Resulta difícil saberlo con exactitud, pero sospechamos que, al contrario que el núcleo de la alt-right, estos jóvenes renegados no son necesariamente conservadores instintivos. De hecho, su irreverencia, su falta de respeto a las normas sociales, y su disposición a pisotear los sentimientos de otros indican más bien que son libertarios instintivos.

Con toda seguridad, tal es el caso de un alegre contingente de defensores de Trump que se pasa horas creando memes para celebrar al “Emperador de Dios” y atormentar a sus adversarios –como el aliado de Yiannopoulos @PizzaPartyBenn, que ha amasado ya 40.000 seguidores en Twitter con sus estridentes payasadas. Si estuviésemos en los sesenta, probablemente el equipo meme se hubiese contado entre los más provocadores miembros de la Nueva Izquierda: soltando groserías en televisión, burlándose del cristianismo, y alabando las virtudes de las drogas y el amor libre. Resulta difícil imaginarlos leyendo a Evola, meditando en la Basílica de San Pedro, o sentando la cabeza en una unidad familiar tradicional. Pueden sentirse inclinados a simpatizar con estas causas, pero lo hacen principalmente porque cabrea a la gente adecuada.

Quizá la gente joven no haya sido seducida por la alt-right debido a una atracción por esa ideología: quizá hayan sido atraídos simplemente porque es fresca, osada y divertida, mientras que las doctrinas de sus padres y abuelos parece aburrida, excesivamente controladora y seria. Por supuesto, habrá muchos solapamientos: a algunos verdaderos creyentes también les gusta hacer memes.

Si eres un escritor en Buzzfeed o un editor en Commentary leyendo esto y pensando… qué infantil, pues bueno… Simplemente es tu culpa por haber atropellado pomposamente la libertad de expresión, y haber sucumbido a los peores y más autoritarios instintos de la izquierda progresista. Esta nueva explosión de creatividad e iconoclastia es el resultado.

Por supuesto, tal y como sucede en la historia, los padres y los abuelos simplemente no lo pillan, tío. Es una mera cuestión de diferencia generalcional. Los millenials no tienen edad para recordad la IIGM o los horrores del Holocausto. Apenas la tienen para recordar Ruanda o el 11-s. Para ellos el racismo es un monstruo debajo de la cama, una historieta contada por sus padres para asustarles y que sean buenos niños. Pero, como ocurre con Papa Noel, los millenials tienen problemas para creérselo. No lo han visto nunca por ellos mismos –y tampoco creen que los memes que cuelgan sean racistas. De hecho, saben que no lo son –lo hacen porque provoca una reacción. No pasa un mes sin un largo artículo en un nuevo medio de comunicación acerca del rampante sexismo, racismo u homofobia en ciertas páginas. Para quienes postean regularmente en ellas, eso es misión cumplida.

Otra interpretación más apetitosa de estos memes es que son claramente racistas, pero que en realidad hay poca sinceridad en ellos.

Lo divertido es que, al ser Millenials, son verdaderamente muy diversos. Simplemente visite una de esas páginas /pol/ en las que aparece la nacionalidad de quien postea con banderitas al lado del nombre. Verá banderas de Occidente, los Balcanes, Turquía, Oriente Medio, Sudamérica, e incluso a veces África. En esos foros anónimos, todo el mundo se arroja las peores infamias y estereotipos, pero lo hacen como deportistas burlándose entre sí en el bar de la universidad, es obvio que hay poco de odio real en el asunto.

Así fue hasta que aparecieron los “1488ers”.

Los “1488ers”

Cualquier cosa asociada con el racismo y el fanatismo de manera tan próxima como lo está siendo la derecha alternativa, inevitablemente atraerá a verdaderos racistas y fanáticos. Miembros más tranquilos de la derecha alternativa se refieren sombríamente a ellos como los “1488ers”, y a pesar de su discurso de “ningún enemigo a la derecha”, está claro que, por las muchas conversaciones que hemos tenido con alt-righters, la mayoría preferirían que los 1488ers no existieran.

Esa es precisamente la clase de gente que los oponentes de la alt-right desearían constituyese el conjunto del movimiento. Están menos preocupados por el bienestar de su propia tribu que por las fantasías de destruir otras. Los 1488ers probablemente denunciarán este artículo como el producto de un degenerado homosexual y de un mestizo.

¿Por qué “1488”? Se trata de dos conocidas referencias a eslóganes neonazis. El primero son las famosas catorce palabras: “debemos asegurar la existencia de nuestro pueblo y un futuro para nuestros hijos blancos.” La segunda parte del número, 88, es una referencia a la octava letra del alfabeto –la h. Así, “88” se convierte en “HH”, que se convierte a su vez en “Heil Hitler”. Nada muy edificante, la verdad. Pero si se quiere usar a los 1488ers para manchar a toda la alt-right, entonces se debe hacer lo mismo con los asesinos islamistas y el Islam, y con las piradas de la tercera ola del feminismo y la historia y el fin del feminismo en su totalidad –con respecto a los cuales puede no tenerse nada en contra, pero seamos, en cualquier caso, coherentes.

El blogger de la alt-right Paul “RamZPaul” Ramsey los describe como “LARPers” o Live-Action Role Players (jugadores de rol en vivo): una despectiva comparación con los frikis nostálgicos que se disfrazan de guerreros medievales. Paul llega a sugerir que parte de los que forman esta “tóxica mezcla de chiflados y ex-convictos” pueden estar ahí simplemente para desacreditar a los más razonables identitarios blancos.

Todas las ideologías los tienen. Ideólogos sin humor ni vidas más allá de sus cruzadas políticas, que viven para destruir todo lo grande. Los pueden encontrar en Stormfront (Frente de la Tormenta) y otras páginas, no solamente bromeando acerca de la guerra racial, sino planeándola con entusiasmo. Son conocidos como “Stormfags” (Los maricas de la tormenta) por el resto de internautas. Como bien hemos podido comprobar, estos contrastan completamente con el resto de la alt-right, más centrada en construir comunidades y estilos de vida basados en sus valores, que en conspirar violentas revoluciones.

Los 1488ers son el equivalente de los seguidores de Black Lives Matter que llaman a matar policías, o a las feministas que sin ironía alguna quieren matar a todos los hombres (#KillAllMen). Por supuesto, la diferencia estriba en que mientras que los medios pretender que estos últimos no existen, o son acaso una pequeñísima minoría extremista, consideran que los 1488ers constituyen el conjunto de la alt-right.

Aquellos que buscan nazis debajo de la cama pueden quedarse tranquilos porque realmente existen. Pero tampoco son muchos, nadie les tiene ninguna estima, y es completamente improbable que consigan nada significativo dentro de la alt-right.

Lo poco que queda del supremacismo blanco de vieja escuela y del KKK en EE. UU. constituye un pequeño e irrelevante contingente sin tirón en la vida pública y sin apoyos –incluso en aquello que los medios llaman la “extrema-derecha”. (Aunque es cierto que hoy día eso incluye a cualquier votante de los Republicanos.) El Frankenstein del establishment

No todos los alt-righters estarán de acuerdo con nuestra taxonomía del movimiento. El hacker nacionalista blanco Andrew Auernheimer, más conocido como weev, responde a nuestras indagaciones con la típica voluntad de epatar: “los incansables intentos de vosotros, judíos, de mancharnos a nosotros, los nazis decentes, son vergonzosas.”

Escarbando en las profundidades de la derecha alternativa, pronto resulta evidente que el movimiento es más fácilmente definible ateniéndonos a lo que se opone, que a lo que defiende. Hay una infinidad de desacuerdos entre sus miembros sobre de lo que debe construirse, pero una cierta unidad virtual acerca de lo que debe destruirse.

Durante décadas –desde los sesenta, de hecho–, los medios y el establishment han mantenido un consenso acerca de lo que es aceptable e inaceptable discutir en una sociedad educada. Las políticas de la identidad, cuando se trata de mujeres, población LGBT, negros u otros no-blancos, no-heterosexuales o no-varones, han sido vistas como aceptables –incluso cuando desembocaban en un odio abierto. Cualquier discusión acerca de la identidad blanca, o de los intereses blancos, es considerada una herética ofensa. Se trata de un hecho corroborado por Yarvin ya en 2008: “El orgullo étnico es una cosa. La hostilidad es otra. Pero, como los progresistas repiten a menudo, ambos suelen venir asociados. Me resulta bastante claro que, si un antropólogo alienígena visitara la Tierra y recogiera todas las expresiones de hostilidad hacia subpoblaciones humanas en la cultura occidental de hoy, la aplastante mayoría de ellas sería anti-Europea. El anti-europeísmo es comúnmente enseñado en escuelas y universidades en la actualidad. A su opuesto, en cambio, no le pasa en absoluto lo mismo. Así pues, aquí está mi desafío a progresistas, multiculturalistas y demás: si vuestro antirracismo es lo que dice ser, si de verdad no es más que un Voltaire 3.0, entonces: ¿por qué no parecen molestaros lo más mínimo el etnocentrismo no europeo o la hostilidad antieuropea? ¿No será que quizá os gustan un poquito?”

El consenso actual ofrece, como mucho, una leve condena a la política identitaria de la izquierda, y tolerancia cero hacia la política identitaria de la derecha. Incluso nosotros –un gay de origen judío y un medio pakistaní– nos enfrentamos a grandes problemas por escribir sobre el tema. Aunque no nos identificamos con la alt-right, hasta escribir un artículo sobre ella supone brincar por entre un campo minado. La presión de la auto-censura debe de ser apabullante para hombres blancos y heterosexuales –lo cual explica por qué gran parte de la alt-right opera anónimamente.

Aunque movimientos como la tercera ola del feminismo y Black Live Matter a menudo suscitan críticas de conservadores y libertarios, la defensa de dichas causas no es una ofensa que acabe con la carrera de nadie. Más bien al contrario. Es posibles construir carreras exitosas y lucrativas subiéndose a las espaldas de estos movimientos. Solo echen un vistazo a Al Sharpton, Anita Sarkeesian y Deray Mckesson. En los últimos cinco años, la identidad política de izquierdas ha experimentado un renacimiento, al tiempo que la crisis de los hombres blancos en Occidente –especialmente de jóvenes hombres blancos– se ha hecho patente. Mientras el feminismo entraba en su “cuarta hola”, obsesionado con chorradas como el troleo en internet o las camisetas sexistas, las tasas de suicidios masculinos alcanzaban niveles críticos.

Mientras los abogados de las minorías en los campus universitarios han montado la de Dios es Cristo con los disfraces ofensivos de Halloween y han pedido espacios protegidos en los que pudieran ser aislados de los diferentes puntos de vista, los hombres blancos de clase trabajadora han sido el grupo que más complicado ha tenido el acceso a la universidad en el Reino Unido. Para los millenials políticamente despiertos, el contraste entre los verdaderamente marginados y aquellos que simplemente claman su estatus de víctima es escandaloso.

El establishment tiene gran parte de culpa. Si hubiesen sido serios defendiendo el humanismo, el liberalismo y el universalismo, se podría haber frenado el surgimiento de una derecha alternativa. Todo lo que tenían que hacer es defender la humanidad común ante la política identitaria de negros y feministas, defender la libertad de expresión ante la barra libre de censura de la izquierda retrógrada, y defender los valores universales ante el relativismo moral de la izquierda.

En su lugar, miraron hacia otro lado ante el crecimiento de los movimientos tribales e identitarios de izquierdas, mientras que suprimían sin piedad cualquier traza de ellos en la derecha. Fue esa doble vara de medir, más que ninguna otra cosa, lo que dio alas a la derecha alternativa, y lo que también produjo, al menos en parte, el éxito de Donald Trump.

Mientras que la alt-right es demasiado sofisticada para ser confundida con una reacción estúpida y mecánica, la oposición al consenso existente es el pegamento que la mantiene unida. Algunos disfrutan violando las normas sociales solo para causar revuelo, mientras que otros adoptan una actitud más intelectual. Todos se enfrentan, no obstante, a las piedades e hipocresías del consenso actual –de ambos, de derecha e izquierda– de alguna u otra forma.

En eso, la alt-right tiene mucho en común con el movimiento cultural libertario del que hablamos más arriba. Y, de hecho, existe mucha gente que se identificaría con ambas etiquetas.

La máscara del racismo

Para la gente joven y despolitizada, el debate en la esfera pública hoy resulta un vodevil. La izquierda retrógrada insiste machaconamente en que defiende la igualdad y la justicia racial, al tiempo que elogia actos de violencia racial y fuerza a la gente blanca a sentarse al final del autobús (o más exactamente, al final del campus). Defiende unas posiciones feministas absurdas sin conexión alguna con la realidad, y ridiculiza y menosprecia a la gente en función de su color de piel, orientación sexual y género.

Mientras tanto, la alt-right, que va soltando abiertamente chistes sobre el Holocausto, que ­–aunque de una manera casi enteramente satírica­– muestra su horror ante el mestizaje racial, que denuncia la “degeneración” de homosexuales… invita a judíos homosexuales y a mestizos, reporteros de Breitbart, a sus saraos más secretos. ¿Y qué? Si has llegado hasta este punto del artículo, ya sabrás parte de la respuesta. Para la brigada meme, la cosa va de divertirse. No tienen un problema real con el mestizaje racial, la homosexualidad, o incluso con las sociedad diversas: simplemente es gracioso observar el caos y la indignación que estalla cuando esos tabúes seculares son abiertamente ridiculizados. Estos jóvenes revoltosos entienden instintivamente quiénes son los autoritarios, y cómo burlarse de ellos.

A los intelectuales les mueve una excitación parecida: después de haber sido dados por supuestos durante siglos, se encargan de desmontar algunos de los dogmas muertos de la Ilustración. Los 1488ers simplemente odian a todo el mundo, pero, afortunadamente, están por lo general muy solos.

Sin embargo, los miembros realmente interesantes de la alt-right, y los más numerosos, son los conservadores naturales. Quizá estos sí estén inclinados psicológicamente a inquietarse por las amenazas a la cultura occidental que supone la inmigración masiva, o por las relaciones no heterosexuales. Pero, al contrario que los 1488ers, la presencia de tales cosas no les lleva a experimentar ataques de rabia. Quieren construir sus comunidades homogéneas, por supuesto –pero no quieren hacer ningún pogromo por el camino. De hecho, prefieren las soluciones no violentas.

También son conscientes de que hay millones de personas que no comparten sus inclinaciones. Tal es el caso de los liberales instintivos, la segunda mitad del mapa psicológico de la política occidental de Haidt, a saber: la gente que está cómoda con la diversidad, la promiscuidad, la homosexualidad, y todos los demás rasgos del consenso cultural.

Los conservadores naturales saben que una batalla de suma cero con este grupo terminaría en un callejón sin salida o en una derrota. Su objetivo es un nuevo consenso en el que los liberales transijan, o al menos permitan a las partes más conservadoras de sus países rechazar el status quo en lo relativo a raza, inmigración o género. Otros, especialmente los neorreaccionarios, buscan simplemente la salida: una separación pacífica de las culturas liberales.

¿Debería la tribu liberal (y no lo neguemos más –se trata, hoy día, del establishment de demócratas y republicanos) negociar con ellos? El riesgo es que, en caso contrario, los 1488ers empiecen a persuadir a la gente de que su solución a los problemas de los conservadores naturales es la única viable. El grueso de sus demandas, después de todo, no son tan atrevidas: quieren sus propias comunidades, pobladas por su propia gente, y gobernadas por sus propios valores. En una palabra, quieren lo que toda la gente que ha luchado por la auto-determinación a lo largo de la historia, y lo que los progresistas siempre dicen que deberíamos tener –a no ser que seamos blancos. Esta hipocresía es lo que ha llevado a tantos votantes de Trump –grupos que en muchos casos no habían votado desde los setenta u ochenta– a salir de debajo de las piedras y plantarse a favor de sus valores y de su cultura.

El establishment tiene que leer a Haidt y darse cuenta de que ese grupo no va a desaparecer. No habrá ningún “progreso” que borre las afinidades naturales de los conservadores. No podemos seguir pretendiendo que las divisiones acerca del libre comercio y las pequeñeces de la reforma de la seguridad social representen realmente ambos lados del espectro político de América. La alt-right está aquí, y está aquí para quedarse.  

[1] La “Stormfront White Nationalist Community” es una organización supremacista blanca que aglutina al movimiento skin y elementos de ideología neonazi. Para muchos “alt righters”, se trata en realidad de una organización infiltrada por el establishment, para ejecutar un papel de “oposición controlada”.

[2] La National Review es una revista política bimensual fundada en Nueva York en 1955, que oficia como portavoz del pensamiento conservador mainstrem (lo que en España conocemos como “centro-derecha”). Durante los últimos años la NR ha estado fuertemente asociada a Think Tanks “neocon” como American Enterprise Institute y American Heritage.

[3] 4chan: (japonés: Yotsuba, lit. canal «cuatro hojas») es un tablón de imágenes en inglés lanzado el 1 de octubre 2003. Originalmente sus foros son usados para publicar imágenes y discutir sobre manga y anime. Sus usuarios generalmente publican de forma anónima y el sitio ha sido ligado a las subculturas y activismo en Internet. 8chan (también llamado Infinitechan) es un website americano de imágenes, formado por paneles compuestos por usuarios y moderados por cada respectivo creador. Algunos de sus sitios han jugado un papel destacado en la llamada “Gamergate Controversy”. Se trata también del lugar favorito para el activismo “alt right”. En 2014 el sitio llegó a recibir una media de 35.000 visitantes por día y 400.000 posts por semana (Fuente: Wikipedia).  

[4] Nicholas Wade, que era un respetable divulgador científico del New York Times, publicó en 2014 el libro “Una herencia incómoda” (A Troublesome Inheritance: Genes, Race and Human History) en el que defiende que la evolución humana ha sido “reciente, copiosa y regional”, y que los genes podrían haber influenciado toda una variedad de comportamientos que se reflejan en las diferentes sociedades humanas”. A causa de su libro, Wade fue sometido a una caza de brujas y condenado por sus ideas “perniciosas” y “racistas”.

[5] En inglés, “cuckservative” es la unión de las palabras “cuckold” (cornudo) y “conservatives”. La palabra “cuckold” designa la práctica sexual de hombres que se excitan mirando a su esposa o a su pareja mientras son penetradas por otro hombre. El “cuckservative” sería así el conservador del establishment que asiste al espectáculo de su esposa –o de su cultura– siendo penetrada por un extraño (que en el porno “cuckold” es casi siempre un negro).  

[6] Cumbayá es una canción que tiene su origen en los Gullah, una tribu africana que estaba siendo esclavizada en las Islas del Mar, cerca de la costa de Carolina y Georgia del Sur. La traducción viene a ser algo así como "ven acá". Originalmente fue una canción de soul de gran popularidad entre los progres guitarreros de los sesenta y setenta, al asociarse a las luchas civiles y a las utopías multiculturales (tipo Imagine, de John Lennon).

[7] Andrew James Breitbart (1969-2012) fue un publicista conservador norteamericano y judío, comentarista del Washington Times, periodista de radio y televisión, uno de los creadores de The Huffington Post, y posteriormente conectado al movimiento conservador Tea Party. En 2007 creó el sitio Breitbart News, con el objetivo de fundar un sitio «que sería abiertamente pro-libertad y pro-Israel». En 2016 su director ejecutivo, Stephen Bannon, declaró el sitio como “plataforma para la derecha alternativa”. El New York Times describió a Breitbart News como una «curiosidad de la franja derecha», con «periodistas guiados ideológicamente», una fuente de controversia «sobre material que ha sido llamado misógino, xenófobo y racista», y que se ha convertido en una «potente voz» de la campaña presidencial de Donald Trump. (Fuente: Wikipedia).

(Traducción y notas de El Manifiesto).