El estilo paranoico de la política estadounidense

30.01.2021

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

La política estadounidense ha sido a menudo un escenario para personalidades paranoicas. En los últimos años hemos como estas personalidades paranoicas han terminado por hacerse parte de la extrema derecha y ahora nos demuestran que, habiendo organizado un movimiento como el de Goldwater, pueden llegar a alcanzar una gran influencia política gracias a los ánimos y pasiones que suscita esta pequeña minoría. Pero detrás de este fenómeno creo que existe un estilo de mentalidad que está lejos de ser innovador y que no es necesariamente de derecha. Lo llamo un estilo paranoico de pensamiento simplemente porque ninguna otra palabra llega a evocar de forma adecuada la sensación de poderosa exageración, de desconfianza y fantasía conspirativa que me viene a la mente cuando hablo de esto. Al usar la expresión “estilo paranoico” no estoy hablando de una enfermedad según un sentido clínico, sino que estoy tomando prestado este término clínico para usarlo en otros contextos. No tengo ni la competencia ni el deseo de clasificar a ninguna figura del pasado o del presente como una especie de lunático. De hecho, semejante idea de un estilo paranoico de pensamiento como fuerza política tendría poca relevancia contemporánea o valor histórico si se aplica únicamente a hombres que obviamente están profundamente perturbados. Es el hecho de que personas más o menos normales lleguen a expresar ideas paranoicas lo que realmente puede considerarse un fenómeno significativo.

Por supuesto, este término es peyorativo, y debe serlo; el estilo paranoico de pensamiento tiene una mayor afinidad por las malas causas que por las buenas. Pero nada realmente impide que un programa de sonido o una demanda sean defendidos mediante este estilo paranoico de pensamiento. Este estilo de pensamiento tiene más que ver con la forma en que se sustentas las ideas que con la verdad o la falsedad de su contenido. Estoy interesado en este ensayo en exponer nuestra psicología política a través de nuestra retórica política. El estilo paranoico es un fenómeno antiguo y recurrente en nuestra vida pública que se ha relacionado frecuentemente con movimientos de descontento y sospecha.

Citemos al senador McCarthy que, hablando en junio de 1951, lamenta la situación actual de los Estados Unidos:

“¿Cómo podemos dar cuenta de la situación actual en la que nos hallamos sino mediante la idea de que los altos cargos de este gobierno se están coordinando para llevarnos a un desastre? Todo lo que está sucediendo ahora es producto de una gran conspiración que sucede a una escala tan inmensa que eclipsa cualquier empresa anterior de este tipo en la historia del hombre. Una conspiración de infamia tan negra que, cuando finalmente haya sido expuesta, sus principales representantes serán para siempre merecedores de las maldiciones que profiere todo hombre honesto... ¿Qué se puede hacer con esta serie ininterrumpida de decisiones y actos que contribuyen a la estrategia de la derrota? Tales hechos no se pueden atribuir a la incompetencia... Las leyes de la probabilidad dictan esa parte de... [las] ​​decisiones que servirán a los intereses de nuestro país”.

Ahora retrocedamos cincuenta años y revisemos un manifiesto que fue firmado en 1895 por varios líderes del partido populista:

“En 1865 y 1866 se inició una conspiración que involucraba a todos los principales dueños del oro tanto en Europa como en América... Durante casi treinta años, estos conspiradores han mantenido al pueblo entretenido peleando por asuntos sin importancia, mientras que han perseguido con incansable celo su único propósito central... Cada mecanismo usado para la traición, cada recurso del arte de gobernar y cada artificio conocido por las cábalas secretas que son dueñas del anillo de oro que gobierna la situación internacional son utilizadas para asestar un golpe contra la prosperidad del pueblo y contra la independencia financiera y comercial de nuestro país”. 

A continuación, cito un artículo de un periódico de Texas del año de 1855: 

“... Es un hecho notorio que los Reyes de Europa y el Papa de Roma están en este mismo momento tramando nuestra destrucción y amenazando con la extinción de nuestras instituciones políticas, civiles y religiosas. Tenemos todas las pruebas para creer que la corrupción ha terminado por introducirse al interior de nuestra Cámara Ejecutiva y que nuestro jefe ejecutivo está contaminado con el veneno contagioso del catolicismo... El Papa ha enviado recientemente a su embajador de Estado a este país en una comisión secreta, lo que demuestra la influencia extraordinaria que tiene la Iglesia Católica sobre los Estados Unidos...  Estos secuaces del Papa están insultando audazmente a nuestros senadores; reprenden a nuestros estadistas; propagan la unión adúltera entre la Iglesia y el Estado; abusan con repugnante calumnia de todos los gobiernos menos de los católicos y escupen las más amargas execraciones sobre todo lo que sea protestantismo. Los católicos de los Estados Unidos reciben del extranjero más de 200.000 dólares anuales para llevar a cabo la propagación de su credo. Agreguemos a esto los enormes ingresos que son recaudados aquí...”

Estas citas rebelan el estilo paranoico de pensamiento del que hemos estado hablando. Durante toda la historia de los Estados Unidos encontramos ejemplos de este estilo paranoico de pensamiento en los movimientos antimasónicos, nativistas y anticatólicos, al igual que ejemplos de opiniones sostenidas por los portavoces del abolicionismo que consideraban a los Estados Unidos como presa de una conspiración de esclavistas, en muchos ataques dirigidos contra los mormones, en algunos de los escritores a favor del dinero en efectivo o de los escritores populistas que nos hablan de una gran conspiración de banqueros internacionales, en los ataques dirigidos contra la conspiración de los fabricantes de municiones de la Primera Guerra Mundial, en la prensa popular de izquierda, en la derecha estadounidense contemporánea, y en ambos lados de la controversia racial que hoy está estallando entre los Consejos de Ciudadanos Blancos y los Musulmanes Negros. No me propongo tratar de rastrear las variaciones de este estilo paranoico de pensamiento que se pueden encontrar en todos estos movimientos, sino que me limitaré a algunos episodios principales de nuestra historia pasada en los que este estilo emergió plenamente y alcanzó sus ideas en medio de un esplendor arquetípico.

 El Iluminismo y la masonería

Voy a comenzar mi exposición señalando un episodio particularmente revelador de todo esto: el pánico que estalló en algunos sectores de la sociedad a finales del siglo XVIII debido a las actividades supuestamente subversivas llevadas a cabo por los Illuminati de Baviera. Este pánico fue provocado principalmente como parte de la reacción general que se produjo ante la Revolución Francesa. En los Estados Unidos, esta reacción se vio reforzada por la respuesta de ciertos actores, principalmente encontrados en Nueva Inglaterra y entre el clero establecido, ante el surgimiento de la democracia jeffersoniana. El Iluminismo había sido fundado en 1776 por Adam Weishaupt, profesor de derecho en la Universidad de Ingolstadt. Sus enseñanzas nos parecen al hoy día nada más que otra versión del racionalismo ilustrado, fuertemente influenciada por la atmósfera anticlerical de la Baviera del siglo XVIII. Se trataba de un movimiento un tanto ingenuo y utópico que aspiraba en última instancia a que la raza humana siguiera estrictamente las reglas de la razón. Su racionalismo humanista parece haber influenciado bastante a las logias masónicas de su época.

Los estadounidenses conocieron por primera vez las ideas del Iluminismo en 1797, gracias a un libro publicado en Edimburgo (y que más tarde fue reimpreso en Nueva York) bajo el título, Pruebas de una conspiración contra todas las religiones y gobiernos de Europa, llevada a cabo en las reuniones secretas de masones libres, Illuminati, y Sociedades de Estudio. Su autor era un conocido científico escocés, John Robison, quien había sido partidario de la masonería de Gran Bretaña, pero cuya imaginación había sido desquiciada al denunciar lo que él consideraba un movimiento masónico mucho menos inocente que provenía del continente. Robison parece haber escrito su libro tomando en cuenta las fuentes que pudo obtener en su momento, pero cuando llegó a estimar el carácter moral y la influencia política que tenía el Iluminismo, llegó a sostener afirmaciones de carácter paranoico que rayaban en la fantasía. Los Iluministas, pensaba, se habían formado "con el propósito expreso de erradicar todas las instituciones religiosas y derrocar a todos los gobiernos que existían en Europa". Se habían convertido en "un gran y malvado proyecto que fermenta y se extiende por toda Europa". Y le atribuyó un papel central en el estallido de la Revolución Francesa. Lo veía como un movimiento libertino y anticristiano, que buscaba la corrupción de las mujeres, el cultivo de los placeres sensuales y la violación del derecho de propiedad. Sus miembros tenían planes para crear un té especial que provocaría el aborto, una sustancia secreta que "ciega o mata cuando se arroja en la cara" y un dispositivo que parecía ser una bomba hedionda, un "método para llenar un dormitorio con vapores pestilentes". 

Estas ideas se esparcieron rápidamente por los Estados Unidos. En mayo de 1798, un ministro de los Congregacionalistas de Massachusetts en Boston, Jedidiah Morse, pronunció un sermón que iba dirigido a defender al recién nacido país de esas influencias, país que luego se dividió claramente entre jeffersonianos y federalistas, francófilos y anglosajones. Después de leer a Robison, Morse estaba convencido de que existía un complot jacobino que había sido desencadenado por el Iluminismo, y que el país debería prepararse para poder defenderse. Sus advertencias fueron escuchadas en toda Nueva Inglaterra y dondequiera que los federalistas se preocuparan por la creciente ola de infidelidad religiosa o la democracia jeffersoniana. Timothy Dwight, presidente de Yale, pronuncio un discurso influenciado por el sermón de Morse el 4 de julio y que se titulaba El deber de los estadounidenses durante la actual crisis: en el discurso se hablaba contra el Anticristo usando una retórica entusiasta. Muy pronto, en todos los púlpitos de Nueva Inglaterra, se escuchaban denuncias contra los Illuminati, como si el país estuviera plagado de ellos.

El movimiento antimasónico de finales de la década de 1820 y de la década de 1830 retomó y extendió la obsesión por las conspiraciones. Al principio, este movimiento puede que parezca nada más que una extensión o repetición del tema anti-masónico que causó la ira que fue dirigida contra los Illuminati de Baviera, pero mientras que el pánico de la década de 1790 se limitó principalmente a Nueva Inglaterra y se vinculó a un punto de vista ultraconservador, el posterior movimiento anti-masónico afectó a muchas partes del Norte de los Estados Unidos y estuvo íntimamente relacionado con la democracia popular y el igualitarismo rural. Aunque la anti-masonería resultó ser anti-jacksoniana (Jackson era masón), manifestaba una gran animadversión contra la imposibilidad del hombre común de acceder a ciertos puestos y también contra las instituciones aristocráticas que uno encuentra en los ataques de la cruzada jacksoniana en contra del Banco de los Estados Unidos.

El movimiento anti-masónico fue producto no sólo del entusiasmo natural, sino también de las vicisitudes de la política de partidos. Estuvo unido y fue utilizado por una gran cantidad de hombres que no compartían para nada los sentimientos anti-masónicos que le hicieron surgir, por lo que atrajo el apoyo de varios estadistas de renombre que solo simpatizaban parcialmente con sus ideas, pero que, como políticos, no podían permitirse ignorarlo. Sin embargo, era un movimiento popular de considerable poder y los entusiastas hombres rurales que le dieron su verdadero ímpetu creían en él con todo su corazón.

Como sociedad secreta, la masonería se consideraba como una célula que estaba conspirando permanente contra el gobierno republicano. Se pensaba que los masones eran particularmente susceptibles a la traición; por ejemplo, se alegaba que la famosa conspiración de Aaron Burr había sido realizada por masones. Se acusó a la masonería de constituir un sistema indistinto a la lealtad, un imperio separado dentro del marco de un gobierno federal y estatal que era incompatible con la lealtad que ellos practicaban. De manera bastante plausible se argumentó que los masones habían establecido una jurisdicción propia, con sus propias obligaciones y castigos, sujetos a ejecución e incluso sometidos a la pena de muerte. Se consideraba que el conflicto entre el secreto y la democracia era tan básico que otras sociedades más inocentes como Phi Beta Kappa fueron atacadas.

Dado que los masones se comprometían a ayudarse mutuamente en circunstancias de angustia y de brindar indulgencias fraternas en todo momento, se sostuvo que la orden anulaba la aplicación de la ley regular. Los alguaciles, autoridades, jurados y jueces seguidores de la masonería debían estar aliados con los criminales y fugitivos masones. Se creía que la prensa había sido tan "amordazada" por los editores y propietarios masones que las noticias que involucraban la malversación de fondos por parte de otros masones podían ser suprimidas por completo. En un momento en que casi todas las supuestas ciudadelas privilegiadas de los Estados Unidos estaban bajo asalto democrático, la masonería fue atacada como una fraternidad de privilegiados que cerraba cualquier oportunidad a los negocios públicos y casi monopolizando los cargos políticos.

Es posible que haya ciertos elementos de verdad y realidad en estos puntos de vista de la masonería. Lo que debe destacarse aquí, sin embargo, es el marco apocalíptico y absolutista en el que esta hostilidad se expresó comúnmente. Los movimientos anti-masónicos no se contentaron con decir simplemente que las sociedades secretas eran más bien una mala idea. Un autor común que sostenía ideas anti-masónicas declaró que la masonería “no sólo era la institución más abominable que existía sino también la más peligrosa que jamás se haya impuesto al hombre... Realmente se puede decir que es la obra maestra del infierno".

La amenaza jesuita

El temor a un complot masónico apenas se había calmado cuando surgieron los rumores de un complot católico contra los valores estadounidenses. Uno se encuentra aquí de nuevo con el mismo estado de ánimo, pero con un villano diferente. El movimiento anticatólico convergió con el creciente nativismo que se daba en los Estados Unidos y, aunque no eran idénticos, estos dos movimientos influenciaron a una considerable capa de la sociedad estadounidense y a muchos que estaban destinados a aceptar ideas moderados de quienes profesaban este estilo paranoico de pensamiento y a quienes, en el momento de su máximo esplendor, no se sentían atraídos por tales ideas. Además, no debemos descartar de plano como totalmente provinciano o mezquino el deseo de los estadounidenses yanquis de mantener una sociedad étnica y religiosamente homogénea ni los compromisos protestantes particulares con el individualismo y la libertad que se estaban poniendo en juego. Pero el movimiento estaba influido por una gran paranoia y los militantes anticatólicos más influyentes dentro del mismo tenían ciertamente una fuerte afinidad por el estilo paranoico de pensamiento.

Dos libros que aparecieron en 1835 describían este nuevo peligro para el estilo de vida estadounidense y pueden tomarse como expresiones de esta mentalidad anticatólica. Uno de estos libros era el de Conspiraciones extranjeras contra las libertades de los Estados Unidos que fue escrito por el célebre pintor e inventor del telégrafo S.F.B. Morse. “Existe una conspiración”, decía Morse, y “sus planes ya se han puesto en marcha... somos atacados y nos encontramos en medio de una fortaleza muy vulnerable que no puede ser defendido por nuestros barcos, nuestros fuertes o nuestros ejércitos". La principal fuente de esa conspiración que Morse estaba hablando era el gobierno de Metternich: “Austria ahora está conspirando contra nuestro país. Austria ha ideado un gran plan y ha preparado la ejecución de su plan en nuestro país... Tiene a sus misioneros jesuitas viajando por nuestra tierra; les ha dado dinero y les ha proporcionado una fuente de abastecimiento regular”. Si el complot tenía éxito, decía Morse, algún vástago de la Casa de Habsburgo pronto sería instalado como el Emperador de los Estados Unidos.

"Es un hecho comprobado", escribía otro militante protestante,

“que los jesuitas merodean por todas partes de los Estados Unidos y usan muchos disfraces, expresamente con la intensión de averiguar las ventajosas situaciones y modos de difundir las ideas del papado. Un ministro del Evangelio de Ohio nos ha informado que descubrió a un jesuita que llevaba los hábitos de su congregación; y dice que en el occidente del país pululan bajo la profesión de hombres de teatro que usan marionetas, o son maestros de danza, maestros de música, vendedores ambulantes de imágenes y ornamentos, organistas de barriles y profesiones similares”.

Lyman Beecher, el mayor de una familia famosa y padre de Harriet Beecher Stowe, escribió ese mismo año su Suplica por el Occidente, en la que consideraba la posibilidad de que el milenio cristiano llegara a los Estados Unidos. Todo dependía, a su juicio, de las influencias que dominaran el gran Occidente, donde se encontraba el futuro del país. Allí, el protestantismo estaba comprometido en una lucha de vida o muerte con el catolicismo. “Hagamos lo que hagamos, debemos hacerlo rápidamente...” Una gran marea de inmigración, hostil a las instituciones libres, estaba intentando apoderarse del país, esta multitud era subvencionada y enviada por "los reyes de Europa", multiplicando los tumultos y la violencia, llenando las cárceles, llenando las casas de pobres, cuadruplicando los impuestos y enviando a miles de votantes para "poner su mano inexperta sobre las instituciones de poder".

El anti-catolicismo siempre ha sido la pornografía del puritano. Mientras que los movimientos anti-masónicos habían imaginado borracheras y se habían entretenido con fantasías sadomasoquistas sobre las practicas reales que involucraban los horribles juramentos masónicos [1], los movimientos anti-católicos inventaron una inmensa cantidad de historias acerca de sacerdotes libertinos, sobre como el confesionario era una oportunidad para seducir a las mujeres y que los conventos y los monasterios eran espacios llenos de obscenidades. Probablemente el libro contemporáneo más leído en los Estados Unidos antes de La cabaña del tío Tom fue una obra supuestamente escrita por una tal Maria Monk, titulada Revelaciones Horribles, libro que apareció en 1836. La autora, que supuestamente había escapado de un convento de monjas del Hotel Dieu en Montreal después de cinco años allí como novicia y monja, relató su vida en el convento con detalles muy precisos y circunstanciales. Dijo que la Madre Superiora le había dicho que debía “obedecer a los sacerdotes en todo”; para su "total asombro y horror", pronto descubrió cuál era la naturaleza de tal obediencia. Los bebés nacidos de las relaciones sexuales en los conventos eran bautizados y luego asesinados, decía, para que pudieran ascender de inmediato al cielo. Su libro, intensamente atacado y defendido, continuó siendo leído y creído incluso después de que su madre testificara que María había estado algo confundida desde la infancia después de que se clavó un lápiz en la cabeza. María murió en prisión en 1849, después de haber sido arrestada en un burdel como carterista.

El movimiento anti-católico, al igual que el movimiento anti-masónico, unió su suerte a la política de los partidos estadounidenses y se convirtió en un factor bastante perdurable de la política del país. La Asociación Protectora de los Estados Unidos de la década de 1890 revivió mucho del mismo con ciertas variaciones ideológicas que estaban mejor adecuadas a la época: se decía que la depresión de 1893, por ejemplo, fue provocada por la internacional católica que la había iniciado con tal de corromper la banca. Algunos portavoces del movimiento hicieron circular una encíclica falsa atribuida a León XIII instruyendo a los católicos estadounidenses en una fecha determinada de 1893 a exterminar a todos los herejes y una gran cantidad de anticatólicos esperaban diariamente un levantamiento nacional. El mito de una inminente guerra católica de destrucción y exterminio de herejes persistió hasta el siglo XX.

Porque han sido marginados

Después de haber citado todos estos ejemplos históricamente discontinuos que pertenecen al estilo paranoico de pensamiento, por fin podemos dar un gran salto adelante y analizar la derecha contemporánea, donde encontramos algunas diferencias bastante importantes con respecto a los movimientos del siglo XIX. Los portavoces de esos movimientos anteriores sentían que defendían causas e ideas personales que todavía eran comunes en su país y las defendían contra las amenazas que atacaban sus formas de vida. Pero la derecha moderna, como ha dicho Daniel Bell, se siente desposeída: los Estados Unidos ya no les pertenece y muchos de ellos están en la periferia, aunque están decididos a recuperar su país y evitar la fase final de destrucción llevada a cabo por la subversión. Las viejas virtudes americanas ya han sido devoradas por el cosmopolitismo y los intelectuales; el viejo capitalismo competitivo terminó siendo socavado gradualmente debido a las intrigas socialistas y comunistas; la vieja seguridad nacional y la independencia han sido destruidas por complots que han traicionado al pueblo y que tienen como agentes no sólo a poderosos forasteros y extranjeros como sucedía antaño, sino a importantes estadistas que se encuentran en los mismos centros del poder estadounidense. Sus predecesores habían descubierto conspiraciones; la derecha radical moderna considera que la conspiración es una traición que sucede en los más altos niveles del poder.

Muchos de estos cambios importantes son atribuidos a los efectos producidos por los medios de comunicación. Los villanos de la derecha moderna son mucho más vívidos que los de sus predecesores más paranoicos y son mucho más conocidos por el público; la literatura producida por este estilo paranoico de pensamiento es igualmente más rica y circunstancial en sus descripciones e invectivas personales. Frente a los villanos vagamente bosquejados por el movimiento anti-masónico o los oscuros y camuflados agentes jesuitas que eran poco conocidos y eran portavoces de los delegados papales denunciados por el movimiento anticatólico, o los sombríos banqueros internacionales que aparecen en las conspiraciones monetarias, vemos que hoy día son denunciadas eminentes figuras públicas como los presidentes Roosevelt, Truman y Eisenhower, secretarios de Estado como Marshall, Acheson y Dulles, jueces de la Corte Suprema como Frankfurter y Warren, y toda una cantidad de supuestos conspiradores menores, pero aun así lo suficientemente famosos y conocidos que son encabezados por Alger Hiss.

Los acontecimientos ocurridos desde 1939 le han dado al estilo paranoico de pensamiento de la derecha contemporánea un vasto teatro para desplegar su imaginación que está llena de ricos detalles y prolifera en toda clase de indicios realistas y pruebas irrefutables que garantizan la validez de las sospechas que se denuncian. El teatro de acción es ahora el mundo entero y puede basarse no solo en los eventos que sucedieron durante la Segunda Guerra Mundial, sino también en los acontecimientos de la Guerra de Corea y la Guerra Fría. Cualquier historiador que haya escrito sobre la guerra sabe que estos escenarios están llenos de errores y las guerras son un museo erigido sobre la incompetencia; pero si cada error y cada acto de incompetencia es sustituido por un acto de traición, se abren muchos puntos fascinantes para la interpretación que son aprovechados por la imaginación de los paranoicos. Al final, el verdadero misterio para quien lee las obras escritas por la erudición de los paranoicos no es cómo ha llegado Estados Unidos a la actual situación de desintegración en que se encuentra, sino cómo se las ha arreglado para sobrevivir.

Los elementos básicos del pensamiento de la derecha contemporánea pueden reducirse a tres: primero, existe una conspiración sostenida por una familia muy conocida de figuras, que se extiende durante más de una generación y alcanza su clímax en el New Deal de Roosevelt, pacto que buscaba socavar el capitalismo libre con la intención de poner la economía bajo el control del gobierno federal y allanar el camino para instaurar el socialismo o el comunismo. Muchos derechistas estarían de acuerdo con Frank Chodorov, el autor de El impuesto a la renta: la raíz de todo mal, en que esta campaña comenzó con la aprobación de la enmienda a la Constitución que establecía el impuesto a la renta y la cual fue aprobada en 1913.

El segundo argumento es que los comunistas se han infiltrado tanto en los altos puestos del gobierno que la política estadounidense, al menos desde los días previos a Pearl Harbor, ha estado dominada por hombres que saboteaban astuta y consistentemente los intereses nacionales estadounidenses.

Por último, el país está infiltrado por una red de agentes comunistas, como en los viejos tiempos estaba infiltrado por agentes jesuitas, de modo que todo el aparato de educativo, la religión, la prensa y los medios de comunicación están comprometidos en un esfuerzo común que paraliza por completo la resistencia de los estadounidenses leales.

Quizás el documento más representativo de la fase macartista fue una larga acusación que se hizo en contra del secretario de Estado George C. Marshall, entregada en 1951 en el Senado por el senador McCarthy y luego publicada con ciertos retoques. McCarthy imaginaba que Marshall era la figura central que había traicionado los intereses estadounidenses y las huellas de su traición se hacen sentir a lo largo de todos los planes estratégicos que se llevaron a cabo durante la Segunda Guerra Mundial hasta la formulación del Plan Marshall. Marshal estaba asociado con prácticamente todos los fracasos o derrotas estadounidenses, insiste McCarthy, y nada de lo que acontecía era un accidente o el producto de la incompetencia. Existía un "patrón desconcertante" en las intervenciones de Marshall durante la guerra que siempre conducía a favorecer al Kremlin. El fuerte declive que sufrió el poder de los Estados Unidos desde 1945 hasta 1951 no es algo que “simplemente sucedió y ya”; fue "provocado, paso a paso, de forma voluntaria e intencionada", es la consecuencia no solo de una serie de errores sino de una conspiración que buscaba la traición, "una conspiración que se lleva a una escala tan inmensa que eclipsa cualquier empresa anterior de este tipo en la historia del hombre". 

Hoy, el liderazgo ejercido por McCarthy ha recaído sobre un fabricante de dulces retirado, Robert H. Welch, Jr., que está menos estratégicamente ubicado y tiene menos seguidores, pero cuyo movimiento se encuentra mejor organizado al interior del Senador. Hace unos años, Welch proclamó que "las influencias del comunismo han casi tomado por completo el control de nuestro gobierno", nótese con cuidado la escrupulosidad con la que asevera ese "casi". Welch ha ofrecido una interpretación a gran escala de nuestra historia reciente en la que los comunistas figuran en todo momento: iniciaron su guerra contra los bancos estadounidenses en 1933 y forzaron su cierre; idearon el reconocimiento de la Unión Soviética por parte de Estados Unidos en el mismo año, justo a tiempo para salvar a los soviéticos del colapso económico; han provocado toda clase alborotos quejándose de la segregación que persiste en el Sur; se han apoderado de la Corte Suprema y la han convertido en "una de las agencias más importantes del comunismo".

La atención cuidadosa que presta a la historia el Sr. Welch le otorga una visión de los asuntos históricos que pocos de nosotros somos capaces de percibir. "Por muchas razones y después de mucho estudio", escribió hace algunos años, "personalmente creo que [John Foster] Dulles es un agente comunista". El trabajo del profesor Arthur F. Burns como jefe del Consejo de Asesores Económicos de Eisenhower era "simplemente un encubrimiento del trabajo que hacia Burns como enlace entre el presidente Eisenhower y algunos de sus jefes comunistas". El hermano de Eisenhower, Milton, era "en realidad [su] superior y el verdadero jefe del Partido Comunista". En cuanto al propio Eisenhower, Welch lo caracterizó, con palabras que llegaron a hacer muy famoso al fabricante de dulces, como "un agente dedicado y consciente de la conspiración comunista", una conclusión, agregó, a la que se llega después de “basarse en una acumulación de evidencia detallada tan extensa y tan palpable que parece darle a esta idea una solidez que se encuentra más allá de cualquier duda razonable”. 

Emulando al enemigo 

El portavoz del estilo paranoico de pensamiento ve el destino de la conspiración en términos apocalípticos: es quien decide el nacimiento y la muerte de mundos enteros, el futuro del gobierno o de los sistemas de valores que rigen a los seres humanos. Siempre está al mando de las barricadas que defienden la civilización. Vive constantemente en un punto de inflexión. Como milenaristas religiosos, expresan la ansiedad de quienes están viviendo los últimos días y, en ocasiones, están dispuesto a fijar una fecha para el apocalipsis. (“El tiempo se acaba”, dijo Welch en 1951. “Se están acumulando pruebas todas las pruebas y muchas fuentes señalan que octubre de 1952 es el mes fatal en el que Stalin atacará”).

Como miembro de una vanguardia particular es capaz de percibir la conspiración antes de que sea completamente obvia para un público aún no está despierto, por lo que el paranoico es un líder militante. No ve el conflicto social como algo que debe ser mediado y resuelto por toda una serie de compromisos, a la manera del político profesional. Dado que lo que está en juego es siempre un conflicto entre el bien absoluto y el mal absoluto, lo que se necesita no es el compromiso, sino la voluntad de luchar hasta el final. Dado que se piensa que el enemigo es totalmente maligno y totalmente insaciable, debe ser eliminado por completo, y si no puede ser eliminado del mundo, al menos debe ser eliminado del teatro de operaciones al que el paranoico dirige su atención. Esta exigencia de un triunfo total conduce a la formulación de metas desesperadamente irreales, y dado que estas metas no son alcanzables ni siquiera de forma remota, hace que estos fracasos aumenten constantemente la sensación de frustración que sufre el paranoico. Incluso el éxito parcial lo deja con el mismo sentimiento de impotencia con el que comenzó, y esto a su vez solo fortalece su conciencia de los vastos y aterradores poderes que posee el enemigo al que se opone.

El enemigo está claramente delineado: es un modelo perfecto de malicia, una especie de superhombre amoral: siniestro, omnipresente, poderoso, cruel, sensual, amante del lujo. A diferencia del resto de nosotros, el enemigo no está atrapado en los esfuerzos del vasto mecanismo de la historia, donde uno mismo es una víctima de su pasado, sus deseos y sus limitaciones. El malvado es quien domina y fabrica todos los mecanismos de la historia o trata de desviar el curso normal de la historia de una manera perversa. Causa toda serie de crisis, provoca las quiebras bancarias, causa las depresiones, crea los desastres y luego disfruta y se beneficia de la miseria que ha producido. La interpretación de la historia por parte del paranoico es claramente personal: los acontecimientos decisivos no son considerados como parte del flujo de la historia, sino como las consecuencias de la voluntad que alguien ejerce. Muy a menudo se considera que el enemigo posee alguna fuente de poder especialmente eficaces: controla la prensa; tiene fondos ilimitados; tiene un nuevo secreto para influir en nuestras mentes (el lavado de cerebro); tiene una técnica especial para seducirnos (el confesionario católico).

Es difícil resistirse a la conclusión de que este enemigo es en muchos aspectos la proyección del yo; se le atribuyen tanto los aspectos ideales como los inaceptables. El enemigo puede ser el intelectual cosmopolita, pero el paranoico lo superará mediante el aparato de su erudición, incluso en la pedantería. Las organizaciones secretas creadas para combatir organizaciones secretas producen el mismo resultado. El Ku Klux Klan imitó el catolicismo hasta el punto de ponerse vestiduras sacerdotales, desarrollando un ritual elaborado y una jerarquía igualmente compleja. La Sociedad John Birch emula las células comunistas y la operación cuasi secreta a través de grupos de "fachada", y predica una persecución despiadada por medio de la guerra ideológica aplicando métodos muy parecidos a las que encuentra en sus enemigos comunistas [2]. Los portavoces de las diversas “cruzadas” fundamentalmente anticomunistas expresan abiertamente su admiración por la dedicación y la disciplina que suscita la causa comunista.

Por otro lado, la libertad sexual, que a menudo es atribuida al enemigo, su falta de inhibición moral, su posesión de técnicas especialmente efectivas para satisfacer sus deseos, dan a los exponentes del estilo paranoico la oportunidad de proyectar y expresar aspectos no reconocibles de sus propias preocupaciones psicológicas. Los católicos y los mormones —más tarde, los negros y los judíos— han sido acusados de practicar el sexo ilícito. Muy a menudo, las fantasías de los verdaderos creyentes revelan fuertes vetas sadomasoquistas, expresadas vívidamente, por ejemplo, en el deleite con que los movimientos anti-masónicos describían la crueldad de los castigos masónicos.

Renegados y pedantes

Se atribuye un significado especial a la figura del renegado que abandonó la causa enemiga. El movimiento anti-masónico a veces parecía ser una creación de ex-masones; ciertamente, se atribuía un gran peso a sus revelaciones y se creía cada palabra que ellos decían. El anti-catolicismo utilizaba a monjas fugitivas y a sacerdotes apóstatas; es bien conocido el lugar que tienen los excomunistas en los movimientos que componen la vanguardia anticomunista de nuestro tiempo. En alguna parte, la autoridad especial otorgada a los renegados deriva en la obsesión por el secreto que es una característica de tales movimientos: el renegado es el hombre o la mujer que ha estado en el Arcano y trae consigo el testimonio que verifica finalmente todas las sospechas que podrían ser negadas sin sus declaraciones por un mundo escéptico que lo pone todo en duda. Pero creo que existe un significado escatológico más profundo que se atribuye al personaje del renegado: en el combate espiritual entre el bien y el mal, que es el modelo arquetípico del mundo del paranoico, el renegado es la prueba viviente de que no todas las conversiones son logradas por el bando enemigos. El renegado trae consigo la promesa de la redención y la victoria.

Una última característica del estilo paranoico de pensamiento está relacionada con la capacidad de su pedantería. Una de las cosas impresionantes de la literatura paranoica es el contraste entre sus conclusiones fantasiosas y la preocupación casi conmovedora por la factualidad que despliegan de forma invariable. Llegan a embarcarse en esfuerzos heroicos para obtener pruebas que demuestren que lo increíble es lo único en lo que se puede creer. Por supuesto, existen paranoicos con un alto nivel intelectual, y otros vulgares y medianos, como es probable que los podamos encontrar en cualquier tendencia política. Pero la literatura paranoica respetable no solo parte de ciertos compromisos morales que de hecho pueden justificarse, sino que también acumula cuidadosamente y casi obsesivamente todas las "pruebas" posibles. La diferencia entre esta “evidencia” y la comúnmente empleada por otros es que parece menos un medio para entrar en una controversia política normal que un medio para protegerse de la intrusión profana del mundo político secular. El paranoico parece tener pocas expectativas de realmente convencer a un mundo hostil, pero puede acumular pruebas para proteger sus preciadas convicciones de este mismo mundo. 

La escritura paranoica comienza con ciertos juicios amplios y defendibles. Había algo que decir a favor de los movimientos anti-masónicos. Después de todo, una sociedad secreta compuesta por hombres influyentes sujetos a obligaciones especiales podría plantear algún tipo de amenaza para el orden civil en el que este orden fuera suspendido. También existe algo que decir a favor de los principios protestantes basados en el individualismo y la libertad, así como del deseo nativista de desarrollar en América del Norte una civilización homogénea. Una vez más, en nuestro tiempo, una verdadera laxitud en la seguridad permitió a algunos comunistas encontrar un lugar en los círculos gubernamentales e innumerables decisiones de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría son resultados de estas fallas.

La erudición de los paranoicos es muy superior, pero no es coherente; de ​​hecho, la mente paranoica es mucho más coherente que el mundo real. No es más que una especie de erudición técnica. El folleto de 96 páginas de McCarthy, McCarthyism, contiene no menos de 313 referencias y notas al pie de página, y el increíble ataque que realiza Welch contra Eisenhower, The Politician, tiene cien páginas de bibliografía y notas. Todo el movimiento de derecha de nuestro tiempo es un desfile de expertos, grupos de estudio, monografías, notas a pie de página y bibliografías. A veces, la lucha de la derecha por la profundidad académica y una visión del mundo extensa tiene consecuencias alarmantes: el Sr. Welch, por ejemplo, ha acusado que la popularidad del trabajo histórico de Arnold Toynbee es la consecuencia de un complot por parte de los fabianos, “los jefes del partido laborista de Inglaterra”, y varios miembros del “establishment liberal” angloamericano con tal de eclipsar el trabajo mucho más veraz y esclarecedor de Oswald Spengler. 

Un doble sufrimiento 

El estilo paranoico no se limita a nuestro propio país ni ha nuestra época; es un fenómeno internacional. Al estudiar las sectas milenaristas de Europa desde el siglo XI al XVI, Norman Cohn creyó haber encontrado un complejo psíquico persistente que se corresponde ampliamente con lo que he estado considerando: un estilo compuesto por ciertas preocupaciones y fantasías: “una visión megalómana en donde uno mismo se considera como el Elegido que es totalmente bueno y es abominablemente perseguido, pero cuyo triunfo final está completamente asegurado; la atribución de poderes gigantescos y demoníacos al adversario; el rechazo a aceptar las limitaciones e imperfecciones ineludibles de la existencia humana, como la fugacidad, la disensión, el conflicto, la falibilidad intelectual o moral; la obsesión por las profecías infalibles... las malinterpretaciones sistemáticas, siempre groseras y a menudo grotescas”.

Este vistazo a lo largo de un extenso período de tiempo me anima a hacer la conjetura —no es más que eso— que una mentalidad dispuesta a ver el mundo de esta manera puede ser un fenómeno psíquico persistente que afecta más o menos constantemente a una modesta minoría de la población. Pero ciertas tradiciones religiosas, ciertas estructuras sociales y herencias nacionales, ciertas catástrofes o frustraciones históricas pueden conducir a la liberación de tales energías psíquicas y a situaciones en las que pueden integrarse más fácilmente en movimientos de masas o partidos políticos. En la experiencia estadounidense, los conflictos étnicos y religiosos han sido claramente un foco importante para las mentes militantes y suspicaces de este tipo, pero los conflictos de clases también pueden movilizar tales energías. Quizás la situación central que conduce a la difusión de la mentalidad paranoica sea una confrontación de intereses opuestos que son (o se cree que son) totalmente irreconciliables y, por lo tanto, no susceptibles por naturaleza a los procesos políticos normales de negociación y compromiso. La situación se agrava cuando los representantes de un interés social particular —quizás por la naturaleza muy irreal e irrealizable de sus demandas— quedan excluidos del proceso político. Al no tener acceso a la negociación política ni a la toma de decisiones, encuentran plenamente confirmada su concepción original de que el mundo del poder es siniestro y malicioso. Solo ven las consecuencias del poder, y esto a través de lentes que distorsionan la realidad, y no tienen oportunidad de observar la maquinaria real por medio de la cual operan las realidades sociales. Un distinguido historiador ha dicho que una de las cosas más valiosas de la historia es que nos enseña cómo no ocurren las cosas. Es precisamente este tipo de conciencia la que el paranoico no logra desarrollar. Él tiene una resistencia especial propia, por supuesto, a desarrollar tal conciencia, pero las circunstancias a menudo lo privan de la exposición a eventos que podrían iluminarlo y, en cualquier caso, se resiste a tal iluminación.

Todos sufrimos debido a la historia, pero el paranoico sufre doblemente, ya que está afligido no solo por el mundo real, como el resto de nosotros, sino también por sus propias fantasías. 

El estilo paranoico en acción

La Sociedad John Birch está intentando suprimir una serie de televisión sobre las Naciones Unidas mediante una campaña masiva que tiene como fundamento el envió de cartas al patrocinador de la serie... la Corporación Xerox. Sin embargo, la corporación tiene la intención de seguir adelante con el programa...

La edición de julio del Boletín de la Sociedad John Birch... dijo que una "avalancha de correo debería convencerlos de la imprudencia de la acción que ellos realizan, al igual que se convenció a la United Air Lines de dar marcha atrás y quitar la insignia de la ONU de sus aviones". (Un portavoz de la United Air Lines confirmó que el emblema de la ONU fue retirado de sus aviones, luego de una "considerable reacción pública en su contra").

El funcionario de la Sociedad Birch, John Rousselot, dijo: "Odiamos ver que una corporación de este país promueva la ONU cuando sabemos que es un instrumento de la conspiración comunista soviética".

—San Francisco Chronicle, 31 de julio de 1964

Richard Hofstadter fue profesor DeWitt Clinton de historia americana en la Universidad de Columbia. Su libro "Antiintelectualismo en la vida estadounidense" fue galardonado con el Premio Pulitzer de no ficción general en 1964. Este ensayo fue pronunciado en la Conferencia Herbert Spencer, dictada en la Universidad de Oxford en noviembre de 1963.

Notas:

1. Muchos movimientos anti-masónicos habían estado fascinados por las penas que sufrían los masones que no cumplían con sus obligaciones. Mi castigo favorito es el juramento que ha sido atribuido a un archi-masón conocido que invitó a sus hermanos a "que le cortaran el cráneo y que su cerebro quedara expuesto a los abrasadores rayos del sol".

2. En su libro reciente, How to Win an Election, Stephen C. Shadegg cita una declaración atribuida a Mao Tse-tung: "Denme solo dos o tres hombres en una aldea y tomaré la aldea". Shadegg comenta: "En las campañas de Goldwater de 1952 y 1958 y en todas las demás campañas en las que me desempeñé como consultor, seguí el consejo de Mao Tse-tung". “Yo sugeriría”, escribe el senador Goldwater en Why Not Victory? “que analicemos y copiemos la estrategia del enemigo; la de ellos ha funcionado y la nuestra no”.