Aznar 2020 - La política exterior tras el retorno del cisne negro

27.01.2017

¡Aznar vuelve a la política!, ¡Aznar funda un partido! ¡El fantasma de Aznar! Desde hace días, la opinión pública española ha generado controversia al contemplar la posibilidad del hipotético regreso de José María Aznar a la primera línea de la política española, alimentando para ello los rumores crecientes sobre la inminente fundación de un partido político de nuevo cuño llamado a reformar los cimientos de España.

Aunque con el paso de los días el rumor no parece coger músculo, ésta parece una oportunidad única para abordar con espíritu crítico el discurso estratégico de Aznar respecto del rol de España en el mundo, así como las insalvables debilidades de nuestra política exterior si un discurso como el del expresidente tomara de nuevo las riendas de los destinos de la nación.

1. El impacto de lo altamente improbable

En su Teoría del Cisne Negro, N. N. Taleb define el fenómeno del mismo nombre como la sucesión de un acontecimiento de alto impacto y gran magnitud que, por su propia naturaleza, es considerado como una concatenación de hechos improbables y, por tanto, difícilmente predecibles.

Constantemente,  el mundo se ve sorprendido por los embates de estos cisnes negros, ya sea en la desintegración o aparición de naciones, en el inicio o paralización de determinados procesos políticos, en el surgimiento o la finalización de un liderazgo determinado, en el terrorismo de masas, o en cualquier acontecimiento de calado social no previsto por las autoridades o la opinión pública de determinado país… los ejemplos son múltiples, y es en la improbabilidad de su naturaleza donde reside nuestra inquietud ante el advenimiento de un futuro incierto.

En este sentido, uno de los acontecimientos que más recientemente ha tambaleado a la opinión pública española, ha sido la ruptura política que ha protagonizado el expresidente del Gobierno José María Aznar con el Partido Popular (PP), organización que lo aupó hasta la presidencia del ejecutivo español durante el período de 1996-2004. La desvinculación respecto del Partido Popular (PP) de la fundación FAES que preside Aznar (Medialdea, 2016) y la renuncia de éste a la presidencia honorífica del partido (Junquera, 2016), ambas acaecidas en el último trimestre de 2016, no hubiesen revestido especial gravedad de no ser porque muchos han visto en este cisma un movimiento calculado para el retorno de Aznar a la primera fila de la política nacional.

Tras la ruptura respecto de la matriz política, la opinión pública española especula ahora con la posibilidad de que Aznar funde un partido nuevo y, no conforme con esa osada especulación, algún que otro medio ya ha llevado a cabo encuestas según las cuales la hipotética formación política de Aznar obtendría entre 3 y 3,9 millones de electores (entre 40 y 51 escaños del parlamento español actual), lo que lo situaría de facto como la cuarta fuerza política del país (Gracia, 2017) tras drenarle varios millones de votantes a otras fuerzas españolas del centro, centro derecha y derecha.

El parlamento español tras la aparición del hipotético partido de Aznar. Fuente: El Español

El estratégico movimiento de Aznar, en el hipotético caso de que se muestre proclive a darlo, emularía la escisión del Partido Popular (PP) que otros líderes ya han protagonizado anteriormente (cómo Santiago Abascal, que fundó el partido ultraderechista Vox tras renegar del Partido Popular), con el aliciente de que ésta la sostendría una figura política de la magnitud, experiencia e influencia de Aznar, lo que supone una clara garantía de resultados. Por lo tanto, y aunque el contexto de atomización del centro derecha español y la victoria del Partido Popular (PP) en las elecciones generales del pasado año lo imposibilitan a día de hoy, estos pueden ser los primeros tanteos para el retorno de un hombre que sus próximos definen como un político decidido a aprovechar las oportunidades que le brindan las circunstancias (Trillo, 2005, pág. 41).

Si los titulares que vociferan el musculado retorno de Aznar a la política de partidos están en lo cierto, Aznar y sus primeras espadas regresarán a un tablero político que, aunque evolucionado, mantiene la esencia de su constitución, esto es, alcanzar el poder del Estado. El discurso para conseguirlo, que ya se puede vislumbrar a través de sus soflamas públicas o en las declaraciones de su fundación (FAES), se basaría en la necesidad de abordar una reforma moderada de la política española a todos los niveles, así como en la necesidad de llevar a cabo un pivotaje en la política exterior hacia un proceder que se abandonó bruscamente en 2004 y que, dada la carencia de análisis en este sentido, será abordado a continuación.

2. La concepción estratégica de Aznar

En materia de política exterior, según sus memorias, Aznar otorga a España el rol de potencia media, esto es, una status delicado según el cual la nación posee la capacidad y la notoriedad suficientes como para alejarse de los países pequeños, pero sin llegar a gozar de la suficiente dimensión - en especial, poblacional - como para asentarse en el seno de los grandes. En este sentido, no queda claro si España es para Aznar el pequeño de los grandes o el grande de los pequeños (Aznar, 2013, pág. 41) pero, en cualquier caso, el expresidente destaca la necesidad de que el país acreciente su papel y presencia en los grandes centros decisorios del mundo, previo arreglo de las lacras internas (escaso presupuesto en defensa, nacionalismos excluyentes…) que dificultan la proyección del país (García-Margallo, 2015, págs. 118, 119).

Para alcanzar esa privilegiada posición internacional y sostenerse sin complejos en ella, afirma que España posee las fortalezas que le brindan una posición geográfica privilegiada en Occidente, una influencia histórica descomunal y perdurable, así como una serie de particularidades nacionales capaces de reforzar al Estado a este respecto. Con esos tres pilares, que paso a abordar pormenorizadamente, España alcanzaría una vanguardista posición en la Comunidad Internacional que abandonó hace ya demasiado tiempo. Son los siguientes:

a) Una posición estratégica privilegiada: El atlantismo

La primera de estas cuestiones, la posición estratégica en Occidente, viene determinada a efectos prácticos por la presencia española en el extremo occidental de Europa, lo que le confiere al país una oportunidad de abrirse hacia la otra orilla del Atlántico, con Estados Unidos como particular referente, sin renunciar a la capacidad de influir en el devenir del continente al que esta anexa y cuyo principal interés lo representa la Unión Europea.

Aznar reclama la necesidad de que España abandere una etapa en las relaciones internacionales que refuerce la proyección atlántica del país y, por imperativo, del continente del que forma parte, esgrimiendo para ello argumentos de naturaleza política, económica, cultural o social de nuestra común historia reciente (tales como el devenir histórico desde los años 50, la numerosa población hispanohablante en Norteamérica, la influencia española en el centro-sur de América y los intereses comunes en materia económica y de seguridad). En este sentido, la relación con la primera potencia del mundo libre puede otorgar a España un reconocimiento internacional capaz de elevar su voz en todo el globo.

La perniciosa alternativa, sostiene Aznar, consiste en negar la vocación atlantista de España, dejándola anclada a una Europa vital para nuestra proyección, innovación y crecimiento, pero monopolizada por el tradicional equilibrio de poder del eje francoalemán. Para el expresidente, es el poder emanado del corazón de Europa, esto es París y Berlín, el que lejos de comprometer el equilibrio de poderes de la Unión Europea, vela por que éste permanezca inmutable, cortando para ello las aspiraciones de ascenso de potencias como España y Polonia.

En el caso español, estas limitaciones proceden especialmente del vecino del norte: Francia. Una España con un peso desproporcionado entre las naciones afecta de lleno a Francia y a su espacio de influencia, hecho que retrotrae a Aznar a su presidencia, cuando al período de auge español se sucedieron diversas intentonas galas para intentar cortar el lazo atlántico hispanoestadounidense, otras tantas maniobras políticas para acotar el ascenso español en Europa y algunas medidas de presión acordadas con su títere Marruecos, que irían destinadas a limitar el papel nacional en el norte de África.

b) Dimensión de su influencia histórica: Iberoamérica

Otra de las grandes prioridades españolas en política exterior pasa por ser Iberoamérica. Aznar argumenta que, aparte de las relaciones históricas evidentes mantenidas con la región, España relanzó sus vínculos con la comunidad iberoamericana recientemente, concretamente en 1991, año en que se dio inicio a las cumbres iberoamericanas. La consolidación de dichas cumbres, permitió a España convertirse en un país de peso en la esfera atlántica, pues el éxito político de la Transición y la potencia de su economía convirtieron a la nación ibérica en un referente al que aspirar. Desde entonces, España emplearía la repercusión mediática de dichas cumbres para obtener una mayor pegada internacional y para hacer valer su peso y su influencia en beneficio de la consolidación politica y económica de la gran comunidad iberoamericana (Aznar, 2013, pág. 109).

Según el testimonio del expresidente, el proceder político de España en aquellos años se basó, a grandes rasgos, en apoyar las políticas afines de los gobiernos regionales (México, Brasil, Argentina, Chile, Colombia o la Venezuela prebolivariana entre ellos) o en ejercer presión contra los opuestos (como Cuba o la Venezuela socialista), sin llegar a entrometerse en la política soberana de ningún Estado, tal y como el ministro de exteriores Moratinos le acusó públicamente a posteriori (Egurbide, 2004).

En paralelo, el gobierno procedió involucrándose en los problemas de las políticas autóctonas (terrorismo, narcotráfico, inestabilidad política, quiebra económica…), favoreciendo la introducción de Estados Unidos en la zona (principalmente en Argentina, Brasil, Chile y Colombia) en una triangulación de intereses que Aznar define como harto beneficiosa, o buscando campos estratégicos para las inversiones españolas preferentes (infraestructura, energía, telefonía, servicios públicos…).

c) Fortalezas nacionales endémicas: El mundo árabe

Finalmente, Aznar menciona la importancia estratégica para España de la cuenca Mediterránea en general, y del norte de África en particular, espacio tradicionalmente ocupado por el mundo árabe. Aparte de las relaciones históricas entre unas culturas que se han solapado, sincretizado e influenciado durante siglos, y de la proximidad geográfica entre las mismas, España cuenta al otro lado del Estrecho de Gibraltar con las bazas que le otorgan tener territorios soberanos en la zona, así como una simbiosis económico-política con los países que conforman la realidad norafricana. Finalmente, la afinidad de la monarquía constitucional española con la casas reales y satrapías del mundo árabe, permiten a España detentar una posición ventajosa respecto a otros socios europeos.

Dentro de esta región, el país más importante para la estabilidad, la prosperidad y el desarrollo de España lo constituye, por motivos obvios, el vecino del sur: Marruecos. Las relaciones de este socio prioritario y de la monarquía que lo dirige, que está  hermanada con la nuestra, se articulaba entonces en torno a cuatro pilares esenciales: la cuestión del Sáhara, las pretensiones marroquíes sobre Ceuta y Melilla, los acuerdos de pesca, y el control de la inmigración y el tráfico ilícito de personas.

Dado que Marruecos no consiguió arrancar a la administración de Aznar una declaración favorable a propósito de sus pretensiones territoriales en el Sáhara o en el Mediterráneo, y creyéndose fuerte por la alianza con Washington y Paris, Rabat inició una política agresiva durante la etapa de Aznar contra los intereses españoles (prohibición de pesca, aumento de la presión migratoria, etc) que terminará con el célebre episodio de Perejil, y la progresiva normalización de las relaciones bilaterales.

3. Las disfunciones de una política coyuntural

La iniciativa de Aznar y sus barones de retomar a grosso modo la línea exterior de 2004 arriba descrita estriba en un criterio, el suyo propio, que sostiene la debilidad actual de España y la necesidad de reclamar, como entonces, peso específico en el concierto de las grandes naciones. En este sentido, la experiencia gubernamental hubiera sido una valija para la proyección exterior española, si aquellos que dirigieron las relaciones internacionales en los albores del milenio hubieran reflexionado sobre los errores cometidos entonces y la forma de subsanarlos. Por el contrario, Aznar y estos hombres fuertes han abanderado la defensa pública de los mismos, pretendiendo devolver ciertos vicios perniciosos a nuestra proyección exterior:

a)  “Atlantización” como prioridad frente a la “Europeización”

De su pensamiento político, se extrae que Aznar es un firme defensor del vínculo atlantista y clama constantemente por su reforzamiento, incluso por encima de un europeísmo mal representado en los intereses de Francia y Alemania. Esta previsión, en otras palabras, supondría aceptar la decadencia de una Unión Europea seriamente cuestionada y que, a día de hoy, actúa como única garantía de la estabilidad económica española, como sostén centrípeto de los nacionalismos periféricos y cómo posibilidad última para la reintegración de Gibraltar en la (co)soberanía española, necesidades actuales de la política nacional. Sin embargo, es de esperar que derivas actuales como las del brexit o el auge de la extrema derecha antieuropea en el continente lo refuercen en sus convicciones.

Además, la soterrada pérdida de confianza en el europeísmo empujaría a España al pretendido alineamiento atlántico con Estados Unidos, el Reino Unido e Israel, países que parecen haber iniciado una incomprensible dinámica aislacionista. En un tiempo en que la globalización parece frenarse y el consenso sobre el equilibrio de poderes a nivel mundial empieza a quebrarse (por el ascenso de Rusia y China principalmente, pero también de otras potencias regionales) acercar a España a un realineamiento ciego, activo y falto de crítica con la esfera anglosajona beneficiaría pobremente a la nación ibérica y el pretexto del terrorismo no parece justificante suficiente.

b) Injerencismo político-militar

En pro de la solidaridad con otros pueblos de Europa, o de la lealtad hacia nuestros aliados de la OTAN y Estados Unidos, España intervino hasta en tres conflictos armados fuera del territorio español en el período de Aznar, dos de ellos sin auspicio de la ONU (Kosovo en 1999 e Irak en 2003), y un tercero secundado por la legalidad internacional (Afganistán en 2002), si bien este debate aún permanece abierto. De todos ellos, el más sonado por la ilicitud de sus objetivos y las consecuencias de su descontrol ha sido el tristemente célebre caso de la guerra de Irak.

Cuando Aznar apoyó la polémica decisión angloestadounidense de intervención en Irak, creía que ésta decisión guarnecería unos intereses nacionales que, según sus propias palabras, no eran otros que luchar contra el terrorismo internacional y buscar la presencia de España en la toma de las grandes decisiones estratégicas (Aznar, 2013, pág. 279). Desgraciadamente, esos intereses resultaron claramente perjudicados, pues el hecho de que España se elevase por secundar el belicismo de la superpotencia norteamericana durante un corto período de tiempo y el caos posterior en el que ha degenerado Oriente Proximo en general, e Irak en particular, donde España se ha visto obligada a volver a intervenir una década después (Europa Press, 2016), rompen la lógica del tosco intervencionismo de aquellos años, doscientas cuatro vidas españolas dan fe de ello.

Blair, Bush y Aznar en las Azores el 16 de Marzo de 2003. Fuente: El Periódico

Por lo tanto, y aunque a día de hoy  no sería de esperar que Aznar quisiera  –o pudiese–  cometer un error estratégico de la talla de Irak, el hecho de que el expresidente no se retractase públicamente de dicha intervención (como si lo haría Blair tras el Informe Chilcot o en cierto modo Bush en sus memorias), e incluso se reafirmase en su política militarista (García-Margallo, 2015, pág. 112) contra una amenaza de proporciones magnificadas (Dezcallar, 2015, págs. 209,210), abre el temor predictivo acerca de un nuevo alineamiento con un Atlántico Norte militarista y debilitado, cuyos intereses no coinciden a menudo con los españoles.

Además, de retornar a este discurso, Aznar rompería intencionadamente las débiles líneas maestras de la política exterior del actual ejecutivo (García-Margallo, 2015, págs. 118, 119), cuyo líder fue designado por él mismo, pues éste parece estar interesado en secundar desde la retaguardia las iniciativas de Estados Unidos en Oriente Próximo y en el Báltico, así como las de Francia en el centro-norte de África.

c) La sumisión del “patio trasero” español

Pese a cuestionar su deriva internacional, Aznar arroga a España un espacio de influencia que recorre las vastas latitudes de Hispanoamérica y el noroeste de África, lugares estos en los que el expresidente implementó a menudo un trato paternalista hacia las naciones soberanas de la zona y denigrante hacia sus respectivos líderes, con las consecuencias pertinentes. Esta crítica no procede únicamente de sus detractores (como Bono, por ejemplo) sino que él mismo deja constancia en sus memorias de varios encontronazos con diferentes líderes (Chirac, Hassan II, Fidel Castro o Chávez) que, desde lo personal, se extrapolaron a la relación bilateral.

Este comportamiento paternalista e intransigente con otras naciones soberanas, a menudo responsable de tensiones vacías de contenido, ha llegado a agravar las relaciones entre el Reino de España y un buen número de sus homólogos en momentos críticos (como después del golpe de Estado de 2002 en Venezuela, del que se acusó interna y externamente a Aznar, lo que sirvió a Chávez para dar cobijo a etarras (Bono, 2015, págs. 300, 301), o la conversación sobre una hipotética guerra hispanomarroquí con Hassan II, cuatro años antes del incidente de Perejil (Aznar, 2013, pág. 57)), dando pie a un crispado discurso antiespañol en escenarios en los que cada vez penetran más las grandes potencias competitivas, arrebatando a España suculentos contratos económicos e inversiones estratégicas, su capacidad de arbitrio político en zonas volátiles y, como resultado final, su potencia para maniobrar e influir en estas regiones.

Escena final de la Operación Romeo Sierra en el atolón de Perejil. Fuente: El País

Un imposible déjà vu en la política exterior española

Retomando el hilo argumentativo inicial, el discurso de Aznar para retornar al poder sería la necesidad estratégica de revivir una política exterior organizada en base a las líneas maestras de su gobierno, esto es, la vocación atlantista de España, la necesidad de acrecentar su influencia en los espacios de proyección naturales y el empleo de una política dura ante las adversidades nacionales.

El problema estriba en que estas líneas maestras descontroladas por el empuje de los acontecimientos, pueden provocar un desequilibrio en las relaciones internacionales de España mediante la desconexión o deterioro respecto de importantes socios internacionales, con los que España está llamada a entenderse si quiere un lugar en el concierto de las naciones. Además, emplear nuestra voz en el mundo para aplicar una influencia paternalista allí donde somos escuchados, o militar allí donde somos dirigidos, alimentan la imagen distorsionada de una España agresiva y complaciente con los dictados de Washington, cualesquiera que estos sean. Imprimir a la política de Estado el resultado de la relación interpersonal entre los líderes tampoco parece ayudar al potencial nacional.

Finalmente, la ausencia de consenso nacional acerca de la política exterior que defiende Aznar hace de ésta una política coyuntural, incoherente, insostenible y, en consecuencia, débil. En ausencia de una verdadera política de Estado que persiga la consecución de objetivos estratégicos para España y su ascenso en el orden internacional, la versión reaccionaria de Aznar no parece ser una opción válida para los convulsos tiempos que se avecinan.

En cualquier caso, y para finalizar con la suposición de su retorno, baste decir al lector que no debe soliviantar su ánimo en demasía, pues Aznar no regresará. Al fin y al cabo, sus numerosas apariciones públicas, la simpatía de los sectores más conservadores del país y sus relaciones personales con numerosos jefes de Estado, gobernantes, ministros y apoderados hombres de negocios, apuntalan la veracidad de un incuestionable argumento, y es que no tiene la capacidad de volver aquel que nunca se ha ido.

Bibliografía

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  • Aznar, J. M. (2013). El Compromiso del poder. Barcelona (España): PLANETA.
     
  • Bono, J. (2015). Diario de un Ministro. Barcelona (España): Planeta.
     
  • Dezcallar, J. (2015). Valió la pena. Barcelona (España): Península.
     
  • Egurbide, P. (02 de 22 de 2004). Moratinos reitera que Aznar legitimó el golpe de Estado en Venezuela y pide perdón "por las formas". El País.
     
  • García-Margallo, J. M. (2015). Todos los cielos conducen a España. Barcelona: Planeta.
     
  • Gracia, A. I. (09 de 01 de 2017). Un nuevo partido de Aznar lograría 4 millones de votos y 51 escaños. El Español.
     
  • Junquera, N. (21 de 12 de 2016). Aznar renuncia a la presidencia de honor del PP. El País.
     
  • Medialdea, S. (03 de 10 de 2016). FAES se desvincula del PP. ABC.
     
  • Trillo, F. (2005). Memoria de entreguerras. Barcelona (España): Planeta.