Alain Daniélou, Tradición e Hindutva

10.06.2024

Artículo escrito para Réfléchir et agir en febrero de 2012.

Alain Daniélou fue el hijo de un ministro de la República Francesa y la hermana de un cardenal de la Iglesia Católica. Musicólogo y converso al hinduismo, ocupa un lugar muy especial en la nebulosa tradicionalista francesa. Un lugar que podría calificarse de marginal, no por insignificante, sino porque, en sentido estricto, Alain Daniélou se encuentra muy al margen del movimiento perennialista. Sin embargo, nuestro hombre merece ser leído y sopesado porque realizó la mejor aproximación posible a la India, a su Tradición y a la posibilidad de un vínculo con ella. También porque ofrece una aguda crítica del nacionalismo indio en sus versiones laicas o religiosas concebidas como antitradicionales.

Una vida aventurera

Alain Daniélou nació en 1907 en Neuilly-sur-Seine, en el seno de una pareja dispareja: mientras su madre, católica devota, era fundadora de una orden religiosa, su padre, político de izquierdas y anticlerical, fue varias veces ministro de la Tercera República.

No obstante, Alain Daniélou recibió una excelente educación, con profesores elegidos entre los mejores. Dotado para la música y la pintura, participó activamente en la vida artística de la época de 1927 a 1932, codeándose con Jean Cocteau, Max Jacob, Jean Marais, Serge Diaghilev, Igor Stravinsky, Nicolas Nabokov, Maurice Sachs y muchos otros.

Al mismo tiempo, desarrolló un espíritu aventurero. En 1932 realizó un viaje de exploración al Pamir afgano, entablando amistad con Zaher Sha, el futuro rey, y en 1934 participó en un viaje en coche de París-Calcuta. Durante ese mismo periodo, se alojó con Henry de Monfreid en su casa de Obock, en el Mar Rojo.

Fue este gusto por la aventura lo que le llevó a emprender un largo periplo por el norte de África, Oriente Próximo, Indonesia, China y Japón a mediados de los años treinta, antes de establecerse en la India.

Al principio, como muchos occidentales de la época, Alain Daniélou frecuentó la comunidad de la Nueva Era organizada por Rabindranath Tagore en Shantiniketan. Después se retiró a Benarés, donde vivió quince años en un palacio con vistas al Ganges. Fue aquí donde su vida cambió y descubrió la Tradición. Aprendió hindi y sánscrito con los pandits locales, para acceder a la sabiduría india sin el filtro del idioma. Pronto se convirtió en discípulo de un famoso sannyasi, Swami Karpâtrî, que le inició en los ritos del hinduismo shivaíta y el tantrismo. A partir de entonces, conocido como Shiva Sharan (protegido de Shiva), fue nombrado profesor de la Universidad hindú de Benarés y director del Colegio de Música Hindú. Mantuvo correspondencia con René Guénon y tradujo algunos de sus escritos al hindi para su publicación en la revista Siddhanta (Tradición), dirigida por Karpâtrî.

En 1954, Alain Daniélou dejó Benarés para convertirse en director de la biblioteca de manuscritos y ediciones sánscritas de la Sociedad Teosófica de Adyar. Es sorprendente que aceptara este puesto, dado el aspecto fundamentalmente antitradicional del movimiento, pero también es lógico que no se quedara. Dos años más tarde, en 1956, fue nombrado miembro del Instituto Francés de Indología de Pondicherry.

En 1960, Daniélou abandonó la India para regresar a Francia, donde fue adscrito a la Escuela francesa del Extremo-Oriente. En 1963 fundó en Berlín el Instituto Internacional de Estudios de Música Comparada. Desde entonces se dedicó a organizar conciertos de los grandes músicos de Asia y a publicar colecciones de discos de música tradicional bajo los auspicios de la UNESCO. De este modo, fue el artífice del descubrimiento de la música clásica india y asiática en Occidente, a la que sacó del folclore al que había estado confinada hasta entonces.

Al mismo tiempo, publicó numerosas obras sobre la India, su sociedad, arquitectura y tradición, con especial atención al shivaísmo y el yoga.

En ese entonces recibió un gran reconocimiento social: fue nombrado Oficial de la Legión de Honor, Oficial de la Orden Nacional del Mérito y Comandante de las Artes y las Letras en Francia; en 1981 recibió el Premio de la Unesco a la Música y en 1989 fue nombrado «Personalidad del Año» y Profesor Emérito por el Senado de Berlín en 1992. Alain Daniélou siguió siendo un hombre particularmente libre, que no temía asociarse abiertamente con disidentes de la derecha política radical y proponer ideas totalmente opuestas al mundo moderno.

Murió en Suiza el 27 de enero de 1994 y, como buen hindú, pidió ser incinerado.

Un enfoque tradicionalista del hinduismo

Aunque su familia y su educación eran católicas, Alain Daniélou era un tradicionalista politeísta. Sin embargo, no es en absoluto un neopagano en el sentido recreacionista e identitario-étnico en el que esta tendencia se ha desarrollado en Occidente.

Absolutamente convencido de la importancia de la cultura y la religión que transmite el hinduismo, Alain Daniélou experimentó una verdadera conversión y, desde finales de la década de 1930 hasta su muerte, se consideró hindú, recordando, en la última entrevista que concedió antes de morir, que «la India es mi verdadera patria».

En sus memorias, La vía del laberinto, escribió: «El único valor que nunca pongo en duda es el de las enseñanzas que he recibido del hinduismo shivaísta, que rechaza todo dogmatismo, porque nunca he encontrado ninguna forma de pensamiento que haya ido tan lejos, tan claramente, con tanta profundidad y tanta inteligencia, en la comprensión de lo divino y de las estructuras del mundo».

En otras dos obras, Shiva et Dionysos y La Fantaisie des Dieux et l'Aventure Humaine, se plantea los problemas de un Occidente decadente que ha perdido su propia tradición y ha alejado al hombre de la naturaleza y de lo divino, insistiendo en que el hinduismo es la solución, el único camino posible de regreso a nuestro pasado más lejano. En una entrevista que concedió al diario Paris Match en 1985, explicaba así su pensamiento: «India y Occidente no son mundos separados. La India es simplemente un lugar privilegiado que ha conservado cierta forma de conocimiento que nosotros hemos perdido casi por completo. Es natural que, si queremos recuperar nuestros conocimientos, recurramos a la India».

Muy hostil al liberalismo y al marxismo, y preocupado por el respeto de las razas y las culturas, defiende una sociedad de castas armoniosa y coherente y rechaza la democracia igualitaria, explicando así su posición: «La India es quizá la única sociedad multirracial que ha sabido encontrar su equilibrio. India siempre ha tenido poblaciones muy diversas (...). Según los principios indios, para que todas estas personas puedan coexistir, hay que hacer dos cosas esenciales: en primer lugar, hay que evitar las mezclas, porque una comunidad sólo puede sobrevivir con su propia cultura, lengua y religión si sigue siendo autónoma. En segundo lugar, hay que encontrar trabajo a la gente según sus capacidades. Hay que encontrarles un trabajo. El resultado es una sociedad extraordinaria, muy acogedora, en la que se ven comunidades que conviven en la misma ciudad, con diferentes estatutos jurídicos, diferentes sistemas de herencia, diferentes creencias en los mismos dioses, diferentes costumbres y a menudo diferentes lenguas. Y al final, todo funciona muy bien».

En cuanto a la conversión consciente de los europeos al hinduismo, la considera posible, pero sólo a condición de que abandonen su orgullo y acepten el sistema de castas. Escribió «Se puede penetrar fácilmente en el hinduismo a través de las castas artesanales. Creo que siempre hay que entrar por el camino de los humildes. (...) Yo era un shudra, un artesano. Habiendo nacido fuera de la India y habiendo practicado los ritos y purificaciones que permiten estudiar bajo los brahmanes, cosa que puede hacer cualquiera, incluidos los occidentales, me convertí en un shoudra-brahmane, es decir, un shoudra que practica los ritos de los brahmanes». Y no escatimó críticas a los occidentales supuestamente convertidos al hinduismo: «Todos los que conocí en la India, que vivieron allí, nunca se integraron realmente. Se vestían como indios, montaban ashrams, pero no se integraban en la sociedad. Les faltaba humildad. No querían renunciar a su forma de pensar».

Contra el nacionalismo y el Hindutva

Alain Daniélou siempre ha dejado claro su distanciamiento tanto del nacionalismo laico como del confesional.

Su juicio sobre los que promocionaron la Independencia de la India es bastante claro: «Nehru, Jinnah y Gandhi eran tres abogados del London Bar, personas con una educación completamente occidental que habían regresado a India y que, para llegar al poder, aceptaron la división del país en un momento en que los británicos pensaban que, económicamente, tenían que deshacerse de este costoso Imperio. Los nuevos gobernantes vivían en una especie de sueño decimonónico de socialismo romántico y consideraban el hinduismo como algo anticuado y arcaico».

Sobre Gandhi escribió: «Sabía muy poco sobre el mundo jerárquico de los hindúes, que odiaba y se esforzaba por destruir. Había creado un idealismo capaz de atraer a las multitudes, pero identificaba este ideal consigo mismo y con su secreto gusto por el poder. Me repugnaba. Era un puritano, un hombre acomplejado».

Tampoco tenía una visión muy favorable de Nehru y escribió sobre él lo siguiente: «No sabía nada de la India, de la que hablaba con desprecio usando los mismos términos que los ingleses. Hablaba un inglés impecable, pero no sabía leer el hindi».

Para concluir estos análisis, Daniélou se declara a-nacionalista y partidario de un verdadero Imperio, haciéndose eco de la opinión de sus maestros: «Los hindúes ortodoxos, ese medio de brahmanes y grandes eruditos en el que viví en Benarés, se oponían mucho más al Partido del Congreso que a los ingleses. No tenían ninguna objeción a que la reina de Inglaterra fuera reina de la India. Siempre que no interfiriera indebidamente en la vida religiosa y social. Les aterrorizaba el socialismo de Nehru y las ideas absurdas de Gandhi. Por eso, cuando Gandhi murió, Benarés estaba en ebullición».

El rechazo de Daniélou al nacionalismo no se limitó a su versión laica y, a partir de los años 40, rechazó el nacionalismo religioso de los partidarios del Hindutva.

Lo hizo apoyando a la Ram Rajya Parishad (Asociación del Reino de Rama), un partido tradicionalista hindú que durante un tiempo tuvo cierta influencia en el norte de India.

¿Cuál era su crítica del Hindutva? Que no era tradicional, sino una copia del nacionalismo occidental en la India que quería acabar con el sistema de castas en nombre de una igualdad abstracta que se inspiraba en gran medida en sectas hindúes protestantes como la Arya Samaj y la Brahma Samaj, las cuales despreciaban y combatían las demás vías espirituales no hindúes existentes en la India e intentaban, unificándolo y centralizándolo según el modelo del catolicismo, secularizar el hinduismo para ponerlo al servicio de intereses políticos y no espirituales.

Alain Daniélou nunca fue un identitario europeo, alguien próximo al movimiento neopagano o un simpatizante del Hindutva; era ante todo un gran tradicionalista y, como tal, no podía adherirse a la vulgata del nacionalismo, ya fuera laico o religioso. Por ello, su obra merece ser redescubierta, ya que aporta numerosas bases teóricas para una visión imperial y etnodiferencialista del mundo.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera