Las fases históricas de la ortodoxia rusa
La conversión a la ortodoxia por parte del Gran Duque Vladimir de Kiev es considerada como el punto de partida de la historia del cristianismo en Rusia, una historia que sin duda abarca prácticamente todos los períodos de nuestra existencia histórica con excepción del período soviético y la época de las reformas liberales. Esta historia sin duda es compleja y multidimensional, por lo que sería un error considerarla simplemente como una penetración gradual y unidireccional de la cultura bizantina ortodoxa que iría reemplazando poco a poco las creencias populares precristianas (“paganas”) del pueblo ruso. Por el contrario, resulta mucho más preciso hablar de varias fases que culminaron en una síntesis del bizantinismo con la civilización de Deméter predominante entre los eslavos orientales. Cada una de estas fases fue determinada por las diferentes correlaciones entre las estructuras principales de la sociedad, especialmente el bizantinismo que predominaba en las élites, y la recepción del cristianismo por parte del pueblo. Teniendo en cuenta todo lo anterior, podemos distinguir diez fases de la ortodoxia rusa de acuerdo a las configuraciones que se desarrollaron entre estos dos polos:
- El comienzo de la síntesis y la formación de un núcleo único que caracterizaría la percepción ruso-cristiana del mundo (siglos X-XII, donde predominaba Kiev);
- Diferenciación y formación de la tradición ortodoxa rusa debido a la parición de varios polos provocados por la fracturación del mundo ruso (siglos XII-XIII);
- Formación de dos polos diferentes de la tradición ortodoxa durante el dominio mongol: la Rusia de Vladímir (Moscú) y el Gran Ducado de Lituania (siglos XIII-XV);
- Formación de la ortodoxia moscovita: Moscú como la Tercera Roma (siglos XV-XVI);
- Intentos de “purificar” la Ortodoxia de las capas “paganas” que aún conservaba (círculo de los Amantes de Dios), seguido de la modernización y el cisma (siglo XVII);
- Triunfo de la Ortodoxia modernista, aumento de la influencia occidental en Rusia y aparición de los Viejos Creyentes dentro del Imperio ruso (siglo XVIII);
- Aparición de los eslavófilos y el conservadurismo ortodoxo, renacimiento de los staretz (ancianos) y del bizantinismo (finales del siglo XVIII-XIX);
- Nacimiento de la Sofiología, búsqueda de los principios religiosos por parte de los principales representantes de la Edad de Plata y proyectos de la Unificación de las Iglesias (finales del siglo XIX y principios del XX);
- Persecución y marginación de la Iglesia durante el periodo soviético (1917-1991);
- Desplome del ateísmo oficial y retorno parcial a la ortodoxia durante las reformas liberales y las primeras décadas del tercer milenio.
Cada una de estas fases históricas tiene su propia semántica y estructura al interior de la historia rusa. Además, podemos decir que en cada una de estas fases cambia la importancia de la religión popular o la ideología oficial dependiendo de cual de las dos sea dominante, lo que ha crea una configuración particular al interior de la ortodoxia rusa en cada uno de estos períodos históricos.
La primera fase se caracterizó por una correlación bastante laxa entre el cristianismo y el paganismo, ya que las élites – incluido el sacerdocio ortodoxo que era dirigido por el episcopado bizantino y más ampliamente por los maestros griegos – fueron en general tolerantes con las creencias populares y únicamente reprimían los levantamientos de los paganos que atacaban directamente a la nueva religión o pretendían volver al politeísmo. Tal actitud permitió que surgiera al interior de la ortodoxia rusa una serie de estructuras profundas que se correspondían semánticamente con las tradiciones indoeuropeas – en su mayoría de carácter campesino – que conservaban elementos de la antigua religión eslava mezclados con el cristianismo bizantino.
En una segunda fase esta visión del mundo se desarrollaría en líneas generales alrededor de la Rus de Kiev, la cual comenzaría a fragmentarse más o menos siguiendo los patrones de la división geográfica y política de los príncipes. Sin embargo, a nivel religioso y político se mantuvo una unidad parcial y relativa que comenzaría a erosionarse con el tiempo debido a la influencia del catolicismo en la Rus occidental (Galitzia-Volinia y Polotsk), el creciente poder de la Rus oriental (Rostov-Susdal y más tarde Vladimir) y el aislamiento de la Rusia septentrional (Novgorod y Pskov). No obstante, ya en esta época se empieza a producir una división estilística casi imperceptible al interior de la ortodoxia rusa: una con sede en Occidente y la otra con sede en Oriente. La ortodoxia occidental se vio influida por las naciones católicas vecinas (en primer lugar, Polonia y Hungría, pero también Roma) que ejercieron sobre ella una mayor influencia que en la Rus de Vladimir, la cual permaneció mucho más cerca de Bizancio y de la esencia misma de la ortodoxia rusa que había surgido en una primera fase. Esto nos lleva a pensar que el centro de la tradición ortodoxa rusa comenzó a desplazarse hacia el Este.
En la tercera fase, durante la época mongola, la división producida durante la segunda fase se agrava ya que la Rusia oriental es sometida por la Horda de Oro y la Rusia occidental termina siendo conquistada por el Gran Ducado de Lituania y luego Polonia tras la Unión de Kreva. Los mongoles, que se convirtieron al Islam bajo el Khan Uzbek (1283-1341), se mostraron tolerantes e incluso indiferentes frente a la ortodoxia de sus súbditos rusos. En cambio, la Polonia católica trató de cambiar por completo las ideas religiosas de la población rusa bajo su control. Estas diferencias agravaron los problemas internos, pero no llevaron a una pérdida de la unidad profunda de la cultura rusa. Al mismo tiempo, en la Rusia occidental las élites oficiales adoptaron fácilmente el catolicismo, mientras que las masas populares – los campesinos – seguían siendo firmes partidarios de la tradición ortodoxa, lo que luego predeterminó en esta zona una tensión latente entre la ideología oficial del Estado y la cosmovisión del pueblo llano. En la Rusia oriental, dominada por los mongoles, no se produjo esta estratificación que solamente comenzaría a jugar un papel importante en la siguiente fase.
La cuarta fase fue especialmente importante para la Rus de Moscovia, ya que fue marcada por la caída simultanea de Constantinopla y el fin da la dominación de la Horda de Oro. Fue aquí cuando se empezó a manifestar una nueva ideología: el Katehon ruso, Moscú como la Tercera Roma. El Estado y el pueblo ruso adquirieron la misión de convertirse en el baluarte de la ortodoxia, expresándose las peculiaridades de la religión rusa (que primero había surgido en Kiev y que luego se conservó en la Rusia oriental) como materialización de un principio escatológico. Algo similar podemos encontrar entre los búlgaros (en el Primer y Segundo Reino), la dinastía Nemanjić durante la época de Dusan el Fuerte (1308-1355) [1], la Valaquia de Vlad III (1431-1476) y la Moldavia de Esteban el Grande (1429-1504) [2]. Fue durante este período, especialmente durante el reinado de Iván IV (1530-1584), que tanto el cristianismo popular como estatal comienzan a armonizarse el uno con el otro, produciéndose una síntesis entre el pueblo y las élites parecida a la que existió durante la época de Kiev. Es en estos momentos cuando la consciencia cristiana no solo logra tocar las profundidades mismas de la cultura popular, sino que también el espíritu del pueblo se eleva hasta lo más alto del poder estatal hasta el punto de afectar la misma personalidad del soberano, que a partir de entonces comienza a denominarse por primera vez en la historia como Zar de todas las Rusias, ya que anteriormente el gobernante supremo del Estado ruso era denominado únicamente como Gran Duque.
En la quinta fase, la cual incluye el Período de los Disturbios y los primeros años de la dinastía Romanov, la síntesis lograda durante la época de Iván IV comienza a debilitarse gradualmente. Es en este momento que el círculo de los Amantes de Dios – creado por Alexei Mikhailovich (1629-1676) en el que participaron varias figuras importantes que luego desempeñaron roles relevantes en el Raskol (cisma), entre ellos el Patriarca Nikon (1605-1681) y el proto-pope Avvakum (1620-1682) – tiene la intención de cristianizar y purificar los últimos estratos de la tradición popular, lo cual termina por generar dos fenómenos completamente diferentes: por un lado, estaban los partidarios de la revisión de los libros y de una serie de reformas eclesiásticas liderados por Nikon, mientras que, por el otro, los Viejos Creyentes se alinearon con Avvakum. Los primeros apostaron por una modernización de la tradición espiritual rusa siguiendo el ejemplo de la Rusia occidental con fines pragmáticos y de ese modo facilitar la reconquista de las tierras rusas ocupadas por Polonia, mientras que los segundos, por el contrario, se aferraban a los principios de las tradiciones moscovitas y sus fundamentos como garantía del cumplimiento de la elección y la misión universal de Rusia en la historia. Esta polémica da origen a una escisión donde las élites rusas consideran que la Ortodoxia oficial es la defendida por Nikon e incluso impulsan la modernización de la religión mucho más allá de los objetivos propuestos por este último. En cambio, los Viejos Creyentes se extienden ampliamente al interior del pueblo, aunque nunca lograron convertirse en un movimiento masivo debido a la represión de la que fueron víctimas por parte del Estado. Los “Nuevos Creyentes” adoptan una postura cada vez más hostil hacia las “tradiciones ortodoxas populares” y los Viejos Creyentes intentan fijar, de forma artificial, la fe moscovita convirtiéndose en los portadores de una ideología conservadora. Por otra parte, los Viejos Creyentes consideraban las reformas de Nikon y sus partidarios de la Rusia occidental una “apostasía”, lo que convierte esta disputa religiosa en un conflicto geopolítico que ya desde la segunda fase (la época de la fragmentación) comienza a ser relevante.
En la sexta fase la ortodoxia rusa continua la trayectoria trazada por el cisma. Después de Pedro el grande, las élites modernizan la fe ortodoxa siguiendo el modelo europeo (católico y protestante) y no el ejemplo de la Rusia occidental, como se intentó al principio de las reformas del Patriarca Nikon, o el planteado por los Patriarcas griegos en el Concilio de 1666-1667. Este proceso va acompañado de una fuerte secularización y separación de una buena parte de la aristocracia gobernante del pueblo, que termina tratando a los campesinos como objetos y mercancías privados de cualquier derecho. Este trato hacia los campesinos por parte de la aristocracia facilita la expansión de los Viejos Creyentes entre el pueblo, dando como resultado el surgimiento de numerosas sectas apocalípticas y extáticas que desafiaban directa o indirectamente la ortodoxia oficial. Además, al interior de este movimiento comienzan a resurgir costumbres y símbolos precristianos propios de la civilización campesina: en los Viejos Creyentes toman una forma cristianizada, mientras que en las sectas adquieren rasgos grotescos y extraños. Por otra parte, la ortodoxia oficial occidental resulta ser mucho más “conservadora” que las tendencias modernistas y secularizadoras del período post-petrino (siglo XVIII), lo que complica a un más el panorama.
En la séptima fase, que comienza a finales del siglo XVIII, se va desarrollando gradualmente un proceso contrario: la ortodoxia rusa, en su dimensión folclórica y bizantino moscovita, va recuperando poco a poco su lugar dentro de la sociedad rusa. Esto se debe al renacimiento de los staretz y el hesicasmo de Athos tanto en Rusia como en Moldavia, a lo cual se suma la aparición del movimiento eslavófilo que critica la modernización y la europeización de Rusia durante el período de Pedro el Grande. Los eslavófilos reclaman un regreso a los ideales y a la cosmovisión de la Rusia moscovita como única salida a la creciente división de la sociedad rusa, dividida entre una élite occidentalizada (aún monárquica y nominalmente ortodoxa) y un pueblo campesino conservador. Esta es la tercera vez que se desarrolla en Rusia un proyecto sobre la comprensión del destino histórico y religioso de Rusia como medio para lograr una reunificación entre la élite gobernante y el pueblo llano. Los eslavófilos se convierten poco a poco en la ideología oficial del zarismo y dan nacimiento a la Edad de Oro de la literatura rusa. La Unión de la Fe, que propone unir el antiguo rito con la jerarquía eclesiástica oficial, se establece simbólicamente en 1800, marcando con ello un hito en la historia rusa.
En la octava fase se produce el surgimiento de la Edad de Plata de la literatura rusa, la cual recupera el problema ya planteado por los eslavófilos de la división entre la religiosidad popular y la ortodoxia oficial apoyada por el Estado. Vladimir Soloviov (1853-1900), fundador de la filosofía religiosa rusa, intenta comprender a su manera las peculiaridades de la ortodoxia rusa y su relación con el Estado, el cristianismo universal y la historia de las sociedades europeas. Sus reflexiones lo terminan llevando a plantear la tesis de la Sofiología (Santa Sofía) como el punto de unidad y Gestalt más importante para comprender la identidad y la misión de Rusia en la historia mundial. Los principales representantes de la sofiología durante la Edad de Plata fueron V. Rozanov (1856-1919), P. Florenski (1882-1937), S. Bulgakov (1871-1944), N. Berdyaev (1874-1948), D. Merezhkovski (1865-1941), A. Blok (1880-1921), A. Bely (1880-1934), Vyach Ivanov (1866-1949), etc., quienes plantearon una nueva forma de expresar la idea rusa y justificar las particularidades de la religión hasta el punto de ir mucho más allá de los dogmas establecidos por la ortodoxia, incluso llegando a unirse a sectas populares como los azotadores, los skoptsi (castrados), etc. Por otra parte, en esta fase pensadores como K. Leontiev (1831-1891), V. Soloviov, D. Merezhkovski, etc., problematizaron las relaciones entre la ortodoxia y el cristianismo occidental, mientras que otros, como P. Florenski, S. Bulgakov, V. Rozanov, N. Berdyaev, etc., planteaban las peculiaridades de la tradición ortodoxa rusa y las diferencias – incluso oposición abierta – entre los fundamentos de la cosmovisión del pueblo ruso y el Estado modernizado que luego seria desarrollada de forma extensa tanto en la obra de Lev Tolstoi (1828-1910) como en los movimientos populistas y más tarde entre los social-revolucionarios. Ahora bien, en la medida en que se extendía la alfabetización y crecían el número de sectas el mismo pueblo comenzó a participar en este dialogo junto con la aristocracia, lo que dio nacimiento a una nueva situación, única en la historia de Rusia, para resolver las cuestiones centrales de nuestra misión mundial. Poetas rusos como Nikolai Kliuev (1884-1937), Sergei Esenin (1895-1925), Velimir Khlebnikov (1885-1922) y, en parte, Vladimir Mayakovski (1893-1930) son los ejemplos más claros de este proceso.
En la novena fase se produce una búsqueda radical por parte del pueblo ruso por encontrar su propia identidad, incluyendo la religiosa, en un momento en que el Estado zarista colapsa. Este período esta marcado por el ascenso al poder de los bolcheviques que proclaman la abolición completa del cristianismo y la destrucción total tanto de la ortodoxia como de cualquier otra clase de manifestación religiosa. Sin embargo, como bien señalan Berdyaev [3], los eurasianistas [4] y los nacionalbolcheviques [5] el bolchevismo, enmascarado tras el ateísmo, el materialismo y el marxismo, no era sino la encarnación de las ideas escatológicas de muchas sectas rusas y en ese sentido reflejaban la identidad más arcaica de Rusia, incluso hasta el punto de tocar las capas más profundas de la misma, llegando a despertar no solo ideas precristianas, sino incluso paleoeuropeas enraizadas en la civilizaciones matriarcal de Tripolí. En esta fase tanto los Nuevos Creyentes como los Viejos Creyentes y las diferentes sectas se convierten en víctima de la represión selectiva de los bolcheviques. Durante los primeros de la Gran Guerra Patria esta represión se debilita, pero la mayoría de estos movimientos continúan siendo marginados e influyen poco o nada en la cosmovisión comunista oficial compartida por la mayoría de la población soviética. No obstante, el núcleo fundamental de la tradición ortodoxa se conserva incluso durante este período (al menos tal y como existía en vísperas de la Revolución Bolchevique), aunque la imposición de la cosmovisión materialista (“científica”) soviética no deja de pasar factura y esto termina por afectar incluso a la ortodoxia que acepta muchos de los postulados de la ciencia materialista-naturalista, entre ellos el progreso, la evolución, etc., que son incompatibles con la fe cristiana, como ha sido señalado por muchos autores.
En la décima fase el derrumbe de la Unión Soviética causa que el ateísmo deje de reinar en la sociedad, por lo que la ortodoxia comienza a recuperar su estatuto al interior de Rusia. El anticomunismo de los reformistas liberales de la década de 1990 fue igualmente hostil con la Iglesia Ortodoxa, a la cual consideraban como “una institución reaccionaria que obstaculizaba el progreso social, la modernización y la occidentalización de la sociedad rusa”. Sin embargo, como en aquella época el comunismo era el principal enemigo, no se reprimió de forma sistemática a la religión. La Iglesia Ortodoxa aprovechó esta coyuntura para reforzar su influencia al interior de la sociedad, siendo bastante fuerte para principios de la década del 2000. El problema radica en que ahora la ortodoxia ya no es un reflejo ni de la ideología oficial de las élites gobernantes ni del pueblo, el cual había sido influido fuertemente por la educación soviética, de ahí la ambigüedad y la incertidumbre de la ortodoxia rusa contemporánea con respecto a que modelo seguir para permitir el renacimiento de la Iglesia. Las nueve fases precedentes de la historia religiosa de Rusia se caracterizaron por tener estructuras y orientaciones totalmente diferentes y, en consecuencia, la cuestión sobre este problema sigue abierta hasta el día de hoy. La actual fase en la que nos encontramos no es sino una prolongación en el tiempo de una cuestión fundamental, pues prácticamente todas las posturas anteriores están, de un modo u otro, presentes en la sociedad rusa contemporánea, especialmente si tenemos en cuenta los procesos religiosos paralelos que se desarrollan en la parte occidental del mundo ruso, incluyendo a Ucrania y Bielorrusia. Es por eso que en la ortodoxia actual encontramos partidarios del modernismo, el progreso, el materialismo científico naturalista y el evolucionismo junto a defensores del período moscovita que a veces proclaman la necesidad de canonizar a Iván el Terrible, ideólogos de los Viejos Creyentes, unificacionistas, sofiólogos, eurasiáticos, nacional-bolcheviques que justifican a Stalin y se solidarizan con la posición adoptada por el Patriarca Sergio, anticomunistas radicales (tanto monárquicos como liberales), gnósticos, sectarios, uniatas (especialmente abundantes en la Rusia occidental), ecumenistas que abogan por la unificación de la ortodoxia rusa con las demás confesiones cristianas occidentales, nacionalistas de miras estrechas, paneslavistas, tradicionalistas (que buscan una plataforma común con otras religiones con tal de oponerse a la modernización, la secularización y la postmodernidad), conformistas dispuestos a aceptar cualquier ideología oficial, puristas que insisten en la “pureza de la Ortodoxia” y otras muchas posiciones más. Ninguna de estas interpretaciones se ha vuelto dominante y se puede decir que la actual fase en la que se encuentra la sociedad rusa es muy paradójica. Pero para comprender esta décima fase es necesario decodificar y entender correctamente todas las anteriores, pues la situación actual es resultado de ellas, aunque no es completamente indefinida y en ella podemos encontrar muchos de los elementos cristianos anteriores que siguen influyendo en la sociedad rusa contemporánea. Por eso la mayoría de los teólogos rusos del siglo XX han estado de acuerdo con que el problema primordial dentro de la teología rusa ortodoxa es la eclesiología, es decir, la comprensión del camino histórico que ha seguido la Iglesia terrestre y que en nuestro caso se refiere al destino de la Iglesia en Rusia.
Notas:
[1] Dugin, A.G, Noomajía. Europa del Este. El logos eslavo: la vida balcánica y el estilo sármata.
[2] Dugin, A. G. Noomajía. Los horizontes no eslavos de Europa del Este: La canción del demonio y la voz de las profundidades.
[3] Berdiáyev, N, Las Fuentes y El Sentido Del Comunismo Ruso, Losada, Buenos Aires, 1939.
[4] Fundamentos del eurasianismo.
[5] Ustrialov, N., Nacional-Bolchevismo. Moscú: Eksmo, 2003.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera