El Caso Ceuta, o el débil papel de España en el concierto de las naciones (1ª parte)

20.12.2016

Resumen

Cuando uno de los vestigios de la Guerra Fría, el viejo portaviones soviético Almirante Kuznetsov, ponía proa hacia el Mediterráneo oriental desde el Mar de Barents, sacando músculo al atravesar el costado occidental de Europa, pocos imaginaban que ésta maniobra era parte del juego de la “Segunda Guerra Fría” en la que, sin previo aviso, se habían enfrascado las grandes potencias.

Tras remilitarizar Europa y los mares que la circundan, y mientras guerrean en cuantos escenarios pueden, las grandes potencias están movilizando sus piezas por todo el planeta para reconcentrarlas en zonas estratégicas que, consecuentemente, se están convirtiendo en una peligrosa olla a presión militar.

En este contexto prebélico, potencias medias como España están llamadas a cumplir los dictámenes de las grandes naciones, haciendo el menor ruido posible en su rol de servilismo, en una vergonzosa actitud que bien puede valerle el desprecio, el descrédito y el desprestigio ante el resto de las naciones, si no se la evita. El reciente contencioso de Ceuta, no es sino un argumento más en este sentido.

LA “SEGUNDA GUERRA FRÍA”

Cuando cayó la URSS, a finales de 1991, científicos, políticos, intelectuales y militares de diversa índole, se apresuraron a proclamar que los mecanismos que movían la herrumbrosa maquinaria de la historia, quedaban paralizados indefinidamente, bajo la premisa de que una nueva era de comunicación global, desarrollo sin parangón y paz sin precedentes se adueñaría entonces del orbe. En poco tiempo aquellos que profetizaron el inminente advenimiento de esta arcadia global demostraron que, sencillamente, no podían estar más equivocados.

Tras su victoria en los 90, Estados Unidos llevó a cabo una potente realpolitik destinada a acentuar los logros de un imperialismo unilateralista que se sentía omnipotente sobre el globo. Su gran rival, la ya atomizada URSS, había parido con su último aliento a un gran número de naciones entre las que destacó la Federación Rusa, por ser su principal heredera. Aprovechando la patente debilidad en el espacio exsoviético, la superpotencia norteamericana extendió fulminante su influencia hacia el este, hasta situarse a 600 kms de Moscú (García-Margallo, 2015, pág. 445), a través de multitud de acciones tales como la intervención en Kosovo (1999), la expansión y reforma estructural de la OTAN, la instalación del escudo antimisiles o la penetración económica en Europa del Este y Asia Central.

Sin embargo, una vez hubo resuelto sus problemas intestinos (Chechenia, 1994-2000), Rusia respondió desbordando sus fronteras e interviniendo sobre el entorno de la Federación, tal y como vimos en la guerra de Georgia (2008), en la remilitarización de las Kuriles (2011), en la anexión de Crimea (2014), en la intervención en Siria (2015), en la fundación de la Unión Económica Euroasiática (2015) o en la remilitarización de Kaliningrado (2016). Como consecuencia del reflorecimiento del expansionismo ruso en Eurasia, la OTAN está tratando de establecer un “cordón sanitario” de contención a su avance, lo que ha degenerado en la propagación de focos de tensión extrema (el Báltico, el Mediterráneo oriental, Siria, Ucrania, Nagorno Karabakh…) que, en último término, amenazan con degenerar en un peligroso enfrentamiento directo entre “unos imperios que siempre actúan en su propio interés” (Ali, 2005, pág. 34).

En este contexto que muchos definen ya, por sus semejanzas con la primera, como la “Segunda Guerra Fría”, puede resultar alarmante que España, la duodécima economía mundial, Estado miembro de la UE y activo participante de la OTAN, permita el constante recalado y avituallamiento de buques de guerra rusos en su territorio soberano.

LA LEY DEL IMPERIO

Ceuta, con unos 20 Km2 de territorio y unos 85.000 habitantes dentro del mismo, ha vuelto a ocupar las portadas de los medios de comunicación occidentales debido a que la ciudad autónoma española ha permitido con cierta recurrencia el amarre de navíos rusos en el puerto de la ciudad, en la búsqueda de un interés nacional que nada ha gustado en la esfera anglosajona y en la OTAN.

Esta actividad, iniciada en abril de 2010 y fortalecida desde 2011, consiste en la recepción anual de en torno a una decena de navíos rusos a los que se brinda suministro y asistencia técnica, así como descanso para sus tripulaciones. El volumen de unidades rusas que frecuentan Ceuta, 60 hasta la fecha, ha convertido la plaza española en el norte de África, en una suerte de base no permanente de la marina rusa en el Mediterráneo occidental, lo que ha atraído la furia de diversos grupos de poder a raíz de la agresión que Rusia cometió al anexionarse Crimea en 2014.


1. Atraque de navíos rusos en Ceuta (2010-2016). Fuente: Elaboración propia.

Como resultado de la recepción de navíos rusos, diversos grupos británicos, gibraltareños y norteamericanos (Chomsky, 2008, págs. 123, 124), han visto en la nada beligerante actitud española hacia los rusos, una posible brecha en la seguridad colectiva, pues ven hostilidad en la presencia estratégica de las unidades de la Federación en el Estrecho de Gibraltar, a escasos kilómetros de la colonia británica del mismo nombre y de los interceptores Aerligh Burke norteamericanos que forman parte del paraguas antimisil. Por tanto, a consecuencia de su desasosiego, han iniciado denuncias contra España en las cámaras del Parlamento Británico (2014), en la Comisión Europea (2016), en el Congreso de Estados Unidos (2016) y, finalmente, en la OTAN (2016), con el objetivo de neutralizar la actividad naval rusa en territorio ceutí, obteniendo hasta hace escaso tiempo un improductivo resultado.

Sin embargo, el 15 de octubre de 2016, el nerviosismo alarmista de estos grupos de presión volvía a dispararse cuando la agrupación naval rusa del portaaviones Almirante Kuznetsov, perteneciente a la Flota Rusa del Norte, abandonaba el norte del país con Siria como probable destino. Las unidades de superficie que formaban la agrupación eran, aparte del veterano buque insignia Almirante Kuznetsov, el crucero de propulsión nuclear Pedro el Grande, los destructores antisubmarinos Severomorsk y Vicealmirante Kulakov, los buques-cisterna Serguéi Ósipov, Kama y Dubna, así como las unidades auxiliares de patrulla Altair y Nikolai Chiker. Por su parte, la escolta submarina, la componían dos submarinos tipo Schuka-B y otro tipo 636 Varshavianka (Forster, 2016).


2. La flota rusa. Fuente: The Thelegraph

Tras atravesar las gélidas aguas del Mar de Noruega, lugar donde el operativo naval comenzó maniobras de guerra bajo la atenta mirada de una fragata de la Armada Real de Noruega, el mando ruso obviaba la ruta a través del Atlántico Norte y se adentraba en el Mar del Norte rumbo al Canal de la Mancha. Holandeses, británicos, belgas y franceses, se sumaban entonces a la vigilancia de la agrupación naval.

El 21 de octubre, horas antes de pavonearse la escuadra en las aguas del Canal de la Mancha frente a las marinas de la OTAN, y pese a su capacidad para mantenerse semanas a flote sin ningún tipo de estacionamiento, se anunciaba que la agrupación rusa se dirigía al Estrecho de Gibraltar y, desde ahí, al Mediterráneo Oriental, para, presumiblemente, atacar a  los grupos rebeldes contrarios al régimen Sirio, que Rusia y Al Assad definen como terroristas y que Estados Unidos apoya frente a los anteriores. Todas las miradas pasaban entonces a posarse sobre España.


3. La singladura de la escuadra. Fuente: BBC

España, paso obligado en el acceso de la flota desde el Atlántico al Mediterráneo, volvía a las portadas cuando la escuadra rusa anunciaba que un total de tres de sus unidades, concretamente dos escoltas y un buque auxiliar, recalarían en Ceuta entre los días 28 de Octubre y 2 de Noviembre con el beneplácito del gobierno de la nación, concedido en forma de permiso en Septiembre del presente año (Tarasenko, 2016). Acto seguido, las encarnizadas cargas dialécticas contra España, provenientes de los círculos militares y políticos angloestadounidenses, o incluso de los sectores más extremistas de la política nacional (Ceuta Actualidad, 2016), no tardarían en redoblar su retórica.

Ante la presión por el cruce de la flota rusa por el Estrecho de Gibraltar el 25 de octubre, ese mismo día, Madrid se interesó públicamente por el itinerario y destino de la escuadra rusa. Con esta consulta oficial hecha, España aceptaba las exigencias de la OTAN de conocer el paradero de la fuerza rusa y, de ser la presumible Siria, impedir su estacionamiento. Al mismo tiempo, dado que no pretendía menoscabar el prestigio ruso, Madrid conseguía una salida a la incipiente crisis sin impedir bruscamente el recalado de la flotilla (lo que habría provocado un conflicto diplomático con Moscú), pues con la actitud del gobierno español se estaba forzando indirectamente a que el Kremlin, a través de su embajador en Madrid, procediese a la retirada de su petición de escala el día 26, como si de una decisión unilateral se tratase.

En pocas horas, España, la gran beneficiada hasta la fecha por las escalas rusas, pasaba a ser la gran damnificada. Tachada de desleal por unos y de sumisa por otros, renunciaba a ser más que un pequeño país en el concierto de las grandes naciones, una minúscula e irrelevante potencia incapaz de anteponer los intereses propios a los extranjeros, una nación sin voz frente a aquellas que redoblan su tono para salvaguardar sus necesidades o su prestigio.

Finalmente, el día 26  la escuadra del Kuznetsov sobrepasó el Estrecho de Gibraltar, dejó a estribor la ciudad autónoma española y prosiguió la singladura hacia el Mediterráneo oriental, a donde llegó el 4 de noviembre. Bajo la atenta mirada de los submarinos  (Litovkin, 2016), y aeronaves (HispanTV, 2016) de la OTAN, el grupo de combate llegó a su destino cuatro días más tarde, coincidiendo con las elecciones presidenciales de Estados Unidos. El día 12 de noviembre, la escuadra ya había tomado posiciones frente a la costa Siria y había iniciado los preparativos necesarios para realizar su misión de ataque a tierra, la primera de esta tipología en la historia rusa.


4. La flota arriba a su destino. Fuente: Elaboración propia

El 15 de noviembre, un mes después de abandonar su base en Rusia, tras asimilar en la escuadra a la fragata Almirante Grigórovich y a un buque de remolque auxiliar, ambos procedentes de la flota del Mar Negro (Litovkin, 2016), y tras coordinarse con los cuarteles de mando aeroespaciales, Rusia comenzó un ataque total sobre las posiciones enemigas de Idlib y Homs, en el noroeste de Siria.

La potente demostración de fuerza, que contó con el lanzamiento de misiles de crucero Kalibr y Óniks, bombardeos con cazas furtivos, cazabombarderos y bombarderos estratégicos y medios de inteligencia altamente sofisticados (Litovkin, 2016), de repente quedó silenciada. Al parecer, las desventuras de la travesía del Kuznetsov, que se había cobrado la destrucción de un 16,5% de su capacidad de ataque aire-superficie (Villarejo, 2016), (bien por fallo técnico en un motor de uno de los 8 MiG-29, el 14 de Noviembre, bien por la ruptura del cable de frenado de la cubierta del portaaviones, que provocó la destrucción de uno de los 4 Su-33 el 5 de diciembre), había motivado el traslado temporal del grueso del ala embarcada del portaaviones a la base Siria de Latakia (Sean O'Connor, Jeremy Binnie and Tim Ripley, 2016). Así las cosas, hacia el 20 de noviembre, la presencia del viejo Kuznetsov quedaba reducida a una simple muestra de prestigio, pero ya poco importaba, la misión militar había cosechado un éxito político que tardaría pocos días en recogerse.

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