¿Restablecimiento EEUU-Rusia o liberación de Europa?

09.12.2016

En un giro algo inesperado de los acontecimientos, la posibilidad de que las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia sean restauradas o normalizadas ha encontrado su camino hasta el centro de la atención. La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha coincidido con un aumento del 21% en el número de rusos que expresan su apoyo al acercamiento con Occidente, sumando ya un 71%, de acuerdo con la encuesta más reciente del Centro Levada. Dado que sólo hace un mes el 48% de los rusos dijo que podría estallar una Tercera Guerra Mundial entre Rusia y Estados Unidos, este desarrollo es casi tan espectacular como la victoria de Trump en sí.

Inmediatamente después de la elección de Trump, el propio Putin declaró que "Rusia está lista y quiere restaurar las relaciones de pleno derecho con Estados Unidos", apuntando así algo que el propio Trump, estrenándose en el establishment de Estados Unidos, no podría hacer tan abiertamente. Justo antes de las elecciones en Estados Unidos, el Patriarca Kirill de Moscú y toda Rusia afirmó delante del Consejo Mundial de los Pueblos de Rusia que, "la oportunidad de continuar el diálogo y construir puentes no parece hoy tan desesperada... Sabemos que, además de la visión oficial que nos presentan los medios de comunicación, hay otra América y otra Europa".

De la mano de esto, las elecciones y los acontecimientos políticos en varios países europeos, incluidos los históricamente cercanos a Rusia, como Bulgaria y Moldavia, han sugerido que las relaciones ruso-europeas también podrían normalizarse considerablemente en un futuro próximo. Las elecciones presidenciales austríacas programadas para el 4 de diciembre y las elecciones presidenciales francesas de 2017 probablemente verán la victoria de candidatos que, por una razón u otra, quieren sanar las relaciones entre Rusia y sus propios países, y la Unión Europea en su conjunto.

Por lo tanto, la esfera de la información se ha inundado con la siguiente pregunta desalentadora: ¿Rusia y Occidente llegarán a un acuerdo? Alternativamente, el fraseo popular se ha centrado en la posibilidad de que Rusia y Occidente restauren o normalizen las relaciones.

Esta pregunta está incorrectamente planteada por una serie de razones. En primer lugar y ante todo, a pesar de las erróneas ideas populares, "Occidente" es un fenómeno multicapa e incluso internamente contradictorio que no puede ser considerado un sujeto o una entidad unificada en relación con Rusia. Por supuesto, el término se utiliza a menudo en aras de la concisión o por falta de uno mejor. Pero la realidad subyacente es importante. Se trata de dos entidades distintas: los Estados Unidos de América y Europa.

Estados Unidos no puede ser sino el enemigo existencial de Rusia, y viceversa. Los Estados Unidos representan el pico del atlantismo geopolítico, la ideología hegemónica y totalitaria del liberalismo, y la misión civilizadora del "Occidente", entendido como Modernidad, se remonta históricamente al final de la Edad Media europea. Estados Unidos no conoce otra historia. Rusia, por otra parte, representa de forma inherente lo cualitativamente opuesto: el continentalismo geopolítico, el eurasianismo y la misión civilizatoria de la Tradición. Todas las encarnaciones históricas de los Estados Unidos y de Rusia, en un grado y de una forma u otra, han manifestado estas constantes.

Europa, por otra parte, no es Estados Unidos y no es necesariamente "Occidente" en el sentido arriba mencionado. El Proyecto Americano es fruto del declive de la "civilización europea", del rechazo de Europa y la degradación de su continente, de su tradición, de sus inclinaciones geopolíticas, de su Logos y sus aportaciones a la historia humana.

Europa no se posiciona en antagonismo fundamental con Rusia, sino que es su socio natural y, dadas las condiciones adecuadas, la arteria occidental del mayor cuerpo eurasiático. Europa, en términos geopolíticos, es Rimland.

Hoy en día, como la existencia misma de Europa está siendo puesta en cuestión en el contexto de la confrontación geopolítica y escatológica entre Eurasia y los Estados Unidos, se está volviendo cada vez más claro que el camino de Europa para salir del abismo se encuentra en la asociación con Rusia y los nuevos proyectos de integración de Eurasia que, en última instancia, dejarán a América fuera de cuadro, candidata para retirarse de su estado de hiper-potencia

Así, al tratar con la cuestión de las relaciones entre Rusia y "Occidente", debemos llamar a las cosas por sus nombres y decodificar clichés diplomáticos.

En cuanto a las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, la presidencia de Trump ofrece la oportunidad de que este antagonismo existencial pueda ser temporalmente atenuado sobre la base de una rivalidad pragmática y mutuamente reconocida, un realismo geopolítico en la política exterior y una cooperación a corto plazo para revertir la anterior política de las administraciones estadounidenses en Medio Oriente. En general, evitar la posibilidad de que se produzca una Tercera Guerra Mundial de una u otra forma entre los dos países. Rusia y los Estados Unidos pueden cooperar y, sin duda, deben llevarse bien por la seguridad mundial, pero su acercamiento necesariamente significa, en última instancia, el recorte de la misión existencial de uno u otro. Si esto terminará en la partición de Rusia, en la fragmentación de los Estados Unidos o en el retroceso de sus planes hegemónicos globales de Pax Americana a Pan Americana, la cual tiene ciertas raíces históricas en la geopolítica estadounidense, es una cuestión abierta que se debe decidir en el enfrentamiento geopolítico del siglo XXI.

Pero la verdadera cuestión es Europa. No sólo Rusia y Europa tienen todas las razones para cooperar, sino que el destino de Europa depende de ello. Europa y las identidades de sus países están en crisis, paralizando así todo potencial de cambio positivo y constructivo, y el modelo económico neoliberal de la Unión Europea -inplantado por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial- no sólo pone grilletes económicamente a las orgullosas naciones europeas, ahora insultantemente llamadas la "periferia" de los baluartes atlantistas dentro de la UE, sino que en última instancia, convierte a Europa en su conjunto en una colonia estadounidense sujeta a los caprichos de la oligarquía financiera.

Por otra parte, mientras que la dominación económica y geopolítica de Estados Unidos está en crisis, Rusia y sus proyectos de integración aliados han ofrecido a la Unión Europea un nuevo aliento de vida, con un ojo puesto tanto hacia el valioso pasado europeo, como hacia un futuro constructivo como un regenerado polo de un mundo multipolar. Las únicas fuerzas que mantienen unidas de nuevo a Europa, que la publicación estadounidense Foreign Policy escribe están ahora encarnadas personalmente en la cara de la muy impopular Angela Merkel, se encuentran ahora sitiadas con preguntas sobre el futuro de la integración europea y los actores involucrados en la misma. Sin sus comisarios atlántistas, los líderes de la UE se han quedado confundidos y desamparados frente a este dilema. Sin embargo, estas cuestiones están siendo planteadas y proponiéndose alternativas por parte de iniciativas anti-atlantistas, pro-europeas ("pro-rusas") de diversas tonalidades en todo el continente.

El cambiante panorama político en Europa, en cierta medida atribuible al "efecto Trump", es decir, el margen de maniobra respecto al atlantismo abierto ahora para múltiples países europeos, sugiere que las relaciones ruso-europeas tienen posibilidades de mejorar. El surgimiento de partidos y movimientos políticos que rechazan el atlantismo y el liberalismo, y la creciente posibilidad de que éstos logren victorias prácticas en varias elecciones, representa un factor clave en este proceso. El hecho de que los partidos y candidatos "soberanistas" europeos, tanto de izquierda como de derecha, se definan a menudo como "pro-rusos", y que los puntos sobre las sanciones antirrusas (de hecho, antieuropeas) o sobre Crimea, figuren a menudo en sus programas nacionales, es un signo increíblemente revelador. El ascenso de la Europa "alternativa" (real), agravado por cambios forzados en la existente estructura de la élite de la UE, es un proceso que gana un impulso innegable.

El "efecto Trump" podría tener consecuencias paradójicas. Podría ser que Europa "volviera a hacerse grande de nuevo". No habrá "normalización" o "restauración" de las relaciones, estas relaciones serán más bien reformadas gradualmente y, como la cantidad puede verse afectada para convertirse en calidad, podrían ser revolucionadas. El objetivo final es Europa de Lisboa a Vladivostok, no de Budapest a Los Ángeles. En este sentido, la mejora de las relaciones entre Rusia y Occidente sólo puede significar una Europa cambiada y unos Estados Unidos distanciados. Las notas diplomáticas, el comercio y los gestos intercambiados entre Washington y Moscú son simplemente el telón de fondo. La multipolaridad está en el horizonte, comenzando con la liberación de Europa, no con un reajuste en las relaciones con los Estados Unidos.