"Toda nación se basa en una fe fundante": Entrevista a Carlos X. Blanco

Martes, 20 Abril, 2021 - 20:41

"Toda nación se basa en una fe fundante". ¿Cuándo y por qué abandonó España su idea de imperio civilizador y su fe católica?

CB: Es evidente que ya antes de esa gran usurpación que llevó a cabo la Casa de Borbón, sentándose en el Trono de las Españas, una alta nobleza decadente, arribista, corrupta y hueca, y muy alejada -en sangre y fe- de la hidalguía española, había comenzado a flaquear durante la etapa de los Austrias menores. Se trata de la eterna élite envenenada, parásita de la Corte, que ha traicionado el noble impulso reconquistador del pueblo hispano. Esas mismas élites, artificialmente engrandecidas con títulos por monarcas mediocres, pero descendientes de oscuros y podridos orígenes siempre medraron en Madrid, en la Corte, y dejaron que una parte importante del pueblo se maleara o se muriera de hambre. Hoy en día, en vez de “Grandes” de España, son la casta política profesional. Pero está claro que el gran cambio cultural se dio con el advenimiento de los Borbones. El afrancesamiento de España, al igual que aconteciera con la “britanización” de Portugal, fue una catástrofe. Ideas extranjerizantes llegaron a España como hoy llegan los virus, arrasándolo todo, empezando por esa fe “fundante” de la que habla Marcelo Gullo.

 La fe de los españoles nació en Covadonga: un impulso reconquistador que no debería haberse detenido en el norte de África, región toda ella que debería ser, en obediencia al deseo y mandato de doña Isabel la Católica, una prolongación hispana y católica de la península. En su lugar, los intereses masónicos o similares, cada vez más orientados hacia la crematística, hacia el individualismo, hacia la explotación colonial y no hacia la gobernanza civilizadora, minaron la Empresa reconquistadora universal, la que nació con Pelayo y la que fundó, en fecha tan remota como 718, la Hispanidad.

¿Tiene algún parecido la España de hoy con la España histórica?

La España histórica o, mejor, la España Tradicional, sigue existiendo, aunque sepultada bajo una chusma y, cuando no es chusma, bajo una masa anómica y “cosmopolita”. En efecto, España, me refiero ahora a la España peninsular, ha seguido muy parecidas tendencias a las que se registraron en los demás países de Europa Occidental: hedonismo, molicie, erotomanía, drogadicción, flaccidez de la voluntad y del espíritu de sacrificio, culto a la tecnología, aculturación yanqui, afroamericana y mahometana, etc., etc. Pero lo que agrava nuestra propia decadencia, lo que le da una “marca España” peculiar ante la de los franceses, belgas, ingleses o alemanes, p.e., es el haber abandonado del todo su impulso civilizador-reconquistador. Esos otros pueblos de Occidente sólo lo vivieron como propio en espasmos muy limitados en el tiempo, en las Cruzadas, por ejemplo, primando en su historia el momento depredador sobre el fundador o civilizatorio. Las Españas tradicionales, en cambio, representaron un ideal de unidad católica y de imperio en el más puro sentido equilibrador, arbitrista, conciliador y “fundante”. Se trataba, especialmente desde los Reyes Católicos, de crear una super-estructura político-espiritual que durara miles de años y que resistiera a las tendencias disgregadoras que el nominalismo decadente del siglo XIV ya anunciaba, y que en el protestantismo del XVI estallaron fatalmente. De igual manera que hay que salvar hoy la Civilización cristiana y racional (que no “racionalista”) del fundamentalismo de la secta mahometana, en los siglos XVI y XVII los españoles se habían entrenado ya desde el VIII (desde Covadonga) en el uso de la espada al servicio de la Cruz, y vieron allende los Pirineos, durante la Modernidad, a unos nuevos “yihadistas” que, si bien se decían cristianos (calvinistas, luteranos), iban a conducir al mundo al desastre. España salvó a la Iglesia Romana y dio a medio mundo los instrumentos de la Civilización. Ya en tiempos tan decadentes como el siglo XIX media España, la “carlista”, seguía fiel a ese ideal y era conocedora de esa misión. Pero, por desgracia, en ese siglo de una España empequeñecida la guerra había que librarla dentro.

En la actualidad, apenas unas minorías son conscientes de la aberración en la que vive España, la España peninsular. Pero, mientras existan esas minorías, aquellos que nos colonizan no dormirán del todo tranquilos.

¿Hasta qué punto es España "una pobre nación subordinada? ¿Quién o quiénes manejan nuestros hilos? "Hemos desmantelado nuestra industria y autosuficiencia. Hemos renunciado a defender nuestros fronteras y nos hemos infectado de ideologías extranjeras". A pesar de lo extraordinariamente negativo (o realista) del análisis, ¿es posible revertir esta situación de postración?

CB: Sucesivamente, nos han colonizado franceses, ingleses y norteamericanos. Hoy en día, los plutócratas que mantienen a España bajo su bota se amparan mucho en esa ideología obtusa, fanática y, en el fondo, boba, que es el europeísmo. Nos han vendido la idea de Europa como panacea, especialmente desde la última etapa del franquismo. En realidad, debemos distinguir Europa, entidad cultural que si siguió existiendo desde el siglo XVI fue gracias a España, y la Unión Europea. La Unión Europea como excusa y como sumidero por el que se escapó nuestra soberanía, fue algo perfecto para esas élites colonialistas que se sientan en despachos madrileños y en las satrapías autonómicas. Perfecto para eludir responsabilidades ante el pueblo, que son el tipo de responsabilidades netamente históricas. Además, con Felipe González, y desde su nefasto paso por la Moncloa, se consumó la venta de la soberanía productiva. Los políticos se dejaron corromper por franceses y alemanes. Se quitaron de encima a la España competidora comercial y se inventaron la España pedigüeña y subvencionada. Con Aznar se abrió la puerta a la mano de obra barata pero colonizadora, no española, a la burbuja inmobiliaria, a la España del chiringuito de playa y prostíbulo de carretera… Es a la casta repugnante de políticos que hemos permitido en esa llamada “democracia” a la que le debemos una colonización informal o subordinación a poderes foráneos. Éstos poderes siempre existieron y siempre existirán. La clave estriba en no permitir que las “élites” oclocráticas vendan nuestra patria y nuestro patrimonio y nuestra misión histórica. Ahora, los poderes subordinantes no son sólo unidades políticas estatales sino unidades de fuerza estrictamente privadas (multinacionales, fundaciones, lobbies), si bien siguen empleando a determinados estados como “mamporreros” y recaderos de determinadas agendas mundiales para la dominación del mundo.

El globalismo se antoja hoy como un enemigo imbatible pero ¿puede ser combatido con eficacia? ¿Cómo hacerlo?

CB: Con el tradicionalismo, con la Contrarrevolución. Y esta empieza en la familia y en el vecindario. Se trata de conservar e inculcar la fe de nuestros mayores, el orgullo identitario, el vínculo con la tierra. Si volvemos a crear una red de familias que cultiven su propio terruño, sin perjuicio de profesar otros oficios y servicios, y somos capaces de introducir en los niños el amor por la Historia, un amor a los hechos y ajeno a las ideologías, del cual se desprenda el orgullo por la propia identidad, por el pasado, por las gestas de nuestros mayores… si además desterramos del alma nacional esa tendencia al parasitismo, a la holgazanería, a la picaresca, que incluso recurrentemente es exaltado por los poderosos y las malas élites en forma de “majismo”, “señoritismo”, “flamenquismo”, etc. entonces los españoles volveremos a ser los dignos “hijos de algo”, hidalgos labradores, la única y verdadera “sangre azul”, que lo mismo empuñaban la espada que araban un campo, y que saltando desde los riscos de todo el mar Cantábrico recuperaron la vieja Hispania goda de más al sur para la Civilización.

Bajo tu punto de vista, la supervivencia y renacer de España pasa inequívocamente por la recuperación de la Hispanidad. ¿Cómo debe ser el Hispanismo del siglo XXI?

CB: Como ya dije en muchas otras entrevistas, pasa por ser humildes y por dotarse de un espíritu federativo cuando nos pongamos a hablar con los españoles de América. Debemos dejar absolutamente claro que el Hispanismo no es el loco sueño de hacer del actual Estado Español un líder neoimperial entre pobres repúblicas americanas… Eso es ridículo. Muchas naciones de Iberoamérica nos dan mil vueltas en población, conciencia, preparación, recursos… Somos los peninsulares quienes hemos de aprender de ellos. Pero sí es verdad que podemos ser la nación hispana que puede hacer de cuña y puente en Europa, porque estamos en Europa (y muy cerca de África). Para presionar, como ariete, y para mediar podemos ser perfectos. Pero nuestro potencial lingüístico, humano, espiritual sólo se refuerza creando un bloque o polo análogo al chino, al ruso, al anglosajón, al árabe, etc. Y ese bloque tiene su sede en las Américas, a la espera de poder recuperar espacios iberofónicos en Asia y en África. Debemos hablar, contactar más, crear foros constantes de intercambio.

Si España apuesta por recuperar esa histórica unión con Iberoamérica, ¿deberíamos continuar en la Unión Europea? ¿Qué relaciones habríamos de tener con el resto de Europa?

CB: Hace un momento utilicé estos símiles: cuña, ariete, puente… Un polo de poder geopolítico iberófono puede contar con España y Portugal como cabezas de puente para imponer en Europa otras políticas, cambiar derivas. En lugar de ser el trasero de Europa, la España peninsular (y Portugal) pueden llegar a ser el colmillo mordiente de una Hispanidad unida, que hinque en esta Europa fláccida, corrupta y sin destino. Puente, también, pues los españoles más tradicionales somos los más europeos de todos, y podemos seguir trasvasando los valores fundacionales de la Europa milenaria (esa que arranca de Homero, y según autores como Venner mucho más atrás, en plena prehistoria) a contingentes humanos alejados de ella. Al igual que muchos hermanos hispanoamericanos se han dejado infectar por el indigenismo (viéndose afectados así por un “auto-racismo” indio) o el africanismo (exacerbando el mito del Buen Salvaje ), también hay andaluces con apellidos asturianos o rasgos eslavos que sienten nostalgia de al-Andalus… Ser puente con Europa significa rescatar lo Europeo ancestral y genuino que anida en los españoles de ambos continentes y en el alma de todos ellos con independencia de los colores de piel. Los peninsulares debemos, por supuesto, arrojar al cubo de la basura toda la bobería de las “tres culturas” (desde Américo Castro hasta Zapatero), al igual que el “majismo”, el “flamenquismo” y la alienación “cañí”". 

De otra parte, el conglomerado europeísta franco-alemán temblará el día en que seamos los peninsulares unos europeos de pleno derecho que, además, sirvamos de colmillo de un eje geopolítico iberófono con peso propio, muy distinto y quizá rival del yanqui y del monstruo burocrático de la U.E,.