Ucrania entre las raíces rusas y las influencias polaco-occidentales
Los rusos originales, los de la Rus de Kiev, fueron pronto objeto de influencias occidentales, especialmente polacas: de ahí la génesis de la distinción. El motor del Imperio Ruso sería la etnia de los rusos del este, dotada de nobleza, ejército y estructuras estatales. Los futuros ucranianos y bielorrusos, en cambio, se habrían convertido en su mayoría en siervos de la nobleza polaca. Estos pueblos campesinos no desarrollaron una cultura escrita de alto nivel hasta el siglo XIX.
El destino de Ucrania, al que la prensa italiana ha dedicado tanto espacio en los últimos meses, es cada vez menos el centro de atención de los medios de comunicación convencionales. Tal vez -perdón por mi franqueza- esto sea algo bueno, dada la desinformación sesgada, presapochista y unilateral que ofrecen los principales órganos de prensa. El pensamiento único -una representación lingüística y comunicativa precisa de un modelo geopolítico con pretensiones unipolares- ha logrado afirmar un canon exclusivo de interpretación de una cuestión que, en cambio, es increíblemente compleja. Más allá de las suposiciones respectivas y de las legítimas filiaciones simbólicas, es justo reflexionar con lucidez sobre los orígenes y las consecuencias históricas, geopolíticas y económicas de una crisis -la ucraniana- que sólo es una pieza de un juego mucho más amplio. Se necesita una puesta a punto. Para destacar algunos de los vínculos centrales de la cuestión, ofrecemos algunos datos de dos interesantes conferencias celebradas en Milán esta semana: la primera, El águila y el oso - ¿Hacia una nueva "guerra fría"? (20 de abril, Universidad de Milán) contó con la presencia de Aldo Ferrari, miembro del ISPI y profesor de la Universidad Ca' Foscari de Venecia como experto en historia y cultura rusa y caucásica; la segunda (22 de abril, Librería Popolare en Via Tadino) ofreció una presentación del ensayo El conflicto ruso-ucraniano. Geopolítica del Nuevo Desorden Mundial, un agudo volumen del historiador heterodoxo Eugenio Di Rienzo, publicado por Rubbettino.
¿Cuáles son los términos básicos para abordar la cuestión sin dejarse cegar por el sentimentalismo, el maniqueísmo políticamente correcto y la superficialidad analítica?
En primer lugar, hay que señalar que la ruptura en el seno de Ucrania no es un estruendo, sino una condición estructural, incluso genética, de la estructura estatal del país. La región de Kiev es la zona de origen del primer estado ruso, la Rus de Kiev. De este núcleo medieval que surgió en el siglo IX d.C. y duró hasta 1240, con la invasión mongola, se originó la identidad rusa, que es, por tanto, inherentemente europea. Estas raíces se expandieron más tarde hacia el este, recogiendo la herencia mongola y fundando la conciencia multiétnica, multirreligiosa y multinacional que caracterizó primero al Imperio ruso y luego a la URSS. Con el establecimiento de esta identidad euroasiática se formaron las tres ramas de los eslavos orientales: rusa, ucraniana y bielorrusa.
Los rusos originales, los de la Rus de Kiev, pronto se vieron sometidos a influencias occidentales, especialmente polacas: de ahí la génesis de la distinción.
La fuerza motriz del Imperio ruso sería la etnia de los rusos del este, dotada de nobleza, ejército y estructuras estatales.
Los futuros ucranianos y bielorrusos, en cambio, se habrían convertido en su mayoría en siervos de la nobleza polaca. Estos pueblos campesinos no desarrollaron una cultura escrita de alto nivel hasta el siglo XIX. Una vez que los territorios ucranianos se reintegraron en la estructura estatal rusa, se restauró la identidad original. Esta era, al menos, la opinión de los rusos, a veces en desacuerdo con la percepción nacionalista ucraniana. Sin embargo, esta última identidad es muy reciente -se desarrolló durante el siglo XIX- y responde a las demandas de descentralización y pluralismo local que, tras una represión sin duda severa, fueron reconocidas por la URSS, en nombre de una ideología federalista. Así, la estructura estatal de Ucrania no surgió hasta 1922 como república socialista. No incluyó a Crimea, que siguió formando parte de Rusia hasta 1954, con la donación simbólica de Chruščëv.
Paradójicamente, Ucrania también tenía una mayoría lingüística rusa.La cuestión étnica también es compleja. Aldo Ferarri señaló que no es fácil hacer distinciones dentro de los tres grupos que componen los eslavos orientales, tan parecidos desde el punto de vista genético, lingüístico -el ucraniano y el ruso son similares, muchos ucranianos incluso hablan mejor el ruso y hasta ha surgido un dialecto que mezcla las dos lenguas- y religioso -los ucranianos y los rusos son ambos ortodoxos (aunque en el oeste de Ucrania existe la Iglesia Uniata, es decir, una Iglesia de Europa del Este que ha vuelto a comulgar con la Santa Sede). También hay muchos matrimonios mixtos, lo que hace que la distinción entre rusos y ucranianos no sea más fácil que la de los emilianos y los romañones, según una comparación del propio Ferrari.
Un enfoque genealógico del problema -según la mejor lección nietzscheana- no puede sino poner de relieve el vínculo histórico y cultural secular -de Kultur, en definitiva- existente entre Ucrania y Rusia. Ucrania es ciertamente un territorio liminar, orientado hacia Europa, pero no puede incorporarse indiferentemente a ella sin desarraigar violentamente el vínculo tradicional con Moscú.
Esta conciencia histórica debe abordar también los acontecimientos más recientes. Revelan una división radical de Ucrania en sus componentes occidental y oriental. Si en todo el país la matriz rusa es indeleble, la autopercepción de las comunidades ucranianas es sin duda heterogénea.
Traducción de Enric Ravello Barber