Stuart Mill y la libertad inglesa
Todo aquel que alguna vez estudió o intentó hacer filosofía sabe que una cosa son los planteos filosóficos Ingleses y norteamericanos y otra los continentales (Alemania, Italia, Francia…).
Esto se ve claramente en el campo del derecho. El common law británico se va creando a través de las decisiones de los tribunales, de modo que se apoya más en la jurisprudencia que en las leyes. Por el contrario, el derecho hispánico emana del pueblo y sus costumbres y se plasma luego en leyes.
En este breve artículo nos vamos a detener en algo que nos llamó la atención, que es el disímil concepto de libertad en John Stuart Mill (1806-1873), el teórico máximo del liberalismo y la declaración francesa de los derechos del hombre y del ciudadano.
Él 26 de agosto de 1789 la Asamblea nacional francesa realiza la Declaración y en su artículo IV afirma: La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Estos límites sólo pueden ser determinados por la ley.
Como vemos el derecho francés, heredero como todo el derecho continental, del romano, afirma que los límites a la libertad los pone la ley, que a su vez se basa en los usos y costumbres de ethos del pueblo.
Para Mill “la libertad de acción y pensamiento en el individuo no debe tener otro límite que el prejuicio a los demás…los seres humanos se convierten en noble y hermoso objeto de contemplación, no por el hecho de llevar a la uniformidad, sino cultivando y desarrollando la individualidad que hay en ellos”[1]
En el fondo, los límites de la libertad para Mill están en la decisión del propio individuo cuando observa que puede provocar un perjuicio a los demás.
Si nosotros leemos superficialmente estos textos (podríamos agregar cientos) pareciera que los dos coinciden, pues la libertad liberal propuesta no es otra cosa que poder hacer lo que se quiere, siempre evitando el daño al otro. Mas si leemos atentamente, salta la gran diferencia entre estas dos concepciones de la libertad liberal.
Así, para los miembros, todos liberales, de la Revolución Francesa es el hombre universal, igual en todas las latitudes, el sujeto de la libertad, mientras que para Stuart Mill es el individuo, singular e irrepetible, el verdadero sujeto de la libertad liberal.
Los definidores de los derechos del hombre y del ciudadano nos hablan de una libertad igualitaria y racionalista, que atribuyen al hombre abstracto. Lo que viene a coincidir con los postulados igualitarios de la Revolución Francesa de libertad e igualdad. Este concepto de libertad da comienzo a lo que el Mago de Munich, Max Scheler, llamó la época de la nivelación “de la de todos por igual”. Este igualitarismo nivelador llega a nuestra época eliminando prácticamente toda intimidad en el sujeto.
Por el contrario, la versión que nos ofrece Mill es el rescate de uno mismo. “La flor más exquisita de la libertad: la posibilidad de ser distinto, de ser uno mismo, que es la expresión plena y al máximo de la individualidad”.[2]
Llega incluso a postular el disenso ante la “tiranía de las mayorías” cuando afirma que “la opinión disidente se necesaria para completar la verdad” [3]. Y continúa: “Pues no hay ninguna razón para que todas las existencias humanas deban estar cortadas por un solo patrón, o sobre un pequeño número de patrones”[4]. En esta visión de la libertad liberal radica todo el poder filosófico del capitalismo anglosajón.
El discurso ideológico, que es el discurso al que fue limitada la filosofía continental después de la segunda guerra mundial, ha hecho que estas diferencias no puedan ser apreciadas ni por los estudiantes ni por quienes la van de filósofos. Y así, entonces, se mezclan todos los conceptos en un amasijo ininteligible.
Allende estas dos visiones y versiones de la libertad política existe otra que es la libertad en situación o libertad política colectiva. Que encuentra su máxima expresión en el apotegma: No puede existir un hombre libre en una comunidad que no lo sea. Pero esta concepción, lamentablemente, ha sido dejada de lado en el orbe de Occidente.
Nota bene: la filosofía en las islas británicas se caracterizó desde el comienzo, allá por el siglo XIII, con los filósofos Robert Grosseteste (1175-1253) y su discípulo Roger Bacon(1214-1292), por una desconfianza por la especulación puramente abstracta o metafísica y se volcó, casi toda ella, al empirismo. Corriente según la cual el origen y valor de todo nuestro conocimiento es la experiencia. Pasados los años en el siglo XVI encontramos a Francis Bacon y en los siglos XVII y XVIII una sucesión de filósofos como John Locke, George Berkeley, David Hume. En el siglo XIX son continuados por la corriente positivista de Jeremy Bentham, John Stuart Mill y Herbert Spencer. Y en el siglo XX por la filosofía analítica Bertrand Russel, George Moore, Ludwig Wittgenstein(nació en Viena), que ensució los pizarrones con fórmulas matematicas y lingüísticas. Hoy su lugar lo ocupa la filosofía de la mente y de las ciencias cognitivas. Dentro de esta última corrientes, nosotros en Argentina, que nunca nos privamos de nada, contamos con un charlatán de marca mayor, Facundo Manes.