Reportaje de Filippo Romeo para revista Vita de Italia

27.04.2021

Soy reacio a hablar sobre el futuro porque él nos es incierto. Recordemos que en la Caja de Pandora quedó encerrada la  prognosis y no la esperanza como malamente se traduce.

Paso a explicar: Pandora, poseedora de una curiosidad insaciable, andando por la casa observó una gran jarra donde, trabajosamente Prometeo había encerrado todos los males que podían perjudicar al hombre, y quitó con sus manos la tapa de la jarra dejando escapar todos los males menos uno: ElpiV =Elpis, término que ha sido traducido equivocadamente por esperanza. Pero pensándolo bien no tiene ningún sentido que se encontrara junto a todos los males dentro de la jarra, pues la esperanza no es un mal. Se produce una contradicción flagrante dado que la esperanza no es un mal para el hombre sino mas bien un bien. Además la esperanza es una virtud cristiana que los griegos ignoran por razones obvias.

La mejor versión que tenemos de elpis es nuestra propuesta de traducir el término por “espera”. Así lo hacen varios mitólogos contemporáneos (Verdenius, Pérez Jiménez, etc.) Así, si la espera queda dentro de la jarra, los hombres recibirán los males sin advertirlo. Los eruditos llegan hasta acá y desde allí, no siguen razonando o especulando.

Pero la espera de suyo tampoco es un mal. Es un simple estar a la expectativa de algo que puede suceder. Pero, sí es un mal la causa de la espera, que es la capacidad de precognición o prognosis. 

En este último sentido tiene que entenderse la elpis de Hesíodo. En ese estar a la expectativa de algo por venir, porque para el hombre es un mal la prognosis o prospectiva, porque ¿qué humanidad tendríamos si supiéramos cuando nos vamos a morir, dónde radicaría nuestra libertad si supiéramos de antemano qué nos va a suceder?

La prognosis y no la esperanza es el mal que quedó encerrado en la jarra donde lo introdujo Prometeo, el previsor y no Zeus, como erróneamente confunden muchos mitólogos. 

Una fuente paralela que apoya mi interpretación es el diálogo Gorgias, cuando Platón hace afirmar a Sócrates: “Hay que poner fin al conocimiento anticipado del momento de la muerte que pretenden actualmente los hombres. En este sentido ha recibido instrucciones Prometeo: se ha encargado que se les prive de ellas” (Platón: Gorgias, d5 a e2).

Luego de esta erudita explicación, paso a arriesgar una opinión ante la pregunta: ¿Podrían constituir los nuevos cambios que se derivan de la pandemia una oportunidad para Europa y América del Sur?

Como opinar, según Aristóteles, es afirmar o negar algo con miedo a equivocase, opino que van a haber nuevos cambios que seguro serán negativos tanto para Europa como para América del Sur. Porque a ambos espacios, aunque con diferente media, los abarca la pérdida de producción de sentido de las cosas que ocurren y ocurrirán en el mundo. El sentido de lo que suceda no pasará por nuestras voluntades de existir en el mundo. ¿Hoy, a quién le importa lo que pasa en Italia o en Argentina? A nadie. Así, pueden morir cien mil italianos o argentinos que a nadie se le mueve un pelo.

Creo que Suramérica está carcomida por la corrupción de sus dirigentes políticos, empresariales, sociales, culturales y religiosos. Nuestros dirigentes, al poco tiempo de terminar la segunda guerra mundial, comenzaron a rifar la poca seriedad que tenían. Obviamente, que los políticos y empresariales van a la vanguardia muy lejos del resto. No existe corrupción donde no vayan prendidos.

Del cáncer de la corrupción se deriva la inseguridad de la vida cotidiana. La vida del ciudadano no vale nada y lo matan “porque sí” y los criminales no reciben ningún castigo. La justicia se ha subvertido y premia al delincuente y castiga a la víctima.

Muchos me preguntan ¿cuál es el fin? ¿qué nos está permitido esperar?

Racionalmente sabemos que todo aquello que obra lo hace por un fin, de modo que habría que esperar un fin. Lo normal sería responder como Heidegger cuando le preguntaron qué esperaba cuando los rusos entraron en Berlín: que el final no se demore.

Pero la racionalidad entró en crisis en esta postmodernidad y este criterio caducó, de modo que solo podemos esperar que este marasmo, esta mescolanza, esta delicuescencia (qué viejo y preciso término) continúe sine die.

Todos los diez países de Suramérica son globalistas, la mayoría por neoliberales y los sedicentes de izquierda por ser de izquierda, que es la forma más sutil de ser globalista.

Todos son abortistas y como política pública quieren limitar el nacimiento de hijos, y todos están enfeudados hasta el tuétano con la banca internacional. El imperialismo internacional del dinero es el dueño de nuestro destino. Solo Dios puede salvarnos. 

Hace ya muchos años Leonardo Castellani (1899-1981), el Chesterton en castellano, escribió ante la muerte de Roosevelt 

Murió don Franklin Delano

Todo acaba todo muere.

Murió don Franklin Delano.

Miserere.

Murió uno de los Tres Grandes (por Churchill, Stalin y él).

Nadie es grande sino Dios.

Murió uno de los tres grandes.

Quedan dos.

Estamos presenciando un reflujo de la ola populista. ¿Ha influido y, en caso afirmativo, en qué medida, la falta de visión cultural, de formación política y de una "sólida estructura organizada" a la que se refiere Laclau?

A nivel de la superestructura de poder, para hablar como los marxistas, la ola populista está extendida por todos lados. Los neoliberales actúan como populistas y los progresistas (neo marxistas, socialdemócratas y demás yerbas) también actúan como tales.

Ambas corrientes políticas que son las mayoritarias reniegan del populismo pero obran como tales. Es que el populismo está vinculado a los fenómenos de masas y las mayorías dejaron de existir. Tanto los liberales como la izquierda nunca las tuvieron. 

Esto explica la tesis de mi compañero de facultad en la Univ. de Buenos Aires, Ernesto Laclau, quien fue siempre “gorila”, esto es antiperonista, y nunca conoció al pueblo trabajador. Entonces tuvo que inventar “pueblos”. Pequeñas minorías (gays, abortistas, víctimas de la violencia, intelectuales ilustrados, feministas, indigenistas, etc.) para poder reemplazar a las mayorías nacionales y populares. Y esto es lo que hacen los gobiernos progresistas que privilegian las mayorías y no resuelven los problemas de las mayorías sino que solo los administran (Massimo Cacciari dixit), esperando que una especie de “fuerza de las cosas” lo haga.

Como observa agudamente Alain de Benoist, este es el momento populista, pero es eso, solo un momento. Un variante más del relato globalizante, que viene a justificar la idea de un mundo único, un one World. 

En una palabra, populistas son las élites en sus declaraciones pero no en sus ejecuciones, mientras los pueblos no lo son. Las mayorías nacionales solo saben de la luchas por su existencia dentro de la historia del mundo. Es por ello que nosotros defendemos a raja tabla el ethos de cada pueblo, sosteniendo con Carl Schmitt que el mundo no es un universo sino un pluriverso.

Este “momento populista” nos está mostrando el sometimiento más grande, agudo y grave de los pueblos a un proyecto de “república mundial” bajo la égida de un totalitarismo democrático.

Acá no hay rescate cultural que valga ni que se pueda hacer. Entramos en un silencio amordazado por Youtube y Facebook del que no se salva ninguno de los que queremos luchar contra el proyecto mundialista de globalización.

Nuestras observaciones como las de los muy buenos pensadores que ustedes vienen entrevistando, pueden ser ocurrentes, ingeniosas, perspicaces, sagaces, agudas, sutiles, profundas, penetrantes, pero no llegan a más de 20.000 “amigos íntimos”. La policía del pensamiento, que fuera denunciada allá por los años 80 y 90 del siglo pasado por varios de estos pensadores, ejerce hoy un poder omnímodo sobre “lo que se dice y lo que se piensa”, para que se diga y se piense de una única manera según un pensamiento único y políticamente correcto.

Hoy la única función a la que quedó reducido el pensamiento genuino es la de ser testimonio de verdades que fueron.

La definición "populista" ha sido adoptada también para el Pontificado de Bergoglio. ¿Podríamos hablar de "momento populista" en la Iglesia católica? ¿Qué piensa de la obra del Papa Francisco?

Hablar del y sobre el Papa Francisco para un argentino, que se precie de tal, es muy fácil y muy difícil según sea su respuesta.

Es fácil si dice que es extraordinario y cosas por el estilo y es difícil si lo critica.

Al Papa lo conozco desde que tenía ocho años y mi hermano dieciséis. Somos de la misma ciudad y de dos barrios pegados. Él de la iglesia de Flores y nosotros de San Bartolomé. Todos participábamos en esa época de la Acción Católica, un invento de Pio XII para apoyar socialmente a la democracia cristiana, que en Argentina, por gorila y antiperonista, no prosperó. No así en Chile y Venezuela.

Bergoglio se hizo cura y mi hermano también. Uno llegó a Papa y el otro está internado rezando en el convento de San Teodoro en Génova. Bergoglio hizo una gran carrera político-eclesiástica y mi hermano levantó 57 iglesias católicas en América, África y Europa del este. Creó la orden católica más numerosa del mundo con curas por todas partes desde la franca de Gaza hasta Siberia, desde Mozambique hasta Islandia.

El Papa es un sociólogo bastante bueno, pero que carece de vinculación con lo sagrado. Que podrá recupera los dineros del Vaticano pero se le escapa entre los dedos “la sacralidad de la Iglesia”

No puede hacer lo sacro. La actio sacra no le está permitida. Le pasa lo de Salieri con Mozart cuando aquél lanza el fuego el crucifijo y dice: “esto lo tenés merecido porque me diste la vocación pero no me diste los talentos.”

Como sociólogo habla muy bien sobre la tierra como la casa del hombre; la defensa de la economía social de mercado; la democracia; la paz, etc., pero eso no alcanza para cumplir las funciones de Papa. Quedó como un Papa mistongo, no es ni chicha ni limonada, a mitad de camino entre un reformador y un administrador.

Ustedes saben que en Argentina hay 40 millones de habitantes, veinte de los cuales son italianos o descendientes de italianos, por lo tanto nosotros los conocemos muy bien a ustedes y vosotros nos conocen muy bien a nosotros. 

Bergoglio es uno de los 20 millones y nosotros lo conocíamos en el barrio como “el tanito canfinflero”. Tanos le llamamos nosotros a uds. por una reducción de “napoli-tanos”, y canfinflero, es un término lunfardo (lenguaje solo de Buenos Aires) que no tiene traducción, ni existe en castellano.

Más no puedo decir porque puedo caer en algún ex abrupto o pretender decirle al Papa qué es lo que tiene que hacer.

Existen infinidad de analistas o vaticanistas que pretenden esto último: trabajar de Papas; sin darse cuenta que comenten un error similar al de la falacia denunciada por el filósofo Franz Brentano (1838-1917) con motivo del inconcluso Concilio Vaticano I y la infalibilidad papal: “Acaso los cardenales que sancionarán dicho dogma son ellos infalibles, para postular la infalibilidad”

Termino simplemente recordando aquello de Heidegger en su reportaje póstumo a Der Spiegel dijo: “solo un dios puede salvarnos” tanto a europeos como a suramericanos.