Los templarios del proletariado

25.08.2018

Todos participan en la política rusa: ingenieros, intelectuales, burócratas, mendigos, esquizofrénicos, espías, y muchos otros. Se puede decir con certeza que solamente no hay representantes de una sola clase: los trabajadores. Dándole fe a la demagogia marxista, los furiosos partócratas de la perestroika, por alguna razón, inculcaron este dogma en la conciencia de clases: los trabajadores eran la clase hegemónica durante el período soviético, y ahora se supone que deben abandonar la política, siendo olvidados, marginalizados. Y la sociedad Occidental, que la clase política rusa esta forzosamente tratando de imitar, ha expulsado exitosamente a la clase trabajadora de la arena política. Cuando la dominación del Capital se hizo total y el capitalismo pasó de su fase industrial a su fase informática, a la sociedad post industrial, la base grupal del Trabajador, del Productor, el Creador de toda la realidad objetiva de la existencia humana, fue borrado enfrente de las brillantes pantallas de los computadores y las engañosas luces de la publicidad. El Trabajador desapareció de nuestra vida. Se desvaneció de nuestra vista, convirtiéndose en algo más. Las actividades del Trabajador en la época de la administración y el saber han sido devaluadas.

Las personas vestidas con sucios, aceitosos y ásperos uniformes con herramientas de acero se han disuelto en la no-existencia social. Pero esto no es nada más que una ilusión óptica, un falso espejo creado por la sociedad. Se nos hace creer que todo lo que nos rodea ha sido producido directamente por el dinero y su ilimitado poder, siendo creado por máquinas inteligentes controladas por tecnócratas todopoderosos de cuello blanco.

Para nada. Como siempre, en lo profundo de las plantas y fábricas cientos de miles de organismos vivos se agitan, transfigurando la materia inerte en formas sensibles. Como antes, en los túneles de la tierra, los idealistas con picos y martillos luchan con el duro núcleo de la substancia inerte, violando la pasiva y mortal quietud de las rocas. La negra sangre del subsuelo sale de sus venas salpicando los rostros de los cirujanos de los pozos de petróleos. Gigantes con hombros cuadrados y caras duras continúan fundiendo acero.

En realidad, el Trabajador, el Artesano, no se ha ido a ninguna parte. Él simplemente regresó al subsuelo una vez más. Traicionado por la degeneración del socialismo soviético, aplastado por el peso de las deudas del pérfido capital, cuyo dominio hoy día no es solo formal y externo, sino absoluto e interno, él mira con resentimiento la reprensible realidad que es construida con entusiasmo por los ladrones de todos los tipos, razas y clases. Pasa de ser el esclavo de un partido de funcionarios a un esclavo de la “nueva Rusia”, el Trabajador es humillado y abrumado como antes, y cada vez más. Arrastrado a la oscuridad del subsuelo del socium, envenenado por los reemplazos electrónicos de las emociones y una pseudo-erótica omnipresente, sigue luchando en su estrecha jaula, retorciéndose con la energía de su agonía, adentro de una terrible máquina con cara de computador, que colapsaría como una pirámide de arena sino fuera por él.

El mundo limpio de sus “nuevos amos” reduce al Titán a un estado embrionario, arrojándole pedazos y sobras. “Aquí está tu medio trago de vodka Kremlyovskaya*, hegemón”. Pero, ¿es realmente cierto que todas las expectativas místicas conectadas a la emancipación del Trabajador se han desvanecido sin dejar rastro, devoradas por los gordos gusanos del experimento Soviético? ¿Acaso no resulta sospechoso que coincidentemente el sujeto y el objeto del Trabajador, los cuales sacuden los fundamentos del ser, se conviertan en una tonta metáfora moralizadora, oculta bajo la voluntad de poder de la siguiente pandilla de oficiales codiciosos y hambrientos de poder?

Esto no se puede permitir. La lamentable caída de los Sovdep** y sus inútiles líderes es solo una pausa, un sincope, en el terrible despertar del Titán. La clase trabajadora no ha cumplido por completo su misión histórica. No ha pronunciado la última palabra. No ha hecho su revolución aún.

Hoy es la época de los parásitos. Los viejos, los nuevos, los nuestros, los extranjeros. La gente usa y se apropia de lo que no le pertenece, aquello que no crearon. Los centristas han traicionado a los radicales, los empresarios y sus subordinados gobiernan el Estado, las riquezas de un gran país y la conciencia por medio de las comunicaciones. En esta lucha, donde se apretujan y golpean, hay disparos en cada esquina y caen.

De lo profundo del Ser, los Trabajadores de la Rusia contemporánea miran sombríamente este ajetreo. Inoportuno y concreto, tenaz como una máquina y escurridizo como un pensador. Él no cree y nunca creerá en la demagogia de los “rosáceos”. ¿Ellos de nuevo? No, es suficiente. Los planes de los capitalistas no durarán. Solo el profundo, apasionado poder melancólico de la agitación nacionalista puede tocar a esta gente sólida y fría. Pero cuando a ellos se les habla sobre la “dinastía gobernante”, “la restauración de la nobleza”, los blasones, los cosacos, o las empresas nacionales, la cara de los patriotas se vuelve lúgubre: “Máscaras”. Cada mañana, el sol sale (nadie excepto ellos han pensado en el sol desde hace mucho), ellos se arrastran fuera de sus pequeños apartamentos, moviéndose en medio de este útero de concreto de la Producción.  Entonces – ese esfuerzo sin inspiración – persistente, rítmico, ininterrumpido agitar de una batalla cósmica con la materia, tan inflexible, cruda, ruda y venenosa. Los deprimidos trabajadores saben que ha sido un malvado demonio quien ha tomado cautiva a la delicada y frágil Doncella del Sol. Es una forma robada por el áspero usurpador de la materia. Solo podrá ser salvada por la acción heroica, tenaz, terrible, y sin tregua de una guerra en contra de la fría realidad.

Por muchos siglos y eones, los Titanes han librado una lucha contra la entropía del Universo. La Clase Trabajadora. La Hermandad de los Trabajadores. La Orden de los Trabajadores. Después de haberse tragado a Dionisos, después de muchos eones, ellos se han saturado con su carne. Esa es la razón por la que guardan una gran reverencia hacia la sagrada intoxicación del Baco resucitado.

Los que están por encima de ellos, que no se percatan de este drama subterráneo, esos ingenuos o deshonestos aristócratas, intelectuales y cínicos mercaderes usan los frutos de esta sangrienta batalla. Ellos no se enfrentan contra la materia, libres del sacrificio voluntario de los Templarios del Proletariado. Ellos se apoderan y desacralizan los trofeos obtenidos por los Vikingos subterráneos en su terrible lucha contra la oscuridad más profunda.

Pero esta apatía no durará mucho. Los Trabajadores están reuniendo su fuerza intelectual y espiritual. Nadie puede garantizar la longevidad de la hambrienta escoria política de la Rusia contemporánea. Por supuesto, los ojos del proletariado están clavados en la tierra, su eterno enemigo.

Pero tarde o temprano él mirará hacia arriba y… dará su último golpe. Se alzará una multitud con ira en contra del mortal ojo único de las computadoras, la brillante ventana de un banco, la retorcida cara de un supervisar. El proletariado se Despertará. Rebelde. Asesino. Ni la policía ni los falsos partidos socialistas podrán contenerlo.

Su misión en la historia no ha terminado. El demiurgo aun respira. El Alma del Mundo aun llora. Sus lágrimas surgen del triste aullido en la negra conciencia del Creador. Es una llamada. Es el pito de una fábrica. Es el sonido de las Trompetas de los Ángeles. Ellos, los herreros Tártaros, una vez más anhelan su Revolución Proletaria. La Verdadera Revolución. La Revolución Final.

* Una marca muy popular de Vodka.
** La palabra Sovdep es la palabra usada por los rusos para referirse a los “Diputados de los Soviets de trabajadores y soldados”.