El nacional-bolchevismo como salida para poner fin a la confrontación entre la izquierda y la derecha

08.12.2021
Palabras claves: Nacional-bolchevismo, ideología para América Latina, la Cuarta Teoría Política, Imperio, Tradición

Sin dudas que la mejor salida para superar un problema de la modernidad, centrado en sus tres líneas ideológicas: el “liberalismo”, el “marxismo” y el “fascismo” (nacionalismo, estatismo) se encuentra en la tesis que nos plantea el filósofo ruso Alexander Duguin, quien promueve la idea de la “Cuarta Teoría Política” (4TP). 

La 4PT es una especie de matriz ideológica sobre cuya base se puede construir cualquier ideología ya que no depende de los rígidos marcos teóricos del positivismo, el progresismo o el materialismo, ya que este constructo teórico tiene como base lo que se plantea en la categoría de lo “eterno”, es decir, donde el tiempo no es absoluto. Sin embargo, esta nueva idea resulta bastante complicada para quienes están acostumbrados a pensar desde las bases de las tres concepciones ideológicas de la modernidad, y que entienden la “política” como resultado de la confrontación de la izquierda y la derecha. Esto es lugar común en los países de América Latina.

Según los preceptos de la filosofía política, es la ideología la que presupone al Estado, es decir, que primero surge como idea y después, sobre la base de ella se configura el algoritmo para su implementación política, es decir, como ideología misma. Solo entonces, y sobre la base de esta hoja de ruta es que se conforma el Estado, que es la resultante de la materialización del modelo ideológico deseado.

Pero no es esto lo que sucede, de cierta manera nos encontramos con una situación distinta en virtud de que ya tenemos el Estado, existe el sistema de poder político, pero ambos adolecen de un fundamento ideológico. De ahí que las élites políticas, usufructuarias del poder político en los Estados modernos actúan como si se tratase de un consumidor caprichoso, que llega a un mercado y elige una determinada ideología completa o varios componentes disímiles con los cuales pretender construirse una determinada ideología. 

Como es bien conocido, la demanda determina la oferta, por tanto, podría parecer que no tiene ningún sentido proponer al “consumidor” algo que no le resulte provechoso, que es en extremo complicado, es decir, los presupuestos de la “Cuarta Teoría Política”. Esto exige de las élites políticas un coherente proceso de maduración y preparación para asumirla cual concepción político-ideológica ya que hasta ahora, la misma solo es patrimonio de un reducido número de pensadores, es decir, que por ahora solo está presente en la academia.

Sin embargo, también existen ideas mucho menos complejas que esta, ideas que nos podrían permitir salir de la vía muerta a la que nos ha conducido el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda, una herencia del siglo XX y superar este statu quo, y eso es lo que se plantea desde las concepciones ideológicas del nacional-bolchevismo.

  
La combinación perfecta de la política y de la economía

El nacional-bolchevismo es un modelo ideológico bastante nuevo y además, desconocido en América Latina. A diferencia de Europa o de Rusia, donde ya ha habido algunos intentos de su materialización en la época contemporánea, en el caso de América Latina no son bien comprendidos los presupuestos del nacional-bolchevismo, por lo que en este trabajo intentaremos llenar este vacío.

Somos del criterio, y tomando como punto de partida la historia del desarrollo de las ideologías políticas en el siglo XX latinoamericano, de que es el nacional-bolchevismo el modelo ideológico más apropiado, el que mejor se aviene a la mayoría de los Estados de Iberoamérica. Tal vez esta formulación podría parecer demasiado radical y hasta un poco extravagante y complicada, sin embargo, no resulta tan complejo. Al respecto podemos decir que esta ideología representa una articulación entre los presupuestos económicos de la izquierda y los fundamentos políticos de la derecha. 

Los presupuestos económicos de la izquierda se sustentan sobre la base de la justicia social, la distribución equitativa de los beneficios, la propiedad colectiva sobre los medios de producción, el estado de bienestar, la salud y la educación gratuitas y la economía planificada. En una palabra, la configuración de un modelo de Estado y la sociedad responsable, que se ocupe de las necesidades de los más débiles y desfavorecidos, brinde apoyo a los ciudadanos y que establezca la prioridad del trabajo sobre el capital y que tenga como prioridad al trabajador.

Por otra parte, en el nacional-bolchevismo se combina este modelo socioeconómico de izquierda con la práctica política y con los presupuestos de la derecha. Es decir: un Estado fuerte, sustentado en valores conservadores, con un modelo comunitario de estructura sociopolítica de orientación vertical para el sistema de poder y que tenga en cuenta la tradición. Como regla, esta es una forma autoritaria de gobierno, lo que le es inherente a muchos Estados iberoamericanos, por ello consideramos que en ese escenario el modelo funcionaría como una sinergia coherente con las ideas de justicia social que se planten desde la economía de izquierda.

De tal manera, se puede asegurar entonces de que es en la síntesis teórica entre una economía de izquierda y una política de derecha donde se encuentran los fundamentos ideológicos del nacional-bolchevismo. Pero eso no es todo, existe una especialidad que diferencia al nacional-bolchevismo de los tres cuerpos teóricos antes citados como preponderantes en el siglo XX (el liberalismo, el marxismo y el fascismo) y es que ninguna de estas ideologías toman en cuenta a Dios, ya que todas fueron construidas dentro de los marcos de los paradigmas de la Modernidad, que se sustentan sobre la base de categorías tales como: el progresismo, el positivismo y el materialismo. Es decir, que estas tres teorías políticas de la Modernidad no consideran a Dios, a la fe y a otras categorías tales como el Espíritu y la Eternidad.

El progresismo afirma que todo futuro será siempre mejor que el pasado: “…el mañana será mejor que el ayer…” y, por lo tanto, siempre avanzamos y progresamos hacia algo mejor, para concluir asegurando, que “…todo lo viejo es malo…”. En la esencia del progresismo subyace la categoría Tiempo, pero no se toma en cuenta la Eternidad. El materialismo, a su vez, afirma que sólo existe la materia y que todo lo que no es tangible simplemente no existe. Por su parte, el positivismo afirma que la única fuente valida del conocimiento es la investigación empírica y niegan el valor gnoseológico de la investigación filosófica, para el positivismo solo existe lo que queda probado mediante experimentos de laboratorio o lo que se puede palpar y sentir y lo demás, simplemente no existe, todo lo metafísico se ignora. Esa es la esencia de la Modernidad.

Por el contrario, el nacional-bolchevismo, a diferencia de las otras tres teorías políticas de la Modernidad, si reconoce la existencia de Dios y la importancia de la religión y la iglesia como categorías normativas, sin hablar ya de la tradición religiosa. Así que a la síntesis de una economía de izquierda y una política de derecha le podemos sumar la creencia en Dios, la religión y la Iglesia, siendo estos últimos principios muy importantes para los pueblos latinoamericanos, ya que sobre ellos fue fundada la civilización iberoamericana hace ya varios siglos. En resumen, que esto es el nacional-bolchevismo, el resto son detalles.

Ahora bien, se pueden usar otros términos, pero sea cual sea el nombre que se escoja, podemos decir que la mayoría de la población de los países latinoamericanos gravita hacia esta síntesis entre una economía de izquierda y una política de derecha.

De hecho, es posible constatar que muchos de los que se autodenominan comunistas son en la práctica nacional-bolcheviques que abogan por un Estado fuerte y rechazan la emancipación total del individuo, que ven representada en los desfiles del orgullo gay, la legalización de las drogas y el feminismo. Las fuerzas patrióticas de cualquier Estado siempre se han caracterizado por llevar a cabo esta síntesis entre la economía de izquierda y la política de derecha, ya que están a favor de la justicia social y desprecian el dominio del mercado, de las oligarquías y las empresas transnacionales, es decir, todo lo que se promueve desde la economía de derecha.

Claro, existen también las fuerzas políticas que defienden la idea de construir un Estado donde confluyan una economía izquierda junto a una política de izquierda, esta corriente también aboga por la desaparición del Estado, la emancipación del individuo, la atomización, la deconstrucción de cualquier identidad colectiva y la promoción de los ya mencionados desfiles del Orgullo Gay, la legalización de las drogas y el feminismo. Todo esto hace parte de la política de izquierda y quienes defienden estas posiciones son o trotskistas o miembros de la izquierda radical.

Entonces, si conjugamos el nacional-bolchevismo con presupuestos como la defensa de la geopolítica, de los fundamentos civilizatorios, de la síntesis cultural, además de la necesidad de alcanzar una unidad estratégica dentro de la diversidad, el multi-confesionalismo y la pluri-etnicidad, estaremos entonces en presencia de los principios del Eurasianismo. No obstante, esta particular cosmovisión no tiene por qué estar ligada exclusivamente al continente de Eurasia, como podría parecer a primera vista, sino que se trata, antes que nada, de una síntesis entre la derecha y la izquierda. Y precisamente por eso es que si se hiciera una encuesta sociológica en cualquier parte del mundo, siempre arrojará que la mayoría del pueblo apoya una síntesis entre una economía de izquierda, basada en la idea de la justicia social, con una política de derecha que mediante un Estado fuerte establezca el orden y que defienda tanto la tradición como los valores conservadores.

Una representación del Estado tradicional

Según la posición ideológica de la mayoría de las personas, la representación ideal del poder es la que se establece en el Estado-Imperio tradicional, construido sobre la base de los principios del nacional-bolchevismo, donde asumimos “Imperio” como un término desde un lenguaje eminentemente técnico, tal y como lo entendía el jurista y sociólogo alemán Carl Schmitt, dejando de lado su significado histórico. Hacemos esta observación debido a que el concepto de Imperio suele evocar en la mayoría de la gente un significado concreto que, por regla general, suele confundirse con el imperialismo marítimo de Occidente (británico, español y de otras potencias europeas), que explotaban a sus colonias de ultramar. Sin embargo, esta es una distorsión de la esencia misma de la palabra Imperio. 

En América Latina, por ejemplo, la palabra “imperio” tiene connotaciones negativas y es usada de una forma despectiva, por lo que allí podría ser sustituida por una idea análoga como lo es la formación de un Gran Espacio. De cualquier forma, debemos tener en cuenta que no solo han existido imperios marítimos (metrópolis-colonias) basados sobre la explotación, sino también imperios terrestres (centro-periferia) basados en la creación. El Imperio ruso fue, y todavía sigue siéndolo, un imperio creador y no explotador.

“Imperio”, o “Gran Espacio”, es para nosotros una unidad estratégica dentro de la diversidad, ya que un Estado tradicional no aspira a crear una entidad política y social excluyente, sino que es ante todo una forma de unificación que contiene en su interior toda clase de etnias, culturas, lenguas y religiones dentro de un sistema vertical rígido que se articula sobre una fuerte centralización política. 

De tal manera, el Estado imperial es una forma tradicional de estatismo que se opone al modelo del Estado-nación, que tiene su origen en la Modernidad, y del cual surgieron las tres teorías políticas antes mencionadas. De hecho, estas ideologías modernas son herederas directas del protestantismo europeo y cada una de ellas es expresión de una corriente religiosa protestante, ya sea que se trate del calvinismo (liberalismo), el anabaptismo (comunismo) y el luteranismo (fascismo), que a su vez nacieron de la escolástica y la “disputa de los universales” (5). Esto nos lleva a la conclusión de que todas estas ideologías tienen su origen, en última instancia, en una idea de rechazo de Dios.

Por el contrario, el Imperio siempre se ha erigido al lado de Dios y por extensión, de la Tradición, a diferencia de la Modernidad, y por eso el Imperio suele ser tolerante con todas las formas tradicionales, ya sean estas religiosas, culturales o étnicas. En tal sentido: el Imperio es la tradición y esto se corresponde a la realidad objetiva de la Rusia actual. Rusia sigue siendo un Estado-imperio tradicional, pero es un imperio terrestre, no marítimo como los imperios que surgieron en Occidente y que devinieron en los Estados-nación (état-nation) durante el siglo XX, donde adoptaron una forma de gobierno republicana. 

En ese escenario, los pueblos ubicados en la periferia de estos imperios europeos terminaron por proclamar su autonomía y se definieron a sí mismos como naciones, sujetos de la política internacional luego de proclamar la república en cada uno de los territorios escindidos de los imperios. Mientras tanto sus pobladores, étnica, cultural y religiosamente muy diversos fueron convertidas en una especie de crisol homogéneo gracias a las políticas unitarias aplicadas y que terminaron por devenir en sociedades sin rostro o identidad colectiva. 

Precisamente estas formas artificiales de organización política, tipo “nación” y “Estado-nación”, han sido las que Europa y Occidente impusieron a la mayoría de los pueblos que existían en el planeta. Sin embargo, se trata de categorías históricas muy particulares que son inadecuadas cuando se aplican a otras partes del mundo y, de hecho, pocos países se ajustan a esas realidades.

Lo cierto es que muchos Estados actuales siguen conservando sus formas tradicionales de estatidad, que están fundadas sobre la experiencia civilizatoria de la diversidad de pueblos, etnias, culturas, lenguas y confesiones religiosas que habitan estos territorios, además, la mayoría de ellos no desean convertirse en entes homogéneos, especialmente si tenemos en cuenta que se trata de una experiencia limitada a los Estados europeos del siglo XX, y eso, a pesar de los esfuerzos que hacen los liberales en su intento de crear una entelequia donde los pueblos y las etnias al interior de las naciones se disuelvan y se fundan en una sociedad civil liberal. 

Pero es un hecho que tales experimentos han tenido poco éxito, incluso en los Estados Unidos, de manera que si se dejara de violar el derecho de los pueblos del mundo a la autodeterminación, si no los intoxicaran con estas quimeras, entonces se podría configurar un escenario donde muy fácilmente se articularían países en el formato de los Estados-imperios tradicionales, uniéndose en espacios físicos considerables.

La estructura social del Estado-imperial está basada en la diversidad de formas sociales, cuya célula fundamental sería la comunidad como unidad social básica. No se trata entonces del atomismo individualista defendido por el liberalismo y por la Modernidad en su conjunto, sino la estructura de la comunidad orgánica colectiva. La comunidad es el fundamento sobre el que se construye todo Estado tradicional sin importar en qué etapa histórica, pasado o presente, se encuentre, y esto la diferencia del atomismo individualista sobre el que ha sido fundado el Estado-nación. 

Por lo tanto, si reconocemos como legales la existencia de comunidades orgánicas, allí donde no han sido reconocidas ni por la Constitución o por cualquier otro texto legal normativo, si reconociéramos jurídicamente las categorías de ciertas comunidades orgánicas como la etnia y el pueblo, estaremos legalizando entonces el formato del Imperio. Pero asumiendo el término de pueblo no en un sentido vulgar y distorsionado, es decir, como la suma de todos los ciudadanos de un país, sino desde una perspectiva etno-sociológica como un tipo de sujeto histórico-cultural (tal y como como lo define Danilevsky), solo entonces todo tendrá sentido.

Debemos concebir las comunidades como una categoría social necesaria para la construcción de un Estado imperial tradicional y esto solo podrá hacerse cuando reconozcamos legalmente a todas las comunidades como sujetos de derecho. Es importante decir que el Imperio y el modelo ideológico propugnado por el nacional-bolchevismo no rechazan, de ningún modo, la libertad de personalidad.

La imagen de un mundo armonioso

Según todo lo expuesto hasta aquí, el modelo internacional armonioso sería un mundo multipolar compuesto por varios bloques cuya experiencia civilizatoria es diferente. Por cierto, bloque civilizatoriosería otra definición para Imperio (además de la definición “Gran Espacio”), ya que este está formado por Estados, pueblos, culturas y formas de espiritualidad que son bastante cercanas entre sí, que se suman en un Gran Espacio que se encuentra delimitado por una forma cultural muy diferenciada y comparten un mismo modelo filosófico.

Por ejemplo, si echamos un vistazo a los Estados postsoviéticos, entonces, a pesar de su diversidad étnica, religiosa y cultural (local), llegaremos a la conclusión de que todos estos pueblos y Estados hacen parte de una única experiencia civilizatoria que podemos denominar como euroasiática. Todo eso se debe a que poseen una serie de características supra-culturales que hacen parte de una única civilización y que están en consonancia entre sí, ya que estos pueblos experimentan una especie de empatía mutua que los lleva a compenetrarse cultural y espiritualmente y este es un rasgo distintivo de la civilización euroasiática.

Tales ideas también podrían aplicarse a la experiencia civilizatoria latinoamericana o iberoamericana, y además, a otras experiencias civilizatorias, por ejemplo, a la árabe, a la de África subsahariana o a la europea (como una experiencia civilizatoria aglutinante, pero nunca como un sujeto homogéneo donde exista un estrato dominante). Otra manera es la que se observa en la experiencia civilizatoria norteamericana (Estados Unidos y Canadá), donde una avalancha anglosajona desbordó a la población tradicional de América del Norte, una población que fue exterminada prácticamente.

Todos estos son tipos distintos de experiencia civilizatoria. Se diferencian desde el punto de vista de la cultura y por supuesto, existen muchas menos experiencias civilizatorias que Estados nacionales, pero se nos presenta a una como la única: la “civilización Occidental”, que es lo que nos dicen los apologetas del mundo unipolar. Contrario a esto, el pluralismo de civilizaciones como polos dentro de un mundo multipolar es el modelo de política exterior que se corresponde a la visión euroasiática, cuya base ideológica y política se sustenta en los principios del nacional-bolchevismo. 

Entender lo anterior es solo un paso en el pensamiento intelectual y en lo ideológico, en el camino hacia el escenario más deseado que se propone en la Cuarta Teoría Política, que se encuentra ahora en su etapa preparatoria.

Dificultades en la implementación de la idea propuesta en la Cuarta Teoría Política.

El obstáculo fundamental al que nos enfrentamos en la implementación de nuestra composición teórica para su aplicación en un escenario más favorable tiene que ver con la ausencia de componentes idealistas en el sistema de valores del mundo de la Modernidad. Esto se debe a que a finales del siglo XX la mayoría de los países del mundo terminaron por ser gobernados por políticos que en su mayoría son personas “pragmáticas”, imbuidas de todas las concepciones de la Modernidad, es decir, del materialismo, el progresismo y el positivismo y por supuesto, nos enfrentamos a una realidad, que no es más que un eco del siglo XX que fue materialista, progresista y positivista, las tres teorías políticas de la Modernidad eran dominantes es este siglo.

 En América Latina, como sucedió en muchas otras partes del mundo, la gente consideraba que el comunismo (la Segunda Teoría Política) era la única alternativa ideológica frente al odiado liberalismo, pero el comunismo había nacido del anabaptismo protestante y, en el fondo era tan materialista como el mismo liberalismo.

Las élites de la mayoría de los países latinoamericanos (con alguna que otra excepción), como en casi todas partes, carecen de elementos idealistas, de pasiones y ninguno de ellos está dispuesto a sacrificar sus bienes privados por el bienestar común, así que tampoco están dispuestos a supeditar sus intereses personales en favor del Estado y la sociedad. En otras palabras, no son personas de “larga voluntad”, según definición de Lev Gumilev, y mucho menos se trata de héroes infundidos de un espíritu de lucha. Al contrario, son sus antítesis. 

En la mayoría de los casos se trata de políticos que han llegado al poder gracias al apoyo de EE.UU., debido a alguna clase de intervención directa, presión exterior, ataque, insurgencia o cualquier otro método sucio, entre ellos el despliegue de fuerzas militares. Muchos de ellos consideran que categorías como el Imperio, la civilización, la cultura, el pueblo, la filosofía y las hazañas heroicas no son otra cosa que abstracciones o realidades incomprensibles, inabarcables, complicadas e innecesarias. 

Para ellos se trata de realidades sin sentido y que desde su punto de vista carecen de todo valor. A su vez, estas élites son seguidas por unas masas que se encuentran infectadas de una poderosa cuota de cinismo y ha desarrollado torcidos instintos y ambiciones por los bienes materiales, aunque vivan en la pobreza. Esa es la realidad que podemos encontrar en las sociedades donde todo a perdido su valor, excepto el dinero. Estas élites pro-occidentales son en sí las portadoras de distintos valores, distintas mentalidades y distintos objetivos.

Es en esta situación, teniendo en cuenta las circunstancias, teniendo en cuenta la presión tanto externa como interna que lo conducen todo y a todos, es que las élites actuales y el Estado, y algún que otro tipo de sistema político bien establecido, que apuesta a la “estabilidad” tan anhelada por las masas, podrían aprovechar la oportunidad de “ventana de abierta”. A ellos se les podría aconsejar como ideología no la Cuarta Teoría Política en un inicio, pero si precisamente las concepciones del nacional-bolchevismo.

Hoy, el nacional-bolchevismo es comprensible como la única alternativa ideológica tanto para el liberalismo como para el marxismo, y más aún para el fascismo (nacionalismo). El nacional-bolchevismo es fácil de entender, accesible para todos, se basa en la lógica y es coherente con las expectativas de las masas. De hecho, no hay nada complicado en esta fórmula: la economía de izquierda, la política de derecha y la religión. De todas maneras, podemos decir que todos estos elementos hacen parte de la sociedad latinoamericana y se pueden encontrar en varios sistemas políticos. El nacional bolchevismo es la única ideología que puede cumplir las aspiraciones tanto de la izquierda (socialista) como de la derecha (tradicionalista y conservadora). 

Al final, el nacional-bolchevismo es inversamente proporcional a la democracia liberal implantada en todas partes por los estadounidenses. El nacional-bolchevismo es una idea que se ha trabajado en detalle, es simple, comprensible, que resuena muy fuerte en la mente de las masas y puede instalarse fácilmente, incluso ahora, en las condiciones políticas actuales y en las de cualquier Estado de América Latina, donde no solo se recuerda el período soviético, sino que también se honra la identidad y tradiciones de sus antepasados. Solo hace falta descartar los estereotipos superficiales y falsos, y dejar de tener miedo al pataleo de los supuestos humanistas. 

En general, en busca de una nueva ideología, una alternativa al liberalismo occidental, es mejor avanzar progresivamente, paso a paso, de lo simple a lo complejo, donde lo simple, lo comprensible, lo que encaja armoniosamente en los requisitos básicos patrióticos en las condiciones del mundo moderno es, sin duda alguna, el nacional- bolchevismo.

Traducido del ruso por: Dr. C. Oscar Julián Villar Barroso.