¿El autoritarismo es realmente una cosa mala?
En 1944, en contraste con una corriente de preocupación por el proceso democrático, Franklin Delano Roosevelt concurrió y venció para un cuarto mandato, porque los estadounidenses no querían un líder no-probado en medio de dos guerras. Desgraciadamente, Roosevelt murió al poco de esa elección, dejando al presidente Truman para formular la desastrosa política estadounidense hacia la Unión Soviética que nos llevó a la I y la II guerra fría.
A día de hoy, la presidencia de Franklin D. Roosevelt probablemente sería considerada como “autoritaria”: Fingió no ver que Japón preparaba el ataque a Pearl Harbor, para que conmocionara a los estadounidenses y que finalmente estuvieran dispuestos a declarar la guerra tanto a Japón como Alemania. Él es famoso por apisonar al Tribunal Supremo, y aunque fueron más blandos de lo que el Movimiento Progresista habría querido, él quitó los derechos y protecciones de los trabajadores del Congreso señalando a sus consejeros “háganme hacerlo”. Aún es venerado a día de hoy, mientras que Singapur, un pequeño país multiétnico liderado por el mismo hombre durante cuatro décadas, es uno de los países que ocupa el primer lugar en los puestos clave de gobernabilidad.
Tras lograr la independencia de Gran Bretaña, Lee Kuan Yew, llevó a la economía tercermundista de Singapur a la afluencia del primer mundo en una sola generación. Según Wikileaks: “El énfasis de Lee Kuan Yew en el rápido crecimiento económico, el apoyo para el espíritu emprendedor de negocios, y las limitaciones en la democracia interna modeló las políticas de Singapur durante el siguiente medio siglo. Freedom House clasifica a Singapur como “parcialmente libre” y The Economist la clasifica como una “democracia con defectos”, sin embargo, el partido gobernante consigue 83 de 89 escaños con el 70% del voto popular, mientras que a mediados de la década de 1980, Gallup informaba que la confianza de los singapurenses en el gobierno y el sistema judicial estaba entre las más altas del mundo.
Aunque Singapur está clasificada entre los países con más “orden y seguridad”, “ausencia de corrupción”, y “justicia penal efectiva”, las congregaciones de 5 o más personas requieren permiso policial, y las protestas pueden mantenerse legalmente sólo en el “rincón del orador” (“Speakers’ Corner”). Sin embargo, este país multi-lingual (inglés, chino, e hindú), está entre los mejores internacionalmente en educación y sanidad apoyada por el gobierno. Aunque el sistema solo puede clasificarse como autoritario, no hay absolutamente ninguna posibilidad de que un presidente de EEUU declare que su líder “tiene que irse”. Esto es porque al igual que Europa, combina el espíritu emprendedor con protecciones ciudadanas socialistas.
A día de hoy, el ‘autoritarismo’ se aplica igualmente a la monarquía saudí, donde las mujeres no tienen permitido conducir, mucho menos legislar; se aplica a China, donde el Partido Comunista cuida del mayor milagro económico de la historia; y se aplica al presidente ruso Vladimir Putin. De manera interesante, no fue aplicado a Dimitri Medvedev cuando fue presidente (y Vladimir Putin servía como su primer ministro). Medvedev fue tratado como “un hombre con el que podemos tratar”, e incluso, “nuestro hombre en el Kremlin”.
Sin embargo, en su país, la fracción neoliberal “atlantista” es mencionada por los partidarios de Putin, que aprecian su protección social y creen que el Estado debe estar a cargo de las fuentes clave de riqueza de una nación, como una "quinta columna".
¿Cuál era el estado de Rusia cuando Vladimir Putin sucedió a Boris Yeltsin, el primer “hombre en el Kremlin” de EEUU?
Putin ganó las primeras elecciones en el año 2000, tres meses después de la dimisión de Yelstin por mala salud. Con 48 años, gracias a su firmeza como funcionario del KGB, después como consejero de asuntos internacionales para el alcalde de San Petersburgo, luego como jefe del FSB, después como primer ministro para Boris Yeltsin (un presidente famoso por sus borracheras públicas), Putin fue su sucesor designado en un momento en que Rusia estaba sumida en el caos.
Sus joyas de la corona habían sido privatizadas a precios muy bajos para un grupo de hombres que se volvieron conocidos como “los oligarcas”. Los empleados estatales no recibían sus salarios a tiempo, incluso ni los recibían, y prácticamente nada había sido hecho para construir un sistema liberal justo o social-democrático, 10 años después de la disolución de la Unión Soviética. Cuando Vladimir Putin declaró que este acontecimiento había sido una catástrofe, él no estaba aludiendo, como insinúa la prensa occidental, a la desaparición del comunismo, sino a las terribles condiciones sociales en las que la furibunda privatización dejó a la mayoría de rusos.
Putin es etiquetado invariablemente como un “ex-funcionario del KGB” por los periodistas de EEUU, que olvidan convenientemente que el Presidente Bush dirigió la CIA durante un año. La verdad es que el amplio rango del presidente ruso le preparó bien para el desafío de revivir al país más grande del mundo, hogar de 160 grupos étnicos que hablan unos 100 idiomas y practicas 4 religiones diferentes, cristianismo, judaísmo, budismo e islamismo (las estimaciones de esta última van del 5 al 14%).
Los medios occidentales afirman que las valoraciones de popularidad superiores al 80% del presidente Putin refleja una mentalidad de rebaño, resultado de siglos de gobierno autocrático bajo los mongoles (cuatro siglos), y los zares y el partido comunista. En realidad, sin que muchos estadounidenses lo sepan, los rusos a día de hoy disfrutan de estilos de vida individualistas, vacaciones en el extranjero y los últimos coches.
Durante 20 siglos, el señuelo de la democracia ateniense (en la que solamente participaban los hombres libres) se incrementó en conjunto con el poder de los reyes. Pero la aplicación de la democracia se ha demostrado cada vez más difícil según las poblaciones y las amenazas crecían aún más. Como él se prepara para abandonar el cargo tras 8 años de rechazo republicano a cooperar con sus proyectos loables, sospecho que el presidente Obama, como la mayoría de otros jefes de Estado occidentales, envidiará secretamente a Putin y su habilidad para hacer las cosas.
Cuando estuve en Cuba en 1964, Fidel Castro estaba siendo anunciado como un dictador en los EEUU. Pregunté entonces al presidente, Osvaldo Dorticos, si él estaba de acuerdo o no con que era arriesgado tener a un “rey” dado que uno nunca podría saber si el liderazgo hereditario sería bueno o malo. El mundo exterior no sabía que el gobierno cubano ya estaba experimentando con varias formas de democracia local. Hoy, alrededor del mundo, “el pueblo” todavía es impotente para prevenir el empeoramiento de las condiciones económicas, e incluso la guerra, que primero llena las arcas de los fabricantes de armas, y luego de la industria, necesitada para reconstruir lo que la guerra ha destruido. Sin embargo, Raúl Castro ha supervisado una transición hacia una forma de democracia participativa nacional, y Putin parece estar alentando la misma aproximación en Rusia. Mientras tanto, en occidente, se vuelve cada vez más difícil afirmar que las elecciones libres y justas garantizan un gobierno efectivo o la satisfacción popular.
En el complejo siglo XXI, la paz y la prosperidad son probablemente mejor conseguidas cuando fuertes gobiernos centrales conjuntamente hacen frente a los desafíos globales, mientras que los gobiernos locales participativos supervisan los asuntos internos. Islandia, un país tan escasamente poblado, en que casi todos sus habitantes se conocen, está aplicando exitosamente este sistema.
Aunque él ha sido electo “con todas las de la ley”, Donald Trump puede que no transforme la Casa Blanca, de donde él, junto con Putin y Xi podrían moverse hacia un mundo multipolar organizado a lo largo de esas líneas. Guiados por una “mano invisible”, miles de personas protestan contra el presidente neo-fascista, misógino y racista que derrotó a su rival neo-fascista que se preparaba para una guerra nuclear contra Rusia, y cuyos promotores, a diferencia de los manifestantes, tienen los medios para implementar una vez más, la “solución definitiva” contra un presidente estadounidense”.