Por un rearme europeo
Hace algún tiempo estaba paseando por la calle con un conocido, persona de no poca inteligencia y buena voluntad. Los temas de conversación iban saltando, hasta que llegamos a un punto que preocupaba concretamente a mi interlocutor: él lo llamaba “guerra híbrida”. Era la primera vez que oía ese concepto, y le rogué que me lo ampliase. Se ve que la guerra ya no es lo que era, que en el mundo existen diversos actores internacionales que pueden ser tanto naciones, como organizaciones, como grupos terroristas, etc. que para la consecución de sus objetivos desatan una guerra “no declarada”, que consiste en un conflicto permanente donde se usan ejércitos regulares, irregulares, grupos terroristas, desplazamiento de personas, distribución de informaciones, sabotajes, pactos y acuerdos, diseño de legislaciones, etc… Y a este conocido le preocupaba concretamente el islamismo.
¿Y por qué el islamismo? Según su idea, el Islam es una idea religiosa fuerte, compacta, dinámica, con miles y miles de seguidores dispuestos a dar la vida, con códigos de pensamiento y cultura claros, cuya finalidad es expandirse por todo el planeta. Mientras que los europeos y/o occidentales seríamos algo así como unos nuevos romanos decadentes, que ya no pueden aguantar ni materialmente ni espiritualmente las acometidas e invasiones bárbaras. Nuestra cultura y modo de vida actuales se hallarían viciados de modo tal que pese a nuestra tecnología y situación de predominio, ya no hay una moral de combate, un afán de lucha, un espíritu guiando un modo de vida digno, sino decadencia basada en el culto al ego, a lo fácil, a la paz a cualquier precio, al desprecio por el esfuerzo, etc.
Pese a no compartir el temor de mi conocido hacia el Islam (religión muy amplia y diversa como para ser tomada como un todo), sí que reconocía en sus palabras un viejo temor que hace muchos años nos ha recorrido a no pocos en España y Europa: la decadencia. Entendida sobretodo en su aspecto moral, ético y espiritual. Pero también en el terreno de las ideas y del buen entendimiento a la hora de afrontar los crecientes problemas de un planeta dónde parece que el caos, o tal vez guerras híbridas en todas direcciones, se halla instalado tal vez de manera permanente a la espera de un “acontecimiento” o “desenlace” apocalípticos. Sin embargo, en ninguna parte está escrito que haya que suceder un hecho absoluto, concreto, que marque un antes y un después. Simplemente puede haber oscilaciones, derivaciones, evoluciones en fracciones grandes de tiempo. Pero hay algo para mí a todas luces evidente: el caos en todos los sentidos se va haciendo el Señor del mundo. Caos político, social, económico, demográfico, espiritual, sexual, intelectual… Nos movemos agitados por el día a día, sin tiempo ni posibilidad de reflexionar, de serenarnos y tratar de poner, al menos, orden dentro de nosotros.
Una cosa tengo clara desde hace bastante tiempo: Las civilizaciones, culturas y religiones del planeta nunca han vivido ni en compartimentos estancos ni en mescolanza completa; nunca han estado siempre en guerra y nunca han sido siempre amigos; entre todas las culturas ha habido trasvase de costumbres, tecnología, productos… que han adaptado a su modo, o rechazado. Siguiendo esta lógica, cuando una civilización es próspera y espiritualmente fuerte, segura de sí misma, poco tiene que temer de sus vecinos. Pero si su economía depende de otros y su alma apenas existe, fácil es suponer que pronto será un campo de batalla. Y este es el caso de Europa.
El islamismo no es el principal problema de los europeos, de la seguridad de nuestros ciudadanos. Europa depende de la voluntad política, económica y militar de los Estados Unidos de América y de su brazo armado internacional, la OTAN. Este es el principal problema, que somos una tierra ocupada y sometida con gobiernos que, pese a ser elegidos mediante sufragio, tienen las manos atadas en cuanto a la independencia de sus decisiones fuera del marco político actual. Es así.
Geográficamente, Europa es el centro del mundo. Su falta de independencia la convierte, ahora, en el cuartel general de los USA contra el mundo árabe y Rusia. Algo que nos pone en peligro constante, ya que los enemigos de la hegemonía norteamericana comprenden que es en Europa donde se librarán las batallas para aislar a los USA en su isla. Cuando los islamistas atacan a Europa, en realidad atacan a su enemigo estadounidense. No es necesario decir que los islamistas, a fin de cuentas, solo son unos actores más del Gran Juego por el dominio mundial, y que pueden ser teledirigidos tanto por unos como por otros. El problema es que ese Juego se desarrolla en nuestra casa, con nuestros pueblos.
Hay que ser claros y plantear enérgicamente una cuestión central: No se trata de defender a los gobiernos europeos; no se trata de defender valores extraños a Europa; no se trata de confrontar laicismo con religión, progreso con barbarie, malos contra buenos y otras dicotomías falsas. Occidente no es ese “mundo libre” que se debe defender de seres malvados y atrasados, tal como nuestras elites actuales nos venden. Se trata de defender a los pueblos de Europa y punto. Independientemente de la cuestión religiosa, independientemente del nivel cultural o tecnológico. La vida está por encima de esas cuestiones.
El enemigo de los pueblos de Europa hace muchos años que está dentro. Liberalismo, individualismo, hedonismo, materialismo… El islamismo simplemente es un enemigo externo entre otros muchos. Somos como un animal herido y hostigado por los carroñeros. Los carroñeros simplemente hacen su trabajo, no podemos culparles por ello. Ahora toca ponerse a salvo, curarse las heridas e identificar quién nos hizo llegar a esta situación.
Los europeos actuales somos hijos del mundo moderno. Es un hecho irreversible. No podemos ir atrás en el tiempo, pese a la manía necrofílica de algunos. Además, en el caso de que se pudiera ir atrás… luego simplemente se volvería al punto actual, ya que nada es casual y todo acto tiene sus consecuencias. Pensar en ello simplemente es un ejercicio intelectual sin valor alguno.
Por eso mismo, porque somos modernos, no podemos crear una religión nueva, por ejemplo, al modo antiguo, ni podemos prescindir de la tecnología actual. Hemos de aceptar la realidad del punto en el que nos hallamos y decir: De acuerdo, ahora vamos a ver de dónde venimos, qué Valores nos han guiado con eficacia, qué errores hemos podido cometer y de qué modo vamos a orientar nuestra acción a partir de ahora con el objetivo que nos hemos marcado antes, la defensa de los pueblos de Europa.
La observación más clara es que es necesario un rearme, sobretodo moral e ideológico. Pero ese rearme no supone necesariamente otra ideología más en el más que diverso mercado de las ideas, en el poupurri actual de conceptos y definiciones que generan interminables, e inútiles debates. Es preciso que cada palabra sea tan clara como que dos más dos son cuatro. Algo ciertamente complicado, pero es necesario intentarlo.
Hay que renovar y redescubrir una serie de puntos en los que se puedan apoyar europeos de diversas ideologías, incluso enfrentadas entre sí, de modo que en el futuro sean posibles acuerdos y amplias alianzas para defender nuestra supervivencia en un mundo cada vez más pequeño y estrecho. Un lenguaje común con el que nos podamos poner de acuerdo.
He dicho rearme moral e ideológico, que es lo contrario del actual desarme moral e ideológico. Hoy se desarrolla una moral que nos impide sobrevivir, que antepone los intereses materiales contra los espirituales, que antepone los intereses del individuo contra el grupo, que propone actitudes contra la vida. El idealismo actual es un idealismo de muerte, ya que culpabiliza toda actividad que haga crecer la vida: libertad pero solo para tonterías; justicia solo si tienes dinero; paz si no eres débil; solidaridad si es un buen negocio, etc.
En Europa hay multitud de grupos y movimientos políticos y sociales interesantes. Poco ha de importar el nombre, la clasificación o su campo de actividad. Importa que sus objetivos sean disolventes contra los gobiernos establecidos y que su actividad principal sea beneficiosa para su comunidad, ya sea barrio, ciudad, región o nación. Empecemos por ahí. Olvidad derecha o izquierda, olvidad altisonancias y centraos en el objetivo. La vestimenta ostentosa de un cadáver no le devolverá a la vida, y siempre será mejor ir desnudos si tenemos una afilada espada. Ha llegado el momento de afilar las espadas, pues si no lo están, no vale la pena arrastrar kilos de hierro inútil por muy hermoso que sea.
Todavía arrastramos muchos conceptos e imágenes del siglo XX, aún sin quererlo. En aquella época se registró un enfrentamiento mortal entre tres teorías diferentes, pero a la vez emparentadas. Interpretaciones aparte, si estudiamos la historia del socialismo y del comunismo, del nazismo y del fascismo, del liberalismo y del capitalismo, vemos que en su seno había muchos grupos y personas que perseguían ideas y objetivos a veces incluso contrapuestos. Es evidente que en Europa hubo varias visiones e interpretaciones de lo que eran unos y otros, y muchas veces provenían las divergencias del mismo bando… Ello se debió básicamente a que en los momentos graves se tuvo que escoger el lado, con mayor o menor agrado. Lo que valida la vieja tesis de Carl Schmitt de que la política es “la designación del enemigo”. Por lo mismo, considero que en esta época de omnipresente caos es preciso renovar, reformular y redescubrir una serie de conceptos que sean poderosas armas al alcance de cualquiera, provenga del “bando” que sea y que le interesa el regreso, o ingreso, a un orden en Europa.
Se puede provenir de un lado u otro, pero antes de acogerse a una bandera más general, de las viejas ideologías pesadamente heredadas porque no había otra cosa, echad a la basura lo inservible, lo podrido, aquello que brillaba pero no era más que bisutería. Haced un hermoso museo con espléndidas vitrinas, guardemos lo glorioso y digno de memoria. Pero para el futuro nada de ello sirve ya, como las viejas herramientas o recipientes rotos de hace mil años: interesantes, curiosos, pero nada más.
Los signos de los tiempos se manifiestan, a veces con claridad, a veces no. Pero no se puede pretender frenar nada. Cuando a algo le llega su hora, no podemos más que aspirar a dominar su fuerza, cabalgarlo. Todo lo que los humanos sueñan y pretenden cumplir, antes o después ha quedado demostrado que es así, y que las ideas locas de antaño se han ido cumpliendo (otra cosa serán las consecuencias, claro). De lo que se trata es de encauzar esos sueños. En los “choques de sueños” ninguna idea o acción serán neutrales, todo es obra de humanos. La cuestión es ver qué sueños triunfan, luego qué tipo de seres humanos serán los futuros reyes del planeta… Nosotros, europeos, debemos aprovechar la experiencia de miles de años y ponerla a nuestro servicio, no al revés: convertirnos en el cementerio de un montón de sueños e ideas rotos por el tiempo y derrotados por no haber sabido ni afilar nuestras armas ni actualizar nuestra estrategia.
El enemigo número uno y principal lo podemos definir como: las élites políticas y económicas transnacionales. Se puede pensar automáticamente en una división entre ricos y pobres, entre los de Arriba y los de Abajo. Es cierto que esas élites se hallan muy por encima en cuanto a nivel económico, pero su gran problema es que al hallarse tan por encima se han “desconectado” del mundo que se encuentra “debajo”. Es decir, su mundo es ya otra realidad. Pueden disponer y ordenar muchas cosas que afectan a la zona baja, pero su horizonte visual y mental ya nada tiene que ver con el común de los mortales. Es por ello que tienen la obsesión del control mediante la cibernética, mediante la estadística conseguida a través del escaneo constante del ciberespacio, almacenando y procesando datos y más datos para poder adelantarse a cualquier acontecimiento. Quieren predecir lo impredecible, gran paradoja y gran preocupación para ellos.
Ello se debe sobretodo a una genial fórmula que hallaron hace muchos años: Laissez faire, laissez passer (dejad hacer, dejad pasar). Se trata de romper las limitaciones, que las energías se desborden y actúen en el mundo, que todo sea abierto, que todo sea cuestionado: mercancías e ideas han de crearse, circular, morir… y todo ese movimiento genera lo más preciado para las élites: dinero. Porque dinero es sinónimo de poder.
Seamos claros: La duda y el cuestionamiento de todo, así como la apertura a todo tipo de situaciones inéditas ha dado pie a muchos avances. Esos avances, frenados muchas veces tanto por miedos atávicos como por tradiciones cuyo sentido último ya nadie conocía, han llenado el mundo de maravillas, y al mismo tiempo han abierto también la vía a nuevos males. Es decir, han hecho al mundo más grande en todos los sentidos, en todos. La cuestión ahora es ver si esta situación de cuestionamiento es bueno seguirla siempre, o bien puede acabar por ser negativa, ya que impide la normalización de nada, tal como una comida demasiado tiempo al fuego que se quema.
A esta situación de ebullición permanente, inacabable, algunos autores la han llamado decadencia. Yo apuesto por llamarla transformación, porque se va de una forma a otra forma. Y lo que se percibe bien puede parecer que es debido a que algo cae, decae. Sin embargo, es el traspaso de una forma a otra. Porque está inscrito en nuestra especie: si algo puede ser pensado, entonces es deseado. Y realizado. Pero el futuro siempre está abierto, y todo puede, si no ser reversible tal como desean los espíritus reaccionarios que simplemente anhelan las cosas de manera cronológica, hacia atrás, siempre puede girar hacia terrenos inesperados e incluso fructíferos. Cada giro del planeta nos lleva a lugares por descubrir.
A mi modo de ver, el capitalismo está volviendo a sus orígenes, porque su presunta alternativa, el socialismo (y más concretamente el comunismo) ha desaparecido como amenaza para la generación de un modelo económico alternativo. Esto es algo normal, no debe chocarnos. El capitalismo necesitaba dar derechos a los obreros para cubrirse las espaldas. Ahora ya no es necesario. Y entonces desean volver al punto de partida. Ha quedado claro que las izquierdas y sus variantes no pueden ser alternativa, ya que nacieron como consecuencia de la existencia del capitalismo, nacieron en su seno, nacieron como “antis” de ese sistema, pero su lógica interna, sus valores, eran los mismos que los del sistema criticado: economicismo, materialismo, utilitarismo... la misma visión del ser humano, la misma antropología errónea. El fascismo pudo ser una alternativa, nacido de una herejía de la izquierda más una asunción antropológica diferente y un intento de retorno a raíces grecorromanas, pero... quedó en el intento y cometió errores fatales como un reduccionismo racial que no era más que materialismo biológico, un jacobinismo heredado de la izquierda, un militarismo concebido como una respuesta competitiva y agresiva frente a los problemas globales... Aunque su muerte prematura jamás podrá decirnos cuál habría sido finalmente su destino (¿o quizás fue ese precisamente?). Lo que toca ahora, más allá de intentar resucitar neocomunismos o neofascismos diversos, es construir una alternativa cuyo sistema de valores sea opuesto al actual, y además que sea operativo en el terreno en las actuales circunstancias. Hoy estamos viviendo un punto de inflexión, en el que toda la economía, política, sociedad, sistema de valores están en un terreno de arenas movedizas, y nadie sabe qué sucederá mañana. Ha llegado el momento de las alternativas serias, ha llegado el fin de las etiquetas. No me valen las acusaciones de fascismo o comunismo. O ellos, la nueva clase aristocrática que se sienta en los parlamentos y los despachos institucionales, o nosotros, los trabajadores de todos los colores y condiciones. Cuando el barco se halla en peligro poco importa el lugar donde el agua me alcance: hay que tomar conciencia de salvar todo el barco. Por una nueva igualdad, una nueva libertad y una nueva fraternidad.
Una cosa es segura: Europa será renovada. Falta ver cómo y por quién.