De Benoist: "El mayor reproche que se le puede hacer a la Unión Europea es haber desacreditado a Europa"

24.03.2016

Sr. de Benoist, se esté a favor de la UE o se sea euroescéptico, una cosa está clara: Europa va peor que nunca. ¿Por qué?

En efecto, las señales se acumulan: sigue la crisis del euro, el "no" de los daneses en el referéndum del 3 de diciembre, la ola migratoria fuera de control, la rabia social, los agricultores al borde de la revuelta, el empeoramiento de las perspectivas financieras, la explosión de la deuda pública, el aumento del populismo y de los movimientos "conservadores" y euroescépticos. Añadir la posible secesión de Gran Bretaña, que claramente crearía un precedente. Jean-Claude Juncker ya lo ha reconocido: 2016 podría ser el "principio del fin" de la Unión Europea. "Nadie puede decir si la UE seguirá existiendo dentro de diez años", dijo por su parte Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo. "Corremos el riesgo de una ruptura", ha comentado Michel Barnier. "Europa está acabada", concluyó Michel Rocard. Todo esto da el tono. La Unión Europea se desmorona ante nuestros ojos bajo el impacto de los acontecimientos. En cuanto al tema de los inmigrantes, el Papa Francisco recientemente ha opuesto a los que quieren construir muros con los que quieren construir puentes. Se olvidó de que entre los puentes y los muros, están las puertas, que funcionan con cerraduras: se pueden, dadas las circunstancias, abrir o cerrar. La creación del espacio Schengen presupone que la Unión Europea garantiza el control de sus fronteras exteriores. Ya que no es capaz de ello, Hungría, Polonia, República Checa, Dinamarca, Austria, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Macedonia e incluso Bélgica están restaurando, uno tras otro, el control de sus fronteras interiores o limitando drásticamente las entradas de "refugiados" en su territorio. Esto significa que el espacio Schengen ya está muerto. Querer solo construir puentes es condenarse, al final, a solo levantar muros.

El comienzo de los años noventa del siglo pasado vio el final del consentimiento tácito de los ciudadanos en relación con el proyecto de integración comunitaria. En la actualidad, sólo un tercio de los europeos afirma tener confianza en las instituciones europeas, sea porque sufran la crisis (en los países del sur), sea por el miedo a ser golpeados por ella a su vez (en los países del norte). De Europa se esperaba la independencia, la seguridad, la paz y la prosperidad. Se ha obtenido la sumisión dentro de la OTAN, la guerra en los Balcanes, la desindustrialización, la crisis de la agricultura, la recesión y austeridad. De ahí la sensación de despojo que afecta a todos los pueblos.

Los soberanistas pueden alegrarse del actual renacimiento de las naciones, pero ¿no se tratará del retorno de los egoísmos nacionales?

El actual retorno a las fronteras no es más que un repliegue temporal que no corresponde en absoluto a un renacimiento de los Estado-nación. Todos los centros de toma de decisiones de los países europeos siguen en manos de los organismos internacionales, lo que significa que su soberanía (política, económica, militar, financiera, presupuestaria), es sólo un "barniz". Además, no hay un reproche dirigido a la Unión Europea que no se pueda dirigir también contra los Estados-nación. El déficit democrático de las instituciones europeas, por ejemplo, es sólo un ejemplo de la crisis general de la representación que afecta actualmente a todos los países, paralelamente  a una crisis fundamental de la decisión que se encuentra a todos los niveles.

¿Era inevitable?

El mayor reproche que se le puede hacer a la Unión Europea es haber desacreditado a Europa. La Europa actual es, de hecho, todo menos una Europa federal, por lo que no es capaz de unirse respetando al mismo tiempo la multiplicidad de los "nosotros" nacionales, es decir, las existencias colectivas existentes en ella. Nunca quiso construirse como una fuerza autónoma, sino como un gran mercado, una zona de libre comercio obligada a organizarse de acuerdo con el principio exclusivo de los derechos humanos, sin una unión colectiva ni lealtad a una cosa común. Está hecha, desde el principio, a partir de la economía y el comercio en lugar de realizarse a partir de la política y la cultura. La idea subyacente era que, por una especie de efecto dominó, la ciudadanía económica conllevaría inevitablemente la ciudadanía política. Y sucedió lo contrario.

En conformidad con los dictados del "sin fronterismo" liberal, Europa ha querido unificarse desde una perspectiva "universal", refiriéndose a nociones abstractas, sin ningún tipo de anclaje cultural o histórico que pudiera dar un sentido al pueblo. Lejos de proteger a los europeos de la globalización, la Unión Europea se ha convertido así en uno de sus principales valedores. En lugar de tratar de llevar a cabo una voluntad política común basada en la conciencia de un destino común, ha optado por abrirse al mundo sin darse cuenta de que no puede adaptarse a las circunstancias externas sin poseer un principio interior. Lejos de situarse en la perspectiva de un mundo multipolar, se ha puesto al servicio de una "religión de la humanidad", prefigurando de este modo un orden cosmopolita fundado en la universalización de la democracia liberal (un oxímoron cuyo significado exacto es la sumisión de los procedimientos democráticos al sistema de mercado).

El drama es que la mayoría de las políticas que la Comisión Europea realiza fallan, pero se obstina en perseverar en la misma obra, convencida de que todo colapsará si tuviera que detener su huida hacia adelante. No escapará, por tanto, a esta huida hacia delante. Ni al colapso.

Entrevista publicada en el Boulevard Voltaire por Nicolas Gauthier.