La pasión de Cristo vence a la muerte

11.05.2016

Cuando los cristianos hablan sobre la muerte, no lo hacen con pesimismo, no están resignadas a esta, no creen que sea natural. Ellos la ven principalmente como un enemigo que debe ser derrotado a través de Cristo. “El último enemigo que ha de ser destruido es la muerte” (I Cor. 15, 26); “La palabra se hizo carne” (Jn. 1, 14); “él puede destruir a quien mantiene el dominio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb. 2, 14).

Dios se hizo humano para destruir a la muerte y al pecado, y para derrotar al demonio. Cristo asumió un cuerpo mortal, uno que fue sujeto de sufrimiento, para vencer a la muerte en su propio cuerpo. A través de su crucifixión y resurrección, él derrotó a la muerte y nos dio la oportunidad de estar unidos con él, para vencer nosotros mismos a la muerte en nuestra propia vida. Así, tras la encarnación de Dios, la palabra muerte cambia para los cristianos, tanto en relación al nombre como a la orientación: Ya no se llama más como muerte, sino dormición y se convierte en un puente hacia la vida eterna. Los fieles cruzan “desde la muerte a la vida” (Jn. 5, 24).

San Nikodimos el Athonita nos aconseja que no olvidemos que “la muerte es como un repentino ladrón que tú nunca sabes cuando viene a por tu cuenta. Puede ser este día, esta hora, este momento. Puedes despertarte bien, pasar la tarde, y tú que has llegado a la tarde, puede que no te levantes por la mañana… Así que piensa en estas cosas y di a ti mismo: “¿Si he de morir, y quizá por muerte repentina, que será de mí, desgraciado que soy? ¿Qué bien se me hará entonces, si disfruto de todos los placeres del mundo?... Quédate atrás, satán y los malos pensamientos. No quiero escuchar que intentas hacerme pecar”.

Según los Padres y la experiencia de la Iglesia, los que partieron, especialmente aquellos que han muerto repentinamente, se benefician mucho de los servicios conmemorativos, cuarenta liturgias, oraciones, limosnas y nuestra propia vida cristiana, que siempre se refleja como la luz en nuestras propias almas.