Golpe maestro moscovita en tres lecciones
Sus innumerables detractores reprochaban a Vladimir Putin haberse lanzado a una aventura bélica devastadora, criminal y perdida de antemano. Profetizaron a Rusia, desde el otoño pasado, un hundimiento letal en el barrizal sirio. Esos pájaros de mal agüero tendrán que morderse la lengua, porque el presidente ruso acaba de administrarles una ducha fría en tres lecciones.
Sin embargo los dirigentes rusos lo dijeron: la intervención militar en siria se calibraría rígidamente. En primer lugar sería corta. Ahora lo sabemos exactamente, cinco meses y medio. Muy poco para un conflicto de semejante magnitud. Por otra parte la intervención dispondría de medios drásticamente limitados, apenas tropas sobre el terreno y unos 60 aviones, es decir, menos del 5 % de la aviación militar rusa. Esta es la primera lección de Vladimir Putin, que obviamente es una lección de eficacia militar: Ustedes juzgarán mi actuación, ciertamente, pero lo harán apreciando el resultado obtenido con respecto a la economía de medios. Compárenlo con los efectos de 10 años de presencia militar occidental en Afganistán.
La segunda lección de Vladimir Putin es «política» en el sentido noble del término. No es casualidad que Moscú anuncie su retirada militar el día que se retoman las negociaciones intersirias bajo los auspicios de la ONU. Desde siempre Rusia predica una solución política a la crisis porque sabe que ni el Gobierno ni la oposición tienen medios para aplastar al adversario. Desde ese punto de vista el anuncio del Kremlin acredita la seriedad de Rusia al renovar su confianza en el enfoque político en detrimento del enfoque militar. Al contrario que los occidentales Rusia puso su intervención en Siria bajo la enseña del derecho internacional al responder a la demanda de un Estado soberano. Rusia reiteró su fidelidad a la ley común de las naciones privilegiando de forma espectacular la vía de la negociación hacia una transición política.
Pero esta ahora se hará en condiciones inéditas. En cinco meses y medio las fuerzas leales han reconquistado 10.000 km2, han recuperado 400 ciudades y localidades y han puesto a la oposición armada a la defensiva. El apoyo aéreo ruso ha permitido al Ejército Árabe Sirio recuperar el control. Se han modernizado sus equipos, se ha revisado su estrategia y se han mejorado sus tácticas. Desangrado desde hace mucho tiempo por los atentados suicidas de los yihadistas, el ejército deja de agotarse persiguiendo al enemigo. Él solo, por medio de audaces maniobras, le asedia durante meses o le aturde a golpes de artillería pesada. Al mismo tiempo el Gobierno ofrece a los combatientes arrepentidos, cansados tras cinco años de guerra, el beneficio de un programa de reconciliación nacional en el marco de acuerdos locales a los que la ampliación de la tregua sin duda dará esa oportunidad.
Además esta estrategia de reconquista conlleva un tercer aspecto cuyos resultados apenas empiezan a notarse. Mientras lleva a cabo negociaciones políticas con la oposición el Estado sirio se lanza, militarmente, al asalto de los bastiones yihadistas. Ya que, a pesar de las apariencias, no hay contradicción entre el anuncio de la retirada rusa y la ofensiva siria sobre Palmira. Recuperando esta ciudad el Estado sirio haría una doble demostración. En primer lugar lograría una victoria simbólica al arrancar de las garras yihadistas esa joya del patrimonio mundial vergonzosamente entregada al Estado Islámico por la coalición occidental. Y además esa reconquista abriría al ejército sirio la ruta de Deir Ezzor, donde una brigada de élite resiste desde 2014, y sobre todo la de Ragga, la capital siria del pseudo-Estado Islámico y objetivo último de la ofensiva de los leales.
Lejos de ejercer una «presión» sobre Damasco, la retirada rusa en realidad es la condición previa de una victoria de la nación siria sobre los yihadistas de todos los pelajes. Es de la mayor importancia para Siria que su liberación se deba a las fuerzas sirias y no a un cuerpo expedicionario extranjero. A este respecto se ha visto que la retirada rusa ha seguido el paso a la salida de los voluntarios iraníes, por otra parte poco numerosos, al día siguiente de la victoria de los leales en el noroeste de Alepo. Porque para Damasco las cosas están claras: ciertamente Siria necesita aliados sólidos sin los cuales nunca ganaría una guerra. Pero el honor nacional exige que lo esencial del esfuerzo de liberación, condición para la victoria final, sea obra de las tropas sirias.
En efecto, ni en el plano político ni en el militar podría imponerse una solución importada del extranjero. Rusia se retira tras alcanzar sus objetivos. La intervención turca-saudí parece un petardo mojado. Estados Unidos declaró su retirada desde hace mucho tiempo. Francia no hace nada y habla sin decir nada. Y el resto del mundo asiste con avidez al espectáculo del juego de los fracasos de Putin. A los perros guardianes mediáticos les encantaría jurar lo contrario, pero es así: los aliados de Damasco, con su retirada, no abandonan a su suerte a un régimen acorralado, sino que toman nota de su voluntad de plantar cara y vencer, él solo, al Estado Islámico y a Al-Qaida. En todo caso esa es la apuesta de Moscú. El tiempo dirá si era una apuesta ganadora. Pero si dentro de tres meses la bandera siria tiene dos estrellas verdes ondeando sobre Raqqa entonces la estrategia rusa merecerá el calificativo de golpe maestro.
*Bruno Guigue, en la actualidad profesor de Filosofía, es titulado en Geopolítica por la École National d’Administration (ENA), ensayista y autor de los siguientes libros: Aux origines du conflit israélo-arabe, L’Economie solidaire, Faut-il brûler Lénine?, Proche-Orient: la guerre des mots y Les raisons de l’esclavage, todos publicados por L’Harmattan.