Spengler y la segunda religiosidad
Un análisis minucioso de los ciclos de la civilización de Spengler arroja luz sobre la forma en que un fenómeno social se extiende a través de la trama de una sociedad a lo largo del tiempo. Lo que resulta evidente es que un fenómeno o tendencia cultural, una vez que nace, no obtiene instantáneamente una amplia aceptación y dominio sobre la psique colectiva, sino que se parece más bien a una serie de olas que gradualmente crecen hasta que acaban inundando la conciencia colectiva de una cultura respectiva. Por ejemplo, las tendencias racionales que fructificaron en la etapa otoñal de la cultura grecorromana con Sócrates fueron vistas primero como una amenaza por las tendencias estivales dominantes y más orgánicas, de ahí que Sócrates fuera condenado a muerte. Dicho esto, estas mismas tendencias, una vez introducidas, acaban apoderándose de la cultura y se convierten en la norma en la fase tardía de una civilización con el surgimiento del “hombre socrático” como arquetipo de esta nueva tendencia. Lo mismo podría decirse del crecimiento y consolidación del fenómeno social que Spengler denominó la “Segunda Religiosidad” y que se produce en las últimas etapas de todas las culturas.
Las manifestaciones de este fenómeno se consolidaron durante los siglos XX y XXI con el auge del movimiento Nueva Era y la contracultura de la década de 1960, aunque también ha encontrado expresiones en las formas religiosas formales de Occidente, a saber, el cristianismo. Sin embargo, incluso antes de los hippies y los movimientos de la Nueva Era, Occidente ya había dado nacimiento a figuras que fueron más o menos precursores de estos movimientos. Sin embargo, la falta de conciencia histórica en un mundo hipermoderno orientado hacia el futuro conduce a una falta de comprensión y reconocimiento del pasado, de lo histórico y de nuestra continuidad con el pasado. La metodología de Spengler trasciende estas limitaciones específicas relativas al conocimiento histórico debido a su afirmación de un continuo pasado-presente-futuro. La historiografía alemana se ha visto en gran medida moldeada por el historicismo, en su libro Prophet of Declin John Farrenkopf arroja luz sobre cómo Spengler se vio en cierto modo influenciado por tales tradiciones, a pesar de que su enfoque y modelo son únicos en comparación con los historiadores profesionales y filósofos de la historia alemanes del siglo XIX. El historicismo es un término vago que los especialistas encuentran difícil de definir, pero normalmente es definido como la corriente que sostiene que todos los fenómenos son, en cierto sentido, históricos y, por lo tanto, para comprender la esencia de un fenómeno sociocultural es necesario conocer su desarrollo a lo largo del tiempo histórico.
El movimiento del Lebensreform, reforma de la vida, fue un movimiento social que surgió en Europa a finales del siglo XIX como consecuencia del agotamiento colectivo y mental producido por la sociedad industrializada y la urbanización. El Lebensreform era una protesta contra el creciente consumismo, la mecanización y la globalización, así como contra la aceleración de la vida asociada a las sociedades industriales modernas. También tenía en cuenta el creciente alejamiento de la naturaleza como consecuencia de la industrialización. Como fenómeno sociocultural el Lebensreform no tuvo una orientación política específica y se extendió por todo el espectro político, con grupos que tendían hacia la derecha y la izquierda, así como otros que eran apolíticos. Irónicamente, muchas de las tendencias que hoy vinculamos a la política de izquierdas, como el ecologismo y el vegetarianismo, eran seguidas por muchos grupos vinculados a la extrema derecha dentro del espectro político, lo que los convertía esencialmente en “hippies de derechas”. Como fenómeno civilizatorio, la Segunda Religiosidad trasciende lo político y lo ideológico, manifestándose en todas las facetas de la sociedad. Spengler vivió para presenciar el auge y la caída del movimiento de reforma de la vida. En El hombre y la técnica, predijo el renacimiento de este fenómeno en Occidente. A este respecto, escribió: “Pero hace ya decenios que, con claridad creciente, está cambiando todo esto en los países de gran industria y antigua técnica. El pensamiento fáustico comienza a hartarse de la técnica. El cansancio se propaga, una especie de pacifismo en la lucha contra la naturaleza. Siéntese el atractivo de formas vitales más sencillas, más próximas a la naturaleza. Los jóvenes se dedican al deporte en vez de dedicarse a los ensayos técnicos. Cunde el odio a las grandes ciudades; se aspira a sacudir el yugo de las actividades sin alma, a eludir la esclavitud de la máquina, a disipar la clara y fría atmósfera de la organización técnica. Justamente los talentos más fuertes y creadores se desvían de los problemas prácticos y de las ciencias prácticas y se dedican a la pura especulación”.
Graham Hancock describió una vez a los humanos como una especie con amnesia, una descripción que encaja bastante bien con los extraños ciclos de progreso y regresión que se pueden observar en los movimientos sociales que hacen parte de la Segunda Religiosidad. La amnesia colectiva que sufren los humanos no tarda en repetirse en ciclos generacionales. Pues, aunque el Lebensreform fue una reacción contra la primera ola de la industrialización, la modernidad, como fuerza anticultural, se consolidó aún más con la segunda ola de la industrialización. En el siglo XX, a medida que las generaciones más viejas eran sustituidas por las más nuevas en el ciclo generacional, la modernidad se apresuró a cegarlas con su inmensa y dinámica fuerza, adormeciendo de nuevo a la sociedad con el mito del progreso y su vanguardia: el culto a la ciencia. Sin embargo, el hombre, aunque paradójicamente sea un ser técnico prometeico que desafía a la naturaleza – el macrocosmos –, es también un ser que pertenece a la naturaleza y actúa como fuerza opuesta a la modernidad. En el eterno choque dialéctico entre naturaleza y cultura-modernidad, el hombre se sitúa en el centro, por lo que en las fases de mecanización y progreso material anhela un retorno a la naturaleza, a Dios y al alma. Sin embargo, en los periodos de tranquilo letargo de la naturaleza, cae presa de la interminable amnesia que padece y el ciclo se repite una vez más. Así, las guerras mundiales y la segunda fase de la industrialización que se produjeron simultáneamente adormecieron una vez más el inconsciente colectivo.
La dinámica naturaleza fáustica de la cultura occidental hizo que cada fase sucesiva de mecanización y ateísmo fuera más fuerte que la anterior. El resultado es un agotamiento colectivo que conduce a una forma más radical de reacción espiritual, pero también más expansiva y transformadora.
La Segunda Religiosidad fue un fenómeno social occidental, aunque el Lebensreform surgió en el interior del corazón de esta civilización, a saber, Alemania. El mismo fenómeno social se manifestó en Estados Unidos con el Tercer Gran Despertar. Sin embargo, la segunda oleada de religiosidad y retorno a la naturaleza de la década de 1960 se expandió hasta abarcar todo Occidente, manifestándose en toda Europa y América con la Generación Beat, la contracultura hippie y los movimientos de la Nueva Era, a medida que la “Generación Silenciosa” del periodo de entreguerras agotaba sus energías creativas tras la Segunda Guerra Mundial. El movimiento se ralentizó cuando las tendencias racionalistas y materialistas de la Generación Silenciosa o Tradicionalista volvieron a pasar a primer plano durante las guerras mundiales, pero los escritos y enseñanzas de místicos e intelectuales preservaron las tendencias del Lebensreform y el Tercer Gran Despertar allanó el camino para el renacimiento durante la posguerra de la década de 1950 y 1960.
Como fenómeno civilizatorio, estos movimientos trascienden lo político y vemos a místicos de toda clase implicados en la preservación de las tendencias antimodernas y espirituales en sus obras a lo largo del periodo de entreguerras. Entre ellos se incluyen las obras de Helena Blavatsky y el movimiento teosófico, Rudolf Steiner y el movimiento antroposófico, y místicos nacionalistas de derechas como Guido von List y Adolf Lanz, que allanaron el camino para un renacimiento del paganismo germánico: la ariosofía y el wotanismo. En la extrema izquierda del espectro, quizá uno de los pensadores más influyentes del movimiento Lebensreform fue el anarquista tolstoiano Wilhelm Diefenbach y la continuidad de sus enseñanzas en las obras de Gustav Gräser y Hugo Höppener que tuvieron impacto en los movimientos contraculturales de la década de 1960.
Como sostenía Spengler en La decadencia de Occidente, las tendencias artificiales y racionalistas de una cultura que envejece acaban encontrándose con el surgimiento de contraculturas que presentan características similares en todas las culturas. La bohemia y el vagabundeo, el rechazo de los modos de vida convencionales, fueron en aumento en Europa durante el siglo XIX y principios del XX. Durante la segunda oleada se manifestó a escala mundial con el auge del movimiento hippie y el escautismo. El vegetarianismo, el ecologismo, el minimalismo y la vuelta a la naturaleza en contraposición a la ciudad y la vida urbana son características de este tipo de movimientos, tal y como reflejan sus homólogos en culturas anteriores. Los cínicos grecorromanos presentaban características similares y también fueron moldeados por movimientos y cultos espirituales equivalentes, como los órficos y los pitagóricos.
Los Misterios de Eleusis, que eran esencialmente rituales de iniciación en algunos cultos griegos, también hacían uso de psicodélicos y sustancias que alteran la mente, como el kykeon, para alterar el estado de conciencia en tales contraculturas. Los recientes trabajos de Brian Muraresku y Ammon Hillman han arrojado luz sobre el uso de psicodélicos en los cultos mistéricos grecorromanos, que nos dan una mayor comprensión de la Segunda Religiosidad que se había producido en esa cultura respectiva. La cultura mágica o judeo-cristiana-islámica en Oriente Medio fue testigo de la aparición del sufismo y la proliferación de grupos esotéricos secretos como los Hermanos de la Pureza. Algunos grupos de los musulmanes nizaríes incorporaron el hachís a su tradición, que siguió formando parte de su estilo de vida con el surgimiento de los Hashashin-Asesinos durante las Cruzadas.
Spengler hizo hincapié en que las culturas atraviesan ciclos vitales similares, pero el símbolo primordial único o ethos de cada cultura conduce a la manifestación de estos fenómenos sociales a través de formas diferentes. Occidente reflejó precisamente eso con el uso de psicodélicos durante el auge de la contracultura en la década de 1960, como el LSD y las setas de psilocibina. Otro rasgo común de la Segunda Religiosidad es el surgimiento de religiones sincréticas, o movimientos espirituales, por los que la cultura no sólo revive la fe y los sistemas de creencias primordiales, como el paganismo germánico y celta en Occidente, sino que también absorbe formas espirituales de otras culturas vecinas y las fusiona con las formas religiosas contemporáneas. El dinamismo extremo del espíritu fáustico ha conducido al surgimiento de una forma radical de sincretismo en Occidente, que se observa en el hecho de que movimientos como el Lebensreform, los Grandes Despertares estadounidenses y los movimientos New Age absorbieron elementos del hinduismo, el cristianismo restauracionista, el budismo, el taoísmo, el sufismo, el paganismo y las religiones nativas americanas. A este respecto, Spengler dijo: “Empiezan a resucitar el ocultismo y el espiritismo, las filosofías indias, las cavilaciones metafísicas de matiz cristiano o pagano, todas cosas que eran despreciadas en la época del darwinismo. Este es el talante de Roma en la época de Augusto. Por ahitos de vida, huyen los hombres de la civilización y buscan refugio en continentes más primitivos, en vagabundajes, en el suicidio. Comienza la fuga de los directores nativos ante la máquina”.
El movimiento del Lebensreform y las contraculturas de la década de 1960 han dejado su huella en la cultura occidental, pero la naturaleza amnésica del hombre ha conducido a otra fase de mayor mecanización y progreso tecnológico con un retorno a las tendencias hiperracionales y materialistas. Según el modelo de Spengler, sin embargo, esto también conducirá a otra oleada de Segunda Religiosidad. Para Spengler, todas las culturas, como todos los fenómenos orgánicos, no son inmortales y en algún momento tendrán que enfrentarse a su muerte o realización. La religiosidad enérgica e ingenua de una cultura joven acaba siendo sustituida por la racionalidad de su fase de crecimiento. A medida que una cultura se acerca a su vejez y se da cuenta de la realidad de la muerte, vuelve de nuevo a la espiritualidad y a la naturaleza. Además, según Spengler, los ciclos dialécticos del materialismo y la espiritualidad que se vienen produciendo en Occidente desde el siglo XIX se necesitan irónicamente el uno al otro. Según él: “El materialismo no estaría completo sin la necesidad de libertarse en algunas ocasiones de la tensión espiritual, incidiendo en místicas contemplaciones, practicando cierto culto, para gustar, en intima liberación, el encanto de lo irracional, de lo extraño, de lo raro y, si es preciso, de lo absurdo”.
La época actual, impregnada de tecnología, es una época de extrema tensión intelectual. El crecimiento exponencial de la modernidad y su carácter expansivo también han extendido esta tensión por todo el mundo. A ello seguirá, sin duda, otro retorno a la espiritualidad y a la naturaleza, que el estado de ánimo actual anhela. Aunque dialéctico en su forma inicial, el choque entre los racionalistas y las tendencias espirituales acabará con una victoria de la religiosidad a medida que Occidente se acerque a su etapa invernal. Esto conllevará un cambio de paradigma de proporciones significativas que, en esencia, repercutirá en los muchos otros órganos de la cultura occidental, como las formas políticas y científicas. En ese frente, Spengler predijo ambiciosamente la caída de la ciencia, que irónicamente se produce desde dentro del mundo científico.
En la revolucionaria obra de Thomas Kuhn sobre la historia de la ciencia, La estructura de las revoluciones científicas, se dice que la concepción moderna de la ciencia, como un desarrollo lineal-progresivo, era errónea y no reflejaba la verdadera naturaleza cíclica del desarrollo científico. Kuhn sostenía que las ciencias atraviesan ciclos, empezando por una fase de pre-paradigmática o pre-científica, que se caracteriza por la falta de consenso en cuanto a la metodología y la incongruencia de sus propuestas teóricas. Sin embargo, llega a su punto álgido en el periodo de “ciencia normativa”, cuando la comunidad científica tiene consenso sobre un paradigma general, un marco teórico y una metodología. En este período, el modelo tiene éxito hasta el punto de que las anomalías que antes eran incomprensibles se aclaran y, por lo tanto, el paradigma gana respetabilidad intelectual. Con el tiempo, el paradigma se acerca a un periodo de crisis en el que determinadas anomalías no pueden explicarse mediante el enfoque científico dominante y acaba siendo sustituido por un nuevo paradigma a través de una revolución científica o cambio de paradigma. El modelo de Kuhn es compatible con el argumento de Spengler sobre la transformación de las ciencias occidentales en el siglo XXI. Spengler sostenía que el fin de la ciencia racional se producirá cuando “caiga sobre su propia espada” y ese fue precisamente el programa de unificación de las ciencias que impulsaron los Positivistas Lógicos en su momento: “La física teorética, la química, la matemática, consideradas como conjuntos de símbolos: he aquí la superación definitiva del aspecto mecánico por una visión cósmica que vuelve a ser religiosa. Es la última obra maestra de una fisiognómica en la cual se deshace la sistemática, como expresión y símbolo”.
La convergencia de las ciencias acabará dando lugar a un cambio de paradigma que reintegraría las ciencias con las tendencias intuitivas de la Segunda Religiosidad. Al igual que las contraculturas que surgieron durante los siglos XIX y XX, se han producido simultáneamente desarrollos que podrían considerarse precursores de este cambio de paradigma científico. Entre ellos están los trabajos de Nikola Tesla, que no estaba convencido de las teorías de su época sobre la electricidad y el magnetismo y sostenía que, aunque una teoría pudiera explicar hechos con exactitud, no deberíamos asumir que es necesariamente cierta. Con respecto a la electricidad, Tesla argumentó: “Me adhiero a la idea de que existe una cosa a la que hemos tenido la costumbre de llamar electricidad”. Sugiere que esta “cosa” es el mítico éter, el quinto elemento: “Lo que es más importante, la teoría electromagnética de la luz y todos los hechos observados nos enseñan que los fenómenos eléctricos y etéreos son idénticos. Por lo tanto, la idea de que la electricidad podría llamarse éter surge de inmediato”.
Más allá de Tesla, las obras de Walter Russell también arrojan más luz sobre este tema específico de la transformación y la unidad de las ciencias en Occidente. Su libro The Secret of Lightes más o menos un manifiesto de la nueva ciencia que se avecina. Russell proporcionó una nueva y controvertida tabla periódica de los elementos que sintetiza todos los elementos en una unión holística, lo que supone un cambio radical respecto a la tabla periódica estándar aceptada por los químicos profesionales. Russell hizo algunas afirmaciones radicales, como la noción de que “toda la energía [viaja] en ondas” y que el universo consiste en “ondas en movimiento” y que “no existe otra cosa sino las vibraciones”. Russell sostenía que la unidad y el matrimonio de la ciencia y la religión allanarían el camino para la evolución espiritual de los seres humanos en la “Nueva Era”.
Steiner también hizo aportaciones específicas en este frente concreto como defensor de la concepción de la ciencia de Goethe: la ciencia goetheana. Spengler distinguió entre lo que denominó la “ciencia newtoniana” y la “ciencia goetheana”. La primera disecciona para comprender como funciona el fenómeno natural y se basa en el principio de la causalidad y estudia la lógica del espacio como las “cosas-que-son”. La segunda observa el fenómeno natural como forma y no como función, se basa en “la idea del destino” y observa la lógica del tiempo como las “cosas-que-serán”. Lo que Spengler está describiendo podría observarse en la crítica o escepticismo de Goethe hacia la teoría del color de Newton, como se ve en su Teoría del Color, que se basa técnicamente en la experiencia humana en contraposición al enfoque teórico de Newton, que según Goethe no nos permite comprender el fenómeno tal y como es. El choque entre estas dos formas de ciencia se observa también en la diferencia entre las concepciones de la evolución de Goethe y Darwin. Spengler sostenía que el estudio morfológico de la “Naturaleza viva” de Goethe excluía la idea de causalidad, que era, por supuesto, un principio crucial en la teoría evolutiva de Darwin y su concepto de selección natural, que Spengler denominaba una “zoología pragmática”.
A medida que nos acerquemos al final de lo que Spengler llamó la “concepción materialista del mundo, el culto a la ciencia, la utilidad y la prosperidad”, las ciencias separadas se acelerarán unas hacia otras y convergerán hacia una conclusión y un resultado armonioso: “Vamos a una perpetua identidad de los resultados y, por lo tanto, a una mezcla de los mundos de formas. Esta síntesis representa por una parte un sistema reducido a escasas fórmulas fundamentales compuestas de números funcionales; por otra, un pequeño grupo de teorías quedan nombres a esos números. Por último, estas teorías serán reconocidas como mitos encubiertos, nacidos en la época primera de la cultura; y a su vez podrán y deberán reducirse a algunos rasgos esenciales de carácter imaginativo, pero de significación fisiognómica”.
Esto se explica en términos sencillos imaginando la fusión de la ciencia goetheana con las obras de Russell y Tesla, lo que conduce a una nueva forma científica que es innatamente multidisciplinaria y armoniza todas las ciencias. Este proceso armonizador se expande a la tecnología, y se conecta simultáneamente con una nueva cultura emergente encarnada quizás por la Segunda Religiosidad. Los resultados de la convergencia de las ciencias conducirán finalmente a una suma de símbolos, que ya es evidente en la obra de Steiner, Russell y, hasta cierto punto, Tesla. En otras palabras, Spengler sostenía que el cambio de paradigma encontrará esencialmente un vínculo entre las teorías y leyes científicas occidentales y el simbolismo propio de la cultura occidental durante su primavera. Esto dará lugar a nuevas preocupaciones. En lugar de plantear las preguntas habituales de las ciencias dominantes, la tarea consistirá en preguntarse por qué surgieron estas formas en la cultura occidental fáustica, de dónde proceden y cuáles son los significados ocultos tras estos símbolos y formas.
Karl Jaspers acuñó el término “edad axial” para describir las revoluciones filosóficas y religiosas ocurridas en el mundo euroasiático entre los siglos VIII y III a.C., que han dado forma a todas las religiones del mundo. Jaspers la describió como “un interregno entre dos épocas de gran imperio, una pausa para la libertad, una respiración profunda que alberga la conciencia más lúcida”. Más allá de la primera edad axial, Jaspers también describió el potencial de una segunda edad axial, que comenzó alrededor del siglo XVIII y continúa hasta este periodo, que acabaría allanando el camino para un cambio de paradigma cultural a escala planetaria. Steiner también introdujo su propia filosofía de la historia, determinada por entidades espirituales superiores: los “Archai” y los “Arcángeles”. Irónicamente, su propio modelo se solapa casi a la perfección con la Decadencia de Occidente de Spengler y la era neoaxial de Jaspers, ya que también sostenía que nos encontramos en la cúspide de una nueva época. Sin embargo, Steiner era más optimista que Spengler. Al igual que Jaspers, creía que la humanidad tenía la capacidad espiritual de elevarse a un nivel superior de conciencia. Ese es también el caso del historiador británico Arnold Toynbee, a quien a veces se considera el equivalente británico de Spengler. Tras una serie de desafíos y de respuestas a estos desafíos naturales o sociales, una sociedad acaba acercándose a la decadencia, a la que entonces se responde con cuatro posibles respuestas: el arcaísmo, el futurismo, el desapego y la trascendencia. Para Toynbee, los dos primeros enfoques, que proliferan de forma bastante significativa en la actualidad, no hacen sino acelerar el declive, aunque por medios diferentes; el tercero es también una aceptación pasiva del declive. Sin embargo, el último, que está relacionado con la Segunda Religiosidad de Spengler, puede que no prolongue la vida de una sociedad, pero potencialmente podría sembrar las semillas para que surja una nueva cultura orgánica.
Fuente: https://www.arktosjournal.com/
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera