Carlos X. Blanco: «Si España cobra fuerzas en su fachada atlántica, podrá ejercer su labor de contención en el Mediterráneo»
Redacción: ¿Por qué un libro sobre geopolítica nacional en un país como la España de hoy que se carece de una geopolítica propia?
Carlos X. Blanco: España es una nación fallida desde que su Imperio se vino abajo y los poderes extranjeros impusieron una dinastía igualmente extranjera a principios del siglo XVIII. Con los borbones, en ese mismo siglo XVIII, hubo una recuperación del Imperio e incluso un máximum territorial, pero ya bajo la necesaria subordinación a Francia. Fuimos, desde la Guerra de Sucesión, por así decir, la franquicia de un Imperio y no un Imperium propiamente dicho. El resto de nuestra historia fue un desastre. La invasión napoleónica pudo haber sido un verdadero comienzo «nacionalitario»: el pueblo de toda España adquirió conciencia de sí y para sí en 1808, y luchó por la soberanía en contra de sus propias élites, siempre traidoras. La independencia conquistada, no obstante, fue una independencia a muy alto coste. Las oligarquías, ya fueran afrancesadas, ya anglófilas, masonería mediante, tenían muy claro que los despojos del Imperio había que venderlos al extranjero en el mercadillo de ocasión. El pueblo español no logró constituir nación española. La nación histórica no funcionó como nación política, y el modelo liberal o afrancesado no podía sino acabar con la propia nación histórica eliminando hasta su base, que es el pueblo. Ese mismo pueblo que se levantó en Asturias en 1808, como antes había sucedido con Pelayo en 718, alzamiento que sirvió para que los madrileños se alzaran inmediatamente siguiendo el ejemplo de la Junta Soberana del Principado, fue muriendo en las llamadas guerras carlistas, verdaderos conatos de resistencia popular. Desde hace mucho, no tenemos soberanía. Las oligarquías nos han vendido barato a franceses, ingleses y yanquis. Y esto es así en todos los jalones de nuestra historia: la guerra ilegal de 1898 y la traición de la Corte madrileña, los manejos de las potencias en 1936, el atentado contra Carrero Blanco, la invasión del Sahara «concertada» por Juan Carlos, el 23-F, las bombas de Atocha, el golpe de Estado de Puigdemont… todos esos episodios desvelan la gradual desactivación de la soberanía nacional de España. Ante este «robo», de la nación y del propio pueblo (el pueblo español está dejando de existir), quise escribir un libro que recordara las posibilidades objetivas que tiene España como potencia geopolítica, sus potencialidades que vienen dada por su propia historia y geografía. Pero esa potencialidad sólo se puede allegar al acto si hay un enérgico cambio de mentalidad, de régimen y de economía.
¿Hay conciencia de la importancia de la geopolítica en nuestra élite política y dirigente? ¿Y en los ámbitos intelectuales?
Como ya he dicho, nuestra élite política y dirigente es, desde tiempos remotos, y haciendo una generalización que puede ser injusta en ciertos casos, un hatajo de ladrones e indolentes. Su propio estatus lo han ganado a base de colaborar con nuestros «socios y amigos». Cuando escuchen ustedes a un político, economista, diplomático, empresario, etc. hablar de «socios y aliados», y piensen en Marruecos, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, «Europa», y demás. Entonces tienen que hacer una traducción inmediata: estos son los enemigos objetivos de España. Eso se tradujo ya, en época de cambio dinástico, en una deformación de la propia imagen de España: la España moruna, flamenquista, taurina, agitanada, «mediterránea» que fue la del gusto de los franceses, potencia dominante entonces, a la que estábamos subordinados. Ellos le pusieron cara y vestido a una nueva España inventada, y la España más auténtica (celtogermánica) quedó reprimida. Después, la alienación (incluso cultural y étnica) fue pasando a estar manejada por los anglos y los yanquis. Las potencias dominantes fueron imponiendo sus élites locales colaboracionistas y hasta las autoconcepciones nacionales que a ellos les gustaba y que les venía bien. La España Atlántica, la de las carabelas y el Plus ultra no les viene bien a anglos, franceses, yanquis… Se trata de una España de fuerte raíz celta e indoeuropea, no aquella en la «que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul», como dice la canción de Serrat. Una España marinera que nació para ser Imperio: primero Imperio territorial, expulsando a los moros al otro lado del Estrecho, y después Imperio oceánico y universal.
Plus ultra: La geopolítica atlántica española, ¿por qué este libro? ¿Qué propones a lo largo de sus páginas?
Diré primero lo que hay entre líneas, o apenas formulado de pasada. Propongo un cambio de régimen, a corto y medio plazo algo utópico a fecha de hoy, en el que los pueblos de España entierren diferencias ideológicas importadas del ámbito «occidental» (el liberalismo, sustancialmente, ya sea de izquierda o de derecha) y constituyan una Autoridad popular y enérgica que permita una «insubordinación fundante», en el sentido de Marcelo Gullo (reindustrialización, revitalización del campo, programas natalistas y proteccionismo gradual y prudente). Una vez renacidos demográfica y productivamente, consolidar un ejército que sirva para la defensa de las fronteras y la soberanía nacional, no para los desfiles ni para los «Erasmus» de la OTAN, como ahora. Pero, por encima, relanzar la proyección marinera (civil y militar) que nos hizo grandes en el Siglo de Oro, y así abrazar toda Iberoamérica de nuevo. Propongo crear las bases para un polo Hispánico atlántico. Ese polo no se llama «Latinoamérica» como dice Duguin, sino Hispanidad, y está llamado a dominar el Atlántico cuando la OTAN y el engendro yanqui decline.
¿Por qué, cuando España ha desarrollado su geopolítica, nos hemos centrado en la cuenca mediterránea y el norte de África como principales ejes?
Al morir Isabel la Católica se planteó esa disyuntiva. La continuidad de la Reconquista tras la toma de Granada, ¿cómo había de ser? ¿Nos proyectamos hacia el Atlántico o lo hacemos hacia el Mediterráneo? Heredar los intereses de la Corona de Aragón fue un lastre para la Hispanidad. El avispero italiano, los berberiscos y otomanos… Luego, en esa misma Corona, Cataluña fue (y siguió siendo) un verdadero lastre parasitario con el que hubo que cargar.
El Magreb podría haber sido una «Nueva Andalucía», pero la empresa era desmesurada si no se contaba con la alianza (una «Cruzada») efectiva de los reinos cristianos. La labor de franceses e ingleses fue nefasta ya entonces: conspiraron con berberiscos y otomanos, y se beneficiaron del comercio de carne humana, esclavos blancos capturados en todo el Levante. España prosiguió su reconquista en las Américas, más bien. El Mediterráneo fue, y sigue siendo, un foco de invasiones. España no es todavía una parte de África gracias a un esfuerzo heroico que empezó con Pelayo. En el sur sólo nos cabe una enérgica labor de contención. Nada bueno va a venir de ahí.
¿Cuáles serían los beneficios de la geopolítica atlántica que propones?
Una intensa construcción naval, hacer florecer astilleros, genera muchos puestos de trabajo. Una Armada prestigiosa puede ser una escuela de disciplina y talento. Una organización hispánica internacional que permita la colaboración de las fuerzas armadas iberoamericanas, una «OTAN» hispánica fuera de la OTAN propiamente dicha, que pugne por sustraerse al yugo angloamericano… no trae sino ventajas: intercambio pedagógico, tecnológico, geoestratégico… La Marina civil, a su vez, es una pieza clave para un verdadero mercado común iberoamericano, no sometido a los intereses de los angloamericanos. Un gran Mercado y un gran polo que colabore sin obstrucciones con los chinos, los rusos, los árabes (distingamos entre árabes y magrebíes, por supuesto)… Si España cobra fuerzas en su fachada atlántica, además, podrá ejercer su labor de contención en el Mediterráneo. Se trata de ganar fuerzas allí donde la historia y la geopolítica nos dice que siempre las hemos ganado, Atlántico y Cantábrico, para resistir allí donde sólo podemos “aguantar”, pero nunca ganar nada bueno ni nuevo (esto es, el Sur y el Levante mediterráneos).
Es un hecho que, a nivel geopolítico (y en otros ámbitos), España no es una nación soberana. ¿Qué pasos deberíamos empezar a dar para recuperar nuestra soberanía?
El orden que sugiero es el siguiente: 1) soberanía económica liderada por una fuerza de «concentración nacional» (apartidista), y sin litigios demoliberales, 2) insubordinación fundante en el sentido de Gullo (proteccionismo gradual y selectivo, siempre creciente, reindustrialización, recolonización del agro), 3) con la insubordinación consolidada, política atlántica (Iberosfera, Armada y Marina Civil potentes, dominar el Atlántico y conectar con el mar Boreal y los mares de China), 4) consolidación del Polo Ibérico, en buena relación con el Eurasiático, chino, árabe, hindú y africano, especialmente con los tres primeros y 5) abandono gradual del «Occidente colectivo».
En los últimos tiempos, el recuperado y renovado discurso hispanista se ha convertido en una corriente política creciente. ¿Es posible recuperar la idea de la Hispanidad, con España como eje central de la misma?
Hace falta mucha pedagogía. Para empezar, no debe verse como un proyecto «neoimperial», nostálgico, falangista. La Hispanidad no es de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario… Es un polo geopolítico necesario para que el eurasiático, el chino, el árabe, etc. se liberen del yugo angloamericano, y es un polo que garantiza la supervivencia no alienada de los pueblos de habla lusa y española. Es un polo que puede impulsar el desarrollo autocentrado de una vasta región (al menos) bicontinental. El doctor Armesilla es más ambicioso, e incluye los demás continentes, en donde hay huellas de Hispanidad, España no debe verse como una «madre», sino como un socio pequeño-mediano confederado: el potencial demográfico y natural reside en Argentina y Brasil, principalmente.
En tu libro, propones la unión de España y Portugal. ¿Es factible esta idea? ¿Cuáles serían los beneficios de la misma para ambas naciones?
Portugal es una nación hermana, hija directa de la reconquista española, una gesta sin igual que tuvo lugar en las montañas de Asturias en el siglo VIII y que recuperó para Europa las regiones o países de Galicia, León, la Montaña y también Portugal. Portugal como nación posee los mismos orígenes histórico-políticos, culturales y étnicos del resto de España y, por supuesto, allí se conserva el mismo ethnos que todo el Noroeste de España. Como he mostrado en un libro reciente sobre Francisco Suárez, el gran filósofo, jurista y teólogo de Felipe II y Felipe III, hizo un dictamen riguroso acerca de la necesidad de una política atlántica (Portugal, Inglaterra) y una anexión del reino luso antes que éste cayera bajo influjo de la Pérfida Albión. Quizá podría haberse hecho mejor, y las potencias extranjeras siempre conspiraron para evitar esa unidad ibérica que, junto con la de las naciones americanas, produce un pánico cerval en el hegemón angloamericano. Los portugueses fueron, en realidad, una colonia inglesa durante siglos. Un imperio «franquicia» mucho más descarado que el español. El Noroeste español tiene que ser repoblado con población autóctona: en muchos aspectos es la parte más europea originaria, menos torturada por el llamado «crisol» mediterráneo, «donde han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul». La canción de Serrat es muy bonita, pero reconozco que yo no nací en el Mediterráneo y que veo ese mar (cuna de la cultura clásica, desde luego), como un cementerio acuático y como una vergüenza para la humanidad. Las fuerzas hispánicas han de reencontrarse en otro sitio. El elemento «fenicio» y afrosemítico (hablo como mito legitimador del separatismo, no como realidad antropológica) de los catalanistas o de los andaluces nostálgicos del Al-Andalus, nos es completamente ajeno, vergonzoso y repudiable. Volver a unirse con Portugal es cobrar fuerza demográfica, marinera y ganaría peso el sustrato étnico atlántico-céltico, muy debilitado por la despoblación del antiguo reino de León.