Venezuela, su rol geopolítico y el futuro de Latinoamérica

05.03.2019

*Amenazas contra la aventura anti-maduro auguran que la hostilidad muda de piel

*Desechable, Guaidó perdió, y los gringos están armando la ofensiva mercenaria

*El triunfo venezolano mutará al país como pivote de la nueva geopolítica regional

Cualquiera diría que —siguiendo el popular test del pato—, si parece, camina y grazna como pato entonces es un pato. Pero tratándose de los Estados Unidos de América (EUA), del presidente Donald Trump y sus halcones, el método inductivo pareciera no funcionar del todo cuando de procesos violentos se trata (precisamente por ello), aplicados para derrocar gobiernos “hostiles” considerados un peligro para su “seguridad nacional”.

Pero la verdad siempre brota, por más que se trate de ignorar, ocultar y desdeñar, pues el análisis con ayuda de la geopolítica deduce y arroja otras conclusiones. Cierto que se trata de un reto para la razón, porque trata de imponerse en todo momento la sinrazón, como el rompimiento de reglas —no hace tanto vigentes— que estropean el orden mundial en todo momento.

Pero complicadas o no las intenciones, lo que nunca podrá taparse como el sol con un dedo son los intereses que se ocultan tras las declaraciones, las amenazas, el acoso verborréico, el teatro mediático, las falsas banderas, los decomisos de oro y reservas, las sanciones económicas, el bloqueo, las “ayudas humanitarias”, los gobiernos sometidos, las amenazas de invasión, la arremetida contra otros países de Suramérica, la pretendida “expulsión” de la región de “otras potencias”, y las acusaciones falsas de que los venezolanos mueren de hambre, que carecen de medicamentos; sin olvidar que Maduro es un tirano, que sostiene un peligroso programa socialista, chavista y bolivariano, etc. etc. etc.

Los recursos naturales son el apetecible pastel, donde la cereza está puesta sobre PDVSA, por no referirse al oro y al coltán.

Y sí, de la mano de los pretextos que son muchos, brotan las amenazantes declaraciones desde Trump, pasando por Pence y Pompeo, atizan en Bolton o Abrams, llaman al crimen desde Marco Rubio (la foto de Gadafi), hasta llegar a las fichas negras, como peones del ajedrez, como son Duque y Guaidó: que Venezuela y Cuba son una amenaza para la seguridad nacional de EUA, así como para la “seguridad regional”; que luego también (caben en el mismo costal) Nicaragua y Bolivia por igual; que se impedirá la presencia de otras potencias acá, en el todavía considerado “patio trasero”, de uso exclusivo imperial.

Por si fuera poco todavía, que la Doctrina Monroe (ese armatoste del XIX) está más viva que nunca (¡contra sic!), que el ejército estadounidense se retira del Oriente Próximo, porque terminó con el terrorismo en la región al acabar con el Isis y los yihadistas, desde que llegó para instaurar la “democracia y la libertad” como sucedió con Libia, en Irak, en Afganistán y la propia Siria. Cuando el mundo sabe que perdió en Siria frente al ejército de Bashar al-Assad, si se quiere con respaldo de Rusia.

Esto es, que en la confrontación militar el ejército estadounidense, acompañado de la así llamada “coalición internacional”, perdió la guerra y con ello solo ganó desprestigio, al tiempo que ha sido derrotado en el terreno geopolítico, principalmente ante una Rusia, erigida como baluarte importante del multilateralismo, los equilibrios y contrapesos frente a un ya decadente imperio estadounidense.

Para el resguardo de sus intereses en la región latinoamericana es que el imperio está arremetiendo hoy contra Venezuela. Pero más allá de la estrategia intervencionista en la región, donde ciertamente todos los países corren peligro, estén o no sus gobiernos al servicio del aleteo halconero —claro que como aliados del imperio son más peligrosos, aunque al mismo les llega directo el desprestigio: Grupo de Lima, OEA, los llamados “occidentales”, los de la desUnión Europea, con sus honrosas excepciones—, Trump se topa con pared.

Es decir, que Trump no pasará. Porque nada hasta ahora le ha funcionado y no le funcionará contra Maduro —el perverso, el malo de la película, el diablo sucesor de Hugo Chávez, desde que en la tribuna de la ONU denunció el “olor a azufre”—, puesto que los intentos golpistas se están desgranando, todos, uno a uno como efecto dominó.

No le funcionó a George W. Bush en 2002 contra Chávez, no les han funcionado a EUA y Colombia, los intentos de magnicidio a Maduro —ya en 2015 había denunciado 16 tiros a matar en su contra—, no les está sirviendo la actual orquestación golpista antivenezolana, siquiera con una serie de gobiernos entreguistas, como Iván Duque que está frente a la intriga.

La pretendida “ayuda humanitaria” del pasado 23 de febrero, que intentó colarse por la fuerza desde el paso puente Cúcuta, degeneró en barbarie tras la provocación de falsa bandera, cuando curiosamente los “alimentos” mutaron rollos de alambre, y las “medicinas” materiales para construir bombas molotov caseras; pero además sucedió que el encendedor que iniciara el fuego de un camión lo portaba un provocador, tratando de culpar con ello a la guardia chavista. Pero se les cayó el teatro, porque el afán de justificar la caída obligada de Maduro no cuajó.

No les ha funcionado, ni las declaratorias guerreristas de Trump, las amenazas del resto del gabinete “halcones” citados ya, ni las ofensivas del señor Elliott. Ni en el Consejo de Seguridad, o la propia ONU, por António Guterres. Ni países como Cuba y Bolivia que apoyan a Maduro; México y Uruguay que llaman a las partes a dialogar. Otros del viejo continente la desUE demandan elecciones, o el Grupo Lima, Reino Unido y Canadá. Sin embargo, el apoyo solidario está desde potencias como Rusia y China, Turquía e Italia (que no reconoce a Guaidó para “evitar el mismo error de Libia”). El mundo se tensó.

Claro que nada más faltaba que intentes fabricar algún falso positivo, o uno acto de falsa bandera más, como para tener el pretexto e intentar justificar la llamada “invasión militar”. Pero tampoco es tan sencillo. De la misma manera que al autoproclamado Guaidó no le ha funcionado el apoyo de la “coalición internacional” para ejercer como “presidente sustituto”, ni la intención de dividir a los militares chavistas o llamar a elecciones libres (sic) en pro de la instalación de la “democracia” estilo Libia, Irak o Afganistán.

Porque parte de la estrategia operativa era desarticular la cohesión del ejército bolivariano, lo que no les resultó: ni a Bolton ni a Guaidó. Como tampoco las voces que suponen que hay hambruna en Venezuela, o que las personas mueren por falta de medicamentos. Y que eso justifica la ayuda humanitaria, porque Maduro es un dictador que mata gente, cuando la sociedad venezolana está en calma, los comercios no tienen exhibidores vacíos y apoyan a su “dictador”.

Se rumora que se pretende la invasión, no de militares estadounidenses, como de mercenarios desde la frontera colombiana. Eso, una guerra irregular, más que confrontación directa, parece ser la opción que todavía tiene bajo la manga Elliott Abrams, el “encargado” del derrocamiento de Maduro.

Con todo, lo principal es que el pueblo venezolano está de pie, apoyando a un presidente que ganó elecciones en mayo pasado (de 2018), su legítimo y constitucionalmente electo presidente, le guste o no a la contra.

Lo cierto es que, no poca cosa, en Venezuela se está jugando el futuro tanto regional como Latinoamericano. Permitir que EUA reimponga la Doctrina Monroe es tolerar otro periodo neocolonial de vuelta al saqueo vil de los recursos naturales, “las venas abiertas” de Galeano.

Aceptar el procedimiento golpista contra Maduro será tanto como permitir la instauración de la violencia. De caer Venezuela a manos del imperio gringo, no tardaría la ofensiva militar también contra Cuba, como se ha anunciado ya. Seguiría Nicaragua y Bolivia. Esto, tras los apoyos a la derecha en Brasil, en Argentina, en Colombia, en Chile, y amenazas contra el resto, México incluso por su postura de “diálogo”.

Tras el proceso de derechización en la región solo faltaba que Trump, en su afán por reelegirse, quiera llevarse entre las patas a gobiernos —socialistas o no— proclamados abiertamente contra la intervención extranjera en los asuntos internos. Por cierto, uno de los principios de la política exterior de México, impulsada ahora en el caso venezolano por el presidente Andrés Manuel López Obrador, así como la solución pacífica de las controversias y la autodeterminación de los pueblos (el diálogo entre las partes solo a petición).

Lo cierto es que en Venezuela no tiene cómo ganar EUA. Guaidó ya se desinfló, porque el 23 no le funcionó. Brasil no entrará en conflicto militar, lo sabe inútil y costoso. Solo Colombia se está prestando, no a la confrontación directa como al mercenariato; lo que le saldrá más que caro a Duque. Les queda el ahogamiento económico, el bloqueo. Porque EUA no se atreverá a la confrontación directa. Aparte que Rusia está a la expectativa. ¿Y China?, haciendo lo propio desde el terreno económico para franquear a Trump.

Luego entonces, la estratagema gringa está al descubierto. Ni rompiendo todas las reglas del concierto internacional está alcanzando sus metas, ni las alcanzará, igual con toda su maquinaria de guerra. Se metió con un pueblo, pero también con toda la región. No con los gobiernos entreguistas, que no representan a las mayorías —porque las trampas electoreras se imponen u operan bien los fraudes—, sino con ciudadanos libres de todos los países que repudian las prácticas imperiales, porque el lastre no es menor.

Por lo anterior, aún sin sopesarlo todavía en tanto la confrontación externa siga latente, el valor del triunfo bolivariano contra el imperio gringo será un ejemplo tan importante como en su momento lo fue Vietnam, país que sacó a patadas a los militares de su territorio.

Es decir, Venezuela se convertirá en eje primordial de la nueva geopolítica Latinoamericana, en otras palabras, en pivote clave de la geopolítica mundial de la mano del multilateralismo de países como Rusia y China, o Irán y Turquía, la India y Sudáfrica. El unilateralismo proteccionista de EUA, con un Trump a la cabeza, está en declive. Solo falta que Trump pierda las elecciones frente al socialista Sanders, que significaría la puntilla de su bien ganado desprestigio. Pura deducción, donde EUA cosecha lo que siembra: derrotas por doquier.