Un falso camino es siempre un camino sin retorno
A mediados de agosto de 2001 – y desde Chile, curiosamente – el presidente Chávez decidió hacer pública su posición ideológica (“Soy un izquierdista”. “Un zurdo biológico e ideológico”, dijo, textual, urbi et orbi). Con ese paso, clarificó automáticamente su posición estratégica de cara a la totalidad de la América criolla: sus canales de acción en la región serán los que le provean los grupúsculos de la izquierda alucinada y manipulada, que ya no representan ni a nada ni a nadie en ninguno de nuestros países. Coherentemente firma la “cláusula democrática” y expande la apertura de la economía, es decir, incrementa su fondomonetarización.
Se trata de una alianza con la misma izquierda marginal que en los tiempos de la bipolaridad produjo verdaderas catástrofes en cada una de nuestras sociedades, operando conjuntamente con su enemigo aparente, el “imperialismo yanqui”, que siempre toleró al régimen castrista y otros “focos subversivos”, porque entre ellos también siempre existió un mismo cordón umbilical: los intereses del lobby judío norteamericano (hoy ese cordón de intereses compartidos está compuesto también por la legalización de las drogas, objetivo común entre la guerrilla colombiana y el Wall Street).
Obnubilado por sus fantasías ideológicas, el presidente Chávez equivocó radicalmente su rumbo estratégico: no sólo no hay una molécula de “revolución” en esa izquierda; por su historia reciente, ella representa lo mismo que su contraparte oligárquica e imperialista: sólo destrucción. Un camino equivocado es un camino sin retorno.
La de Chávez con la izquierda ya fracasada es una sociedad destinada al fracaso, en los siguientes tres sentidos:
1. Chávez se equivoca drásticamente porque cree – o finge creer – que esos grupúsculos representan al pueblo, por el simple – aunque falso – hecho de que se autoadjudican dicha representación;
2. No advierte – o finge no advertir – que esos grupos utilizan su figura como última ratio de su estrambótica existencia;
3. Lo más grave: Chávez está legitimando el único lenguaje que esos grupos conocen y que han practicado hasta la saciedad, que es el del terrorismo. Lo que representa una carga gravísima para el futuro de Venezuela, en especial para sus fuerzas armadas.
En Santiago de Chile presenció una puesta en escena organizada por los restos de esa izquierda. Fuera de ese recinto estaba el verdadero ancho pueblo, al cual Chávez ni siquiera percibió; peor aún, lo confundió con la poesía masónica de Pablo Neruda, inspirador e inspirado por el extraordinario simbolismo del tiro en la nuca de la NKVD. Chávez vio una “multitud” allí donde no había más que un grupo de personas ya totalmente desvinculadas de las fuerzas sociales reales, pero sobre todo de las grandes esperanzas de nuestros pueblos. Son grupúsculos desligados del “espíritu del pueblo”.
La fantasía de Chávez se convierte en espejismo, y mi proyecto original de “proyección continental” (el que desarrollé en Caudillo, Ejército, Pueblo) deviene en una burda payasada destinada a reagrupar grupúsculos cuya historia es una historia de terror disfrazada de “liberación”. Esa “liberación” que corporiza el viejo mito del “éxodo” de Israel, y que termina en el asesinato público y colectivo de la verdadera “gente de la tierra”: hoy Palestina, mañana nosotros mismos.
Es probable que la incultura marxistoide de Chávez (apoyada en una DISIP aún al mando del Mossad) le imposibilite descubrir estos vínculos profundos (simultáneamente teológicos, filosóficos, políticos y estratégicos) que nacen con la Modernidad Iluminista. Que nacen, por ejemplo, con el “indigenismo” de Menasseh Ben Israel, socio de Olivier Cromwell (el verdugo de Irlanda, o el demiurgo del progreso, según se lo mire) y autor del opúsculo “La Esperanza de Israel” (1650), quien fue el primero en reconocer, en los indígenas de América, desde Amsterdam, a la “tribu perdida”, la decimotercera tribu de Israel.
Eso es posible, de hecho hay en el Presidente un problema de in-conocimientos, pero lo cierto es que Chávez está cometiendo una verdadera estafa de cara al público. Señala en una dirección y dice: “Allí están nuestros amigos”; señala en la dirección contraria y exclama: “Allí están nuestros enemigos”. Pero el hecho es que ni los unos ni los otros están allí donde él dice que están. Ambos están en otro lado. Esto quiere decir que existe una falta total y absoluta de Inteligencia Estratégica. Algo peor aún: una perversión, un strip tease de esa Inteligencia.
Mi posición hoy es la misma que la del primer día en que conocí al comandante Chávez, que se acercó a mí travestido de militar nacionalista y, sobre todo, populista. Esta posición (y, entre otras cosas, mi definición de populismo) está reflejada, hasta el más mínimo detalle en el presente libro.
Chávez no comprendió nunca el sentido de mi lucha. En los últimos tiempos él impidió que se lo pueda repetir cara a cara. Por lo tanto se lo volveré a decir, ahora públicamente, con palabras de Ernst Jünger: “Cuando los seres humanos combaten en niveles espirituales incorporan la muerte a su estrategia. Adquieren así una especie de invulnerabilidad; de ahí que los asuste poco el pensamiento de que el enemigo procura privarles del cuerpo… El enemigo intuye esto a su manera obtusa, y de ahí su cólera terrible, devastadora, en los sitios donde sale al encuentro el espíritu auténtico” (Radiaciones, Diario de la Segunda Guerra Mundial, Vol. 1). Lo de Chávez es, en definitiva, una auténtica rendición. “Toda rendición de armas es también un acto irreparable, que afecta la fuerza primordial del combatiente” (Jünger, op. cit.).