La Iglesia y su ambigüedad en América del Sur
Argentina tiene una ley de educación sexual integral sancionada en el 2006 y ahora los lobbies gays, lesbianas, abortistas y, en general, progresistas quieren modificarla. La asesora general tutelar de la ciudad de Buenos Aires, Dra. Yael Bendel, quien hace dos menos nomás militó activamente a favor del aborto, ahora sostiene que hay que modificar la ley para “preservar los derechos de los niños”. Yo le pregunto, ¿y los niños por nacer no son sujetos de derecho?
La ley de marras posee todas las taras que el kirchnerismo, en la plenitud de su poder, pensó en su momento, de modo tal que nadie la puede acusar de retrógrada, sino más bien todo lo contrario. Bueno, pero es lo que hay. Tratemos de trabajar con ella lo mejor que podamos. Alguna vez llegaremos a tener legisladores con sentido común, y podremos tener otra mejor, mientras tanto a trabajar con ella.
La presión de los diferentes grupos de poder como son todos los que integran el LGTB es tan fuerte que el mismo gobierno tuvo que salir a responder por la vigencia de la ley afirmando que: no se enseña masturbación, en tanto que los evangelistas y la Iglesia sacaron sendas declaraciones. Y esta es la intención de este breve comentario.
Los evangélicos sostienen que: “Se intenta introducir una ideología de género sin base científica ni biológica que pretende imponer contenidos disparatados, propia de los estados totalitarios, eliminando el disenso.”
El episcopado, es decir, los obispos en su conjunto afirman: “Desde nuestra cosmovisión cristiana rechazamos la ideología de género, pero no podemos negar que la perspectiva de género es una categoría útil para analizar la realidad.”
La declaración de los protestantes es contundente, no deja lugar a dudas: la ideología de género es una creación arbitraria sobre la sexualidad sin ninguna base científica propia de los estados totalitarios. Y lo más grave es que elimina el disenso que es la base del verdadero diálogo. Esto último es excepcional, porque revierte un esquema de pensamiento que nos ha hecho un daño terrible, donde la Iglesia tiene una gran responsabilidad: las mesas de consenso. Eso se inició en nuestro país allá por el 2001 y no conduzco a nada. Solo a un hablar por hablar. Porque en primer lugar, los que consensúan son siempre los poderosos nunca los pueblos y luego, porque para llegar al consenso hay que partir del disenso, pues es la fuente más genuina de un diálogo que intenta ser verdadero. Diez puntos los evangelistas.
La posición de nuestros obispos, por otra parte, empleados públicos. Rechazan la ideología de género e inmediatamente nos dicen que es muy útil para analizar la realidad. Pero en qué quedamos, o están con la ideología de género no están. Pero, si una ideología es un conjunto de ideas que enmascara la voluntad de poder de un grupo, clase o sector, qué puede tener de útil para analizar la realidad.
Estos son los típicos documentos de los episcopados, y de la Iglesia en general, que además de abstrusos, anodinos y confusos, dicen: “digo, digo para decir diego”.
La ideología de género fue expresamente rechazada por gobiernos como los de Hungría, Paraguay y Rusia por carecer de todo sustento o soporte científico. Pero nuestros obispos, más sociólogos que teólogos, nos vienen a decir que: “la ideología de género es útil para analizar la realidad”. Un signo más de la decadencia en que vivimos.
Muchas veces nos preguntamos porqué avanzan tanto las sectas protestantes en América del Sur, por esto. Por la incapacidad de la Iglesia y sus obispos de dar respuestas concretas y de sentido común a las necesidades del pueblo llamo. Hablan del pueblo pero no lo conocen, por eso cuando le escriben lo hacen en forma ambigua, sesgada, pensando que le están escribiendo a un sociólogo progresista.
La Iglesia tiene, urgente, que recuperar el sentido de lo sagrado y el carácter agonal, de lucha del cristianismo, de lo contrario seguirá siendo como lo viene haciendo desde el Vaticano II, testigo privilegiado de la manipulación y colonización de los pueblos americanos por parte del pensamiento único y políticamente correcto al que, parece, que ella se ha sumado.