La geopolítica eurasiática turca

17.08.2021

Poco después de que Azerbaiyán recuperara el control de Nagorno-Karabaj, muchos analistas comenzaron a observar que Turquía ha expandido su radio de acción en el Cáucaso y Asia Central. Erdoğan está intentando consolidar relaciones con diferentes países de origen turco y eso lo ha llevado a promover sus intereses en Georgia y también en Afganistán, un país que cuenta con una importante población turca (los uzbekos afganos).

De todas formas, esta política exterior no tiene nada que ver con el neo-otamanismo, ya que la mayoría de estos territorios nunca formaron parte del Imperio Otomano. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos promovió el pan-turquismo como una forma de que Turquía compitiera con la URSS. Sin embargo, en la última década Erdoğan comenzó a hacer de Turquía un país cada vez más soberano e independiente, aunque existen claros signos del resurgimiento del pan-turquismo. Pero ya no se trata de un fenómeno artificial creado por Occidente con tal de enfrentar a Turquía con Rusia, sino de una iniciativa personal impulsada por Erdoğan.

Y eso lo podemos ver en Karabaj, especialmente porque Turquía y Azerbaiyán atribuyeron la victoria a la alianza entre Bakú-Ankara. No obstante, el verdadero factor de la victoria azerí, junto con la buena preparación de Aliyev, fueron los planes de Putin de restaurar la integridad territorial de Azerbaiyán. Muchas de estas decisiones fueron tomadas en Moscú y fue Putin quien decidió en última instancia a quién le pertenecía esta región.

Putin ya había llegado a un acuerdo con el anterior presidente de Armenia, Serzh Sargsián, de que era necesario resolver parcialmente el problema de Karabaj al entregar al menos cinco distritos a Azerbaiyán. Pero Pashinián, apoyado por Soros y los globalistas, se hizo con el poder gracias a una revolución de colores y rompió todos los acuerdos anteriores. Y eso nunca lo perdonó Putin. Fue debido a las políticas de Pashinián y las acciones del lobby pro-occidental en Armenia que Putin tomó la decisión de no intervenir en Karabaj. Ya vimos los resultados, aunque todo pudo ser diferente. En caso de que las cosas hubieran tomado otro rumbo, es imposible decir que la alianza turco-azerí hubiera ganado.

Lo mismo se puede decir de la influencia de Turquía en Oriente Medio, un territorio que en su momento fue bizantino. Erdoğan ha conseguido muchos de sus logros en política exterior porque Rusia no ha interferido. Cuando en julio del 2016 Occidente y la CIA intentaron derrocar a Erdoğan, fue precisamente el discreto apoyo de Moscú el que permitió que Ankara consolidara su soberanía.

Pero el hecho de que Moscú ignore lo que hace Turquía en Siria, Libia, Irak y Azerbaiyán no es resultado de nuestra debilidad, sino parte de un cálculo geopolítico de largo alcance. Rusia quiere dar nacimiento a un mundo multipolar y ello implica limitar la hegemonía estadounidense en una gran parte del mundo. Las ambiciones de Erdoğan facilitan este objetivo, pero deben llegar hasta un cierto punto.

Eso implica que Ankara rompa sus relaciones con Kiev, además del alarde de la alianza entre Turquía y Azerbaiyán (que pasa por alto que Moscú decidió muchas cosas) y ni hablar de la intensificación del pan-turquismo en Asia Central. Con la excepción del apoyo a Kiev, cuya alianza debería abandonar lo más pronto posible, se puede decir que Turquía debe seguir esta política exterior pan-turca, abandonando definitivamente la OTAN y dejando claro los límites que no debe cruzar con respecto a Rusia y sus intereses.

El hecho de que Turquía vire hacia el Asia Central ya no tiene nada que ver con el otomanismo, sino con la creación de un eurasianismo turco. Moscú no tiene nada en contra de este, pero el eurasianismo turco debe tener presente que países como Kazajstán, Kirguistán y Uzbekistán no son simples aliados de Rusia, sino miembros que pertenecen a diversas estructuras económicas y militares postsoviéticas. Turquía podría unirse a estas estructuras y coordinarse con Rusia en varias cuestiones.

Sería una excelente forma de resolver el problema armenio, ya que Rusia tiene intereses en Ereván. Y la reconstrucción de esta zona después de la guerra debe tomar en cuenta los intereses de todos los actores, como, por ejemplo, Irán, el cual fue que dejado a un lado en la guerra de Karabaj.

El eurasianismo es una ideología que no tiene dogmas fijos y su ambigüedad y apertura es más una ventaja que una desventaja. Solo Rusia, como centro, corazón, polo y eje geográfico e histórico de Eurasia puede ser considerada como el factor geopolítico más importante de toda la zona.

Si Ankara elige el mundo multipolar, entonces debemos darle la bienvenida y discutir sus intereses. Si se trata de una expansión imperialista o una nueva forma de desestabilización cortesía de la OTAN, entonces no solo será peligrosa, sino suicida.

Creo que ha llegado el momento en que Rusia asuma la doctrina euroasiática, tanto a un nivel ideológico como geopolítico. Confiar en el puro pragmatismo, dejando de lado cualquier ideología, no nos permitirá crear los fundamentos de una integración a largo plazo.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera