Estrategias de poder en Ankara
En el ámbito de las relaciones internacionales, los Estados (como así otros actores no estatales) pasan buena parte de su tiempo considerando cursos o medidas que afirmen su grado de autoayuda y los posicione propiciamente frente a otros Estados.
Básicamente, de ello está hecha la “sustancia” de la disciplina, considerando siempre que en la misma no existe “número telefónico internacional” alguno al que acudir cuando la seguridad nacional se encuentra amenazada o en juego. En los términos del profesor John Mearsheimer; “(…) porque las grandes potencias que moldean el sistema internacional se temen mutuamente y compiten por el poder como resultado. De hecho, su objetivo último es lograr una posición de poder dominante sobre otros, porque tener poder dominante es la mejor forma de asegurar la propia sobrevivencia. La fuerza garantiza la seguridad, y cuanto mayor es la fuerza mayor será esa garantía”.
Y esto sucede aun en un entorno internacional de cooperación entre los Estados, pero sobre todo sucede cuando la realidad internacional es preocupante y casi no existen certidumbres sobre el curso del orden internacional.
En este entorno, con el fin de maximizar ganancias frente a rivales o potenciales rivales y mantener un lugar estratégico ventajosos, los Estados despliegan diferentes estrategias de poder (en algunos casos altamente riesgosas).
Hace pocos días fue asesinado en Ankara el embajador ruso en Turquía. Sin duda alguna, no se trató de un hecho aventurado sino que fue resultado de un deliberado plan.
Si consideramos los sucesos recientes en la convulsa Siria, nos referimos al poder de fuego por parte de las fuerzas regulares sirias y del poderío aéreo ruso, que para lograr la “decisión” militar en un espacio clave del territorio sirio prácticamente convirtieron Alepo en escombros, como en su momento sucedió con Grozni, Chechenia, podríamos sostener que era posible un acto de retaliación por parte del terrorismo o más precisamente del yihadismo, particularmente por adherentes o simpatizantes del ISIS o Daesh, organización que había llegado a dominar la mitad de la ciudad, y hoy ve reducida sensiblemente sus ganancias geopolíticas.
Pero la actividad terrorista en Ankara no solo implica contragolpear a Rusia, sino también pretende implantar una cuña en la misma relación entre Rusia y Turquía, los dos poderes que más han golpeado al ISIS y a otros grupos insurgentes. El primero en Siria, a partir de su intervención en septiembre de 2015; y el segundo en Turquía, desde la puesta en marcha de la operación antiterrorista “Escudo del Éufrates”, en agosto de 2016, destinada a frenar la ofensiva terrorista en el país, que durante este año causó en Estambul y Ankara cerca de 120 muertos.
Desde la perspectiva de las denominadas estrategias de poder desplegadas por un actor, en este caso, el terrorismo, el propósito es tratar de explotar las divergencias que puedan tener lugar entre los Estados que lo amenazan, con el fin de que estos reconcentren su atención entre ellos, y así aquel pueda reponer capacidades. Tradicionalmente, dicha técnica se conoce como “debilitamiento del poder de los enemigos reales o potenciales”.
Tratándose de Rusia y Turquía, es por demás ingeniosa la estrategia de poder que ha desplegado el terrorismo en Ankara, pues se trata de dos actores históricamente enfrentados por múltiples cuestiones, desde el respaldo que proporcionan a los rivales del Cáucaso, Armenia y Azerbaiján, hasta las tiranteces entre los dos Estados que implica el apoyo de Moscú a los kurdos en Siria, pasando por las posiciones encontradas en relación con el régimen de Damasco, los recuerdos de los choques (iniciados durante el mando de Catalina la Grande), particularmente en tiempos de exaltación patriótica en Rusia, etc.
Es cierto que las relaciones ruso-turcas han mejorado desde que el presidente Erdogan se disculpara ante Putin por el derribo del caza ruso en la frontera turco-sirio en 2015. Pero dicha mejoría podría romperse ante cualquier hecho y la situación podría retrotraerse a la discordia que prevaleció hasta que, ante la creciente coacción de Rusia, el mandatario turco decidiera excusarse.
Esa estrategia de poder o de maximización de poder, a la que podría sumarse la denominada “bait and bleed” en caso que las “querellas” entre ambos países escalaran, fue tradicionalmente considerada para ser utilizada “por Estados en un mundo de Estados”. Pero la irrupción del terrorismo de nuevo cuño, es decir, del terrorismo cuya geopolítica mutó de regional a global, implica un nuevo actor que también se nutre de ellas para “maximizar poder”.
No obstante, hay otros actores, Estados, para los que el eventual propósito de la actividad terrorista en Turquía, es decir, el deterioro de las relaciones entre Moscú y Ankara, podría fungir como potencialmente propicio para sus intereses centralmente geopolíticos, y que van más allá de la guerra en Siria.
Para Occidente el capítulo Siria acaso pueda estar cerrándose en términos que no implican ganancias de poder, es decir, con la continuidad de Bachar el Asad al frente del país. Pero mayor podría ser la pérdida de poder si finalmente Siria significa un punto de inflexión en la relación entre Rusia y Turquía, es decir, si ambos países deciden cooperar en Siria y, superada la guerra, cooperar en relación con el orden regional; esto es, Rusia podría dejar de apoyar reivindicaciones de los kurdos sirios y en otros espacios (cuestión central en materia de intereses de Ankara), en tanto Turquía, a la que se ofrecería un mayor protagonismo en la región del Mar Negro a través de los hoy “adormecidos” mecanismos de regulación, no interferiría en la defensa y promoción de los intereses rusos en Siria e incluso más allá, básicamente, en materia de acceso al Mediterráneo, un anhelo geopolítico protohistórico de Moscú
Para Occidente, un escenario (y curso) favorable en Siria sería que Bachar el Asad fuera finalmente desplazado y el poder pasara a manos de un dirigente del Ejército Libre de Siria afín (o al menos no enfrentado) con los intereses de Occidente (que incluye la seguridad de Israel). Asimismo, que se desgaste Rusia y se debilite la línea de cooperación entre este país, Irán (Hezbollá) y Turquía. Que este último país continúe siendo el “pivote geoestratégico” de la OTAN en la región (que incluye la proyección de poder de la Alianza en el Mar Negro) y descarte vías diferentes de las enseñadas por Mustafá Kemal. Que se afirmen los proyectos de gasoductos extendidos sobre “espacios amigos” (entre los que podría encontrarse el de Siria sin Bachar el Asad). Que se frustre la configuración de un nuevo orden regional en el que incluso actores como China jugarían su rol. Finalmente, que las petromonarquías sunitas del golfo asuman un mayor papel como partes balanceadoras o “pacificadoras”.
Pero para ello era capital que se resintiera o, mejor aún, se rompiera la relación ruso-turca. Ello habría posibilitado que Siria continuara en guerra pero manteniendo posiciones favorables (por los flujos de recursos) la insurgencia; que Rusia continuara involucrada en ella (quedando cada vez involucrada y responsable de impedir ceses de fuego); y que continuara el desangrado (que es otra técnica de poder) del régimen de Damasco.
Como vemos, el “hervidero” de Siria implica una pluralidad de temas que lo rebasan, y donde los intereses de los actores zonales y extrazonales explican las dificultades para firmar y afirmar acuerdos que estacionen una guerra que hasta la fecha costó la vida a más de 300.000 personas y provocó una crisis humanitaria de dimensiones sin precedentes.