Estados Unidos: la nostalgia frente a la decadencia
En la memoria colectiva de Estados Unidos persiste una profunda nostalgia por la gloria resplandeciente del apogeo de su política exterior. Fue el apogeo, marcado por la caída del Muro de Berlín y el ascenso triunfal de la década de 1990, cuando Estados Unidos reinaba como hegemón mundial indiscutible. Era una época en la que Estados Unidos, con su poder sin rival, podía doblegar la voluntad del mundo sin restricciones. El dominio de la nación era inexpugnable y su influencia se extendía a todos los rincones del planeta. El poderío estadounidense era una fuerza de la naturaleza, la prueba del excepcionalismo del país y la encarnación de su Destino Manifiesto. En aquellos días, Estados Unidos era visto a menudo como la ciudad bíblica de la esperanza, el parangón de la libertad y el garante de la estabilidad mundial, su supremacía indiscutible y su futuro aparentemente ilimitado.
Sin embargo, esos días felices han pasado a los anales de la historia. Estados Unidos se encuentra ahora atrapado en un mundo cada vez más multipolar. China, con su economía en auge y sus capacidades militares en rápida expansión, se ha convertido en un adversario formidable. Esta nueva realidad está obligando a los estadounidenses a enfrentarse a los hechos: ya no pueden imponer su voluntad impunemente, despreocupados por el acuciante problema de la escasez. En este nuevo panorama, deben hacer concesiones juiciosas y concentrar sus energías con precisión. En contra de la visión miope de gran parte de la clase dirigente de la política exterior estadounidense, es imperativo que la nación se centre en Asia Oriental y pierda interés en Europa, que debe mantenerse sola y prosperar como un imperio cuyos valores se remontan a las runas nórdicas y a Carlomagno.
El filósofo Oswald Spengler ofrece un clarividente análisis de los ciclos de la civilización, prediciendo el inevitable declive de las potencias occidentales. Según Spengler, las civilizaciones pasan por periodos de crecimiento, apogeo y colapso, como los organismos vivos o la Mona Lisa (de la película El club de la lucha). En este contexto, la situación actual de Estados Unidos puede considerarse parte de un patrón histórico más amplio. La otrora fuerza dominante, que ahora lucha contra presiones internas y externas, refleja la naturaleza cíclica de las civilizaciones que Spengler describió tan meticulosamente. En las luchas de Estados Unidos se perciben recuerdos de imperios pasados, lo que sugiere la necesidad de introspección y reorientación estratégica para evitar el destino de anteriores hegemonías.
Las teorías de Spengler arrojan más luz sobre las crisis demográfica y cultural que asolan Estados Unidos. En su opinión, el descenso de la natalidad y el lento estancamiento de la vitalidad cultural señalan el ocaso de la influencia de una civilización. El dilema demográfico y el desmantelamiento de los valores tradicionales en Estados Unidos pueden interpretarse, por tanto, como signos de un malestar más profundo, reflejo de la visión de Spengler sobre la decadencia de Occidente. El reto consiste en invertir estas tendencias mediante un renacimiento del vigor y una reconstitución demográfica, a fin de evitar el declive que Spengler veía como casi inevitable.
Además, Estados Unidos se ve asediado por una crisis migratoria artificial dentro de sus propias fronteras. Se calcula que un asombroso diez por ciento de su población son extranjeros ilegales, mientras que otro quince por ciento está inmerso en diversas formas de ambigüedad legal. La hercúlea tarea de asimilar a un número tan elevado de personas en la sociedad – al tiempo que se garantiza que no saturen los servicios sanitarios, los centros educativos y otras infraestructuras vitales, es primordial. La lacra de la trata de seres humanos, el contrabando de drogas y el tráfico sexual, exacerbada por la porosa frontera sur con México, constituye un serio motivo de preocupación.
Estados Unidos, antaño bastión de una demografía sana entre las naciones occidentales, se encuentra ahora en grave declive. La sociedad estadounidense envejece a un ritmo alarmante. El triste fenómeno del aumento de las tasas de suicidio, sobre todo entre los jóvenes, unido al descenso de la esperanza de vida, ensombrece el futuro de la nación. En muchos condados del centro del país, la esperanza de vida ha caído a niveles que recuerdan a los de muchas naciones del tercer mundo.
Estados Unidos también ha desmantelado sistemáticamente su base industrial en el espacio de tres décadas. Las consecuencias de esta desindustrialización son múltiples y desastrosas. Comunidades enteras, antaño animadas por el bullicio de la manufactura y la industria, languidecen ahora en la desolación y la decadencia. La desaparición de estas industrias ha erosionado los cimientos económicos de la nación y ha roto el tejido social que une a las comunidades.
La marcha de la globalización, al tiempo que enriquece las arcas de las élites, ha dejado a la clase trabajadora en la ruina, privada de la dignidad y el propósito que aporta un trabajo con sentido. El fantasma del desempleo y el subempleo recorre el país, una plaga silenciosa que roe el alma de la nación.
La proliferación de la tecnología, al tiempo que anuncia una era de comodidad y conectividad sin precedentes, también ha causado profundos trastornos. La automatización y la inteligencia artificial amenazan con dejar obsoletas las habilidades y el trabajo de innumerables estadounidenses, dejándolos a la deriva en una economía que ya no valora sus contribuciones.
El asalto a los valores tradicionales y al patrimonio cultural de la nación ha desconcertado a muchos. Los antaño sólidos pilares de la fe, la familia y la comunidad han sido devorados por las fuerzas corrosivas de la modernidad, dejando un vacío que ha sido llenado por el nihilismo y la desesperación. Esta decadencia cultural se ha visto exacerbada por el auge de la «cultura woke», que pretende reescribir el relato de la historia estadounidense. Gracias a la influencia generalizada de plataformas mediáticas como Netflix, existe una tendencia generalizada a falsificar la historia, a menudo oscureciendo acontecimientos y personajes históricos para adaptarlos a las agendas ideológicas contemporáneas. Este revisionismo no sólo distorsiona el pasado, sino que también socava el patrimonio común que una vez unió a la nación, exacerbando aún más la sensación de desarraigo y desencanto de sus habitantes.
La convergencia de estas crisis (la migración abrumadora, el brutal declive demográfico, la implacable desindustrialización y la insidiosa subversión de los valores culturales) proyecta la sombra de un formidable desafío sobre Estados Unidos. Sin embargo, gracias a la indomable voluntad fáustica del movimiento Trump se vislumbra un camino de renovación que promete dar un vuelco a la nación. Con una feroz determinación para abordar estas cuestiones polifacéticas, este movimiento imagina una América que sea un polo importante en el concierto multipolar del mundo, aunque más aislacionista. El camino hacia el resurgimiento está sembrado de escollos, pero la visión de una América renovada, firme y robusta, lo impulsa hacia adelante. Renacida por la voluntad: una América fuerte en un mundo multipolar.
Fuente: https://adaraga.com/