EL CENTAURO DISPARA SUS FLECHAS
“El objetivo final de este nuevo tipo de guerra es destruir la conciencia y transformar el espíritu y la civilización de la sociedad enemiga” (Andrey Ilnitsky, asesor del Ministro de Defensa ruso).
Leonid Vladimirovich Savin es conocido por ser un periodista y redactor en jefe de la de la página de información y análisis digital Geopolítica.ru, además de ser el jefe administrativo del Movimiento Euroasiático Internacional y un experto en las “guerras cibernéticas”, algo que queda muy claro con la publicación de su último libro Las flechas del centauro. La ciberguerra norteamericana [Moscú: Editorial “Kislorod”, 2020. - 496 p., ISBN978-5-901635-98-8].
Si queremos comprender el significado del título de este libro debemos primero mirar al cielo: el centauro es representado por el signo zodiacal de Sagitario, palabra que es la transliteración al latín de la palabra griega para arquero (Sagittalis). Este signo zodiacal es comúnmente representado sujetando un arco y una flecha que significan el tiempo dirigido hacia un objetivo. Sagitario es el noveno signo del zodiaco y se encuentra entre la constelación de Escorpio y el brillo rojo de Antares o anti Ares (es decir, Ares = Marte, el dios de la guerra), que desde tiempos inmemoriales ha sido considerada como el Protector o el Guardián de Occidente.
Este protector del “orden mundial unipolar”, cuyo centro fue los Estados Unidos, dominó el mundo desde 1991 (fecha del colapso de la URSS) hasta el 15 de septiembre de 2008 (la caída de Lehman Brothers). La derrota de Estados Unidos en Afganistán (como anteriormente sucedió en este mismo lugar con Inglaterra y Rusia), en medio de una grave recesión económica, ha terminado por socavar la reputación de los Estados Unidos como árbitro mundial de los conflictos internacionales. Ahora que las tropas de la OTAN se han retirado de Afganistán, una invasión que desde el punto de vista de la logística era simplemente imposible, Estados Unidos no podrá impedir que tanto la República Popular China como Rusia aumenten su influencia en esta zona, por lo que se puede poner punto final a los intentos estadounidenses de desestabilizar el Oriente Medio y el Asia Central. A pesar de que el secretario de Estado Anthony Blinken les ha asegurado a los estadounidenses que “todavía tienen suficientes recursos” para mantener su grandeza, el historiador Neil Ferguson, columnista del diario británico The Economist, dice que “estamos presenciando el colapso del dominio estadounidense”. Sin embargo, la inercia sigue dominando la mente de muchas personas y la mayoría de los países del mundo siguen reconociendo la hegemonía mundial de Estados Unidos. Quizás la razón detrás de todo eso sea que Estados Unidos sigue siendo alimentado por una especie de energía cósmica que proviene de Antaras, Marte y Júpiter y que permite que las “flechas del centauro” sigan alcanzando sus blancos por medio de una ciberguerra mundial muy exitosa. EE.UU. es sin lugar a dudas el líder teórico (en la formulación de los métodos e ideas de lo “virtual”) y práctico en todo lo que tiene que ver con las ciber-operaciones.
El centauro es un ser mitad hombre y animal que Nicolás Maquiavelo, en su libro El príncipe, utiliza como metáfora para describir dos formas de lucha: “Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda”. Otro filósofo y político italiano, Antonio Gramsci, usa esta alegoría del hombre y la bestia para hablar del consentimiento y la coacción. La “política del centauro” de Leonid Savin no es otra cosa que una ampliación de estas ideas. El “centauro” – en la jerga militar estadounidense – es un ser híbrido surgido de la combinación del hombre y la máquina y que da nacimiento a un ser perfecto que reúne en su interior tanto la inteligencia humana como la inteligencia artificial. El famoso geopolítico Halford Mackinder, conocido por haber formulado el pivote geográfico en la historia, también hizo uso de este concepto cuando en 1920, a bordo del crucero británico “Centauro”, formuló la idea de crear nuevos Estados a partir del colapso del Imperio Ruso (este proyecto finalmente sería implementado en “la salvaje década del noventa” cuando la URSS perdió todas las “colonias” que al sur de sus fronteras).
La inteligencia del nuevo Robo-Sapiens, como una especie de mejora del sistema cognitivo del ser humano, es considerada por sus defensores como el futuro del mundo. Leonid Savin ha estudiado este tema por una década: primero escribió un libro en 2011 donde introdujo en el ámbito académico el tema de las “guerras en la red” y en 2020 completó sus análisis con la publicación de Las flechas del centauro. Este último libro es un manual militar que estudia la ciberguerra y que cuenta con doce capítulos: en cada capítulo se estudian los atributos del ciberespacio con tal de comprender las formas y los métodos de la ciberguerra. En él se exponen los conceptos y las tecnologías utilizadas en la construcción del hardware, el software, la automatización de la producción, el control, la piratería, la intimidación, la guerra y los “medios sociales”.
Esta obra bastante extensa y complicada, de la cual únicamente se publicaron mil ejemplares, ha desaparecido de las estanterías al ser acaparada por los expertos en las tecnologías de la información, la ciberguerra, la geopolítica, las relaciones internacionales, los analistas de sistemas y los estudiosos de la estrategia.
Un buen punto de partido para comprender este libro sería recordar la película de The Terminator de 1984 o Cyborg de 1989. Esta última describe a la perfección la realidad de los Estados Unidos de hoy: a la anarquía social (antes de la toma del Congreso) le sucede una plaga mortal (COVID-19) que solo la bella Pearl Profet, una mujer cyborg, es capaz de curar por medio de una vacuna, mientras que solamente el puño de acero del héroe Gibson Rickenbacker puede proteger a la heroína y a lo que queda de la humanidad del terrible mal que se avecina. Si esta película siguiera el libro de Savin, entonces este ciborg terminaría por convertirse en la “primera línea de defensa” de la humanidad: una especie de androide bombardero que destruiría a los enemigos del sistema.
El nuevo centauro de nuestros tiempos es el “ciborg”, una palabra que tiene su origen en el acrónimo inglés d “cyber organism” (organismo cibernético) y que hace referencia a la dinámica de como interactúan los componentes orgánicos (el cuerpo) con los elementos biomecánicos (la máquina). Así que el “ciborg” nace de la ciencia cibernética que fue desarrollada por Norbert Wiener, quien formuló una teoría sobre el control y la comunicación entre el animal (el hombre) con la máquina: conexión-red, contenido-mensaje, cognición-efecto del mensaje. El libro de Savin analiza todas las teorías formuladas por los intelectuales estadounidenses sobre la ciberguerra y las técnicas de guerra cibernética que tienen un único objetivo: Estados Unidos debe ser capaz de “captar, mantener y explotar las ventajas que posee sobre sus adversarios y enemigos al usar el ciberespacio y el espectro electromagnético, mientras evita que los demás hagan lo mismo al degradar sus capacidades mientras protege su sistema de todos los ataques”.
Rusia es un adversario bastante conveniente para Occidente, ya que cualquier acción en su contra es prácticamente irrefutable y estratégicamente muy rentable. En la época de la quinta o sexta revolución industrial es bastante fácil lanzar acusaciones sin pruebas y, como dice L. Savin, siempre se habla de “trolls rusos” y “hackers que trabajan para la GRU”.
Realizar estas operaciones de hackeo es bastante sencillo: solo se tiene que comprar un teléfono móvil y varias tarjetas SIM en Panamá, luego se elige un nombre y un apellido rusos, se crea una cuenta en Yandex con ese nombre, se utiliza NordVPN con tal de especificar una cierta IP en San Petersburgo y todo lo que falta es simplemente registrarnos en AdWords, contratar un bufete de abogados con tal de hacer pagos publicitarios y difundir en Internet cierta clase de contenido político que cause cierta conmoción. “Y todo esto lo descubrieron empleados estadounidenses de Google, que no dudaron en denunciar semejantes procedimientos”, dice Savin. Por supuesto, el acusar a los otros sin pruebas se ha convertido en una práctica común para la única superpotencia nuclear que hoy existe y que puede castigar a los otros en cualquier momento. Podemos decir que existe una guerra de memes en las redes sociales, es decir, que se usan los memes como un mecanismo para difundir información y causar un impacto psicológico sobre los otros. Como muy bien observó el gurú de las redes sociales Jeff Giese, “el trolling es el equivalente en las redes sociales a la guerra de guerrillas y los memes son la contracara de la propaganda” (son una forma de provocación o acoso social por medio de la comunicación online). Los memes influyen en las ideas y las ideas influyen y transforman las creencias. Las creencias transforman e influyen en nuestras ideas políticas y estas acaban por mezclarse con nuestros sentimientos y emociones. Todo ello produce en última instancia acciones que informan e influyen en nuestro comportamiento. La guerra de memes es la versión digital de la psico-propaganda. Si la propaganda y la diplomacia pública son formas convencionales de guerra, entonces el trolling y las operaciones psicológicas son las versiones irregulares de estos procedimientos. La guerra de memes puede ser muy útil a un nivel más amplio si este incluye el campo de batalla o diferentes circunstancias específicas”.
Frente a los crecientes desafíos lanzados por la guerra híbrida y los distintos problemas que genera el mundo digital, la excursión que hace L. Savin es muy interesante y arroja mucha luz sobre los los aspectos cognitivos de la ciberguerra: el uso de las redes sociales, el meme como arma de combate, el estudio de los métodos para influir sobre el comportamiento humano y las comunidades humanas, los avances en la neurofisiología y la ingeniería social, todos ellos ahora forman parte del arsenal que utilizan las fuerzas militares con tal de conseguir sus ciertos objetivos políticos.
El undécimo capítulo del libro nos habla sobre los aspectos neurocognitivos de la ciberguerra, cuyo vértice no son las redes y los puestos de mando de comunicación del enemigo, sino el cerebro de la población (incluyendo los cerebros de los combatientes). Leonid Savin ya había escrito sobre la manipulación del pensamiento y sus efectos por medio de los interfaces del hombre-máquina en 2016 en un artículo titulado “Las neuro-tecnologías en la teoría y la práctica de la ciencia militar estadounidense”. En el habla de la instauración de una “dictadura biopolítica” tal y como es descrita por el geopolítico Alexander Dugin.
Dado que en caso de un enfrentamiento nuclear, que sería la fase final de un “conflicto total”, existe el riesgo de la destrucción total de la vida sobre el planeta Tierra, ahora las principales potencias geopolíticas prefieren hacer la guerra por “otros medios”. ¡¿Pero cuales son estos medios?! El monstruoso arsenal de métodos con los que cuentan para influir sobre la conciencia, el inconsciente y el subconsciente del adversario es asombroso. El objetivo es obligar a los demás a obedecer su voluntad y por ello atacan principalmente la psiquis de las personas. La información y las armas tecnológicas pueden fácilmente transformar el código espiritual de los usuarios al someterlos a la “auto-desorganización” y a la “auto-desorientación”. El experto en cuestiones militares, D. Lovtsov, asegura que se pueden utilizar diferentes medios para obligar al enemigo a tomar las decisiones que el otro bando quiere y de ese modo llevar la política de este a un punto muerto, desgastar su economía con programas ineficaces (insostenibles), frenar el desarrollo de su armamento, distorsionar los fundamentos de su cultura nacional, crear una “quinta columna” entre los intelectuales nacionales, promover y llevar a cabo pseudo-reformas, etc. Todo esto termina por producir el caos político dentro de un Estado hasta que se provoca una reducción de su poder económico, político y militar que puede conllevar su desaparición. Al atacar la consciencia de cada miembro de la sociedad, la información masiva termina a largo plazo por destruir la moral y la psiquis de las naciones. Esto tiene como resultado la transformación de su tradición cultural e histórica, su cosmovisión y su configuración ideológica, que termina por provocar un colapso interno de la actividad vital del Estado y sus fuerzas armadas. Precisamente esta estrategia se basa en crear una ilusión estratégica artificial que termine cautivando al enemigo con tal de obtener la victoria sobre él por medio de una guerra psicológica híbrida.
El uso de la “energía teledirigida” es uno de los medios más radicales (letal o no letal) que usa la radiación electromagnética altamente concentrada como arma. Y a juzgar por el trabajo científico realizado por Pavel Sidorov, “el terrorismo psicológico de las guerras híbridas y la sinergia de la defensa asimétrica”, se ha convertido en una espada de Damocles que pende sobre la “seguridad étnica” de las naciones. El uso de las etnias (como una variación de las armas genéticas) consiste en exponer al enemigo a un ataque “híbrido” por medio del uso de patógenos y métodos no convencionales extraídos de la biología molecular y la ingeniería genética. Savin dice que la inteligencia artificial, los robots asesinos, los algoritmos de mando y control o la la manipulación de las redes sociales han adquirido vida propia. Sin duda esta laguna que existía en muchos trabajos en ruso ha sido por fin llenada por el magistral estudio de Leonid Savin que ha conseguido describir anatómicamente este problema, al mismo tiempo que nos permite formatear, explicar y analizar magistralmente todos los aspectos de la ciberguerra y toda su parafernalia. Además de estudiar el Internet, se analiza el uso de las comunicaciones, los sistemas de mando y control, las últimas tecnologías militares, las comunicaciones, la propaganda y la desinformación que producen las redes sociales. El libro de Las flechas del centauro nos explica el uso de la ciberguerra desde una perspectiva holística, teniendo en cuenta tanto sus doctrinas políticas y jurídicas como sus estrategias, tecnologías y técnicas. Si antes la defensa del territorio nacional partía de una defensa del perímetro de las fronteras físicas, ahora el ciberespacio es una realidad virtual que golpea “desde la nada” por medio de la desinformando, mientras que siembra el pánico y el caos en el campo del enemigo. Los centauros, junto con otros espíritus malignos como las gorgonas, los minotauros y los gremlins, penetran fácilmente nuestras fronteras y nos atacan por medio de las redes con tal de socavarnos, desmantelarnos e inutilizarnos.
El novelista Mijaíl Bulgákov escribió en Los huevos nefastos que los huevos de las serpientes y otras alimañas “extrañas” muchas veces terminan por confundirse con los de las gallinas y que cuando estos empollan las crías que nacen se abalanzan sobre quienes los cuidaron. Hoy en día estos huevos están llenos de “ciborgs” que habitan en Moscú y que consideran a Rusia como el “imperio del mal”, a China como parte de la “peste amarilla comunista” y otros Estados “parias”, como Irán y Corea del Norte, como países que deben ser eliminados. Esta fantasmagoría “zoológica” Bulgákov, que según él procede de los “rayos cósmicos” venidos de otro lado y que parece ser un eco de la campaña de la Entente contra la Rusia soviética, ¿no será quizás una metáfora apropiada para hablar de una ciber-guerra híbrida que pronto sucederá? No obstante, la Federación Rusa cuenta con los medios para contrarrestar esta agresión, ya que existen fuerzas especializadas en la ciberguerra desde el 2014. El Pentágono cree que Rusia, al igual que los Estados Unidos, son “muy buenos atacando, pero no tanto defendiendo”. La soberanía en el Internet es fundamental. El término cibergeopolítica, que fue creado por Leonid Savin, es muy útil aquí: “Este neologismo debe ser considerado como una nueva disciplina que estudia lo que ocurre en la interaccione entre el hombre y la máquina en el contexto de la política y la geografía, incluyendo, pero no limitándose, a las interacciones de los medios sociales, el espacio virtual, la diplomacia de la web. 2.0, al igual que analizar actividades que implican e incorporan los principios de la retroalimentación en los sectores sociales, políticos y militares, además de los imperativos que permiten establecer y difundir el poder, aunque de forma más sofisticada que antes”. El ciberespacio añade una nueva dimensión a la seguridad, ya que permite a la planificación militar acceder a todos los ordenadores, manipular las redes y los computadoras conectadas a las redes, sin hablar de las ideas que son transmitidas a través de todos estos aparatos.
A pesar de que la confrontación en la red no causa los desastres sangrientos de los combates reales, es importante tener en cuenta que en el paradigma “posmoderno” el dominio del ciberespacio (CyberPower) es muy relativo, ya que la ventaja asimétrica que nos proporcionan las herramientas digitales puede fácilmente convertirse en desventajas asimétricas. Es decir, “la propia ventaja obtenida gracias a la velocidad, la conectividad y las influencias no lineales conseguidas mediante el uso de las ventajas que nos proporciona el ciberespacio, puede ser desbaratada o socavada como contrapartida de las nuevas tecnologías que han sido desarrolladas”. Un ejemplo relativo de este problema en la cibernética es la paradójica correlación que existe entre el factor tiempo y el nuevo concepto de “campo de batalla” que esta surgiendo. Después de todo, la era digital ha cambiado la “geometría del campo de batalla” y muchos de los principios de la teoría militar tradicional ya no son aplicables, ya que el campo de batalla sigue muy relacionado con el movimiento cinético: “la velocidad, la conectividad y la naturaleza no lineal del entorno en el que deben operar los combatientes está cambiando totalmente la forma en que tenemos que pensar los objetivos y las amenazas a las que nos enfrentamos. La geometría que a lo largo de la historia había sido usada para pensar las cosas simplemente ha dejado de funcionar” (Allardice, Robertand Topic, George. Battlefield Geometry in our Digital Age. From Flash to Bang in 22 Milliseconds. PRISM7, No. 2, 2017. p. 80, 37). Ahora las ciberarmas sustituyen a las armas cinéticas.
El genio militar de Clausewitz quizás ya no pueda ser aplicado al ciberespacio. “Clausewitz dice que la ‘trinidad paradójica’ de la guerra consiste en la violencia, el azar y la subordinación a la política. Pero la violencia física inherente a la guerra ha dejado de ser evidente dentro del ciberespacio o al menos a la hora de pensar las ‘reglas de juego’ que son el punto de partida del concepto mismo de Ciberespacio, ya que se trata de un dominio global que existe en el entorno de la información y que consiste en una red interdependiente de tecnologías de la información y de datos que incluyen el Internet, las redes de telecomunicaciones, los sistemas informáticos, además de los procesadores y controladores integrados”.
Pero existe un contra-espacio (el contra-ciberespacio) cuya función consiste en operaciones que buscan lograr y mantener un nivel deseado de superioridad en el ciberespacio mediante la destrucción, degradación o interrupción de las capacidades del ciberespacio del enemigo. Por lo que queda abierta la pregunta: ¿es el combate en el ciberespacio más humano que la guerra física? Rusia y China propusieron en la asamblea general de la ONU en el 2011 crear un “código de conducta internacional con tal de asegurar la información”. Sin embargo, volvemos a encontrarnos con el mismo dilema lógico: los intentos de imponer restricciones a las ciberarmas a través de mecanismos de regulación internacional enfrentan tres grandes problemas. El primero de ellos está relacionado con la distinción entre la ciberdelincuencia y el ciberactivismo político. Incluso si es posible distinguir entre la actividad criminal y la actividad política patrocinada por un Estado, podemos decir que en ambos casos se utilizan los mismos medios. El segundo obstáculo es de orden práctico: verificar la creación de ciberarmas es prácticamente imposible. El tamaño de los arsenales nucleares permite el control de las actividades que tienen que ver con el enriquecimiento radiactivo, que de por sí es un reto enorme, pero resulta ilusorio creer que se puede vigilar a cada programador y “comprobar” que este no este desarrollando un malware. El tercer reto consiste en que los ciberdelincuentes pueden actuar dentro de un contexto político sin utilizar métodos militares y mantener un anonimato casi total. Otras muchas preguntas siguen sin respuesta.
El Pentágono ha analizado mucho la forma en que Rusia ha dominado la guerra electrónica (ciberguerra y guerra informática) con respecto Siria y cómo se han utilizado toda clase de armas del espectro electromagnético en el campo de batalla. Como señaló en junio del 2019 William Conley, director del departamento de guerra electrónica y subsecretario de la Defensa, las herramientas y disciplinas que tenían que ver con el ataque, la defensa electrónica y el apoyo de los medios electrónico se encontraban anteriormente separadas. No obstante, hoy una misma herramienta puede realizar diferentes funciones, por lo que se produce una reorganización de los sistemas de control. En otras palabras, la línea que separa la defensa del ataque se ha ido difuminando y el riesgo de que se produzcan luchas en medio de momentos pacíficos como en períodos tensión es cada vez mayor, especialmente porque el solo pulsar accidentalmente un botón puede provocar un ataque electrónico y desencadenar una respuesta proveniente del otro bando, algo que antes no ocurría pues todas las funciones se encontraban separadas.
Las conclusiones a las que llega Leonid Savin se basan principalmente en los documentos desclasificado del ejército, los servicios de inteligencia y la diplomacia de Estados Unidos, especialmente en todo lo que tiene que ver con “el uso de herramientas cibernéticas para lograr sus objetivos, incluyendo métodos que contradicen las normas legales internacionales”. Los materiales que recopila este libro están estructurados por temas y cada capítulo cuenta con una unidad semántica que emplea abundantes referencias (en su mayoría estadounidenses). A pesar de la visión muy rusocéntrica del autor, podemos decir que los juicios de Savin son muy sobrios y objetivos.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera