Después de acusarla de narcoterrorismo durante varias décadas, Estados Unidos negoció con Cuba. ¿Por qué?

15.05.2020

Los pueblos no siempre tienen buena memoria. Y uno de los grandes dilemas de la historia, reside precisamente en la cuestión de la memoria. La memoria se encuentra en constante evolución. Debido a que la memoria se redefine a partir del movimiento constante, no hay que descartar repetir la misma entrevista, en distintos horarios y contextos, con el fin de obtener distintas perspectivas y respuestas. No son muchos los latinoamericanos que recuerdan que, durante el siglo XX, Cuba fue también acusada de narcoterrorismo. De hecho, se alegaba que los cubanos estaban detrás de las operaciones criminals de Manuel Noriega, en Panamá. Muy probablemente, debido al sentimiento anti-estadounidense de la época, algunos desestimaron las acusaciones.

Cuba y las acusaciones de narcotráfico

La memoria es un archivo que se transforma a lo largo de la vida. La historia depende del tiempo, el contexto, la escritura, lo tangible, y sobre todo, la memoria. Se reconstruye el hecho a partir de la memoria. El proceso cognitivo de recordar es limitado y cambiante; la memoria se encuentra entre la realidad y una constante reinterpretación. Muy pocas veces, se examina exhaustivamente la memoria en la búsqueda de todo el conocimiento accesible, acumulado y relevante sobre un tema. En realidad, recuperamos y usamos solo un pequeño fragmento; lo más impactante y lo más destacado.

 

Como se ha señalado anteriormente en otros artículos, las acusaciones de narcoterrorismo han tenido una importante presencia en la política internacional desde mediados del siglo XX. El estigma generado por este tipo de señalamientos no ha sido poca cosa. De hecho, como consecuencia de estas acusaciones, a la República Popular de China se le aisló diplomáticamente, siendo incluso excluida de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Estas acusaciones han generado controversias. A lo largo de la historia del uso del término narcoterrorista como un arma de guerra comunicacional, se ha demostrado que muchas de estas acusaciones terminaron siendo infundadas; sustentadas en medias verdades.

 

Más allá de que los datos expuestos por el ex-director adjunto de la CIA Joseph D. Douglass en ‘Red Cocaine: The Drugging of America’ han sido cuestionados y hasta refutados por su falta de precisión, cabe resaltar la necesidad de contextualizar la obra de Douglass en el marco de la obra de Harry J. Anslinger, quien actuó en calidad de ‘comisionado estadounidense para la lucha contra el narcotráfico’ y fue el primer director de la Federal Bureau of Narcotics. Anslinger denunció con firmeza la participación de China en la proliferación de drogas y estupefacientes a lo largo y ancho del mundo. Desde entonces, el peligro que representa el tráfico ilícito de drogas para la estabilidad de la sociedad norteamericana ha sido una cuestión que ha persistido en el discurso político.

 

La fuerte retórica comunicacional de la China narcoterrorista y narcocomunista duró alrededor de unas dos décadas, hasta que, a partir del año 1971, comenzaron a mejorar las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y la República Popular de China. Aunque no necesariamente existió una relación causal entre los hechos, el descongelamiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países y el cambio del discurso de los medios occidentales sobre la involucración sino-asiática en el problema del narcotráfico fueron factores que coincidieron, en términos temporales y contextuales, con la publicación en 1972 del libro ‘The Politics of Heroin in Southeast Asia: CIA Complicity in the Global Drug Trade’ por parte del entonces joven erudito Alfred McCoy, graduado en la Universidad de Yale. A lo largo de su investigación, el señor McCoy desmonta y cuestiona las afirmaciones de Anslinger sobre el papel de China en el narcotráfico internacional; ante la opinión pública quedó en evidencia que los organismos de inteligencia son capaces de mentir, manipular y hasta desinformar, por más loables y nobles que sean los motivos que encuentren para justificar sus operaciones mediáticas.

 

El argumento central de la investigación de McCoy — quien actualmente es profesor de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison — se puede resumir en tres puntos básicos: primero, los agentes de inteligencia habían trabajado en complicidad con grandes redes de narcotráfico en el Sudeste Asiático; segundo, estos cubrieron conscientemente las actividades de estos grupos, incluso en los casos más notorios y evidentes; tercero, tuvieron una participación importante y destacada en el tráfico de opio y heroína; cuarto, la CIA se había financiado con dinero proveniente del narcotráfico. Al igual que el libro publicado por Joseph D. Douglass, esta investigación no estuvo exenta de controversias.

 

La CIA hizo todo lo que estuvo a su alcance para impedir la publicación de ‘The Politics of Heroin in Southeast Asia: CIA Complicity in the Global Drug Trade’, llegando incluso a ejercer presión sobre la casa editorial. Esto queda evidenciado a través del material desclasificado de la misma CIA, que como es bien sabido, no digitaliza el material más sensible que aún se conserva en el seno de sus instalaciones. Por parte de la CIA, las afirmaciones de McCoy fueron percibidas como sesgadas, no solo por el enfoque de criminalizar las actividades de los servicios de inteligencia estadounidenses, sino además por ignorar y omitir algunas fuentes que, si bien no negaban completamente los hechos demostrados por McCoy, al menos sí habrían ayudado a balancear y contextualizar más la cuestión. El hecho de que algunos funcionarios estadounidenses participaran en el negocio del narcotráfico tampoco hacía a la CIA, y mucho menos al país, narcotraficantes. Sin embargo, también podría decirse que este argumento puede ser usado a favor de los gobiernos e instituciones que son acusados, por parte de Estados Unidos, de narcoterroristas.

 

Pero hablemos de América Latina; el caso de China ya ha sido desarrollado en otra oportunidad. En el siglo XX, fueron varios los países latinoamericanos que fueron acusados de narcotráfico. Los gobiernos no solo estaban al tanto de la situación, sino que se beneficiaban de ella. El libro de Douglass (1999), recientemente digitalizado, resume las más importantes acusaciones de narcoterrorismo. Los casos más sonados fueron los de Panamá, Nicaragua, Colombia y Cuba.

 

El archipiélago de Cuba, estratégicamente ubicado muy cerca de los Estados Unidos, en donde este país todavía mantiene una base militar (Guantánamo), en la que sigue invirtiendo cuantiosos recursos, es uno de los casos más fascinantes para estudiar el alcance de las acusaciones de narcoterrorismo en la historia. Mientras que algunos de los grandes enemigos de los Estados Unidos terminaron humillados y sodomizados públicamente — como fue el caso de Muammar Gaddafi — , otros murieron tranquilamente. Ese fue el caso de Fidel Castro, quien a pesar de haber sido acusado de narcoterrorista, logró que los estadounidenses se sentaran a negociar con él, luego de los reiterados fracasos en propiciar un cambio político en La Habana.

 

‘Bush negotiates with Cuban drug dictatorship’ (Bush negocia con la narcodictadura cubana), titula una noticia publicada por Cynthia Rush el día 24 de enero de 1992, en el polémico Executive Intelligence Review, conocido por la difusión de teorías conspirativas que, de vez en cuando, terminan siendo demostradas por los hechos — en donde, por cierto, se publicó una interesante reseña del libro Narcotráfico S.A., publicado en Venezuela durante los años noventa. En la obra se denunciaron los presuntos nexos de una importante familia venezolana con el narcotráfico internacional — .

 

Justificadamente, la opinión pública estadounidense se mostró estupefacta; indignación fue lo que ocasionó el anuncio de las negociaciones. Estados Unidos, el país que lidera la lucha contra las drogas en Iberoamérica e invadió a Panamá para derrocar a un “narcodictador”, se sienta a negociar con los cubanos, también señalados de narcoterroristas, mucho antes de que Noriega se volviera una figura relevante en Panamá. Fidel Castro y Raúl Castro, aquellos que tenían la reputación de dirigir las redes del narcotráfico en Cuba, se sentaron a negociar con los estadounidenses. Y no negociaron para concretar los términos de su salida del poder, sino para mejorar las relaciones entre ambos países. Apenas recientemente, es que se ha enfriado el proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

 

La acusación de narcoterrorismo contra Cuba debe ser evaluada en su dimensión regional. Según los señalamientos, hayan sido estos infundados o no, la supuesta mafia narcotraficante gubernamental de Cuba trabajaba con las de Panamá, Nicaragua, Colombia, y hasta Venezuela. Según el ex-director adjunto de la CIA, Joseph D. Douglass (1999, p. 3), el general cubano Juan Rodríguez, agente de inteligencia, dijo que las drogas eran el mejor recurso para destruir a los Estados Unidos. A través de estas, se minaba la juventud sin la necesidad de un solo tiro. Y llama la atención que, en su libro, Cuba es mencionada 366 veces, mientras que Panamá es mencionada apenas 105 veces. Colombia sigue muy de cerca, con 98 menciones. El apellido Castro, usado para referirse a los hermanos de la élite gubernamental cubana, es mencionado 79 veces.

 

Los servicios de inteligencia estadounidenses alegaron que, más o menos desde la década de los sesenta, los cubanos ayudaron a construir la red de narcotráfico latinoamericana, con la ayuda de los soviéticos, a través de la extinta Checoslovaquia — hoy República Checa y Eslovaquia — . Los hermanos Castro jugaron un papel fundamental en este proceso. En 1963, por primera vez, llegaron al Congreso de los Estados Unidos reportes sobre la participación del gobierno cubano en el narcotráfico regional. Ya el 20 de noviembre de 1963, en el Miami Herald, se había publicado un informe filtrado de la DEA, en el que se indicaba que el año 1961 había sido el inicio del rol activo de Cuba en el narcotráfico. El informe llevaba por titulo ‘El narcoterrorismo y la conexión cubana’.

 

Décadas más tarde, en 1988, el General Antonio Rodríguez Menier, ex-jefe de inteligencia cubana y ex-director de Seguridad de la Embajada de Cuba en Budapest (Hungría), declaró, luego de cesar sus funciones, que el gobierno cubano había participado directa e indirectamente en el narcotráfico. El Ministerio de Interior y Justicia era usado para las operaciones. Nada se hacía, según el señor Rodríguez Menier, sin la aprobación de Fidel y Raúl Castro.

 

Recientemente, el Departamento de Justicia ha emitido una acusación formal de narcoterrorismo contra Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, así como otros funcionarios y ex-funcionarios de la administración venezolana. Para algunos, esto es interpretado como una señal de que los estadounidenses han decidido acabar finalmente con Maduro. No solo es acusado de narcoterrorismo, sino que además se ofrece una recompensa de 15 millones de dólares para aquellos que suministren información que permita capturarlo. La recompensa puede fomentar la traición en el círculo de Maduro.

 

Pero la historia muestra que, con frecuencia, los estadounidenses cambian de opinión. El caso de Cuba, muy en particular, es el que mejor lo evidencia. Con una base militar en Guantánamo, a escasos kilómetros de Miami, los estadounidenses no capturaron a Fidel Castro. Supuestamente, en su poder habían tenido, desde los años sesenta, pruebas que demostraron el rol ejercido por los Castro en el narcotráfico regional. Aún así, Castro permaneció en el poder hasta el día de su muerte.

 

Ciertamente, los estadounidenses han llegado lejos en su tarea de presionar a la administración de Maduro, con el fin de que este abandone el cargo de presidente y permita la realización de nuevos comicios generales, bajo supervisión internacional. Pero la suerte todavía no está echada. Menos aún, cuando en la situación de Venezuela influyen tantos factores transnacionales. A última hora, los estadounidenses han demostrado que son hombres de sorpresas. El caso de la Cuba acusada de ‘narcoterrorista’, sin haber sido nunca invadida satisfactoriamente como Panamá, más allá de la fracasada operación en Bahía de Cochinos en los sesenta, deja mucho para el análisis y la reflexión. Sobre la posibilidad de una intervención militar o bloqueo naval, debe tomarse en cuenta que Estados Unidos ha tenido importantes razones para no llevar adelante esos planes, como señala el analista David Axe (2020) en The National Interest. Estas razones no solo fueron históricas y económicas, sino también logísticas. La recientemente anunciada operación naval en las aguas del Caribe, cerca de las costas venezolanas, es considerada, por los mismos funcionarios de la administración Trump, un intento para distraer a la población local estadounidense de la crisis del coronavirus, señalan O’Connor y Jamali (2020).

 

Cuba es, probablemente, el mejor ejemplo del fracaso de la política exterior estadounidense en América Latina, más allá de las justificaciones que se quieran dar. Todo se ha intentado, sin éxito alguno. ¿Quién puede asegurar, entonces, con un grado de probabilidad del 100 por ciento, lo que ocurrirá en Venezuela? La acusación de narcoterrorismo, como recurso para presionar y estigmatizar, no siempre da resultados. En Cuba, por ejemplo, esa estrategia fracasó. En Venezuela, aún no se sabe. Pero lo que sí se sabe es que los estadounidenses se han sentado a negociar con quienes acusaron de narcoterroristas; negociaciones que no necesariamente implican la salida de la élite gobernamente, sino lo contrario. La historia de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos así lo enseña. Son hechos públicos y notorios. Una cosa es el dato, y otra, muy distinta, la matriz de opinión.

 

Fuentes: