El sujeto radical, la máscara y la caída de los dioses
La opción fundamental
El Sujeto Radical que hace la elección de seguir a la Divinidad, desvelada en su alma/conciencia en el momento de su nacimiento en el Chàos, durante la primera catarsis que le concibió de antemano, bajo el efecto de la cegadora luz divina, junto con los consuelos espirituales y las visiones metapolíticas que le confirman en la elección que ha hecho, también ve la oscuridad de su naturaleza, la zona de sombra de su ser, la contaminación de los vicios capitales en toda su persona y personalidad.
La luz de lo Divino ilumina y ciega y, en esta oscuridad chática, el Sujeto Radical ve la frágil sustancia de la que está hecho, la máscara que él mismo ha colocado sobre el rostro de su verdadera naturaleza donde, adorándose a sí mismo como Narciso, ha construido un reino egocéntrico de falsedades y creencias distorsionadas que él mismo cree, se ha convencido a sí mismo y ha convencido a los demás. Así, la visión inicial de la falacia de la propia naturaleza, la conciencia de la oscuridad que envuelve al cuerpo, la mente y el alma crean como respuesta diversas dinámicas internas de tipo egoísta, desde el rechazo de esa visión y conciencia negativas hasta la búsqueda exclusiva de consuelos espirituales, de la luz de lo divino sin la sombra de la propia naturaleza contaminada que no se tolera ver.
Aquí, el Sujeto Radical, mediante estas dinámicas egoístas, se proyecta en el tiempo al borde del horno del inframundo, el inframundo de su naturaleza corrupta y se sitúa todavía ante una elección, una nueva elección, la elección radical. Es decir, o bien retroceder, darse por vencido y contentarse con una vida ilusoria, o bien confiar en la Divinidad que le ha guiado hasta este punto y le ha llevado hasta allí y, por tanto, tener el valor de lanzarse al abismo, resolverse a descender al inframundo en total abandono y kenosis. Esta terrible elección se denomina "opción fundamental" y es la única vía concedida al Sujeto Radical para convertirse, tras la Gran Prueba, en un guerrero ardiente y en un arquero guardián del fuego de la Tradición. De lo contrario, el Sujeto Radical vivirá de acuerdo con los expedientes humanos o, en el peor de los casos, se convertirá en un operador de la iniquidad, convirtiéndose él mismo en el arquitecto de la decadencia líquida posmoderna, bajo la ilusión de vivir por su propia luz reflejada egoísta en lugar de luchar a la sombra del resplandor de la Divinidad.
La máscara
Todo ser humano posee una máscara de falsedad en su rostro original, creada por su orgullo o, mejor -como nos indican los Padres de la Iglesia de Oriente, que dividen el orgullo mismo en dos esferas- tiene una máscara de tipo mítico autofabricada por la vanagloria y el orgullo, que han crecido con él desde su nacimiento hasta el cumplimiento de su madurez psicofísica. Esta máscara, si se puede llamar así, tiende naturalmente a osificarse, a endurecerse con los años, volviéndose inapreciable a menos que la Divinidad intervenga directamente para erradicarla de manera progresiva con la cooperación activa del hombre, como en el caso del Sujeto Radical que se adhiere al descenso a los infiernos.
Parece claro que la esclarecedora afirmación de Luigi Pirandello en la novela Uno, Nadie y Cien Mil: "Aprenderás a tu costa que en el largo viaje de la vida te encontrarás con muchas máscaras y pocos rostros", no sólo encuentra aquí su confirmación sino que puede considerarse incluso una verdad de la naturaleza, incontrovertible. En la fundación, entendida como la formación inicial de la máscara mítica, los componentes de fragilidad hereditaria del ADN y el entorno familiar tienen una extraordinaria influencia negativa que sólo un alto talento de orden intelectual, muy raro a una edad temprana, podría evitar. También porque, a excepción de una rigurosa formación monástica como sigue siendo el caso de los niños en el Tíbet y en el resto de Asia, en el niño la comprensión ético-moral no va de la mano de sus precoces impulsos espirituales y esto demuestra así la virginidad de su diminuta Weltanschauung, todavía por debajo y por encima del bien y del mal.
En la fase de crecimiento, pues, el desarrollo de la máscara mítica se concreta generalmente a través de la imitación de las normas culturales y sociales presentes en el entorno y, en las últimas cuatro o cinco generaciones, puede decirse que este desarrollo se ha ceñido mayoritariamente a los comportamientos dictados sucesivamente por los medios de comunicación radiofónicos y televisivos, los medios cinematográficos y, a través de los ordenadores, los teléfonos móviles y los smartphones, a los medios virtuales de las redes sociales, incluida la actual vacuidad intelectual del fenómeno consumista de los influencers.
Teniendo en cuenta la especificidad del tipo humano Rebelde, un candidato a ser in fieri un Sujeto Radical que, en antítesis al mundo mediático, es un devoto de la idea de Tradición, su máscara mítica apenas tocada por la pseudocultura mediática, En cambio, encuentra alimento en la negatividad representada por los aspectos poco éticos y falsamente espirituales de las ideologías y los totalitarismos del siglo XX, que se mezclan con la propia Tradición proponiendo el nacimiento del Hombre Nuevo a expensas del Hombre del Eterno Retorno, el Hombre que es la imagen de la Divinidad y el guardián del fuego de la Tradición. Así, el aspecto más doloroso de la caída de la máscara mítica en el sujeto radical viene dado no sólo por la erradicación de sus vicios, sino también por la renuncia al veneno ideológico inherente a las tres teorías políticas del liberalismo, el comunismo y el fascismo, siendo incapaz de separar existencialmente lo que aún queda de valor tradicional en dichas ideologías de lo que es laxitud o utopía irrealizable en la medida en que no se ajusta a la naturaleza humana.
La máscara mítica es, pues, la osificación del desconocimiento de los vicios mortales y de revolcarse en ellos con el mito fundador de nuestra relación narcisista con nosotros mismos, con los demás, con el mundo, y que busca, desea, exige a gritos la adoración. La máscara mítica se eleva así a "dios de sí misma y de los demás" y mediante un mecanismo centrípeto de atracción busca utilizar, dominar, aplastar, manipular y plagiar a otras personas para sus propios fines exclusivos. Nos hemos acostumbrado tanto a actuar y a comportarnos así que rara vez somos conscientes de ello, sobre todo en esta época de totalitarismo liberal, que representa la organización científica sociopolítica y antiespiritual, a través de los medios de comunicación, la opinión pública y lo políticamente correcto, de la producción de máscaras míticas. Pero la máscara mítica debe caer finalmente en la perspectiva existencial del sujeto radical, y para hacerla caer, debe derribar a los dioses que habitan en las profundidades de su alma y condicionan su cuerpo, su mente, su vida y su existencia.
La caída de los dioses
Del sánscrito dyàuh, la palabra "dios" significa "brillante, resplandeciente, cegador". Y, así, la luz de la Divinidad aparece cuando penetra en las profundidades del alma y convoca al Rebelde depuesto a la transformación definitiva en el Sujeto Radical. Sin embargo, en el ser humano, en su naturaleza, tanto en su alma como en su cuerpo y su mente, habitan sobre todo esas luces ilusorias, esos dioses de la muerte que han construido pacientemente a lo largo de cada existencia humana la máscara mítica que vela su rostro original y han hecho que se oscurezca en cada persona su capacidad de comunicación con lo divino.
Los nombres de estas luces engañosas, estos dioses de la muerte, son: Orgullo, Envidia, Ira, Avaricia, Pereza, Lujuria. Son como pulpos que desde el centro de mando de nuestra alma, se ramifican y se enredan en la mente, el cuerpo, las relaciones y crean enfermedades espirituales y psicosomáticas, además de físicas. Estos dioses son tan terribles como poco conocidos y sus virtudes contrarias, como emanaciones de la Divinidad a través de las cuales el Sujeto Radical debe realizar el Opus magnum de su propia transformación, lo son aún menos.
Según la tradición monástica occidental y oriental: "Toda enfermedad del cuerpo y de la mente, de forma directa o indirecta, tiene una raíz espiritual, porque encuentra su morada en el alma". En efecto, dentro del binomio instintivo antropológico temperamental Atracción/Repulsión, que genera el binomio de carácter existencial Amor/Odio, la antropología mística retoma las enseñanzas experimentales de la Filosofía clásica, leyendo los vicios mortales con el nombre técnico de hábitos negativos (del latín habitus - vestido), en el sentido de alteraciones, irregularidades en las relaciones interpersonales e intrapersonales, profundamente arraigadas dentro del alma/conciencia.
Añadamos que los hábitos negativos (vicios capitales) que tienen su origen en el alma/conciencia, se describen como condiciones patológicas de la propia conciencia, que luego se ramifican en el tejido psicosomático dando lugar a trastornos neurobiológicos. Del mismo modo, consideramos la práctica de los hábitos positivos (virtudes naturales) como una respuesta antagónica a los negativos y, por tanto, condiciones de salutogénesis de la conciencia y un camino seguro hacia la regeneración psicofísica.
En el diagrama siguiente, hemos intercalado los vicios (a la izquierda del cuadro) y las virtudes opuestas (a la derecha del cuadro) con la neutralidad de las pasiones (en el centro del cuadro), que los antiguos filósofos consideraban los "motores del alma", es decir, de la actividad humana, y que en términos científicos constituyen el instinto de supervivencia y el instinto de conservación. Además de los términos tradicionales que describen los vicios capitales y las virtudes naturales, hemos añadido términos antropológicos actuales, que nos ayudan a comprender mejor la realidad de los hábitos negativos y positivos.
En el transcurso de futuros artículos, profundizaremos en el análisis de cada vicio capital y de su virtud contraria, que también será objeto de un futuro volumen con un enfoque específico. Por el momento, nos limitamos a subrayar la urgencia de esta lucha, clave y passepartout esencial para pasar del Rebelde al Sujeto Radical. Una lucha que debe ser generosa, sin descuentos, cruel y tenaz, destinada a hacer morir al viejo con sus vicios para dar nacimiento al Hombre de la Tradición con sus virtudes y su fe en lo divino. En un entorno altamente centrado en sí mismo, lleno de ducados y solipsistas pseudo nietzscheanos (pero que tienen muy poco de Nietzsche) como el de la zona nacional-popular de la que procedemos, el motivo de esta lucha hacia la autodescentralización y el autodominio sereno para convertirse en guerreros desprevenidos guardianes del fuego de la Tradición debe ser sólo uno: ¡la caída de los dioses!
Traducción de Enric Ravello Barber