Rusia y Europa: rumbo a la integración
El 20 de enero de 2017, Donald Trump tomó posesión de su cargo como presidente de los Estados Unidos. Pronto dejó clara su intención de obedecer los mandamientos del America First y de lograr que EE. UU abandonase su papel de “policía del mundo”. En su Estrategia de Seguridad Nacional optó por una política exterior basada en la reciprocidad y la bilateralidad, devolviendo importancia a los Estados «fuertes y soberanos», frente a las políticas de Obama que defendían la importancia de la multilateralidad y la cooperación internacional. El mismo documento, caracterizado por sus propias contradicciones y su retórica belicista, acusó a Rusia de ser un rival peligroso que debía ser contrarrestado. Mientras, Vladimir Putin afianza su liderazgo y Rusia parece avanzar hacia un proceso de integración con Europa.
Vladimir Putin: una forma de hacer política
En agosto de 1991 se derrumbó precipitadamente la potencia que hasta entonces se había disputado con EE. UU el liderazgo mundial: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS). Por entonces, Putin, miembro del Comité para la Seguridad del Estado (KGB), apenas contaba con cuarenta años y ejercía como presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Alcaldía de San Petersburgo. Meses después, miembros del Gobierno soviético y el KGB organizaron un golpe de Estado contra Mijail Gorbachov y Putin presentó su dimisión a su superior en la agencia de inteligencia. No obstante, no dudó en reconocer la caída de la URSS como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX». Desde entonces, el nuevo ‘Zar de todas las Rusias’ ha tratado por todos los medios posibles de recuperar el orgullo de una Rusia durante años humillada por Occidente.
Con todo, Vladimir Putin lleva apuntalado en el poder desde el año 2000 (exceptuanto la presidencia de Medvédev entre 2008 y 2012). Le avalan su habilidad como líder y su dilatada experiencia a los mandos del país. Y, como demostró en las elecciones del pasado marzo, cuenta con un apoyo popular cercano al 75%. Esto hace que pueda desarrollar políticas unidireccionales a largo plazo y anteponer los intereses generales del Estado a inclinaciones cortoplacistas o de partido. Mientras Trump reorienta la política exterior de Obama, Putin ya tiene la mirada puesta en la próxima década.
Todo ello ha contribuido a que el dirigente ruso haya ido cosechando una serie de éxitos, especialmente en Oriente Medio y en su relación con China. Mientras, según la empresa de comunicación ASDA’A Burson-Marsteller —de cuyos resultados se han hecho eco grandes medios de comunicación— los jóvenes árabes sitúan a Rusia como un país aliado en detrimento de Estados Unidos, cuya política exterior se ha ganado el descrédito de una gran parte de la opinión internacional.
Pero no es eso lo único que está empezando a cambiar. Hasta la fecha, Washington había hecho grandes esfuerzos por hacer de Rusia un enemigo del que proteger a Europa. Desde la entrada en vigor del Plan Marshall, Estados Unidos ha sido consciente de que una alianza entre Rusia y Europa podría poner en serio peligro muchas de sus aspiraciones geopolíticas. Pero Trump no parece ser consciente de ello y algunas de sus decisiones están forzando la cooperación entre la Unión Europea y la Rusia de Putin.
La importancia del acuerdo nuclear con Irán
Apenas unos días después de hacerse con el poder, Donald Trump colgó el teléfono al primer ministro de Australia, Malcolm Turnbull. Un detalle de importancia simbólica, pues pronto haría del desplante su sello personal; la nueva ‘marca de la casa’ que debían consentir quienes hasta entonces habían sido países amigos.
En mayo de este año, Trump anunció la ruptura del pacto nuclear con Irán, acordado por Obama en 2015, y la imposición de nuevas sanciones económicas contra el régimen de los ayatolás. Lo simbólico pasó entonces a un segundo plano. La decisión del presidente de los Estados Unidos colocó a muchos países europeos en una situación delicada y sus consecuencias no tardaron en hacerse notar. El precio del crudo se elevó a máximos del 2014 —Estados Unidos no depende en modo alguno del petróleo iraní; no es el caso de países como China, Francia, España o Italia—, peligra la estabilidad de la región y el equilibrio interno de la república islámica —algo que tendría como único beneficiario a Israel — y un gran número de empresas europeas, que habían aprovechado el levantamiento de sanciones en 2015 para invertir en el país persa, se han visto perjudicadas. Además, si Irán decide abandonar el pacto, podría continuar con su programa de proliferación de armas nucleares, poniendo en peligro la seguridad internacional.
Días después de conocerse la decisión del presidente norteamericano, Vladimir Putin recibió a la canciller alemana, Angela Merkel, ramo de flores en mano. Defendieron la importancia de mantener el pacto nuclear con Irán y avanzaron en el proyecto del gasoducto Nord Stream II, con el que Alemania —pese a las amenazas de Trump de imponer sanciones a quienes colaboren con el proyecto — se aseguraría el sumininistro de gas ruso —del que depende una gran parte de Europa— a través del Báltico.
Putin también habló del pacto nuclear con el presidente de la república francesa, Emmanuel Macron, pocos días después. Ambos cerraron filas, manifestaron su deseo de mantener el acuerdo y determinaron cooperar en el proceso de paz en Siria.
Pero los desplantes de Trump a la Unión Europea fueron más allá. Siguiendo su agenda aislacionista, el pasado mayo el Gobierno anunció la imposición de aranceles del 25% y 10% al acero y el aluminio a la Unión Europea, hasta entonces en situación de exención. La Unión ya ha anunciado represalias: «No nos han dejado más remedio que proceder ante la OMC y con la imposición de aranceles sobre una serie de importaciones procedentes de los Estados Unidos. Defenderemos los intereses de la Unión, en pleno cumplimiento de la ley de comercio internacional» sentenció Juncker.
La escalada de tensiones entre los dos grandes aliados ha llegado incluso hasta la OTAN. Su secretario general, Jens Stoltenberg, se ha mostrado «preocupado» por los desencuentros entre Trump y sus socios europeos. Un distanciamiento que se ha manifestado también en la incapacidad de emitir un comunicado conjunto en el G7.
Mientras, en plena guerra comercial entre la UE y Estados Unidos, Putin se ha mostrado favorable a reanudar la «plena cooperación» entre Rusia y la Unión y ha instado a retirar las sanciones europeas contra Rusia por ser perjudiciales para ambas partes. «Estamos totalmente abiertos y dispuestos a trabajar con los socios europeos», anunció. Tan sólo un día antes había desmentido la existencia de una conspiración rusa para desestabilizar europa y manifestó su deseo de ampliar su cooperación con la misma.
El ascenso de los halcones
A todo ello hay que sumarle un factor importante: se trata de la existencia de una corriente en el seno de la Unión —calificada a veces de ‘euroescéptica’— contraria a la política fronteriza y migratoria de Bruselas y que reclama más soberanía para los Estados-nación.
Empezaron siendo tan sólo cuatro, los llamados ‘halcones de Visegrado’ —nombre con el que se conoce al grupo formado en 1991 por Hungría, República Checa, Eslovaquia y Polonia—, pero esta tendencia contestataria ha calado en países como Austria y, recientemente, Italia y Eslovenia, mientras que en otros cuenta ya con un importante peso político. Muchos de ellos han sido acusados de flirtear con Rusia.
En definitiva, Trump, cegado por su afán proteccionista, parece haberse olvidado de sus socios, que empiezan a ver en Rusia un aliado coyuntural con el que hacer frente a desafíos comunes. Si avanzamos hacia un proceso de integración entre Rusia y Europa sólo el tiempo lo dirá.