Recordando el aniversario número 400 de Jacob Böhme
El 18 de noviembre de 1624 agonizaba un zapatero de la ciudad de Görlitz, Silesia. Ese zapatero había predicho con antelación la hora de su muerte y, mientras agonizaba, disfrutaba oyendo la música del paraíso, inaccesible para quienes rodeaban su lecho. Pocos sabían que, siendo adolescente, encontró un pasadizo subterráneo en la cima de una montaña y, al descender a una cueva, se topó con un cofre de oro. Volvió corriendo despavorido de allí, convirtiéndose desde ese momento en una persona capaz de hacer especulaciones extraordinarias. Pocas personas consideraron en su momento a Böhme como un filósofo, a pesar de haber sido autor de más de 30 obras. Fue el mayor filósofo de una época relativamente oscura, siendo contemporáneo de Francis Bacon, Galileo Galilei y René Descartes. Jacob Böhme era una especie de alternativa al camino empirista y racionalista que en ese entonces dominaba Europa. Carecía de una formación y educación adecuada e incluso de una iniciación regular, siendo antes que nada un artesano de la Silesia luterana que prefería plantear problemas metafísicos a encontrar soluciones a los mismos. Sin embargo, los planteamientos de tales problemas pervivieron durante cuatro siglos y siguen siendo importantes hasta el día de hoy, aunque nuestras respuestas a tales preguntas no coincidan con las de Böhme.
Nikolai Berdyaev tradujo al ruso el primero de los libros de Böhme, Aurora, y le dedicó tres artículos académicos fundamentales, reeditados recientemente. Ivan Fokin publicó hace cinco años una monografía de 650 páginas sobre Böhme. Alexander Dugin dedicó 15 páginas muy importantes a Böhme en la Noomajía, describiéndolo como una alternativa real al luteranismo de los siglos XVI-XVII. No obstante, Dugin también señala que Böhme es el precursor de la fenomenología, pues planteo por primera vez el acto intensional de la consciencia, siendo un heredero de la cosmogonía germánico-escandinava con su doctrina de los elementos primordiales («cualidades») a partir de los cuales se creó el mundo. Es mediante la combinación de los diferentes «espíritus húmedos» que según Böhme se explica la diferencia entre las diversas sustancias de la alquimia, la cual comprendía de una forma mucho más profunda que la mayoría de la gente. El místico silesiano entendía los textos herméticos según el espíritu de la Tradición ortodoxa, sin desviarse hacia las innovaciones modernistas que estaban tan de moda en su época. «Los términos y procedimientos herméticos utilizados por Böhme siguen un espíritu estrictamente olímpico», señala Alexander Dugin, «sus obras son un vivo ejemplo de alquimia puramente espiritual, que no deja lugar a dudas sobre sus objetivos y horizontes».
En la obra de Böhme se distinguen dos etapas. En sus primeros libros se puede hablar de la «teoskopía» (contemplación teológica), Aurora o la aurora matutina y Cristosofía o el camino hacia Cristo, hacen hincapié en la interpretación neoplatónica de la Biblia, el misterio de la Santísima Trinidad, en como el Verbo brota de Dios y como el Verbo es la Sabiduría, Sophia. En el lenguaje de la fenomenología diríamos que es el noema de la consciencia. El mundo es creado por el Verbo, pero sólo se hace perceptible debido al abismo, el Ungrund, término tomado de la mitología germánica. Böhme aborda el problema de la antropología, la cuestión de la existencia del hombre, como un puente entre el Dios que existe arriba y el abismo que se encuentra abajo. El dualismo cristiano, la llamada a la lucha espiritual contra los demonios y el espíritu del Anticristo que es el abismo, es un elemento muy importante de su pensamiento. Al mismo tiempo, Böhme señala una figura intermedia entre la Trinidad, Creadora del mundo, y el mundo creado (idea cercana al sufismo). Esta figura es Sophia, la Virgen Eterna, como «semejanza incorpórea de Dios».
Desde la aparición de la imagen de Sophia como figura femenina (representada ya en el libro de la Sabiduría de Salomón del Antiguo Testamento) la obra de Böhme inicia su segunda etapa, la sofiológica, marcada por libros como Los tres comienzos de la esencia divina, Sobre la triple vida del hombre, Sobre los signos de las cosas, Sobre la elección de la gracia, El misterio pansófico y El gran misterio. Böhme nunca confundió a la Sophia creada con el Dios Creador. Sophia es la primera de Sus creaciones, la manifestación de la efusión de la voluntad divina que emerge del abismo, de la nada. Sophia separa el mundo creado (principalmente el mundo de los ángeles) de Dios. Si una criatura quiere volver al Creador a través de Sophia, la fuente, entonces se salvará. Si la criatura se atribuye a sí misma su propio ser, olvidando a Dios, entonces perecerá. «La criatura está muerta, pero Dios vive». El hombre debe volverse hacia sí mismo, hacia su corazón inteligible, y de ese modo volverá a Dios, restaurando en sí mismo el mundo interior de Adán antes de la caída en el pecado (mencionemos aquí brevemente que para Böhme el Hombre original era un andrógino, un «hombre-virgen», cuyo género fue restablecido por medio de la Mariología).
«La doctrina de Böhme, por supuesto, guarda una relación inconfundible con su época, su religión, su pueblo, pensaba como un típico alemán», dice Berdyaev, «nosotros, ortodoxos rusos del siglo XX, pensamos de una manera diferente a este brillante artesano alemán de finales del siglo XVI y principios del XVII. Pero podemos sentir en él a un hermano de nuestro espíritu, pues su pensamiento se encuentra en consonancia con el nuestro». No es casualidad que en Böhme reconozcamos el pensamiento de Pordage y Saint Martin, Skovoroda y Odoevsky, Novalis y Coleridge, Schelling y Baader, Soloviev y Florensky, Karsavin y Losev, Mikushevich y Dugin. El mérito de plantear correctamente cuestiones verdaderas y vitales de teología, cosmología y antropología es, para todo ser humano, importante, independientemente de las posibles respuestas que cada pensador tradicionalista a dado a las mismas o que estas se correspondan con las de Boehme. Él mismo se dio cuenta de ello cuando criticó la falta de respuestas a las preguntas primordiales dadas por los teólogos oficiales de su época: «¿Qué permanece aún oculto? ¿La verdadera enseñanza de Cristo? No, sino la Filosofía y el fundamento profundo de Dios, la bienaventuranza celestial, la revelación de la creación de los ángeles, la revelación de la abominable caída del diablo, de donde procede el mal, la creación de este mundo, el fundamento profundo y el misterio del hombre y de todas las criaturas de este mundo, el juicio final y el cambio que sufrirá este mundo, el misterio de la resurrección de los muertos y de la vida eterna».
Como señaló acertadamente Berdyaev, Böhme era un realista en su comprensión de los símbolos tradicionales y percibía toda la historia del mundo, de Dios y del hombre de un modo extremadamente realista, como una tragedia, cuyo curso no está predeterminado. El hombre en la filosofía de Böhme no es una marioneta, sino una figura que actúa trágicamente entre los elementos del Fuego, la Luz y la Oscuridad, haciendo una elección existencial entre estar con el Creador o perecer en el abismo.
El incomparable Novalis dedicó en su poema «A Tick» 15 estrofas a Jacob Böhme. En él cuenta cómo un niño abandonado en tierra extranjera encontró un libro en la tumba de un anciano y conoció todos los secretos de la naturaleza. El espíritu del anciano Böhme se le apareció y le contó su vida: «Confortado por el libro del cielo, / vi en mi pobreza; / Un adolescente, en una montaña escarpada / vi el alma de todas las cosas. / Los misterios de la aurora me fueron revelados por Aquel que crea el universo; el Arca del Nuevo Testamento se abrió ante mí. / Confié a las letras el don de la maravilla, / El misterioso pacto guardé; / Morí pobre y desconocido, / El Señor me llamó a Sí. / <...> Un poder milenario, / Como Jacob Böhme, para erigir / Y a ti mismo, glorificado por derecho, / Con él volverás a encontrarte en el camino». Estas líneas, magníficamente traducidas al ruso por el difunto Vladimir Mikushevich, llevan siglos iluminando el camino de las nuevas generaciones que se esfuerzan por conocer a Dios.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera